sábado, 29 de abril de 2023

''Ángeles'' ® Míster Scandiacus


Oh, hay un montón de ángeles rodeándome,

Están intentando ayudarme,

Pero no puedo alcanzarlos,

Están demasiado lejos de lo que quiero llegar,

Están demasiado lejos para salvarme.

 

¡Oh, ángel de la esperanza!

No puedo dejarte volando ahí por siempre,

Está bien dejarme aquí,

Estaré bien con ello.

¡Oh, dulce ángel!

Vive una vida buena y acompaña a alguien más.

 

¡Oh, dulce ángel del miedo!

Estoy aquí, y te tengo junto a mí,

Aterrado por lo que vendrá,

Pero también debes irte,

Estaré bien con ello,

¡Oh, dulce ángel del miedo!

Estoy demasiado lejos de casa,

Y tú demasiado lejos de mí.

 

Ángeles,

Algún día estaré listo para ir con ustedes.

¡Oh, ángeles!

Algún día rogaré por la salvación.

¡Oh, ángeles!

Déjenme aquí, por favor.

 

¡Oh, ángeles!

Está bien dejarme aquí.

Estaré bien con ello.

¡Oh, dulces ángeles!

Estoy demasiado lejos de casa,

Y ustedes demasiado lejos de mí.

 

® Míster Scandiacus (Guadalajara, Jalisco, México)

 


viernes, 28 de abril de 2023

''Estamos aquí sentados'' ® Adriel Gómez


Estamos sentados aquí, con la misma idea de que no hay nada que se parezca más a la eternidad que esta aula. Al igual que en el Paraíso, no hay localidades; todas las sillas están ocupadas. Ricardo se sigue entreteniendo tirándole de los moños a Lucinda, aburrido ya de hacer rugir, con el habitual sonido de su garganta ronca, el peinado “motoneta” de Maidelín. Y Félix le pega cocotazos al bobo de Pepe Gutiérrez, sentado justamente delante; el Tiri no se inhibe a la hora de cerrar los ojos para extenderse en las largas dormidas que cada uno de nosotros quisiera compartir con él en medio de esta clase aburrida; Fredi, el loco, no deja de hacerle muecas a Amado. Taciturno, Lorenzo Ortiz no ha escuchado nada de la explicación de la profesora. Supongo que recuerda a su última amante, mujer por lo menos doce años mayor que él, como todas las otras que ha tenido, y se deleita con los recuerdos de su gusto por la experiencia adulta en materia amorosa. No hace más que mirar por la ventana, el brazo apoyado en el marco inferior, la mano sobre la frente, los dedos entre los cabellos. Mira y mira, parece querer deshojar aquel árbol, ya deshojado por este otoño tropical; mira, sin saber que lo miran los ojos de Esther, sentada dos sillas más atrás, callada, absorta, enamorada... Iván y Vladímir cuchichean. La fila de la izquierda, encabezada por la portentosa Nadia, se mantiene atenta a la clase, o quizás están a la expectativa, esperando el toque del timbre. 

A mi lado está sentada Aydée. Cuánto daría yo porque se levantara Ana su saya por encima de la rodilla con la misma gracia que lo hace Aydée. ¿Por qué el número de la lista me arrojó a sentarme aquí en la fila intermedia del aula, entre estas dos muchachas tan ajenas al aula, tan presentes en mí por los siglos de los siglos?

Sí, estamos sentados aquí, como casi todos los días. Son veinticinco mundos en total, sobre la dura madera de los pupitres, sumidos en la nebulosa de su propio instante. Yo también estoy sentado. Pero mi tiempo es diferente al de los demás: mi tiempo es un instante indeciso. Tengo sobre mis piernas un libro de Dostoievsky, y trato de viajar por el universo de sus momentos místicos.  

Imagino, ¿o es que lo sé bien? Aydée será la madre de mis hijos; Ana me los criará. ¡Malditos mis ojos hechos para ver el destino!

Pero no me los voy a arrancar. Aunque me mientan son simplemente mis ojos. Y ellos han visto las voces de estas dos jóvenes que me flanquean.

No importa que Aydée sea divertida y le gusten las fiestas en casa de Fredi el loco. Ella reconoce en mí cualidades que se avienen más con el carácter plácido y soñador de Ana, y le agradan esos rasgos míos, los necesita como un sedante. Ellas, las dos, me dicen: “No eres como los demás. Eres intelectual. Eres un ángel”. Sí, yo no soy Fredi “el loco”, no soy Lorenzo Ortiz o la portentosa Nadia. Yo soy simplemente bueno.

Y tengo estos ojos que han escuchado el gemir placentero de Aydée, la más erótica de ellas dos, mientras hacíamos el amor sin que estuviese enamorada, sino impactada, ausente de su tiempo. Y mis ojos están viendo el amor de Ana, sumida para siempre en mis instantes, inseparable después del primer encuentro y de la primera palabra. Ana sostiene una criatura en sus brazos. Es el hijo de Aydée, es mi hijo. Ana adora a ese niño y a su padre, y mira con celo a Nadia cuando visita nuestra casa. Se lo presenta satisfecha a Esther que quisiera tener uno, no igual al mío, sino igual a Lorenzo Ortiz”. “¿Dónde está Fredi, el loco? “Me han dicho que se fue de Cuba”. Fredi el loco, con sus arrebatos de júbilo, al fin sin títulos, sin profesores, sin turnos de clase; Pepe Gutiérrez es ingeniero y Félix militar. Con todo, seguimos sentados aquí.

Se me han desprendido los instantes como las páginas del libro. Es como una angustia que golpea en la paciencia. Pero tengo que esperar.

Cuando observo por la ventana el otoño, es el mismo otoño de hojas caídas sobre mi tiempo. Me decido a mirar las piernas de Aydée. Ella sonríe sutilmente, contemplándome con el rabillo del ojo. Yo también sonrío. Habrá que esperar a que termine el turno para sacarla por completo de su instante particular... Mientras más la escucho, más veo a Ana, la ecuánime Ana, la diligente Ana, con el niño en los brazos. Y entonces me pregunto: “¿Qué ha sido de ti Aydée? ¿Dónde has estado todos estos años?”.

 

® Adriel Gómez

 

 

 

 

 

 

 

 

jueves, 27 de abril de 2023

''Obstrucción'' ® Alejandra Durán


Es así, sencillo,  

vas caminando, te caes.

No viste el hoyo,

la zanja,

las grietas que anunciaban ese hueco.

 

Estás en el suelo,

a nadie le importa.

 

Te ensuciaste,

a nadie le importa.

 

Para quien te vio a lo lejos

siempre serás la mujer sin nombre,

la que se cayó y dio vergüenza.

 

Lo contará, reirán todos.

 

Serás marginada.

 

No importa que haya pasado hace años,

no importa que hoy ya no estés ahí.

 

® Alejandra Durán

martes, 25 de abril de 2023

''A través de mí'' ®Ajedsus Balcázar Padilla


Existen momentos en donde desearíamos ser algo más de lo que somos actualmente. Rescatar cenizas que se han perdido tras cada error que cometimos. Tal vez eso fuera posible si nos observamos detenidamente, tratando de hacer fluir nuestra percepción hacia campos no explorados.

            Ramón Campos, empezó a peinarse cada día en aquel tocador que había regalado a su esposa Martha desde ese décimo quinto aniversario. El gran espejo que portaba, tenía una foto de ambos, partida a la mitad, y por ello ella nunca utilizaba ese mueble. Posiblemente había sido una buena idea regalarle ese detalle, ella siempre lo había deseado, pero por mala fortuna (y tal vez descuido) él tuvo que atender diversos pendientes ese día, motivo que lo hizo llegar hasta muy tarde a la casa, donde su esposa lo esperaba con una cena que elaboró con un poco de cariño, tratando de pensar bien en ese día tan especial para ambos. Cuando Ramón llegó a la medianoche, Martha estaba enfurecida, tanto que le aventó su plato de comida a la cara, acto que hizo enojar aún más a su desafortunado marido.

            Ambos tuvieron una acalorada conversación, en donde Campos trató de excusarse, explicando que debió de acudir a una junta del colectivo de transportistas, para el colmo su celular se había descargado y no encontró ningún enchufe dónde cargarlo. Su esposa le insistió que debió haber buscado a algún compañero que le prestara un mensaje, ante lo que le contestó, que nadie de los cercanos tenía saldo para hacerle ese favor. Fueron tantos los pretextos que solamente Ramón sabía que eran realidad, pero ante lo cual su desilusionada esposa no creyó ninguna palabra. A pesar de la incomodidad, Ramón trató al final de entregarle el regalo, sin recibir la reacción tan significativa que esperaba. Sin importar esto, él la instaló y ahí quedó en su dormitorio, mueble que se encargó de ser lugar de muchas de los objetos de la habitación, tal como ropa tirada, juguetes que dejaban los niños y periódicos apilados que dejaba ahí Ramón.

            El hombre de cuarenta y cinco años de edad se observó en el espejo, admiró su rostro lleno de barba, esta le crecía rápido y cuando tenía tiempo se la quitaba, también su cabello estaba lleno de algunas canas que le habían empezado a salir, tenía gordos cachetes, al igual que su complexión, realmente el trabajo le absorbía y cuando llegaba a casa, solamente quería descansar. Aunque su esposa hacía ejercicio en ocasiones, él mejor disfrutaba de darse una siesta después de comer tranquilizar el cuerpo tras una acelerada jornada de transportista público en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez. Observarse en ese espejo que había acumulado polvo era habitual, ante lo cual siempre reflejaba al mismo hombre dejado, al mismo pobre diablo sin más anhelos que los que había dejado en el pasado. Ya eran las seis de la mañana y aún tenía un poco de sueño, pronto cerró los ojos por un momento y tras abrirlo en un estado de alerta de no quedar dormido, pudo notar algo extraño en aquel reflejo del cristal. Ahora él portaba un elegante traje, portaba una corbata y tenía muy bien recortada la barba, llevaba lentes y sonreía, al otro lado del espejo, todo en el cuarto estaba en orden, un armario por detrás con muchos trajes, un diploma pegado en la pared y hasta tenía un Rolex en su mano. Esta aparición le sonrió y saludó, se miraba tan feliz. En comparación al desordenado cuarto de Ramón, en donde solamente existía un calendario mal clavado por detrás y portaba la típica playera de asociación de transportistas y un reloj Casio que había comprado en su juventud. Sus grandes ojeras eran evidentes y su casual rostro de inconformidad. Se frotó la cara y tras eso, el reflejo fantasmal desapareció, dejando su insulsa apariencia. Ya era tarde y se fue a sus labores. Los niños dormían y ahí estaba también su esposa, la fodonga y enojona de Martha.

            Cuando conducía en la típica Urvan de su ruta en dirección a su estación, Ramón no tardó en pensar en aquel diploma en ese espejismo y recordó su pasado profesional frustrado. Estudiaba Contaduría y estaba a un año de finalizarlo, lamentablemente en ese momento había salido embarazada su novia, una muy guapa y brillante Martha Palacios. Se tenían mucho cariño, pero ambos eran de bajos recursos, detalle que lo obligó a dejar la carrera y tuvo que dedicarse a buscar un trabajo, donde un amigo suyo le abrió un espacio como chofer de colectivo. La paga era regularmente buena, para un muchacho que nunca ha percibido un gran salario, por lo que sin más opción y ante la urgencia de tratar la condición de su pareja, tuvo que aceptar y trabajar en ello. Posteriormente llegó el registro civil, la boda y el nacimiento de su primer niño, el hermoso Tomás Campos Palacios, querido primogénito de aquella joven pareja. Tal vez su ansiado título había quedado atrás, pero ahora al menos tenía una familia saludable en compañía de su ahora conflictiva esposa, donde las peleas sobre la administración del dinero y celos nunca faltaba. Se miró con incomodidad al retrovisor y frunció el ceño, ¿acaso era esto lo que debía vivir?, pensó con tristeza y prosiguió su camino.

El día siguiente empezó con la misma rutina; preparar su café desde temprano, bañarse y cambiarse con la ropa que dejaba planchada su esposa una noche anterior y sentarse para peinarse. Aquella mañana se había afeitado y trató de sonreír al espejo, tan pronto pestañeó, otro hombre salió en el reflejo. Ahora no era él, sino el licenciado Antonio Medina, un profesor al cual siempre le tuvo aprecio en la universidad, un hombre exitoso, con buen empleo, muy famoso entre las mujeres y un gran maestro. Ramón siempre quiso ser como él, tratar de alcanzar los manjares del éxito que ahora disfrutaba. Ansiaba terminar la licenciatura y lanzarse al sueño de tener un buen puesto de trabajo, ganar muy bien y tener su propio auto, mujer hermosa y viajes al extranjero, cada vacaciones. “Busca y persigue tus sueños, todos podemos alcanzarlos”, mencionó aquel hombre con un traje parecido a su anterior yo, solo que, con una barba de candado, calvo y con una mirada penetrante. “Creen en ti, como yo lo hice en su tiempo, si no… ¿Quién lo hará?”, sentenció y se esfumó entre el vapor de su taza de café. Aquel maestro siempre había sido su ídolo en su juventud. ¿Cuántas promesas no había cumplido desde aquel entonces? ¿Cuántas veces se había fallado a sí mismo?

Mientras desayunaba en una fonda económica, un joven se acercó a su mesa y le extendió un folleto. Ramón lo revisó y se trataba de una famosa universidad privada. “Estudia aquella carrera y alcanza tus sueños”, decía en palabras grandes como encabezado. Tras terminar de comer, Campos guardó aquel papel en su libreta de notas y volvió a su trabajo.

Una noche no podía dormir, se había peleado con Martha, porque el dinero en la casa no ajustaba y necesitaban pedir un préstamo para comprar más ropa a su hijo. Ramón no quería deber al banco, conocía a muchos de sus familiares con problemas de deudas y mucho menos alguien le iba a prestar. Con molestia le prometió que lo resolvería, ante lo cual se levantó a pensar. Su mujer ahora aplicaba la ley del hielo: ni una palabra, ni un gesto.

¿Ahora qué haría?

Tan pronto tardó viéndose en el espejo, el mismo fenómeno no tardó en ocurrir. Ahora estaba él, había abierto un Champagne y sirvió dos copas, había globos flotando en el cuarto y pronto se acercó una mujer. Era una vieja y preciosa amiga, su amor platónico, Gabriela Orantes, una excompañera de la universidad. La hermosa mujer se acercó y abrazó a su clon paralelo, se besaron y brindaron juntos. Ambos rebosaban de alegría. Ramón volteó para atrás y buscó algún vestigio de lo que miraba al otro lado, pero nada se manifestó. Tras dirigir la vista, la ilusión se había esfumado. ¿Acaso se estaba volviendo loco?, se preguntó en repetidas ocasiones. Sin encontrar respuestas, se fue a dormir con incertidumbre. Aunque pensaba en aquel folleto, ¿cómo podría estudiar en aquel momento lleno de crisis financieras?

En su cabeza pasaron aquellas posibilidades que dejó ir en su juventud. Tal vez si hubiera elegido o actuado de otra forma, las cosas debían de ser distintas. Si tan solo hubiera terminado aquella carrera, si tan siquiera hubiera conocido mejor a su entonces esposa Martha, de cómo existirían celos enfermizos en el futuro, de cómo su vida se volvería añicos.

Sin pensarlo más, trató de tener una perspectiva positiva de todo. Ciertamente las cosas no eran como realmente quisiera, pero trabajando duro y enfocando mejor sus energías, tal vez en el futuro podría lograr algún cambio significativo. En los siguientes días, trató de estudiar por las tardes, invitó a su esposa a salir a correr y hacer ejercicio, ayudó a su muchacho en las tareas del colegio y lo más importante, arregló las cosas con Martha y por fin ella utilizó el tocador que le había regalado. Ramón trató de perseguir de alguna forma sus sueños, en trabajar en él, para luego cambiar su entorno. De seguro algo interesante pasaría, tratando siempre de perseguir sus espejismos matutinos.

 

®Ajedsus Balcázar Padilla