'El elegido'' ®Juan Martínez Reyes
Durante semanas Diego seguía soñando lo mismo. Las escenas se repetían, él aparecía en el corral, y allí, dos hombres custodiaban a la joven, quien le ofrecía un cofre lleno de monedas de oro y joyas. La invitación era seductora. Una fuerza enigmática envolvía a la muchacha. Entonces escuchaba:
– ¡Eres el elegido!
Despertó sudando frío y agitado. ¿Será cierto? ¿Habrá un tesoro enterrado en nuestra casa? ¿Seré el elegido? Solo es un sueño, no puede ser verdad, pensó.
Una noche, mientras cenaba con sus padres y su tío Jorge, quien había llegado de Chile y era huaquero, les contó lo que soñaba. Después de escuchar el relato sintieron mucha intriga.
– Hermano, si es cierto lo que dice Diego, con la experiencia que tienes sé que podrás encontrar ese tesoro – dijo Félix.
– Mañana comprobaré eso –respondió Jorge.
En la mañana, Jorge, después de cavar algunos metros, encontró algunos huacos. Entusiasmado por el hallazgo siguió excavando para encontrar el cofre, sin resultado positivo.
Esa noche, cuando Diego fue a miccionar, al igual que en sus sueños, vio en el corral a dos hombres y al fondo a la mujer con el cofre. En ese momento, se asustó, gritó y se fue corriendo a ver a su tío.
– Lo sabía. Mañana empiezo a cavar de nuevo, y voy a sacar ese tesoro. Ya lo verás, sobrino.
Al día siguiente, Jorge comenzó con su labor. Cavó unos metros, y poco después, al hundir la barreta escuchó un sonido metálico. Entonces volvió a excavar con más ahínco. Sin embargo, no encontró absolutamente nada. Volvió a enterrar la barra, y oyó el mismo sonido, pero en otro lugar. Comenzó a cavar de nuevo. Horas después, tampoco halló nada.
– Tío, ven a almorzar –lo llamó su sobrino.
– Ya, ya voy, Diego –dijo Jorge azorado, sacando sus herramientas.
Cuando él estaba saliendo, la pared de adobe cayó en el hoyo. Unos segundos más y eso me hubiera matado, pensó. A pesar del incidente, él continuó excavando después de almorzar. Así se pasó toda la tarde haciendo huecos por todo el corral, y cada vez que escuchaba ese sonido metálico, no encontraba nada.
Cuando estuvieron cenando comentó:
– No podré sacarlo nunca. Parece que ese cofre se mueve, hermano.
– Debe ser porque no eres el elegido –comentó en broma Félix. Creo que debemos consultar con un brujo.
– Conozco uno bueno. Él nos dirá como podemos sacar el cofre –argumentó Jorge con seguridad.
– ¿Será malo que traigas al brujo? –preguntó con miedo Leoncia.
– Van a hacer que se enojen los espíritus. Además, me está dando mucho miedo todo esto –dijo Diego.
– No tienes nada que temer, sobrino. Lo que quieren las almitas es que saquemos ese cofre. Y eso haremos.
– Así es –dijo su padre. Todo saldrá bien.
En la noche, el brujo comenzó a hacer unos extraños ritos y mascullaba frases misteriosas. Minutos después, leyó lo que decían las hojas de coca:
– Ajá. Tal como imaginé. La coca me dice que este niño tiene que sacarlo, porque tiene el corazón limpio. Nadie puede desenterrar ese cofre más que él.
– Me lo esperaba –dijo Jorge haciendo una mueca de disgusto.
– ¿Cómo puede sacar mi hijo ese cofre? –preguntó Félix con interés.
– Tengo que hacer un ritual en una noche de luna llena, y eso será mañana.
– Perfecto –sentenció Félix.
Leoncia solo asintió con la cabeza. Diego, todavía con miedo, trató de dormir. Esa noche volvió a soñar lo mismo. Despertó en la madrugada, y ya no pudo conciliar el sueño. En su mente, la idea de qué sucedería en la noche no lo dejaba tranquilo.
El brujo comenzó con el ritual en el corral. Jorge, sus padres y Diego miraban con asombro las extrañas cosas que hacía. Minutos después, indicó:
– Bien, podemos empezar.
El viento silbaba como un lamento fúnebre en la fría noche. Cuando Diego escuchó ese sonido metálico, sintió miedo, soltó la barra y corrió despavorido ante la mirada absorta del brujo, su tío y sus padres. El curandero saliendo de su turbación, cavó desesperado para no perder la oportunidad de quedarse con el cofre, pero no pudo desenterrarlo.
En las siguientes noches, Diego llevaba en el cuello un rosario para espantar a los espíritus y rezaba antes de dormir. Sin embargo, despertaba en las madrugadas, inquieto y con el pavor en los ojos, con la certeza de que las pesadillas siempre lo iban a atormentar. Los sueños inconclusos se volvieron rutinarios y comenzó a oír voces en las noches, que pronunciaban su nombre incesantemente: Diego…Diego…eres el elegido.
Una madrugada despertó con ganas de miccionar. Se dirigió al corral y escuchó una voz femenina que lo llamaba, desde el mismo lugar donde excavó para tratar de extraer el tesoro. Entonces, vio a la muchacha y a dos hombres, que estaban al fondo del corralón, al igual que en sus sueños. Ella le ofreció el cofre y, él aún temeroso, decidió ir a su encuentro, fascinado por su mirada enigmática. Al llegar a su lado, ella le tendió la mano, y cuando él la cogió, fue arrastrado a las profundidades de la tierra. En el cielo, el brillo de la luna llena iluminaba la noche. Después, todo fue silencio.
En la mañana, sus padres estaban envueltos en la angustia, Diego no aparecía por ningún lado. Unos aullidos los llenó de intriga. Tirado en un rincón, encontraron el rosario que su hijo llevaba siempre en el cuello, mientras el perro, seguía aullando tétricamente en el corralón.
®Juan Martínez Reyes
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