''A pocas horas del Amanecer'' ® Simeón Zavaleta
En medio de la habitación hay una pequeña cubeta de plástico, la gotera en el tejado sigue sin ser arreglada y en la ciudad llueve casi todos los días, mamá tenía razón; tarde o temprano terminaría extrañando mi hogar.
El señor Marcelino me dijo esta tarde que pronto me cambiaría de habitación, llevo un año en el último piso durmiendo al amparo de lo que antes fuera un cuarto de lavandería para los demás inquilinos. – Ya verás que se va uno y te acomodo – dice. Al menos estoy justo enfrente de la escuela y, por las noches, las luces de la biblioteca y las copas de los árboles me distraen un poco, me siento menos miserable si no pienso mucho en la situación actual.
La luz neón que cuelga del techo parpadea de repente, hace meses que todos se fueron a casa y me quedé sólo en el edificio. Pude irme también, a veces me pongo a pensar sobre lo difícil que hubiera sido volver aún con el pretexto de retomar la universidad, pero ¿a quién engaño? Sigo viviendo aquí sólo porque no quiero aceptar que he dejado de estudiar desde hace más de un año. Me ayuda ver el mismo paisaje todos los días, es terapéutico.
Corre el rumor de que en pocos días van a volver todos, la escuela abrirá de nuevo y la actividad volverá a su curso normal. Eso dijeron desde el primer mes – sólo un par de semanas – dijeron. Mamá dijo que volviera, papá dijo que me ayudaría mientras volvíamos a la normalidad; no les creí. Perdí el empleo días después de hacer oficial el encierro en todas partes, el dinero duró poco y el trabajo comenzó a perderse en todas partes, tuve suerte de encontrar auxilio en una tienda local, no gano mucho, pero hago una comida al día y no tengo que pagarla, alcanza para pagarle al señor Marcelino y para desayunar bien una vez a la semana, todo un lujo para mí.
La lluvia comienza a parar, podré fumar un poco antes de quedarme dormido, aunque no es que importe mucho el desvelo, la tienda no abre los domingos y no tengo nada más que hacer, los pocos amigos que tenía aquí están lejos por ahora. En los descansos duermo, entre más duerma mejor, estar despierto da hambre. Sofía vino a verme hace unas horas, todavía era sábado cuando llegó, ahora ya es Domingo, se fue hace poco, cuando comenzó a llover. Hablamos un poco, compró café y cigarros, me dejó ambos para que tenga cena el resto de la semana; escuchamos música y estuvimos en silencio un rato, es la persona más noble que conozco en este lugar, creo que hacer eso es su manera de decirme que me quiere, y yo también la quiero ¿Cómo no querer a los amigos?
Mientras estábamos sentados en la cama me dijo que yo vivía en otro lugar, que esta habitación no era en verdad mi hogar, habló de una ventana que daba a un lago, un lago rodeado de árboles que durante la noche podían lucir terroríficos. Yo asimilaba sus palabras, miré por mi ventana, pero sólo veía las luces de la universidad que teníamos enfrente, ella dijo que la habitación real estaba al otro lado de la escuela, pasando el puente de piedra que me daba miedo. Tuve recuerdos por un instante, recuerdos de un colchón en el suelo y un viejo teclado en una mesa de madera; había una mujer delgada acostada conmigo y por la ventana se veían esos árboles de los que me hablaba Sofía. No supe que significado tenían esos recuerdos, pero seguramente no eran míos, no del Yo que soy justo ahora. Dudé por un momento de Sofía, de si era real; giré la vista para verla bien bajo la luz de la luna y me encontré con su rostro pálido y su cabello rojizo, se dio cuenta de ello. – ¿Qué me ves? – dijo. Deseché mis dudas y seguimos platicando de cosas irrelevantes. Antes de que se fuera le pregunté sobre aquella habitación y aquellos recuerdos. – ¿De qué hablas? Deberías dormir, ya es tarde – dijo antes de partir.
Afuera dejó de llover, hay una sudadera en el sofá, la tomo, pero no recuerdo haber trabajado nunca en una librería. Salgo y el olor a humedad me abraza de inmediato, el frío penetra levemente mi cuerpo para hacerme temblar. Enciendo un cigarrillo de los que dejó Sofía y recuerdo que no le llamé para saber si llegó con bien a casa, busco su número en vano porque el registro no cuenta con ese nombre, el historial de llamadas está casi en blanco y su número no aparece por ningún lado. Mi cabeza comienza a doler ligeramente y en mi pecho algo se acelera, escribo el número en el celular y llamo de inmediato… el número no existe.
Algo dentro de mí da vueltas, me siento presa del vértigo y las luces que tengo adelante comienzan a dispararse en mi contra. La nube que creía lejana vuelve a posarse sobre mi cabeza y la brisa comienza a chocar de nuevo en la superficie. Mi cigarrillo se humedece y mis anteojos se empañan. ¿Qué pasó con Sofía? Se fue apenas hace unas horas, estoy seguro de eso, sin embargo; algo en mis memorias comienza a preguntar ¿Quién es Sofia?
Cierro los ojos por un momento, un sonido se escucha ahora; automóviles yendo y viniendo por la avenida, voces de gente caminando por las aceras. Abro los ojos y el tumulto me sorprende, es de madrugada, no hay duda de eso, pero la escena que hay debajo dice lo contrario. Un par de lágrimas se desliza por mis mejillas y la garganta comienza a arderme por la preocupación de no saber que ocurre. Me detengo un momento sobre la barda que me separa del precipicio, lloro en silencio y aprieto los puños porque acabo de darme cuenta de que no recuerdo nada de lo que me mantenía vivo hasta ahora… con esfuerzo me aferro a mi nombre y me siento miserable al ver como cada cosa que atesoraba desaparece rápidamente de mi memoria… recuerdos, uno tras otro borrándose de mi interior sin saber que lo ocasiona; y de repente… ¿Quién soy ahora?
Un par de chicas suben corriendo por las escaleras y al verme de pie junto a la barda se sorprenden, murmuran entre sí y una de ellas baja corriendo, sus pasos suenan precipitados, no entiendo que ocurre. La joven que se quedó en la azotea se acerca sonriendo, tiembla un poco, aunque quiero pensar que se debe al frío, o a la brisa; me niego a creer que tiembla por mi culpa. Antes de tenerla más cerca me apresuro a la primer puerta que veo, intento abrirla, pero no me deja, ella me sigue mirando, pero ahora está notablemente más nerviosa que al principio.
- ¿Te encuentras bien? ¿Recuerdas cómo llegaste aquí? – pregunta de repente.
La ignoro y comienzo a temblar demasiado. Escucho a alguien subir las escaleras y veo a la chica que había bajado momentos antes, a su lado vienen un par de chicos y un señor de mediana edad, por alguna razón reconozco a todos, pero sólo eso, no hay nombres ni alguna otra información, sólo esa sensación de saber que los conozco. Murmuran entre ellos y se ven preocupados, las lágrimas comienzan a bajar por mis mejillas y soy incapaz de contener mi desesperación; en un ataque de pánico golpeo la puerta con mi cuerpo y logró abrirla, los chicos y el señor se apresuran a alcanzarme, pero antes de que lleguen cierro la puerta tras de mí… afuera escucho gritos y a alguien decir que llamarán a la policía.
Por alguna razón la puerta parece haber cerrado con llave, la luz se enciende sola mientras lloro sentado en el suelo; levantó la cabeza y estoy rodeado de ropa y sábanas sucias, el cuarto huele a lavandería descuidada. Suspiro… nada está bien y ni siquiera lo entiendo, sólo lo sé. Las sirenas se escuchan afuera, minutos después se escuchan las pisadas de un par de personas subir precipitadamente; segundos después golpean a la puerta y me piden que salga, dicen que no tengo nada que hacer aquí, que no es mi hogar. Cierro los ojos y me pierdo en ruido exterior, la desesperación me hace lanzar un grito… todos afuera se callan.
…
El sonido de un camión me hace saltar del asiento, mis ojos se lastiman levemente por la luz que reciben de golpe. Frente a mí está una computadora con un texto a medias; giró la cabeza y a mi izquierda hay un librero, junto a él una caja con un viejo teclado en su interior, a mi derecha un cesto de ropa y detrás de mí un colchón en el suelo, uno demasiado pequeño.
Comienzo a sudar, el vértigo se apodera de mí y cierro los ojos para tratar de calmarme, sigo sin entender que pasa. Afuera es de noche y se escucha la lluvia caer, el frío entra por la ventana, no quiero pararme a cerrarla. El llanto vuelve a brotar de mis ojos, estoy en un lugar completamente diferente al anterior y a pesar de haber estado ahí hace pocos minutos no logro recordar nada… mi mente está en blanco, no sé ni siquiera en donde me encuentro ahora y menos en donde estuve antes. El teléfono suena, lo tomó y contesto, la voz que se escucha del otro lado es de una mujer. – Llegué a casa ¿ya estás mejor? – pregunta de repente. No respondo, no sé quién es. Hay un silencio y tras una pausa vuelve a hablar.
- El lugar del que me hablaste, creo que está frente a la universidad, hace tiempo escribiste sobre un hombre que se arrojaba de su azotea. Creo que viviste ahí, aunque no estoy segura, hace años que ese lugar está en ruinas. Pero… en el cuento también enloquecías, descansa.
Ella cuelga, logro ver su nombre en el celular por un momento; Sofía. Mientras ella hablaba el texto se escribía en la computadora, justo como lo que acabo de decir (o pensar). Todo está frente a mí. Me levanto de golpe y me dirijo a la ventana, delante de mí hay un paisaje repleto de árboles siniestros, la laguna se ve entre ellos. Mi cabeza comienza a doler y siento un ardor en mi pecho, el hombre del que escribí pensaba en mí después de salir del cuarto de lavandería, mientras saltaba de la azotea veía en mi dirección… Y ahora soy yo quien piensa en él. Hasta la fecha sigo sin saber cuál de los dos soy realmente.
® Simeón Zavaleta
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