Culiacán, Sinaloa— En uno de sus tres celulares, el Nokia Palm 650,
colocó como protector de pantalla una foto suya en la que, en medio de
un sembradío de amapola, aparece sujetando un cuerno de chivo con el
cargador chapeado en oro, un AK-47 de siete mil dólares con el que parte
el aire, porque que en este pedazo de México, cuando falla el habla,
habla la bala. “Un pariente me dijo: “Malandrín sin arma es como una
puta sin cliente”, y desata una risa estridente y entrecortada en plena
bocanada.
Cruel —en un arrebato de talento así ha pedido que se le llame— no
pasa de los 25 años y sus familiares le han diagnosticado el incurable
síndrome de la mafia.
Cuando aún acudía al colegio, su cabeza se convirtió en un lío: juró
que él no iba a tener una vida de desprecio, de trabajo duro y poca
paga; él, quién sabe cómo, sería rico. Y su concepto de riqueza consiste
en vivir en el exclusivo fraccionamiento Colinas de San Miguel, manejar
una camioneta todoterreno con neumáticos anchos y rines de aluminio,
comer mariscos y carne asada, dar propinas de cien dólares, beber
Buchanan’s en las rocas, cambiar rutinariamente de celulares, vestirse a
la moda italiana, mirar televisión por cable, tener aire acondicionado,
caballos pura sangre bailadores, un rancho de 20 hectáreas, un jet, una
bolsa Louis Vuitton de 400 dólares (que usa como cangurera para guardar
tres cosas imprescindibles: cocaína, un revólver y dinero, mucho
dinero) y acostarse con una mujer distinta cada día.
“Porque todo eso te da poder y la gente te mira con miedo, con
respeto”, filosofa mientras se empuja con cerveza unos camarones crudos.
Cruel se considera adicto a la música de banda, a esas canciones que
ensalzan el crimen y la sangre, y siempre celebra con whisky, cocaína y
mujeres relucientes las ganancias que obtiene cada vez que mueve droga.
Según él, su primer jale o trabajo fue hace unos dos años: sacó a
crédito un kilo de pasta básica de coca; en las universidades de
Culiacán los jóvenes aspiraron hasta el último residuo. Cruel no sólo
recuperó los diez mil dólares invertidos: ganó buena plata, tanta como
para darse el privilegio de encargar por catálogo a Nueva York su
primera ropa Versace e invitar a una chica dos semanas a Mazatlán.
“Lo demás se lo debo a la suerte”, justifica su vertiginoso ascenso
en el mundo del narco. Pero tiene razón: en este negocio un día más con
vida es la mejor fortuna. Los traficantes, ya se sabe, necesitan matar
para no morir. Matar: verbo transitivo en Sinaloa que exige el tiro de
gracia. Viven poco y viven deprisa. Muchos terminan engrosando el
ejecutómetro. Demográficamente hablando, Culiacán se controla así: 1.4
vivos por un ejecutado al día. Quizá esa sea la explicación de por qué
en los censos esta ciudad siempre oscila en los 750 mil habitantes.
Cruel suele leer los periódicos que contabilizan los muertos y ahí ha
corroborado que la vida se va pronto. Por eso dice que todo buchón que
se precie de serlo, cuando tiene dinero debe acabárselo.
Y él lo hace. Hoy, por ejemplo, se ha propuesto gastar los 200 mil
pesos que trae en la bolsa Louis Vuitton para festejar la Navidad.
Cruel, como muchos hombres, supone que el dinero es poder y hace guapo a cualquiera.
Woody Allen dice que el dinero sólo tiene sentido cuando uno puede
comprar el sexo que quiera o tener las relaciones que se le antojen. Y
Cruel —quien ignora quién es Allen, él sólo sabe de películas mexicanas
de matones y actrices desnudas— paga mucho dinero para sentirse hermoso.
Paga para que lo bronceen. Paga para robustecer su cuerpo en un
gimnasio. Paga a una estética para que todos los días le engomen su
indomable cabellera, le rebajen el mustio bigote y le recorten las uñas
hasta dejarlas redondas. Pero para ser honestos, Cruel sigue siendo feo.
“Eso vale madre con una buena camioneta”, dice con la boca llena,
dejando escapar trocitos de camarón crudo curtidos en chile y limón.
“Con la Hummer, por ejemplo, hasta el calzón de la morra sale volando”, y
descarga nuevamente su risa estridente y entrecortada.
Anoche, en una prueba más de que el dinero lo hace verse apuesto,
manejó ebrio su camioneta por todo Culiacán y gastó casi diez mil
dólares con tres mujeres de concurso (las trae fotografiadas en ropa
interior en otro de sus celulares) y con los jóvenes que le cuidan la
espalda. Él tiene una camioneta Hummer. Pagó 80 mil dólares por ella.
Antes manejaba una Lobo doble cabina de 370 mil pesos, pero dice que la
moda hoy es una Hummer o una Lincoln Navigator de 64 mil dólares. Un día
lo miré fascinado cuando salía a la pesca de hembras mientras
serpenteaba las calles de Culiacán en los 4 mil 742 milímetros de largo
de su camioneta que un día blindará.
En sus confesiones de macho profundo, se jacta de que mujer que ha subido a la Hummer, mujer con la que terminó en la cama.
La ropa de Cruel pasaría por estrafalaria, pero jamás por costosa.
Los zapatos que ahora lleva puestos son de cuero de jabalí y Hugo Boss
tiene la patente; le costaron unos 500 dólares. Los pantalones son
Moschino, dice que pagó 800 dólares por ellos, pero uno de sus amigos me
dijo que a veces exagera en las cuestiones de plata. La camisa brilla,
es de seda, suave, y en la espalda trae zurcida la marca Versace; jura
que gastó casi tres mil dólares en ella, que un amigo se la trajo de la
Quinta Avenida en Nueva York, donde está una de las tiendas del
diseñador italiano asesinado en Miami. Usa lociones creadas en Francia,
se acaba de comprar un Rolex con rubíes, tiene varias gafas
Dolce&Gabbana que le cubren la mitad del rostro y nunca olvida
colgarse el rosario de oro al que un diamantista le incrustó varios
quilates.
Si no trae más vestimenta no es por el desmesurado sol de Culiacán.
Es porque cree que tanta ropa entorpece los movimientos y un malandrín
nunca, nunca, debe sentirse apretado a la hora de los balazos.
“Con toda esta ropa de marca, atraes a cualquier mujer”, fanfarronea
Cruel mientras oprime el atomizador de la loción Moschino que sacó de su
Hummer.
Pese a la cantidad de dinero que lleva encima, hay algo que a Cruel lo identifica: es lo que en Sinaloa la gente llama buchón.
“Buchón no, esos son los de la sierra. Nosotros somos compas”, se enfada Cruel y pisa el cigarro hasta triturarlo.
Buchón, en la jerga sinaloense, es aquel habitante de la sierra que
se hace millonario por sembrar, empaquetar y traficar mariguana y goma
de opio. Se les empezó a llamar así porque en esos lugares el agua es
una infamia. Entonces, después de beberla durante años, a muchos
pobladores se les hinchó el cuello. La gente, comparando el cuello con
el buche de los animales, los llamó simplemente buchones. Luego el
tiempo hizo su parte: manoseó el concepto y ahora a todo aquel que se
dedica al narco y se viste de modo extravagante se le dice buchón.
Un pariente de Cruel era buchón puro, de los rumbos de Badiraguato.
En cuanto tenía dólares, gastaba en botas de piel de avestruz, mandaba
traer jeans de Los Ángeles o Tucson y sombreros de Texas, compraba
cintos piteados y pedía que a las camisas de seda garabateadas les
zurcieran en la espalda el rostro de Jesús Malverde, el santo patrono de
los narcotraficantes. Viajaba a Las Vegas y se la pasaba en las
máquinas tragamonedas. Un día hasta fue a esquiar a Lake Tahoe, en
Nevada. Pudo ir a Nueva York, pero siempre se le hizo lejos y prefirió
Acapulco para mostrar lo rico que era. Gastó decenas de dólares por
segundo porque supo que iba a morir pronto. Y así fue: lo ejecutaron un
día porque en este negocio, además de rencores, hay envidias y esas
matan más rápido.
Esa generación de buchones, los auténticos, los de la sierra, sigue viva.
Hace unas semanas, en la Plaza Forum en Culiacán, una linda mujer de
minifalda, extensiones en el cabello negro y ojos grandes me confundió
con un vendedor de la tienda de discos. Preguntó por los compactos que
miraba. Le dije que eran distintos conciertos de Pearl Jam, pero en
realidad sólo eran dos; los otros ocho discos estaban repetidos. En eso
llegó su pareja, un güero de rancho, rojizo del sol, cuya camisa de seda
traía estampada la imagen de San Judas Tadeo en la bolsa sobre el
corazón, negros jeans ajustados y botas amarillas. La mujer aún miraba
los discos cuando su pareja le preguntó: “¿Los quieres, mi’ja?”. Y no
esperó la respuesta: cogió los diez discos con su manaza de campo y
fueron hacia la caja para pagar.
La cajera cobró los discos de Pearl Jam, uno de la Banda El Recodo,
otro de éxitos de Los Tigres del Norte y la primera temporada, en DVD,
de Los Sopranos.
Cuando le conté a Cruel la historia alardeó, con su risa estridente y
entrecortada, que eso no era nada, que él le ha regalado diamantes y
esmeraldas a varias mujeres; que a una le paga la colegiatura de la
universidad y que a otra la llevó un mes a Europa, donde la vistió, la
calzó y “socializó” con ella hasta el hartazgo. Socializar, en su
lenguaje, es coger.
Entonces supe que los buchones, que los compas, por tener a una mujer, no saben en qué gastar.
II.
Los cuatro puntos cardinales de Sinaloa, ya se sabe, son el narco, la
impunidad, el soborno y las mujeres. Por eso existen los buchones.
III.
Erre Ele es un compa extraño. Se considera sencillo, lejos de las
estridencias. Pero su anillo con diamantes, el enorgullecerse de que
tiene hijos que ni siquiera conoce porque las mujeres han tenido la
culpa —“para retenerme se han embarazado las muy cabronas”—, recordar
que tuvo en casa tigres de bengala y otros animales exóticos, que ha
hecho varios envíos de droga a Estados Unidos, y el que se vanaglorie de
que fue una máquina de matar, inevitablemente le restriegan a uno que
un bandido no se retira, sólo hace una pausa.
Por eso Erre Ele prefiere moverse en un compacto austero que en la
camioneta de 440 mil pesos que se compró hace meses. Dice que ahora
escucha a The Beatles y que dejó a un lado los discos de El Potro de
Sinaloa. Sigue comprando su ropa por catálogo en Nueva York, pero ha
agarrado la costumbre de vestirse con las imitaciones chinas de Versace,
Tommy y Armani. Y antes, como sus amigos, solía ir a rentar películas
mexicanas en DVD (como Tras las rejas por culero, La ley del ojete y
Para narco cabrón federal más chingón, estelarizadas por Jorge Reynoso,
Miguel Ángel Rodríguez, Chelelo, Hugo Stiglitz, Sergio Mayer y Lina
Santos), pero ahora está deslumbrado con HBO y Discovery Channel, aunque
no por ello deja de pensar a quién le debe dinero, a quién tiene que
cobrarle o cómo le hará para mover la siguiente carga de droga.
Erre Ele critica hoy a los otros buchones de simples, glotones, estrafalarios, de tener mal gusto y ser despilfarradores.
“Si tienen cinco mil dólares, los mismos que se los gastan los plebes
en una camisa, aunque se queden sin nada en la bolsa. No piensan. En
este negocio estás arriba y abajo, por eso hay que invertir en
propiedades para cuando se te acaba el dinero”, aconseja luego de que
sumerge en una salsera un grasoso totopo.
Erre Ele ha aceptado platicar con la condición de omitir algunos
detalles. Es alto, corpulento. Un pariente suyo lo describió como un
fumador empedernido, pero eso fue en otra época. Ya no fuma nicotina,
sólo mariguana.
Ahora faltan seis minutos para la medianoche y Erre Ele dice que un compa de verdad debe saber cuándo llegar y cuándo marcharse.
Pero esa máxima no se aplica en él: sólo dejó de ser matón a sueldo.
Y no recuerda a cuánta gente ha matado. No se acuerda y ni siquiera
se esfuerza en tratar de precisarlo. Pero sí dice que algunos muertos
fueron gratis. “A veces sueño que aún sigo quebrando”, dice preocupado,
como si eso fuera peor que enfrentarse a alguien y reventarle la cabeza a
ráfagas.
Cree que todo —“el asesinato de un cura marica o la muerte accidental
de un niño”—, se puede pagar con arrepentimiento. Su retiro de matón no
fue porque en Sinaloa se haya devaluado la vida —“ahora por un cigarro
de mota o una dosis de cristal contratas a un sicario”, informa. No.
Algo le pasó y de eso prefiere no hablar.
Quizá aprendió que en este negocio el que logra fama tiene los días contados.
“Uno de plebe quiere que le hagan un corrido, pero cuando te exhibes
más de la cuenta, eres hombre muerto”, dice Erre Ele mientras le grita
al mesero para que le traiga una cerveza. Porque eso sí: si hay algo que
tiene esta clase de hombres es que son mandones. Conocí a uno que, aún
teniendo enfrente los cigarros, ordenó a su mujer que se los acercara y
ella estaba a unos diez metros de distancia. “Y hay otros que matan a
traición sólo para cobrar fama de valientes, pero a esos los matan más
rápido”, agrega cuando le llevan su Modelo escurriendo en el tarro.
Tiene razón: un joven buchón que sólo me permitió hablar con él pocos
minutos me dijo que le encantaría que un día estampen sus fechorías en
las primeras planas, que quería que todos le temiesen, y que ha matado
porque las armas no son para guardarse.
Erre Ele es astuto como el diablo. Si no, no hubiera rebasado los 40
años de edad. Y ahora, como las ráfagas, recuerda bastantes
extravagancias.
Por ejemplo:
Cuenta que a la mujer de un buchón le sacaba tanto de quicio el
manchado natural del mármol italiano, que lo mandó a quitar para colocar
una alfombra amarillenta traída del Medio Oriente. Que otro todavía
viaja en su jet a Arizona sólo para ir al cine con la mujer en turno.
Que uno, cuando se casó, mandó a tapizar con rosas rojas y blancas las
escaleras del hotel. Que hay quienes compran celulares únicamente para
telefonearles a sus novias una vez y luego los tiran. Que un amigo suyo
acaba de comprar una mesa de billar con las buchacas de oro, porque así
lo deseaba su esposa. Se acuerda de otro que ordenó destruir los
armarios de cedro tallado por unos de PVC que le agradaron a su morra.
Que un conocido mandó a traer un piano de cola a Francia para
regalárselo a su mujer. Y dice que hace poco un compadre, para festejar
el cumpleaños a su esposa, paseó a la mujer en un auto convertible con
banda, globos y peluches.
“Así somos para deslumbrar a las pollas”, dice Erre Ele que ya ha
bebido en este rato cuatro cervezas, se ha tomado su Tafil y sólo le
falta fumar mariguana para que al rato, en el colofón de la hierba,
pueda dormir. “Y a las mujeres hay que vestirlas bien y enjoyarlas para
cogértelas. Ya cuando las dejas, si tienes hijos con ellas, sólo ves por
los plebes. No vas a vestir a la polla y tenerla al pedo para que otro
cabrón se la tire”.
—¿Y a ellas les gusta andar con ustedes?
—¡Por supuesto! —y se tumba hacia atrás de la silla—. Les gusta lo
prohibido, son interesadas, quieren estar al puro pedo, bonitas. Y a
nosotros nos gustan así, buenotas, nalgonas, piernudas, guapas y
valemadristas para estar a tono con los otros compas.
—¿Y qué acostumbran regalarles a las mujeres?
—Diamantes, esmeraldas, dinero, camionetas y casas. A otras les
gustan los animales, como los caballos bailadores. Hace años un amigo le
regaló a una morra un ranchito y en la entrada la estaba esperando un
caballo de ésos; en el hocico traía un diamante. Fue bien perrón, dicen
que hasta lloró la morra.
A Erre Ele le entra una llamada a uno de sus celulares.
Habla en claves que sólo él entiende. Cuelga. Dice que se tiene que
ir a un jale y esos no esperan. A él le va mejor, hablando en dólares,
cuando trae droga de Colombia, la vuela en avioneta hacia Estados Unidos
o la transporta en lancha. “Pero en eso tienes más posibilidades de
morir, porque las envidias son muchas en este negocio: si ven que tienes
éxito, te matan, los hijos de la shingada”.
Lo veo marcharse.
Y no creo que abandone los revólveres, el tráfico y la lucha contra la muerte.
Porque un bandido de verdad no se retira, sólo hace una pausa.
IV.
Doble T es un sol naciente, un hombre que va escalando en el narco.
Desde hace rato se ha estado alicusando. (La palabra alicusar sólo
existe en Sinaloa y significa arreglarse para una fiesta. En el resto
del mundo es acicalar, pero aquí es alicusar y punto).
Decía que Doble T se está alicusando para una fiesta, que la loción
Dolce&Gabbana ha impregnado en su cuerpo, que su cabello está
engomado y sólo le falta mirarse por enésima vez al espejo para sentirse
listo. La fiesta será en un salón que, según el mito, fue construido en
pocos días para celebrar un bautismo; por la rapidez, en pleno festejo
se derrumbó el techo, y seguramente alguien pagó las consecuencias. Me
prohíbe decir qué se conmemora, pero autoriza a informar que cantarán
Julio Preciado y un fulano llamado Sergio Vega. El primero cobrará por
una hora 25 mil dólares; el segundo, 15 mil dólares. Para recorrer mesa
por mesa, una banda tocará hasta el amanecer por unos cien mil pesos.
“¡Un chingo de billete, bato, un chingo!”, sigue admirándose Doble T
de las excentricidades de un mundillo que conoce desde niño.
A él lo deslumbran este tipo de fiestas porque hay todo lo que
necesita: perico, música, whisky y mujeres. La cocaína, en un festejo
como éstos, sólo se consume en el baño por pudor. El resto se deja al
libre albedrío. Hoy, y siempre, tiene la expectativa de seducir a una
hembra. Y, si sus fanfarronerías son ciertas, lo hará: “A mí me buscan
por lo guapo y no tanto por el dinero”, alardea.
Él no tiene tanta plata. Apenas le ha alcanzado para comprar
imitaciones chinas de ropa italiana, para traer una camioneta que
apantalla y “para la vagancia y la peda”.
Algunos de sus amigos, en cambio, ya son un sol de mediodía.
Y Doble T aspira a alcanzarlos.
Imagina, por lo pronto, que llegará el día en que, igual que sus
amigos, gastará tres mil dólares en una camisa. “Eso sí: va a estar
perrona, sin tanta madre, sin tanto garabateado; mis amigos piensan que
lo caro, aunque esté feo, es lo más chingón… están pendejos”, dice.
Supone que cuando se case desembolsará, sólo para la música, 50 mil
dólares, mandará a revestir el salón de flores caras, tendrá una gran
copa llena de cocaína en el baño para sus invitados y se irá de luna de
miel a recorrer el Caribe en un crucero. Cree, también, que llegará el
momento en que lo cuiden unos esbirros y éstos le regalarán, como a todo
buen capo, ranchos con lagos artificiales, diamantes puros, camionetas
blindadas, caballos y leones, relojes lujosísimos, todo para
congraciarse con él. Claro que él preferiría que le obsequien armas
diseñadas en oro para que cada bala que escupa valga la pena.
Entonces Doble T se marcha a la fiesta a seducir a una hembra.
V
Los buchones son los responsables del boom de las estéticas, de que
se fundaran escuelas para aprender modales, que la General Motors venda
más Hummers aquí que en ninguna otra parte de México, que los colegios
privados subieran sus costos, que los salones de fiestas encarecieran
sus tarifas, que las funerarias mandaran hacer ataúdes con armas
talladas en el cedro, que los brujos se pusieran a sus órdenes, que los
músicos de banda tocaran mejor con una bolsa de cocaína como propina,
que los niños salgan a las calles a jugar a los pistoleros con
revólveres de verdad. Y llevaron algo de amor para dignificar la muerte.
VI
A Sin Nombre lo conocí en la Feria Ganadera de Culiacán, que no es
otra cosa que la fiesta anual donde los buchones pueden exhibir su
poderío. Y éste consiste en ver quién maneja la mejor camioneta, quién
despilfarra más dólares contratando bandas para bailar, quién bebe
Buchanan’s 18 años y lo combina con perico, quién llega rodeado de
matones a sueldo, quién apuesta cifras inalcanzables en las peleas de
gallos, quién monta mejor a caballo, quién carga con más celulares y
quién imanta a más mujeres.
Sin Nombre contrató cinco bandas que tocaban al mismo tiempo mientras
él hablaba al penal de Culiacán para que algunos de sus amigos
recluidos escucharan la canción que les dedicó. Traía Buchanan’s y coca.
Lo cuidaban varios hombres de cara dura que escudriñaban los
alrededores. Ya había perdido 300 mil pesos en el palenque y se burlaba
de sí mismo por confiar en perdedores. Y tres mujeres, cuya belleza
parecía haber sido diseñada por computadora, se le encaramaban. Entonces
le pregunté que cuánto traía en su cartera.
—Traigo la cantidad que me digas —dijo sin alterarse.
—¿Un millón de dólares?
—No cabe en la cartera, pero sí, lo tengo si pido que me lo traigan —y se empujó un whisky con agua mineral.
—¿Y ahorita, cuánto ha gastado?
—Sin ofender, lo que en tu vida nunca vas a tener.
Quién sabe si Sin Nombre exageró. Aquí en Culiacán las cosas terminan por ser necesariamente ciertas.
Dijo que él sólo se dedica a “mandar, mandar, mandar y mandar”.
Que come, trafica y mata a toda prisa. Que desde los ocho años de
edad su padre le dio un revólver para defenderse y desde entonces es
malo. Que la vida ha sido benévola con él, pero que sí, que le han
matado a mucha parentela. Que suele consumir cocaína para ligar bien las
ideas. Que las fiestas en Acapulco son espectaculares porque ahí se
termina acostando con actrices, cantantes y edecanes. Que él busca
respeto y que eso, en este país, sólo se gana siendo un malandrín
pesado. Que no le da miedo morir sino vivir demasiado. Y que tiene
muchas esposas porque le gusta rodearse de mujeres, cada una más guapa
que la otra.
VII
Sacado del diccionario de la Real Academia Sinaloense.
Buchona: dícese de la hembra de la especie humana que, una vez
mirada, nunca es posible olvidar sus extensiones de cabello, sus largas
uñas de colores, sus dientes blancos, su bello rostro acentuado con
maquillaje, su ropa y accesorios fulgurantes, sus zapatos de tacón alto,
su impúdico escote y sus nalgas.
Dícese de la bípeda mamífera que le pertenece a un buchón, que le
paga todos los caprichos, la envía a Guadalajara a que un cirujano
plástico le arregle las imperfecciones, es parte de su equipaje de
viajero, cumple sus fantasías eróticas o la utiliza para fanfarronear.
VIII
Si los ángeles existen, entonces, a primera vista, Fuego parece uno de ellos.
Trae los pies enfundados en unas zapatillas de Dolce&Galbana que
la hacen crecer diez centímetros. Sus tobillos, piernas, muslos y
glúteos vienen protegidos por unos jeans Versace que compró cuando se
relacionó por tercera vez con un buchón. Trae un cinturón de plateados
círculos entrelazados comprado en el centro de Culiacán, donde toda la
ropa es obscenamente brillante. En las muñecas trae pulseras con
diamantes y un reloj Cartier, obsequio de su penúltima pareja, que ahora
está muerto. Sus extensiones rojas combinan con sus uñas, a las que la
manicurista les dibujó unas flores con corazones; presume que pagó 20
mil pesos en la estética para que todo estuviera en su lugar. Su rostro
es un poema. Pero lo que más sobresale es el top negro Bebe: si se ha
operado los senos, si el médico le cobró 45 mil pesos por aumentar dos
tallas, está consciente de que los debe exhibir. Y lo hace.
Fuego tiene 20 años, va a la mitad de su carrera y vive en uno de los
barrios más pobres de Culiacán. Una amiga suya la define como una rosa
en medio de magueyes.
Ahora es mediodía y llega al restaurante. Camina con altivez. Se
sienta, cruza la pierna izquierda, enciende un cigarro, se quita las
gafas Cartier de piloto espacial y ordena una cerveza para ponerle orden
a la resaca.
—¿Qué se necesita para ser buchona?
—Estar buena, mi rey, estar bien buenota
—entonces se levanta y se luce caminando como si estuviera en una
pasarela de Milán. Disfruta su vanidad, le paladea provocar la envidia.
Y no exagera: un requisito indispensable para que los buchones miren a mujeres como Fuego es, precisamente, su belleza natural.
Lo demás que le cuelguen o le pongan son sólo juegos pirotécnicos.
Pero otra cláusula es el riesgo.
“Tú sabes que si andas con un buchón también caes con él”, dice y
acaricia la panza del envase de Corona. “A una amiga la ejecutaron junto
con el morro que andaba, a eso te expones”.
—Entonces, ¿por qué arriesgarse?
—Porque necesitas dinero. Mis padres son muy pobres y yo tengo que
pagar mi celular, mi universidad, mi ropa, tengo que cuidar mi cabello,
mis uñas y eso cuesta un chingo.
Fuego suele gastar al mes entre 50 y 70 mil pesos. Pero hay noches,
como cuando a Culiacán llega la Feria Ganadera, en que su buchón le ha
dado 30 mil pesos para vestirse para la ocasión.
—¿Y ustedes en qué se fijan? ¿Qué las atrapa de ellos?
—El dinero —y sonríe como si se avergonzara, pero Fuego se considera
una desfachatada—. Nos fijamos en que su ropa tenga marcas, que tengan
buena camioneta, que sean lo bastante extravagantes, porque ahí siempre
hay dinero.
—¿Y si sólo es un parapeto, si resulta que no tienen dinero, pero se ven bien?
—Entonces los mandas a la chingada. En eso te das cuenta de
inmediato: le dices que te compre algo y si te pone un pretexto,
entonces ya no le sigues el rollo; el que sigue —y voltea a mirarse al
espejo que está a sus espaldas, simulando una pared.
—¿Y sólo deben andar con uno o hay libre albedrío?
—No, la regla dice que sólo debes andar con él. Son muy celosos. Una
amiga se atrevió andar con otro al mismo tiempo y el bato la madreó bien
feo. Para sobrevivir hay que respetar el mayor número de reglas.
Y los estatutos buchones dicen:
La buchona es de quien la trabaja.
Las buchonas no trafican, sólo se benefician de las ganancias.
Entre buchones no se arrebatan las mujeres; ellas deciden cuándo
termina. “Nosotras sí sabemos cómo desarmar a estas bestias”, se jacta.
Si le regalan una casa a la mujer en turno, sólo es para que ambos
tengan sus zooms sexuales. Si es violado el artículo: “Te matan. Una
amiga llevó a su novio formal y los encontraron; la muerte apareció en
el periódico, le pusieron que fue un crimen pasional y esas mamadas”.
Y si el compa invierte, la buchona debe estar dispuesta a todo.
“Una vez, un buchón gastó en mí como cien mil pesos y se los cobró en el motel. Pagué cara la inversión”.
—¿Y siempre se paga caro?
—Pues es que depende la inteligencia. Con ese morro, la verdad, sí
tuve miedo, porque me puso la pistola en la boca. Pero te puedes apartar
si juegas con la cabeza. Por ejemplo: si ves que ya quieren llevarte a
la cama y el plebe está guapo, pues le entras, no hay pedo; pero si está
feo el cabrón, porque muchos son feos, entonces les presentas a otra
amiga y con eso calman su calentura. Otras veces, si están muy piñados
contigo, entonces desapareces de Culiacán hasta que anden con otra morra
y te olviden.
—¿Y cuántas veces has tenido que desaparecer de Culiacán?
—Pues quise hacerlo una vez, pero te digo que me puso la pistola en
la boca. Pero mis amigas lo hacen seguido. Hace poco le llamaron a uno
para que las llevara a un antro, les pagó todo y hasta les dio dinero
para que se compraran lo que quisieran en la plaza. Entonces le dijeron
que iban al baño y se fueron del antro, lo dejaron colgado. Esa misma
noche el bato las estaba buscando para matarlas, pero a las pocas
semanas lo ejecutaron en la sierra y pues mis amigas pudieron salir de
donde estaban escondidas.
Fuego no sólo ha sentido el cañón de un revólver, también el de un
cuerno de chivo y los dientes de un cuchillo. Pero sobre eso no quiere
abundar.
“Lo bueno de mí y de mis amigas es que somos como los perros: nos acostumbramos muy rápido a los nuevos amos”.
Después de un par de cervezas Fuego tiene la boca grande y los oídos
pequeños. En otras palabras: no escucha y no para de hablar.
Dice que todos los días se levanta a mediodía, que todas las noches
sale con el buchón en turno, que les paga en dólares a sus maestros para
acreditar las materias y así se olvida que debe acudir a la escuela,
que prefiere los BMW pero aquí creen que esos autos son para los
homosexuales, que sus padres no le recriminan su forma de vida porque
ella les da entre 15 y 20 mil pesos al mes, que lo más estrafalario que
le han regalado ha sido un viaje de un mes en Europa, que si no viste
ropa brillante se siente insignificante, que las buchonas siempre deben
brillar, que le gusta conocer a los capos pesados porque entonces ella
gana respeto en el mundo del narco, que no se droga, que le gustan los
mariscos y la cerveza, que no hace ejercicio, que ayer le trajeron de
Nueva York un vestido Armani y está muy emocionada, que manejaba un
camionetón pero como ya no anda con el compa, tuvo que entregarle las
llaves, que aprendió a tirar un arma en un rancho, que le gusta ir a los
bautizos de hijos de buchones porque dan centenarios en el bolo, que
sus antros favoritos son La Tequilera y El República, porque ahí siempre
hay quien cargue más dinero que el otro, que con el buchón que anda le
ha dado unos 300 mil pesos todavía sin nada a cambio y que espera en
Dios que siempre siga “bien buenota”.
Al final le digo que parecía un ángel cuando llegó. Se echa a reír,
se mira por enésima vez en el espejo para alimentar su narcisismo. Pero
le digo que después de escucharla, sin ofender, parece más el vecino del
diablo. “Entonces en tu texto ponme Fuego o algo así”.
Se le quedó Fuego.
IX
Lo último que supe de Cruel es que embarazó a una buchoncita, que
está por comprar la Lincoln Navigator, que se quitó el bigote para verse
menos feo, que sigue cosiendo el aire con su AK-47 y que colocó como
protector de pantalla en un nuevo celular una fotografía reciente: tiene
en las manos muchas pacas de a kilo de cocaína, carcajeándose, con su
risa estridente y entrecortada.