domingo, 20 de septiembre de 2020

La chica dentro de una caja musical


 Cada mañana me levantaba más temprano que cualquier otra persona en mi casa, solo para bajar corriendo las escaleras e ir directamente hacia la cocina. Mi padre se despertaba cuando me escuchaba golpear fuerte las escaleras con mis pies mientras trataba de no caerme. Cuando me atrapaba me miraba a los ojos y me decía “cuál es el apuro, parece que siempre andas tarde para llegar a algún lugar”. Me reía al escuchar sus palabras, las cuales me hacían compañía todas las mañanas mientras me ponía las medias largas que me habían regalado la navidad pasada.

No me percate cuando se empezaron a volver tan cortas las medidas en mis cajones, tampoco me di cuenta en qué momento cambie las risas por la caja de música que me había dejado papá de herencia. Empezaba todas mis mañanas dándole cuerda, solamente para que me hiciera compañía durante el desayuno. Con frecuencia él me solía decir lo mucho que la bailarina, dentro de la caja, se parecía a mamá antes de su accidente. Creía que no me daba cuenta, pero se notaba la nostalgia en su voz, la cual se iba quebrando, por más que tratara de disimularlo con una sonrisa. 

A veces, se me enfriaba el desayuno de tanto que la veía bailar, cuantos platos había roto de imaginarla bailando junto a mí.

Cuando se terminara su canción era señal de que iba siendo hora de acercarme al cuarto de mamá y que debía cambiarle el suero que, a duras penas, trataba de mantenerla con vida. Volvía a darle cuerda a la caja musical, pero esta vez nadie bailaba, me sentaba muy junto a ella para que las dos pudiéramos escuchar su dulce melodía, la cual se iba apagando día tras día por el desgaste del uso.

Fue un día que no desayunamos, me había levantado muy tarde y teníamos que ir rápido al colegio. Fue un carro que trataba de escapar antes de que cerraran las fronteras, el chofer murió y mi mamá apenas salió con vida, los doctores dijeron que en condiciones normales podían salvarle ambas piernas, pero debido a que el hospital había sobrepasado su capacidad, no podían hacer nada más que esperar y ver cómo iba evolucionando las heridas en el paciente - era mi madre, no un paciente-, me miraron con cara de lastima, pero nuestra familia no tenía mucho tiempo como para poder esperarlos, nos íbamos apagando día tras día esperando a los doctores. 

Cuando nos cansamos de esperar, mi papá vendió todas las cosas de la casa; le dije, le rogué que vendiera la caja musical, pero me dijo que él no lo podía hacer, eran mis cosas, había sido un regalo y un regalo no es algo que se pudiese poner un valor y venderlo. Qué pena que no tuviera más cosas de valor para que papá las vendiera. Con ese dinero iba a tratar de comprar las pocas medicinas que todavía quedaban en la ciudad. La mayoría de ellas habían sido llevadas a las ciudades más importantes del país, para personas que no podían esperar.

Pero los padres no volvían una vez salían de sus casas, si eran lo suficientemente grandes como para caminar, eran lo suficientemente grandes para ir a la guerra. Guerra que no habíamos empezado y que no queríamos continuar, donde los químicos habían hecho el trabajo sucio y los padres no volvían a sus casas. 

Pero eso ya fue hace muchos años, ya de eso hace muchos padres, ya de eso hace muchas guerras. Hoy solo quedamos mi madre, mi caja musical y yo; donde la música se va desgastando y cada vez tenemos que acercarnos más las tres para poder aguantar un poco más hasta que venga mi padre con mis medicinas. La caja de música, servía para que supiera el tiempo que debía esperarme para aplicarlas. Me dijo, “con el estómago lleno y durante todo el tiempo que la bailarina se demore te quedas tomando tus medicinas, después anda con tu madre cámbiale el suero y quédate con ella hasta que se le pase los dolores”. 

Solía poner la música de la bailarina nuevamente, para que las dos pudiéramos aguantar el dolor de sus gritos, pero ya de eso hace mucho tiempo. Las botellas de suero se acabaron a los meses que mi papá se fue, trate de improvisar un poco de suero con lo que tenía a la mano, pero mi mamá murió luego de medio año que se acabó el suero. Aun así, mantenía la promesa que le hice a mi papá, darle cuerda a la bailarina para que las dos tomáramos nuestras medicinas y esperarlo. 

Luego de terminar, practicaba ballet todos los días, como la bailarina de la caja y como mamá antes del accidente. Me paraba sobre las puntas de mis pies y daba vueltas al ritmo de la música la cual se iba apagando. Cuando terminaba mi rutina, la puerta de mi casa sonaba y detrás de ella siempre había filas de vecinos, las cuales se iban haciendo más cortas conforme pasaban los días y las medicinas que me solían regalar eran cada vez menos, pero ya de eso hace mucho tiempo. A veces soñaba con que sería papá el que tocaría la puerta y que los vecinos ya no tendrían que venir a regalarme medicinas nunca más -lo hacía por nosotras- me repetía mientras cerraba los ojos para llorar. 

El almuerzo y la cena no eran diferentes del desayuno, comía mientras veía por la ventana las calles vacías y desoladas, tenían algo en ellas que me hacían recordar a mí. Suena tonto, pero por las noches lloraba para volver al colegio, casi al inicio de la guerra las clases fueron canceladas y podía pasar todo el día con mis padres, pero ya ambos se fueron y yo seguía extrañando el colegio. También extrañaba los días soleados y de aire fresco, pero se fueron con el colegio, se los había llevado la guerra y ahora era imposible saber cuándo empezaba y terminaba el día. Pero qué sentido tenía saber eso, si ya no había colegio al cual volver ni personas con las cuales salir a jugar, solo quedaban los vecinos y ellos también se estaban yendo. 

No me percate cuando el edificio se quedó vacío, las personas se iban quedando sin comida y eso los obligaba a salir. Terminaban por no volver igual que papá, otros se enfermaban tanto que morían dentro de sus casas, como mamá, pero yo tenía una promesa que mantener y música que tocar.

Ahora que lo pienso, la bailarina dejó de tocar su tonada hace ya algunas semanas, todavía puedo soñar con su forma de bailar y si me concentro lo suficiente puedo oír su música. Me paré una vez más sobre la punta de mis pies tan solo para caerme al piso, la falta de comida y de medicinas no me dejaban bailar, el aire pesado de los químicos no me dejaba respirar y se me iban cerrando los ojos. No podía irme de mi casa, no había lugar a donde ir y yo debía esperar a que papá volviera. Espere tirada en el piso durante tres días sin poder moverme, igual que mamá luego del accidente, igual que la bailarina pensaba. Cuando papá vuelva podremos bailar los tres. 

Hasta que mi mundo dejo de moverse, dejé de sentir dolor y me reuní con mis padres.

 

® Carlos Castillo (Perú)

 

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