lunes, 30 de agosto de 2021

''Esa Noche'' ®Evans Darwin


 El bip del reloj

ha marcado la última luna de febrero

que el destello de tus ojos

—marmita o tan solo escarcha—,

admiró esa noche sin desdén

a través de mi silueta,

sin remitente…

Pero el ruego de tus pasos anónimos

te delataron como el rocío de tus lentes,

ese que empaña los cristales

cuando el aliento de nuestros besos

se extravía por la luz intermitente,

o cuando el corazón irascible

guiña con sus ademanes coléricos, pausa.

 

Esa noche no fue el único clic.

También son las huellas que pisa el polvo

después de las ocho con tantos minutos;

el letargo de nuestras almas

cuando el incoloro amarillo

se fuga por la delgada línea del horizonte;

el carmesí de los encuentros con harapos

y el frenesí de las miradas

que despojan el temor de la piel

ante el coqueteo del cariño amargo.

Eso y más, todo y nada a la vez.

 

 

®Evans Darwin

domingo, 29 de agosto de 2021

''Fugacidad Inexorable'' ®Vanina Pérez


 Grito ahogado,

Silencio sublime de la representación.

Ojos ciegos,

Alma desbocada sobre un paño

Pálido, blanco, vacío…

Pasión,

Violencia del alma,

Engendro perverso que zigzaguea

Entre símbolos muertos

De un pasado ya dicho.

Eternidad cautiva de un ayer

Prisionera de un mañana

Que deja escapar el ahora

en aras de una trascendencia

fugaz, perecedera.

Efigie del devenir,

Lemniscate de sempiternos tiempos y espacios,

Que se unen y son sólo uno

En multiplicidad de ahoras

Que se desdibujan

En la fugacidad inmemorable

de un destino inexorable.

 

®Vanina Pérez

''La muchacha de Donceles'' ®Ramiro Rodríguez


 Salió de la calle Donceles. Una parvada de hojas con versos de Góngora venía enredada en su cabello ondulado, largo como cascada castaña hasta la cintura. El viento soplaba del sureste con la frescura vespertina que propone la aproximación de la lluvia. Llevaba, untados en su cuerpo de parábolas exquisitas, los ojos lúbricos de muchos hombres que caminaban por ambas aceras. Ella sonreía con desenfado, hermosa como el sol de septiembre, sabiéndose blanco de miradas indiscretas de tantos rostros enardecidos por la gracia visual que caminaba cerca de ellos, en pleno centro histórico de la Ciudad de México. Los hombres tuvieron que detener sus pasos para evitar accidentes ante el generoso obsequio enviado por deidades incomprensibles. 

En el brillo inusual de sus ojos podía leerse la sonoridad de su nombre. Se llamaba Florentina Barajas.

Entre todas esas personas, la muchacha se desplazaba con la cadencia de sus piernas largas, con su estatura alta de torre francesa, delgada como rayo de luz que entraba con debilidad por el vitral impresionante de la Catedral Metropolitana. En su rostro resplandecía un parentesco innegable con los íconos femeninos en los retablos de la iglesia. Tal vez por este motivo muchos peatones se postraban, a la manera de esos cultos religiosos del lejano oriente, rindiéndole tributo, pleitesía.

Cruzó República de Brasil, aprovechando que los conductores se detuvieron con el propósito de verla con mayor detenimiento, como cuando las personas realizan pausas en el transcurso de sus vidas para presenciar la aparición de eventos asombrosos que ocurren por casualidad; luego se incorporó a la acera principal del Jardín de las Cactáceas, al lado del enorme edificio religioso. Los artesanos —así como muchas artesanas— trataron de leer los versos barrocos en las páginas enredadas en su cabello. Un resplandor azul invadía las cavidades de sus ojos como si el mar se hubiera vaciado en su mirada. Al pasar a su lado, los músicos aztecas abandonaron el huehuetl y el teponaztle para escuchar las notas épicas de sus pasos; los danzantes olvidaron su festejo corporal para los dioses con el propósito de postrarse ante la perfección de la muchacha, todos ellos semidesnudos, en un ritual de adoración erótica en honor a su hermosura de diosa destinada para el regocijo de los hombres. Los labios delicados de Florentina Barajas se expandieron en la levedad de una sonrisa.

Atravesó la calle, frente a la Catedral, para pisar la Plaza de la Constitución. Los militares que resguardaban el orden en el centro de la ciudad no pudieron apartar sus ojos de la luminosidad que se desprendía como fuego de su cuerpo, como si detrás de ella se escondiera la lengua de un sol minúsculo que la acompañaba a dondequiera. Para entonces habían desaparecido las páginas con versos de Góngora enredados en su cabello castaño. Los danzantes aztecas se pusieron de pie y alzaron sus brazos al saberse arrastrados por el oleaje del olvido. Ahora la escoltaba un enjambre de abejas que volaban a su alrededor en evidente caos, trastornadas por un aroma dulce que invadía el ambiente. Sin tocarla, la resguardaron de la llovizna que iniciaba sobre el centro histórico de la ciudad. Iba vestida con un ramillete de hibiscos de diversos colores y de formas. Los pétalos de su vestido empezaron a alfombrar calles y banquetas con su colorido; conductores y transeúntes se detuvieron, por momentos, para aspirar el aroma que taladraba las calles limpias y las fachadas de edificios viejos, pero de impresionante arquitectura española. La llovizna de la tarde no impidió el movimiento de su cabello al capricho del ligero vendaval ni ahuyentó el enjambre cuyas alas entrechocaban al acercarse para beber el aroma enervante de la muchacha.

Entonces ocurrió el evento que nadie esperaba, el infortunio que se incrustó como tatuaje ardiente en la memoria de quienes presenciaron el acontecimiento. Florentina Barajas empezó a desempolvarse como en proceso de transfiguración; es decir, partículas de polvo comenzaron a desprenderse de su cuerpo, de su cabello castaño, de su vestido poblado de hibiscos. Se elevó por el viento para sobrevolar las azoteas de edificios antiguos, los balcones de hoteles elegantes y las cornisas de oficinas públicas. Su cuerpo se fue deshaciendo mientras caminaba en el extremo sur de la Plaza de la Constitución. En pocos segundos no quedó nada de su cuerpo por las calles ni por las aceras, sólo el enjambre que continuó su vuelo colectivo por los laberintos caóticos de la ciudad.

 

®Ramiro Rodríguez

 

 

 

sábado, 28 de agosto de 2021

''On Line (Off Line)'' ®Samantha Ewart


Hace días que no escucho a nadie más en casa, sin embargo; sé que están aquí, no entre estas cuatro paredes, sino aquí, justo en el mismo lugar en el que me encuentro ahora; en el que he estado desde que no soporté mirar más por la ventana. Sé que una parte de ellos convive con una parte de mí dentro de esta nueva realidad, siento que todos aquellos que conozco lo hacen también. Después de todo, estamos dentro de un organismo complejo qué, al parecer, tiene más vida propia de la que parecía tener antes de absorbernos a todos; somos como pequeñas células moviéndonos entre sus infinitas capas de información, nos hemos vuelto dígitos… igual que en las películas, unos y ceros. Hoy es más fácil entenderlo.

Pero; ¿Cómo llegamos a esto? Tal vez deba ser extremadamente breve, pero debes saberlo (por si no lo sabes todavía).

Todo comenzó con una enfermedad, ni siquiera fue aquí, fue en el oriente y nadie creyó que llegaría tan lejos, no obstante, lo hizo. En todos lados había enfermos, y esos enfermos contagiaban a los que no lo estaban, algunos morían, otros no, pero quedaban con la cicatriz moral de haber formado parte de la estadística; los estigmas sociales llegan a pesar más que las secuelas físicas.  Con el tiempo los gobiernos decidieron que no era buena idea salir de casa, los lugares con riesgo de aglomeración cerraron sus puertas, nadie pudo decir que no, o nadie quiso hacerlo; a nadie le caía mal un mes de descanso… eso era, sólo un mes. Bueno, medio año se nos ha ido de las manos, pero el mes nunca terminó, a estas alturas nunca lo hará.

Mamá no creía, no al principio, pero eso le pasó a la mayoría, un amigo me dijo que todos manejaríamos esto de diferente manera y era verdad; aquellos escépticos son los que más se cuidan actualmente, o eso escuché la última vez que una voz humana llegó a mis oídos.

Siempre fui de las que se cierran a las relaciones exteriores, podría decir que yo vivo así desde hace años y algunos podrían creer que eso debería hacer más fácil la situación que vivimos, pero no, no es para nada fácil. Una cosa es elegir ese camino en el que te cierras a todas las posibilidades externas, sentarte frente al monitor la mayor parte del día y lo que resta ocuparlo para comer y dormir… pero era eso, se trataba de una elección, y esa elección sólo me incluía a mí. Sin embargo, es completamente distinto orillarse a vivir esto por una elección general, mamá y los demás nunca fueron así, eran felices viviendo a su manera, así como lo eran mis pocos amigos y demás personas que conocía. De repente un día… todos se sentaron enfrente de un monitor, todos pusieron seguro a sus puertas y fueron consumiéndose lentamente por el miedo a no saber qué hacer; la verdad es que realmente no había cosa que se pudiera hacer, no existían más opciones que seguir las indicaciones que se dieron a nivel global. Alguien en la televisión dijo que al menos ahora podíamos sentirnos realmente unidos en algo, aunque siendo sincera no veo nada de esperanza en estar unidos por algo tan frío y voraz como el miedo. No había más, el miedo era eso que nos mantenía “realmente unidos”, y de ser posible estoy segura de que gran parte de nosotros hubiera preferido sentir cualquier otra cosa, pero no miedo.

Sí, bueno… enterarnos y asimilarlo (o intentarlo) fue la parte fácil. Vivir con ello fue lo que realmente hizo enloquecer a más de uno en este lugar (en cualquiera, creo yo). Imagina que un día te vas a dormir y el sueño en turno se trata de tu peor pesadilla, de eso que no le cuentas a nadie, y conforme pasa el tiempo te das cuenta de que no vas a despertar… nunca; pues eso es exactamente lo que sucedió en las cabezas de todos los que conozco, y supongo que de los que no conozco también.

Cada pesadilla fue diferente. Mamá, por ejemplo, tenía miedo de la puerta. Creía que la enfermedad llegaría con el aire, o en la superficie de la comida enlatada, o en cualquier cosa que cruzara el umbral y tocara el piso de su casa. Mamá luchó diario con esa pesadilla, lo hacía sumergiendo cada cosa en cubetas llenas de desinfectante, con guantes de plástico y una máscara antigases. Lo sé, era exagerado, pero las pesadillas generalmente nos conducen a la locura; la locura es ese estado en el que el miedo se transforma en un instinto puro de supervivencia.

Bueno, lo de mamá era cosa de niños. Supe que uno de mis amigos se encerró en el baño de su casa y no quería salir del agua por miedo a contagiarse, no comía más que pequeños pedazos jabón, creía que así su organismo se mantendría a la defensiva (no lo culpen, alguien en televisión había dado una idea similar). El agua que bebía la obtenía del grifo que se encontraba en su baño. No salió en semanas, y nadie en esa casa lo hizo salir, no por falta de atención o cariño… no, la razón de que nadie lo auxiliara era simple; cada persona en esa casa luchaba contra su miedo.

Otro chico que conozco no ha dejado de jugar videojuegos desde que prohibieron salir a la calle. Lo curioso; en el juego es un médico y su trabajo es salvar a la humanidad de una enfermedad mortal. Lo sé, la vida da pequeños guiños sin que lo notemos, por cierto, ese chico ha perdido el juego lo suficiente para saber que afuera la situación es la misma que en su monitor.

La lista de personas y sus respectivos temores llega a dar más miedo que la situación que los ha provocado, pareciera que la vida está poniendo a prueba la cordura de todos los que nos encontramos de pie todavía; bueno, creo que estamos del lado de los que ya perdieron. Y seguramente te preguntarás:  ¿Cómo es que sabe todo eso? Aunque he sido extremadamente breve ya debes saber la respuesta si estás prestando atención a lo que te cuento. Pero si es necesario diré lo obvio; Estoy luchando contra mi miedo.

La razón por la que nunca me vine abajo a pesar de vivir encerrada y a cierta distancia de todos era sencilla, sabía que los demás estaban ahí por si un día necesitaba adaptar mi vida a las suyas. Ya sabes, el comodín que usas cuando ya no tienes opciones. Es natural que al ver a todos en la misma situación que yo mi miedo se disparara de inmediato, ha sido un infierno desde entonces. Mamá está ocupada con su desinfectante y las juntas virtuales del trabajo, mis hermanos pequeños construyeron un fuerte de almohadas frente a las ventanas que dan a la calle, tienen bombas listas para defender a mamá (globos con agua y jabón). Su mayor miedo es perderla, y no sé si eso debe causarme ternura o tristeza.

Yo soy la única que resiste un poco más a todo esto, podría decirse que me mantuve cuerda con ayuda de las interminables clases virtuales, creo que todos los que comenzamos con esa vida virtual sobrevivimos en parte por ello. Nuestros amigos se miran en la luz blanca del monitor, sus voces nos hablan por medio de las bocinas de nuestros ordenadores. Las herramientas que usamos para estudiar se convirtieron en las mismas que usamos para reunirnos por la tarde y simular que todo está bien, aunque en el fondo todos sabemos que no, nada está bien.

Lo último que recuerdo del mundo externo es que había un grupo de hombres afuera de la ventana, todos tenían trajes blancos y respiradores en el rostro… creo que pasamos mucho tiempo en nuestros miedos, olvidamos lo que pasaba afuera de nuestros hogares. Los teléfonos sonaron en todos lados, afuera de cada hogar había un grupo de personas con las mismas características. Alguien en internet hizo explotar el miedo de todos y dijo que eran exterminadores, algo así, pero ya sabes, internet está lleno de esas personas. Otro de ellos dijo que necesitábamos aceptar nuestra nueva realidad, fue un discurso largo, pero en resumen se refería a que teníamos que olvidarnos del mundo “real”, que ese mundo había dejado de existir.

Lo sé… yo tampoco lo entendí al principio, pero ¿recuerdas lo de las pesadillas? Bueno… seguramente tú también estás deseando volver al mundo real, o si eres un caso extremo ya te “encuentras” en él. Lo lamento, pero ese mundo “real” se convirtió en la pesadilla de la que ninguno de nosotros puede despertar; al parecer todos estamos soñando ahora, y lo hacemos en el mismo lugar: Dentro de esta inmensa red.

 

®Samantha Ewart

jueves, 26 de agosto de 2021

''Memoria'' ®Ausra Cesaytite


 Con la memoria pérdida

Quedan los sueños ¡únicamente sueños!

Y la última gota del rocío del medio día

Lavan las primeras hojas de la primavera.

 

De cerca se oyen los gemidos de los ciervos

Disfrutando una mañana caliente,

en el aire colgada una barca con ilusiones

atraen las almas rotas y los corazones.

 

Y vuelve otra vez la memoria con nuevos sueños

Tejiendo las pasiones para después pintarlas.

 

 

®Ausra Cesaytite

''Luna Mediante'' ®Fátima del Carmen Zepeda


Una noche vino la luna

Y me dijo que te vio

Sin compañía alguna

Así, igualito que yo

 

Le dije que te saludara

De mi parte sin vacilar

Y que tanto no me extrañaras

Pues nos volveríamos a encontrar

 

Amor de mi vida eres

Amor de mi vida serás

Nos vemos si así lo quieres

Ahí, a la orilla del mar

 

Tú pon la fecha y la hora

Y yo presente estaré

Para que veas que te adora

Mi corazón y mi ser

 

Te espero el tiempo que gustes

Si es que muy tarde no es

Es cuestión de que me busques

Y feliz contigo iré

 

Podemos cruzar los mares

O por el cielo volar

Sin importar los andares

Solo a tu lado estar

 

Le dije “Señorita Luna

¿Cómo se encuentra él?”

Y me dijo que por fortuna

Muy pronto ibas a volver

 

Han pasado ya tres años

Y de ti no sabido más

Pero ni con mil regaños

De mi mente tu te vas

 

Tal vez la Luna mentía

Probablemente se equivocó

O quizá solo quería

Ver cuan fuerte era mi amor

 

Amor de mi vida eres

Amor de mi vida serás

Solo quiero despedirme

Pues sé que nunca volverás

 

®Fátima del Carmen Zepeda

martes, 24 de agosto de 2021

''Lastimados saldrán ustedes'' ®Elias E. Brandan Franco


 Lastimados saldrán ustedes,

los millones espectros acezantes,

tristes y taciturnos adalides

de corazón roto pero latente;

dolores de los horribles tormentos

se encuadran casi transparentes

en esta agresividad

de cada verbo conjugado.

Ecuánime lector de un pasado alado

y tus ánimos pacificados,

¡ayuda al corazón!,

devuelve a este espectro

aquella suerte de falla erguida,

 escucha con atención cada herida,

acude pues a esta oración

y sacude mi alevosía,

rompe el cascarón, ¡y dame vida!

Lee sin levantar la vista,

y sabrás quiénes detentan

el estropeamiento espeso,

la catarata rítmica y desahuciada

que tiene demasiados miramientos

como para poderme consolar…

 

®Elias E. Brandan Franco

''La ocasión'' ®Adriana Rodríguez


La observaba...

Verla era un deleite, cada noche después de la ducha, Martha salía desnuda paseando por el pasillo; húmeda, deliciosa, el agua cristalina, aún tibia recorría su cuerpo; ¡Magnífica obra divina! Me hacía amarla más; estaba enamorado de ella, hermosa mujer, la plenitud lo mostraba en su cuerpo torneado de 25 años, su rostro de diamante le hacía juego con ese par de pendientes ¡Sus ojos! un par de ventanas color jade con cejas marrón que enmarcaron su forma profunda, su pequeña nariz me volvía loco, su piel dorada relucía a la luz natural « ¡Habrase visto mujer más bella!» todas las noches quería comerla a besos; degustar su andar al paso de su cuerpo, hacía extasiar todos los sentidos y su sonrisa; esa tímida mueca nerviosa que se asomaba al hablar por teléfono; la veía vestirse y quería decirle que parara; su desnudez era el elixir perfecto para mí;  saberle partir en la mañana, me ponía furioso «¡Sólo deseaba verla regresar!» salía detrás de ella; ver su cabello castaño ondear al viento, simulando el vaivén de las olas del mar. Después de una larga jornada de trabajo, regresaba a casa, esperando en el sillón de la alcoba, pensando en verla danzar hacia la ducha; ella es mi mejor descanso. Era feliz con esta vida, no podía pedir más, pero quería más. Cruzaba el balcón para verla, salía de madrugada para saberle llegar, cuando andaba de fiesta; mi obsesión fue creciendo y ella no lo notaba; me sabía sus temores, pasatiempos, horarios, rutinas de ejercicio; los martes salía al supermercado, yo la observaba, detrás del mostrador, entre las verduras, rastreando las huellas de su aroma, tocando las piezas de pan que dejó en el estante. Una vez, toque su mano con nervios, ella me saludó y me sonrió.

—¡Vecino! ¿También viene los martes? —

—¡Si vecina, ya es cotidiano! —

—¡Lo veo después! — se despidió

Yo apretando una lechuga, la vi alejarse; Dios sabe cuántas ganas tuve de tomarla por el cabello, jalarla hacia a mí y decirle: ¿¡A dónde vas perra!? ¡Así te gusta que te hablen! ¿no?, pero mi mente jugaba con mis deseos más íntimos.

La miré a lo lejos, vestía su ropa deportiva para acudir al gimnasio, la seguí y sin pensarlo me suscribí todo el año; no tenía idea de que haría en un lugar como ese, solo quería verla, tenerla cerca; podría tener a cualquiera, pero a ella tenía que ganarla y “eso” me estaba cansando; llegar todos los días a mi habitación y no tenerla me  hacía enfurecer cada vez más; tomaba una botella del alcohol más barato, tan solo para embrutecer mis sentidos y perder la cordura; cruzaba entre balcones hasta llegar al de ella y entre la oscuridad de su alcoba la esperaba; siempre sentado en el mismo sillón; verla llegar de prisa, con los labios ocupados en un idiota que no era yo; lo tomo por el cinturón lo jalo hacia fuera y en el furor le desabrocho el pantalón, era un joven de no más de 30 años, con músculos prominentes, hombre ignorante, de poco porte y mucha fiesta; ella tenía “ganas”, las sacio con él, joven inexperto al amar, los vi revolcarse entre sus sábanas, mismas que muchas veces bese, para que tuviera mis huellas sobre su cuerpo, mi mente colapsaba; entre tragos la odie, no más de lo que la llegue a amar. Sus gemidos se me atoraban entre sorbos y una lagrima rodo por la mejilla, aun con el dolor, disfrute ver su espalda al descubierto, me imaginaba que era a mí, a quien amaba, me dedique a disfrutar. Ya ebrio por el alcohol y las emociones, lleve la mano a mi pantalón, la estrujaba contra mí, inventando su cuerpo sobre el mío; terminamos los tres, ella se dejó caer sobre aquel extraño y yo me dejé caer en mi sentir; se quedaron dormidos, instante que aproveche para salir de ahí sin ser visto. El tiempo pasó; cerca ya de un año y yo seguía deseándola; el saludo en la mañana, su sonrisa al mediodía, las buenas noches al entrar a su departamento. Aquella noche me entusiasme y quise buscarla, mostrarme tal cual soy y me descubrió; al salir de la ducha, vio mi silueta, se asustó y salió corriendo hacia mi departamento; no supo que era yo; llamo a mi puerta, al abrir me hice el modorro; envuelta en la misma toalla con la que salía del cuarto de baño, llegó pidiendo ayuda; la acompañe hasta su habitación y di un recorrido de reconocimiento, por mi trabajo, era común encontrar pistas que me llevaran a un supuesto “ladrón”, la consolé, le ofrecí mi compañía para que se sintiera más tranquila, ella aceptó. Mis ojos brillaban, la lujuria en ellos me hacía babear; la observaba a través de la oscuridad, al margen, hoy ella quiso que me quedara; me senté en el mismo sillón donde comúnmente la observaba, pero, no pude conmigo; la miraba en su bata de seda diminuta, recostada sobre su almohada, me acerque sigilosamente y me metí entre sus sábanas, se despertó asustada, quiso gritar pero le tape la boca, en un grito ahogado, lágrimas comenzaron a fluir, le dije que no gritara, la tome por la nuca y suavemente la iba recostando, la quise besar, pero me empujó, me gritó, salió de la cama, salí detrás de ella; quiso correr pero fue demasiado tarde, la tome por el cabello y la acerque; su cuerpo aún húmedo se resbalaba entre mis manos, me excitaba, quería tomarla, hacerla mía, la alcance con los brazos por la espalda, sus pechos se contoneaban estrepitosamente en su intento por escapar, mi mano se pasó bajo la prenda, sobre su pecho, la estrujaba, sentir sus pezones escabullirse entre mis dedos; ¡Por Dios! cuánto la deseaba; mis manos perdieron el control, iban de arriba a abajo sin medir la fuerza, se giró para golpearme; la sujete con fuerzas, le apreté las piernas, los muslos, la tome por la cintura y la arroje sobre la cama; quiso huir, la jale hacia mí, la toque en su sexo y lo estreche, con una mano le apreté el vientre y con la otra disponía a merced de mi víctima; como un platillo exquisito estaba servida para mí.

«¿Por qué tenías que hacer eso?» De no sé dónde diablos sacó una navaja, y la enterró en mi pierna —¡Maldita sea! — Sabía que ella lo buscaba. Se soltó y corrió hacia la sala, la alcance por detrás y en un arrebato de coraje le clavé la navaja en la espalda; llorando suplicaba, pero termino con mi paciencia, pudo haber sido todo un bello sueño, pero prefirió una pesadilla; estaba furioso, deseoso de ella, me había jurado no volvería a suceder, pero en mi arranque de lujuria e ira, le cause dolor; quería que suplicara que la tomara, al ver su negativa, no pude más y le desgarre los muslos, la degollé; la piel rasgada me provocaba deseo, sacié mis instintos, la deje morir. La sangre formaba un charco que se extendía sobre el piso, los pasos marcados en la alfombra delataban un ataque violento; tome las pistas que pudiese haber dejado y por el balcón regrese a mi departamento. Cinco días después, los vecinos molestos por una “peste nauseabunda” llamaron a la línea de emergencias, sonó mi radiocomunicación:

— «Agente Salas tenemos un llamado de su zona de residencia, solicitan el apoyo del servicio UGI, al parecer un 49 fox» —

Me enviaron a investigar, al pedir que abrieran la puerta, descubrimos que estaba forzada, los objetos de valor no habían desaparecido y otra mujer fue víctima de homicidio. Mi compañero se cubría la nariz con un pañuelo; el olor era insoportable y excitante.

— ¡Ha atacado de nuevo!, ¿Cuándo daremos con su paradero? ¡Maldito! — Mis palabras cubrían la sonrisa de mi victoria.

—[[Continuando con el caso “De los edificios departamentales” al dia de hoy se suman 14 jovencitas asesinadas, por la zona noroeste, es preocupante saber que esta cifra va al alza, ya que jovencitas de entre 18 - 25 años de edad son las principales víctimas de tan atroz asesino]]— Se escuchaba de fondo, en el televisor de algún departamento.

Mientras los agentes entraban y salían tomando muestras y fotos de las posibles huellas dejadas en la escena del crimen. En la pantalla se mostraba al asesino desconocido, ocultándose detrás. Mi nombre “Agente Salas”, en la cintilla del noticiero, anunciando que era yo quien encabeza la investigación, ¿Quién sospecharía? lo tenía cubierto; en el televisor la imagen viva de un asesino, daba la dictaminación del caso.

— La investigación arroja que estamos frente a un experto; posiblemente alguien que haya estudiado criminalística o medicina forense; estamos trabajando en este caso, como en el de las otras jovencitas, estamos muy ocupados, resolviendo las interrogantes; mientras tanto sugiero a toda la comunidad que cierren bien sus puertas y sigan pendiente de las noticias—

 

 

®Adriana Rodríguez