domingo, 30 de enero de 2022

''Hay días circulares'' ®AEcheverría


 Días como rayas que se extienden hacia el infinito

días elipses días curvos

cuadrados días en las que nos sentimos calvos

días triangulares donde todo es risa que risa

hay días que son todo un trapezoide

días prismas

días rectos que llegan rápido a donde deben de llegar

días que son esféricos a punto de reventar

pero mis peores días

los que más me agradan

son esos días cónicos

en los que puedo fluir hacia abajo

donde no hay salida. 

 

 

®AEcheverría

martes, 18 de enero de 2022

''Déjame ya silencio'' ®AEcheverría


 Apártate

para que se abran los ramajes

las nubes las enredaderas todas

 

ella apareció y pude ver sus alas

la perdí en el ruido y la desesperación

en esos soles que se elevan globos

sobre la ciudad

 

la tranquilidad me sofoca

necesito rodar sobre los montes

espinar los pensamientos los muslos

este costillar al que ahora le haces tanta falta

 

a qué la luz que filtra en el estancado oleaje

este lodazal de la esperanza en que me he perdido

para qué si tus huellas en el horizonte

brillos de la luz     la amplia cegadura

 

que el ruido y la tormenta acallen su nombre

mis párpados no volverán a cerrarse

y para no mirarla dejaré de dormir

 

 

®AEcheverría

 

domingo, 9 de enero de 2022

''Camila'' ®Eduardo Saravia


 Camila es una mujer joven bella aislada de su tribu en el Congo (Sudáfrica). Criada solo para obedecer a sus padres, hasta su adultez.

A los 23 años ella estaba escogida para contraer matrimonio, pero sus padres ancianos no sabían darle por esposo a Camila, era muy diferente a las demás mujeres, decían que el viento soplo en contra sobre su rostro, jamás el sol la beso como a las otras niñas, es por ello que la propia tribu la alejaba con su indiferencia, a veces con maltrato, pero sus padres luchaban con aquel mal augurio que propinaba a la comunidad.

Una de tantas noches, no concebía sueño y decidió salir de la comunidad, Camila sintió ser libre en la oscuridad, no escuchaba reclamos, o alguna culpa de que las cosas iban mal en la tribu, esa noche sólo caminaba sin rumbo, sin temer a las hienas o leones que acechaban entre los matorrales.

Solo desea caminar bajo aquella oscuridad, llego hasta la orilla del rio donde todos los animales toman de ella, a sabiendas que los cocodrilos acechaban a escondidas en estas aguas apacibles y calmas

Se arrodilló ante aquel extenso rio, con un suave movimiento de sus manos tomo de esa agua, después de tomar aquel sorbo, se recostó sobre aquel arbusto junto a la orilla del rio quedando profundamente dormida.

Al despertar no tuvo miedo a nada que pueda hacerle daño, los animales no se acercaban, era como algo sagrado para todos o algo diabólico para no querer enfrentarse, Camila asustada levanto su frágil cuerpo de aquel lugar con un abrazador sol que deshidrataba a quien se quedara expuesto a ello.

Grande fue su sorpresa al ver aquel rio seco, sin vida con animales agonizando lentamente, con restos no reconocibles, entre ellos huesos humanos momificados en posiciones de clemencia. Quizás rituales ancestrales que no se sabe realmente.

Ese lugar era horrendo, terrorífico, no existe una pizca de vida, ella atemorizado atino a correr sin detenerse sin voltear tan solo para tomar un poco de aire y seguir, no se detendrá para nada hasta llegar a su destino.

Estaba exhausta, asustada por lo acontecido, pensó por un momento en no decir aquel suceso, tarde o temprano se enterarían, la maldición no se detiene

¿Todo apuntaba a ella?

Camila no encuentra una explicación, solo quiere arrancarse la vida de una sola vez, o seguir corriendo y alejarse de su tribu que la señalaba de mala suerte

La ausencia de agua seria la razón de que ellos no sobrevivan, que será de ellos ante un rio seco sin vida, un fin catastrófico.

Ya la tribu ya estaba destinada a extinguirse, los brujos lo predijeron, hablaban de un ente maligno que se llevara la vida, secara todo lo que toque, todo lo que mire sufrirá por varios días, luego morirían sin poder curarla, pero lo que nunca predijeron aquellos brujos es que la muerte era bella vestida de mujer, llamada Camila.

 

®Eduardo Saravia

jueves, 6 de enero de 2022

''Los Globos de Colores'' ®Yohana Anaya Ruiz


 Este cumpleaños iba a ser especial. O, al menos, eso esperaba María Elena mientras colocaba algunos vasos sobre la mesa del salón. Los invitados estarían a punto de llegar y corrió hacia el baño para pintarse los labios. El espejo mostraba la imagen de una joven sonriente que guardaba en su mirada mil sueños por cumplir.

María Elena creció en un pequeño pueblo de Cuba. Desde pequeña había estado a cargo de sus hermanos y del cuidado del hogar hasta que se enamoró de Carlos, un joven español que estaba de viaje por la zona. El flechazo fue instantáneo por ambas partes y comenzaron una relación a distancia. Meses después, cuando los kilómetros dolieron demasiado, María Elena voló hacia una nueva vida. Tenía veinte años cuando agarró aquel billete de avión y no miró atrás, borrando de su futuro a su familia y sus amigos.

Ella y Carlos estuvieron viviendo en Madrid durante dos meses con los ahorros que tenía él hasta que encontró trabajo en Torremolinos en una agencia de viajes. Cuando se mudaron y María Elena vio la playa, el paseo marítimo y las calles repletas de tiendas supo que aquel era su sitio. Había encontrado el lugar perfecto para ella.

Por las mañanas, mientras Carlos trabajaba, ella se ponía las sandalias y paseaba por la playa hasta que se hacía mediodía. Se lavaba los pies para eliminar toda la arena y se acercaba a alguna tienda cercana para comprar la comida para el almuerzo. Normalmente, deambulaba por calles pequeñas, por las que apenas había transeúntes y disfrutaba perdiéndose por la zona, descubriendo nuevos rincones. Su estación favorita era el invierno porque era cuando las calles del centro estaban menos abarrotadas y podía caminar despacio, parándose a ver cada escaparate mientras notaba el frío deslizándose por su haori.  

María Elena nunca dejó de buscar trabajo. Necesitaba independizarse económicamente y dejó su currículum por todas las tiendas de la zona. Pasaron los días, pero no recibió ninguna propuesta. Carlos le decía que tuviese paciencia, pero se dejó caer en un bucle de negatividad e impotencia y sustituyó las visitas a la playa por horas inertes días mirando el teléfono y anuncios en el periódico. Poco antes de perder toda esperanza de encontrar un trabajo, recibió una llamada de teléfono. Una óptica estaba interesada en hacerle una entrevista y, pocos días después, empezó a trabajar en ella.

Carlos quiso celebrarlo invitándola a cenar. María Elena se puso su mejor vestido, pero Carlos solo tenía ojos para fijarse en su sonrisa. Ella había vuelto a ser aquella chica alegre que había conocido en Cuba y la cubrió de besos sin que ella entendiese lo realmente agradecido que se sentía de volver a verla tan feliz, tan ella.  

Aquel día Carlos cumplía 30 años. Las manos le temblaban. Llevaban dos meses sin verse porque él se había marchado a Latinoamérica a ayudar con una ONG en un pueblo desfavorecido. Ella miró en el móvil por dónde iba el avión, pero no había avanzado desde hacía dos horas. Pensó que aquello era imposible, que ya debería de estar llegando a Málaga.

Los invitados fueron llegando, las horas pasaron al principio rápido, con risas y anécdotas, y luego despacio, deslizándose lentamente por la pantalla del móvil de María Elena. Carlos tenía el móvil apagado y la compañía tampoco cogía el teléfono. Todos empezaron a impacientarse y el calor se notaba en el ambiente. María Elena encendió el nuevo aire acondicionado que habían comprado pocos meses atrás y ni siquiera el aparato rompió el silencio que empezó a reinar en el salón.

Dieron las nueve de la noche y las patatas se habían acabado, al igual que los refrescos. El hielo ya era agua caliente sobre el recipiente.

Optaron por tranquilizarse poniendo la televisión. Mientras, María Elena reubicaba por quinta vez los globos llenos de helio esta vez al lado de la ventana. De repente, el instante inefable se pudo palpar por cada uno de ellos. Todos estaban viendo cómo un avión se había estrellado contra un terreno deshabitado cerca de Málaga. La reportera hablaba rápido, diciendo datos como si estuviese leyendo la lista de la compra. María Elena solo pudo escuchar “ningún superviviente” y el número del avión donde iba Carlos. No quiso seguir escuchando. Más bien, no pudo. Soltó la cuerda y los globos se escaparon por la ventana. Volarían hasta desaparecer. Igual que Carlos.

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Un coche giraba en una rotonda. Una mujer y su hijo deseaban llegar a casa para cenar y acostarse. Aquel había sido un día largo para ella y solo pensaba en tumbarse en el sillón y ver tranquilamente las aburridas noticias mientras no pensaba en nada.

-Mira, mamá, ¡son globos!

- Sí, cariño. Estarán celebrando algún cumpleaños. Ponte bien el cinturón.

-Mamá, ¿yo puedo tener globos como esos para mi cumpleaños?

- Claro que sí, pequeño.

El niño se quedó pegado al cristal del coche viendo como todos aquellos colores ascendían despacio, bailando al son de la marea del viento, deseando que su fiesta de cumpleaños fuese tan divertida como aquella en la que habían usado aquellos globos tan bonitos.

 

®Yohana Anaya Ruiz

martes, 4 de enero de 2022

''La edición española'' ®Alejandro Lanzagorta


 Había pasado cientos de años detrás de un mostrador en espera del siguiente cliente de aquella librería infinita. Estos entraban a capricho de Poderes que él no controlaba, así que tenía mucho tiempo disponible.

Tal vez de eso se trata. De pensar una y otra vez sobre los errores y las miles de maneras de no haberlos cometido o de haber resuelto las situaciones en formas más adecuadas.

Ya se había acostumbrado al procedimiento: En cuanto entrara un cliente cada libro en la Librería sería el mismo. Escrito en todos los idiomas, en todas las presentaciones. El libro sería el indicado para las preguntas del cliente, preguntas pasadas y futuras, en él encontraría consuelo, sabiduría, información; lo que necesitara. Un libro distinto cada vez para cada cliente en particular. Él, como encargado, debía ayudar a que se decidiera por una u otra edición del libro.

Solo una vez se encontraba la Librería. Solo una oportunidad de tener tus respuestas. Un cliente a la vez, un libro. Era una responsabilidad grande. Él entendía que la vida de esas personas estaba en sus manos y que sus decisiones las afectaban.

II

El cliente insistía en que el librero encontrara un ejemplar en particular

-Debe ser la edición española del siglo XVII editado por el Conde de Mejía y Albanda, pasta dura e ilustraciones de Cosío Ortega.

- Entienda la situación, señor- replicaba el librero- Era una edición condenada por la Iglesia, cada copia de ella fue destruida. Incluso les costó la vida al Conde y al ilustrador. Le ofrezco éste, es una buena edición de mediados del siglo XX

- ¡No! - el cliente golpeó el mostrador-. En esta librería he visto ediciones de todo tipo. ¡El libro debe de estar aquí!

La situación era extraña. Los clientes venían con dudas, miedo, depresión incluso. Un cliente tan determinado por obtener una edición en específico…algo no estaba bien. 

Decidió revisar la información sobre esa edición. Casi nunca necesitaba llenar su cabeza con los datos o la historia del libro que aparecía; solo la información más general. Después de todo, las preguntas eran las del cliente, no las suyas. 

Lo que encontró lo llenó de horror. El libro y sus ilustraciones eran la descripción de actos y rituales hechos con el afán de hacerse de poderes malignos. El librero siguió buscando en específico el porqué de esa edición, aunque empezaba a imaginarlo. Y así fue. La edición española era la fuente primaria de ese conocimiento, la fuente más pura, sin problemas de traducción o fallos en las ilustraciones. ¿Qué tipo de persona encontraría sus respuestas en un libro así? Y mientras se desplomaba en su silla tras el mostrador llevándose las manos a la cabeza miró la edición que había aparecido frente a él. Una edición más moderna, muy expurgada de información realmente importante o trascendental, un mamotreto absurdo para consumo de los que se creían oscuros.

Este ejemplar era el que solía acabar en las manos del cliente. Abrumado por todas las ediciones se acercaba al librero para preguntar y después de hablar sobre cualquier cosa, el cliente tomaba el libro, abría una página al azar, leía algo que le era adecuado y se decidía por él.

El librero se levantó tras el mostrador.

El cliente seguía buscando con determinada desesperación entre los anaqueles; ya tenía pilas de libros en el suelo y seguía vaciando los estantes. Su voluntad era muy grande. Virtud que el librero reconocía, pero el problema era el propósito de esa voluntad. El libro era demasiado peligroso en cualquier lugar o momento, no debía ser encontrado. La edición española debía permanecer a su resguardo. Se decidió. Lo tenía que sacar del local. El cliente debía perder la oportunidad de encontrar el libro.

Sin saber qué hacer se acercó al cliente mientras evitaba los libros en el suelo y se situó a su lado. 

- ¿Qué? ¿Ya lo encontró? -preguntó el cliente.

- No…. Y no pienso hacerlo-dijo el librero

- El cliente siempre tiene la razón, mi amigo. Siga buscando.

- No

El cliente se detuvo y lo vio desde su altura. El librero le llegaba al pecho. 

- ¿En serio cree que tiene posibilidades contra mí? - el cliente sonrió seguro.

- Habrá que evaluarlas. Es mi deber.

- A usted no le pasará nada. Aquí, en su prisión, estará a salvo. ¿Por qué debería importarle?

- Es mi deber, ya le dije

El cliente asintió y habló en una lengua que el librero no pudo comprender. Éste se sorprendió

- Exacto. Puedo hacer cosas más allá de los poderes de este lugar.

 - ¿Quién es usted?

- Somos-recalcó el cliente-, lo que está después.

La campanilla de la puerta sonó al entrar alguien más al local. No podía ser; un cliente a la vez. El librero miró hacía los anaqueles; no cambiaron. El nuevo cliente también buscaba este libro.

- Somos lo que vendrá.  

La campanilla repitió su sonido

- Somos lo que no puede ser detenido.

Campanilla. El librero supo que lo estaban comenzando a rodear por el sonido de pasos en los corredores cercanos.

- Somos una idea a la cual le ha llegado su momento.

La campanilla sonó una última vez. Los anaqueles seguían mostrando el mismo libro.

El librero se retiraba hacia el mostrador. En su rostro se notaba el terror que comenzaba a llenarlo. Su respiración se aceleró sin control. Ningún arma, nada con que defenderse. “El libro no cambió. El libro no cambio. ¿Por qué? ¿Por qué?”

Todos los pasillos coincidían en el mostrador; había que hacer que los clientes siempre llegaran a él. Desde cada uno de los pasillos, figuras iguales lo veían. Figuras iguales al primer cliente. Esta última visión hizo que el librero se derrumbará. “El mismo cliente, el mismo libro.” Gateó balbuceando el último metro y se recargó con la espalda hacia el mostrador. “El mismo cliente, el mismo libro”.

Todas las figuras sonreían. Una sonrisa de triunfo anticipado, de seguridad en el futuro.

- Lleva mucho tiempo aquí, ¿verdad? ¿Hace cuánto que no se comunican con usted?

El primer cliente comenzó a caminar hacia él a través del pasillo central. No dejaba de mirarle fijamente. 

- Un pobre peón asustado, abandonado a su suerte en medio de un conflicto que lo supera. Triste. La edición española será nuestra. Muchos más como nosotros vendrán ahora que sabemos dónde está su local, y entre todos la encontraremos.

Las demás figuras comenzaron a acercarse también.

 

®Alejandro Lanzagorta

lunes, 3 de enero de 2022

''Ojos sobre la mesa'' ®Angie Carolina Eraso Jaramillo


Un gesto impulsivo, después de un roce en el tren, los llevó a un café. Aún sin decir una sola palabra -pues ya todo estaba escrito-. Desfiguraron el tiempo y trazaron una línea imborrable con la marca de sus huellas (sin saberlo).

Sobre la mesa depositaban los ojos mientras convertían las palabras en los puentes invisibles de sus deseos y entonces, sin tacto, sin vista, sin gusto, conocían el misticismo de las almas fusionando sus rincones.

Pero nada más ingrato que el silencio para los externos: era un cuadro insuficiente. ¿Cómo iba a ser lógico que dos se sentasen y reposaran sus bebidas en un triángulo de madera para no decir ni una sola palabra?

¿Serán mudos?

-Pero no hay lenguaje de señas, ni gestos, ni abrazos

¿Serán ciegos?

-Quizá

Se reconoce en el amor una desconexión de lo palpable y comienza a verse como un reconocimiento inexplicable donde el arte es creador. 

 

®Angie Carolina Eraso Jaramillo