Náufrago mar adentro
La
escritura literaria ha recibido las bondades –o maldades– por parte de los rótulos.
Editoriales, periodistas, instituciones, pedagogos, críticos, entre otros
mediadores que cumplen con el deber de clarificar y difundir su materia prima.
No obstante, si esta es la forma de movilizar el producto, a su vez, también
sería una de otorgarle un aura social, despertar expectativas y convenir en una
tipología presta a examinarse como un fenómeno presente en los campos
literarios.
Así
pues, poesía juvenil o poesía joven entra en una disquisición terminológica. La
primera parece abalanzarse al lector –una poesía escrita por jóvenes para
jóvenes–, mientras que la segunda se inclina al autor –un escritor novicio,
cuya primera etapa podría o no ser fructífera. En esta ocasión, prefiero sobreponer
el segundo término, dado el valor que todo escritor debe asumir al tomar el
riesgo de la publicación: el juicio ajeno. Además, sin ahondar en el debate, es
preciso recalcar que las dos acepciones coinciden de manera usual e inusual. Lo
usual sería que el debutante comience su trayectoria con una dirección prestablecida;
da sus primeros pasos y sus lectores están definidos. Lo inusual ocurre si la
recepción se presume juvenil, pero el resultado de este primer periodo es lo
suficientemente trascendental para salir de las expectativas convencionales. La
naturaleza de los clásicos infantiles suele ejemplificar este aspecto: Alicia en el país de las maravillas excede
la niñez con sus alegorías fantásticas. Es un acierto para su público como para
el autor que puede prestar las virtudes de su escrito a un lector mayor en edad
y madurez.
Dicho
sea entonces, Derrotero para una travesía
interna es una muestra de poesía juvenil, una primicia en la poesía
peruana. Nicola Sabroso incursiona en la recurrente metáfora del viaje, la
travesía, el camino, la exploración existencial expuesta por las artes desde
siempre. En efecto, la figura del mar regresa en una voz gráfica, pausada, explícitamente
simbólica y, por instantes, explícita también en su postura social; no resultan
gratuitos los epígrafes de Alejandra Pizarnik –poeta tutelar para muchos
jóvenes contemporáneos–, Magda Portal –portadora de una estética marítima en
sus escritos vanguardistas– y Luis Carnero Checa –uno de los poetas
comprometidos con el pueblo. Naturalmente, juntar la política con el arte
parece un acto contradictorio, pero existen métodos para hacerlo sin sacrificar
lo segundo; el compromiso no tiene por qué desahuciar la belleza del poema.
Las
secciones del libro siguen un orden, pero el hilo no tiene un entramado
específico. De hecho, la totalidad podría entenderse como un libro de poemas
antes que un poemario. Sin embargo, conformémonos con seguir las estancias de
la travesía: “Navegante de versos”, “Poblador del mar”, “Mar distante” y
“Naufragios (Poemas de la tierra)”. La travesía empieza como un relato, un
monólogo oído por un ave en altamar; el poema de apertura en la primera sección
describe el estado: “he navegado tanto
tiempo/ i hoy que voi camino a casa/
una grulla se ha posado sobre mi barca/ agitando sus alas y ladeando su cabeza/
parece preguntar sobre mis viajes”.
El viaje es literal y catártico, dispone de un derrotero ficticio que recorre
el navegante, en tanto cuenta las aventuras y desventuras de su ser a su
compañera.
El
rol icónico de las palabras toma mayor vigencia en esta parte inicial. La
expresión concreta –y no exactamente poesía concreta– conserva un legado en la
poesía peruana –Alberto Hidalgo, Oquendo de Amar, Jorge Eduardo Eielson,
Abelardo Luza Gironzini–, por lo que el arte de dejar espacios en blanco tiene
muchas posibilidades de alcanzar a los poetas actuales. Sin embargo, no son
simples acrobacias sintácticas, son maniobras que grafican el pensamiento
utilizando los otros soportes del poema; pretenden la imagen material, no solo
la mnémica. Así, los versos se desarrollan en contorciones espaciales, el poeta
encabalga unas palabras y separa verticalmente otras. Sin embargo, ciertos
poemas tienen más éxito que otros, pues las ilusiones ópticas no se salvan del
ripio, o al menos la ilusión de un ripio: “mi corazón es una roca i/ mis dedos
esmirriados la aferran fuertemente/ no vaya a ser que se me escape/ en busca/
de otro/ ojos me/ nos tris/ tes que/ los míos”.
Después
del introito, viene la mejor sección –a mi gusto– tanto por su contenido como
por su título. “Poblador del mar” tiñe las aguas de nostalgia, temor y amor; si
“Navegante de versos” fue la presentación del viajero –uno que intenta
sobrevolar las nubes grises de Lima para buscar la libertad y cuyas venas están
llenas del agua mística del Rímac, así como del dolor del pueblo–, esta segunda
parte narra los resquemores de la ausencia. Estamos sumergidos en la noche
junto a los “peces con hambre de sol/ somnolientos peces con hambre de sol”, la
oscuridad celeste se funde con la marina en la propia consciencia: “mar
nocturno/ que eres Yo y mis dolores/ que eres grulla y eres ella/ con su cariño
hielo”. Al margen de la disonancia que presume el
sustantivo en función adjetival, los versos claman por una alteridad femenina;
pero consideremos que el amor no solo se reduce a la pasión por la musa, más
bien se expande en diversas formas de la ausencia, las cuales vendrán a tallar
en las siguientes secciones.
“Mar
distante” declara la soledad –la grulla se ha ido–, en tanto se aprecian las
olas que regresan al ser: “afromujer/mar… tú que guardas la/ belleza ancestral/
de ma má África”. Las raíces no se olvidan;
especialmente si se suman a las carencias del sujeto. De ahí el arte poética
que motiva el viaje: “grieta en una roca/ olor a rosas en el viento/ el canto
de un pájaro atravesado/ por la lanza hiriente del amor/ eso eres/ poesía”.
El sujeto se sujeta al amor, el sujeto está sujeto no solo por determinaciones,
sino también por el arraigamiento que intenta mantener pese a lo inestable del
devenir. Está atravesado por la distancia, de modo que el viaje es un modo de
aferrarse a su identidad, de no perder el amor que lo identifica. Asimismo, las
distorsiones sinestésicas y los matices simbólicos confiesan el negativo de la
lejanía: “nace la media noche… su boca está llena de flores/ sus ojos solo
logran ver sombras/ sus brazos huelen a color amarillo”.
El
final del derrotero no es un puerto en el cual levar anclas, sino una playa sobre
la cual naufraga el marino. Es un lugar donde emerge otra de las ausencias,
quizá la más decisiva en la contingencia de la que no somos conscientes al
nacer: “eres como la/ Mar/ madre// besando mi frente/ las rocas de mis sueños/
querida sombra de mi vida// mi poesía/ mi revolución m a d r e”. El
navegante ha pisado tierra, percibe el lado izquierdo de la realidad, no
renuncia a la revolución porque ama la vida que le dio la mar. La piedra en su
pecho y la caja de madera al fondo del pulmón –aludidos por el poeta en la
sección inicial– ratifican un peso con el que carga su subjetividad, pero, a su
vez, moviliza la búsqueda de la libertad; libertad para amar lo que no ha de
ser olvidado, aunque haga mella en la distancia del presente. En eso se funda la
travesía, la fe en que alguien nos espera, la fe en el cariño obsequiado por
los recuerdos en tierra y la fe en transformar la realidad que nos circunda.
En
síntesis, el poemario se desempeña con altibajos, detalles estilísticos que
pueden omitirse si concentramos la mira en los aciertos. Este libro no es un
mal inicio, es el rumbo por el que apuesta el poeta. Esta etapa podría
calificarse de experimental, un intento por afinar la voz para el oficio –y lo
es–, pero eso no hunde las expectativas de la siguiente obra; por el contrario,
las eleva. Nicola Sabroso ofrece una invitación a las profundidades de un ser
que surca la soledad sin ensimismarse, en tanto proyecta su perspectiva social
sin declamar panfletos. La búsqueda de este equilibrio le permitió sobrevivir a
las tempestades del mar y sacar a luz vaivenes íntimos. El poeta ha naufragado
sin ahogarse en la tinta.
® Edward Alvarez
Yucra (Arequipa)
Sabroso Palomino, N. J. (2019). Derrotero para una travesía interna.
Lima: Editorial Bisonte, p. 19.