jueves, 9 de diciembre de 2021

''Fermín'' ® Erick Sandoval


Las vigas de madera carcomidas por el tiempo aún permanecían en algunas partes, el azul del cielo diurno se asomaba por los espacios rotos de un techo que hace mucho tiempo sostuvo la obligación de brindar refugio y que hoy, vencido por los años, ya no puede ni consigo mismo. Estas paredes cargadas de historias que ya nadie recuerda ni nadie hace el intento por contar y que se van perdiendo lentamente entre las sombras, rincones que el sol no toca y que hacen una especie de cueva donde es posible acomodarse siempre que se puede. Hay cosas que para otros resultan basura, pero que son compañías extrañas para quien se ha desprendido de la significancia social de lo material y se entrega de lleno a un estado completo de abstracción, que bien le vale la risa o el llanto, la crisis o la lucidez por momentos.

   Así es Fermín, con el cabello opaco y largo, una barba dispareja que le cubre por completo la boca y solo deja una isla de color rosa pálido que indica que ahí se encuentran unos labios y que a veces entran algunos alimentos que son recogidos sin miramientos de cualquier parte, que triste aquel bigote que a veces se quema cuando la colilla de cigarro alcanza a tocarlo, hace tanto que no le es posible fumarse uno completo y le vale la satisfacción una colilla tirada con desdén. Sus ojos son negros, penetrantes, miran fijamente el fondo de aquellas ruinas mientras el sol calienta una figura de huesos pálidos, mira sin rencores ni promesas, pero de forma constante y hay una especie de complicidad entre su mirada vacía y la tristeza del rostro que no se esconde de ninguna forma. Su mano izquierda toca su barba en repetidas ocasiones como un gesto que le permite distraerse de sí mismo, puede pasar la tarde ahí sentado al compás inaudible de la vida o la espera del destino al cual le ha dejado de preocupar Fermín y sus iguales.

   A su espalda una enorme puerta de madera que aguanta estoica todo menos el paso del tiempo que termina por derrotarnos a todos, siempre se mantiene entreabierta como dejando la posibilidad del retorno, o de la huida, al alcance de un gesto que pudiera abrirla por completo y salir de lleno a una calle vieja que muestra su alfombra de adoquines para que el horizonte señale los caminos y uno en su pequeña lucidez decida cual tomar, si es que tiene las agallas o la fuerza para desprenderse del lastre que se ha formado sobre los hombros. Uno lo pensaría dos veces antes de salir a enfrentarse al mundo si pudiera, para Fermín eso nunca ha sido un obstáculo, la puerta de madera es una vieja aliada que le permite marcar el punto de retorno y que hace que no se distraiga del regreso, aunque para eso haya ocasiones en que tarde varios días, aun sin la claridad de la mente el regreso a los lugares donde nos sentimos protegidos se nos vuelve un asunto instintivo.

   La ciudad es un deambular sometido a miradas que disimulan o juzgan y sobre ellas camina, o flota, Fermín, lo sigue un perro que comparte la ilusión de la ternura, la compasión y el desagrado, el miedo y la preocupación, la  dicha o la muerte, a veces se queda atrás mientras Fermín avanza por las calles, pero siempre es puntual para situarse a los pies de éste cuando encuentra un buen lugar para sentarse y volver a fijar su mirada libre de prejuicios sobre la nada, de vez en cuando alguien los alimenta a ambos y él agradece con un sonrisa oscura que revela que hace tiempo, mucho tiempo, perdió la alegría y solo sonríe por cortesía. Normalmente camina en línea recta, lo rutinario de la locura, aunque no parezca, quizás en el desorden existan los puntos de retorno que le permiten cambiar de dirección.

   Después del sol o la lluvia, de la frazada solidaria o el desprecio, de la noche inoportuna imposible para conciliar el sueño, del hambre disfrazada, de la crisis que obliga a buscar un rincón y abrazarse de las piernas esperando que las voces en su cabeza se callen para siempre, que el llanto no vuelva a aparecer más nunca por esos ojos que miran fijamente al horizonte y que han perdido la capacidad de la tristeza y que, sin embargo, parece permanente; después de muchos días, el retorno a aquella casa antigua de vigas de madera carcomidas por el tiempo, que ofrece una especie de cueva llena de basura donde es posible encontrar refugio y donde aquella puerta que se cierra a su espalda da la bienvenida.

   Lejos muy lejos, en otras geografías y en otros tiempos, bajo otro cielo un cartel pegado en un poste hablaba por sí mismo, con una tristeza traída del pasado que alcanzaba a describir que hacía tres años que había salido de su casa y que seguía la búsqueda, mientras que, en otros horizontes, al fondo de una casa que se sostiene por la historia y que ofrece precario refugio, un hombre bajo la última viga de madera carcomida, sobre cartones y papeles duerme esa noche para no despertar jamás.

   

® Erick Sandoval

1 comentario:

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