Existen momentos
en donde desearíamos ser algo más de lo que somos actualmente. Rescatar cenizas
que se han perdido tras cada error que cometimos. Tal vez eso fuera posible si
nos observamos detenidamente, tratando de hacer fluir nuestra percepción hacia
campos no explorados.
Ramón Campos, empezó a peinarse cada
día en aquel tocador que había regalado a su esposa Martha desde ese décimo
quinto aniversario. El gran espejo que portaba, tenía una foto de ambos,
partida a la mitad, y por ello ella nunca utilizaba ese mueble. Posiblemente
había sido una buena idea regalarle ese detalle, ella siempre lo había deseado,
pero por mala fortuna (y tal vez descuido) él tuvo que atender diversos
pendientes ese día, motivo que lo hizo llegar hasta muy tarde a la casa, donde
su esposa lo esperaba con una cena que elaboró con un poco de cariño, tratando
de pensar bien en ese día tan especial para ambos. Cuando Ramón llegó a la
medianoche, Martha estaba enfurecida, tanto que le aventó su plato de comida a
la cara, acto que hizo enojar aún más a su desafortunado marido.
Ambos tuvieron una acalorada
conversación, en donde Campos trató de excusarse, explicando que debió de
acudir a una junta del colectivo de transportistas, para el colmo su celular se
había descargado y no encontró ningún enchufe dónde cargarlo. Su esposa le
insistió que debió haber buscado a algún compañero que le prestara un mensaje,
ante lo que le contestó, que nadie de los cercanos tenía saldo para hacerle ese
favor. Fueron tantos los pretextos que solamente Ramón sabía que eran realidad,
pero ante lo cual su desilusionada esposa no creyó ninguna palabra. A pesar de
la incomodidad, Ramón trató al final de entregarle el regalo, sin recibir la
reacción tan significativa que esperaba. Sin importar esto, él la instaló y ahí
quedó en su dormitorio, mueble que se encargó de ser lugar de muchas de los
objetos de la habitación, tal como ropa tirada, juguetes que dejaban los niños
y periódicos apilados que dejaba ahí Ramón.
El hombre de cuarenta y cinco años
de edad se observó en el espejo, admiró su rostro lleno de barba, esta le
crecía rápido y cuando tenía tiempo se la quitaba, también su cabello estaba
lleno de algunas canas que le habían empezado a salir, tenía gordos cachetes,
al igual que su complexión, realmente el trabajo le absorbía y cuando llegaba a
casa, solamente quería descansar. Aunque su esposa hacía ejercicio en
ocasiones, él mejor disfrutaba de darse una siesta después de comer
tranquilizar el cuerpo tras una acelerada jornada de transportista público en
la ciudad de Tuxtla Gutiérrez. Observarse en ese espejo que había acumulado
polvo era habitual, ante lo cual siempre reflejaba al mismo hombre dejado, al
mismo pobre diablo sin más anhelos que los que había dejado en el pasado. Ya
eran las seis de la mañana y aún tenía un poco de sueño, pronto cerró los ojos
por un momento y tras abrirlo en un estado de alerta de no quedar dormido, pudo
notar algo extraño en aquel reflejo del cristal. Ahora él portaba un elegante
traje, portaba una corbata y tenía muy bien recortada la barba, llevaba lentes
y sonreía, al otro lado del espejo, todo en el cuarto estaba en orden, un
armario por detrás con muchos trajes, un diploma pegado en la pared y hasta
tenía un Rolex en su mano. Esta aparición le sonrió y saludó, se miraba tan
feliz. En comparación al desordenado cuarto de Ramón, en donde solamente
existía un calendario mal clavado por detrás y portaba la típica playera de
asociación de transportistas y un reloj Casio que había comprado en su
juventud. Sus grandes ojeras eran evidentes y su casual rostro de
inconformidad. Se frotó la cara y tras eso, el reflejo fantasmal desapareció,
dejando su insulsa apariencia. Ya era tarde y se fue a sus labores. Los niños
dormían y ahí estaba también su esposa, la fodonga y enojona de Martha.
Cuando conducía en la típica Urvan
de su ruta en dirección a su estación, Ramón no tardó en pensar en aquel
diploma en ese espejismo y recordó su pasado profesional frustrado. Estudiaba
Contaduría y estaba a un año de finalizarlo, lamentablemente en ese momento
había salido embarazada su novia, una muy guapa y brillante Martha Palacios. Se
tenían mucho cariño, pero ambos eran de bajos recursos, detalle que lo obligó a
dejar la carrera y tuvo que dedicarse a buscar un trabajo, donde un amigo suyo
le abrió un espacio como chofer de colectivo. La paga era regularmente buena,
para un muchacho que nunca ha percibido un gran salario, por lo que sin más
opción y ante la urgencia de tratar la condición de su pareja, tuvo que aceptar
y trabajar en ello. Posteriormente llegó el registro civil, la boda y el
nacimiento de su primer niño, el hermoso Tomás Campos Palacios, querido
primogénito de aquella joven pareja. Tal vez su ansiado título había quedado atrás,
pero ahora al menos tenía una familia saludable en compañía de su ahora
conflictiva esposa, donde las peleas sobre la administración del dinero y celos
nunca faltaba. Se miró con incomodidad al retrovisor y frunció el ceño, ¿acaso
era esto lo que debía vivir?, pensó con tristeza y prosiguió su camino.
El día siguiente empezó con la misma rutina; preparar su café desde
temprano, bañarse y cambiarse con la ropa que dejaba planchada su esposa una
noche anterior y sentarse para peinarse. Aquella mañana se había afeitado y
trató de sonreír al espejo, tan pronto pestañeó, otro hombre salió en el
reflejo. Ahora no era él, sino el licenciado Antonio Medina, un profesor al
cual siempre le tuvo aprecio en la universidad, un hombre exitoso, con buen
empleo, muy famoso entre las mujeres y un gran maestro. Ramón siempre quiso ser
como él, tratar de alcanzar los manjares del éxito que ahora disfrutaba.
Ansiaba terminar la licenciatura y lanzarse al sueño de tener un buen puesto de
trabajo, ganar muy bien y tener su propio auto, mujer hermosa y viajes al
extranjero, cada vacaciones. “Busca y persigue tus sueños, todos podemos
alcanzarlos”, mencionó aquel hombre con un traje parecido a su anterior yo,
solo que, con una barba de candado, calvo y con una mirada penetrante. “Creen
en ti, como yo lo hice en su tiempo, si no… ¿Quién lo hará?”, sentenció y se
esfumó entre el vapor de su taza de café. Aquel maestro siempre había sido su
ídolo en su juventud. ¿Cuántas promesas no había cumplido desde aquel entonces?
¿Cuántas veces se había fallado a sí mismo?
Mientras desayunaba en una fonda económica, un joven se acercó a su mesa
y le extendió un folleto. Ramón lo revisó y se trataba de una famosa
universidad privada. “Estudia aquella carrera y alcanza tus sueños”, decía en
palabras grandes como encabezado. Tras terminar de comer, Campos guardó aquel
papel en su libreta de notas y volvió a su trabajo.
Una noche no podía dormir, se había peleado con Martha, porque el dinero
en la casa no ajustaba y necesitaban pedir un préstamo para comprar más ropa a
su hijo. Ramón no quería deber al banco, conocía a muchos de sus familiares con
problemas de deudas y mucho menos alguien le iba a prestar. Con molestia le
prometió que lo resolvería, ante lo cual se levantó a pensar. Su mujer ahora aplicaba
la ley del hielo: ni una palabra, ni un gesto.
¿Ahora qué haría?
Tan pronto tardó viéndose en el espejo, el mismo fenómeno no tardó en
ocurrir. Ahora estaba él, había abierto un Champagne y sirvió dos copas, había
globos flotando en el cuarto y pronto se acercó una mujer. Era una vieja y
preciosa amiga, su amor platónico, Gabriela Orantes, una excompañera de la
universidad. La hermosa mujer se acercó y abrazó a su clon paralelo, se besaron
y brindaron juntos. Ambos rebosaban de alegría. Ramón volteó para atrás y buscó
algún vestigio de lo que miraba al otro lado, pero nada se manifestó. Tras
dirigir la vista, la ilusión se había esfumado. ¿Acaso se estaba volviendo
loco?, se preguntó en repetidas ocasiones. Sin encontrar respuestas, se fue a
dormir con incertidumbre. Aunque pensaba en aquel folleto, ¿cómo podría
estudiar en aquel momento lleno de crisis financieras?
En su cabeza pasaron aquellas posibilidades que dejó ir en su juventud.
Tal vez si hubiera elegido o actuado de otra forma, las cosas debían de ser
distintas. Si tan solo hubiera terminado aquella carrera, si tan siquiera
hubiera conocido mejor a su entonces esposa Martha, de cómo existirían celos
enfermizos en el futuro, de cómo su vida se volvería añicos.
Sin pensarlo más, trató de tener una perspectiva positiva de todo.
Ciertamente las cosas no eran como realmente quisiera, pero trabajando duro y
enfocando mejor sus energías, tal vez en el futuro podría lograr algún cambio
significativo. En los siguientes días, trató de estudiar por las tardes, invitó
a su esposa a salir a correr y hacer ejercicio, ayudó a su muchacho en las
tareas del colegio y lo más importante, arregló las cosas con Martha y por fin
ella utilizó el tocador que le había regalado. Ramón trató de perseguir de
alguna forma sus sueños, en trabajar en él, para luego cambiar su entorno. De
seguro algo interesante pasaría, tratando siempre de perseguir sus espejismos
matutinos.
®Ajedsus Balcázar Padilla