miércoles, 16 de septiembre de 2020

Robin


 Tomo el control remoto, subo el volumen al máximo y aguardo. Nada sucede. Están profundamente dormidos. Las pastillas funcionaron, aunque tardó más de lo esperado. Voy a la cocina por un cuchillo. Lo dejo en la cama. Muevo a mamá un poco, es quien tiene el sueño más ligero. Nada. Tomo nuevamente el cuchillo. Lo clavo en su pecho, abre los ojos y deja escapar un chillido de su boca, lo clavo dos veces más. Supe que estaba muerta porque el cuerpo se le soltó, como en las películas. Siento la mano un poco aturdida, comienza a oler feo, como a popo. Sigue mi padre. Uno, dos…abre los ojos.

—Ricardo… —me mira extraño, nunca me había visto así. Esa mirada me lastima las entrañas.

Él se pone de pie, yo retrocedo. Coloca las manos en su estómago. Cae de rodillas… deja de moverse.

 

II

—En este cómic Nightwing toma el manto de Batman. No quiere hacerlo, pero Alfred lo convence. Alguien debe cuidar de Gótica y de Damian.

—¿El hijo de Batman?

—Ese mismo.

—Es increíble, léelo por favor Ricardo…oh…espera, alguien se acerca.

Me apresuré a meter el cómic en el agujero que le hice al colchón, Diego, por su parte volvió a su cama.

—¿Por qué escucho ruidos?

—Debe ser su imaginación señorita Irelia.

—Una palabra más Ricardo y te echaremos a la calle a partir de hoy.

Hice una seña, como cerrando una cremallera imaginaria en mi boca. La mujer gorda resopló y abandonó la habitación. Un par de minutos después, cuando estaba quedándome dormido, Diego me habló.

—¿Quién me leerá cuando te vayas?

—No lo sé —ya había pensado en eso. Robé un celular del bolso de una de las maestras hace un mes. Lo primero que hice fue deshacerme del chip. Y durante algunas madrugadas me escabullí al baño a grabar en audio los mejores cómics de Batman. Así Diego podría escucharlos cuando me marchase —No quiero pensar en eso, vamos a dormir.

Diez malditos años en el orfanatorio. Nadie me adoptó. Supuse que el director o las maestras, o la maldita de Irelia, les contaban sobre mí a los padres. Lo supuse por cómo me veían sin verme. Ese temor en sus ojos, lo reconocí, ya lo había presenciado antes.

Mi historia, al igual que la del primer Robin, comenzó en el circo. Rogué por semanas a mis padres que me llevaran, no sólo eran los animales, la magia, los acróbatas y los aros de fuego, ese circo tenía algo que ningún otro. Batman.

Era el verdadero. Vi el comercial en televisión, el mismo traje, la misma voz. Mi padre me hizo prometer que no pediría nada, yo lo juré con el corazón. Cuando el día llegó, no tenía hambre, ni sentí la necesidad de tener una de esas varitas luminosas, sólo quería verlo a él.

Apareció detrás de una cortina de humo. Extendió su capa e hizo algunas acrobacias. Entonces un montón de payasos se le acercaron, algunos con palos, otros con cuchillos, pero él los derribó a todos. Fue muy divertido verlos correr detrás del escenario, incluso uno tropezó mientras huía. Reímos todos. Luego Batman subió a su moto y la condujo dentro de una gran esfera de metal. Nunca le vi hacer eso en los cómics.

Atención amiguitos, Circo Hermanos Silva trae una oportunidad única que no pueden dejar pasar. Batman estará tomándose fotografías con los pequeñines.

Ni siquiera se los pedí a mis papás, bajé inmediatamente, quería ser el primero de la fila. Un hombre calvo y gordo me detuvo.

—Son $70 pesos pequeñín.

Hice como que me daba la vuelta y me colé corriendo. El hombre fue tras de mí. Batman le hizo una seña para que se detuviera.

—Me encantaría regalarte la foto amiguito, pero tendría que obsequiárselas a todos.

“No importa, tu eres rico”, pensé en decir, pero en su lugar dije:

—Quiero ser tu Robin.

—¿Perdón?

—Entréname, quiero combatir el crimen contigo.

—¡Ricardito! —mi madre estaba tras de mí. Mi padre, por su parte, intentaba calmar al hombre calvo que se veía bastante molesto.

—Tú tienes unos padres que te aman —me dijo Batman —no podría alejarte de ellos. Esto es cosa de huérfanos.

Mi padre se vio obligado a pagar la foto y me reprendieron todo el camino a casa. Era mi posesión más preciada, hasta que Irelia la rompió frente a mí. Dijo que yo era un monstruo. Pero ya lo verá, yo seré un héroe, y cuando sea rico, vendré y compraré este orfanatorio, y despediré a todas las maestras agrias, al imbécil del director, pero sobre todo a la maldita gorda que rompió mi foto.

 

® J. R. Spinoza (H. Matamoros, Tamps. México)

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