miércoles, 31 de mayo de 2023

¿A dónde vas, a dónde vas, conejo Blas? ®Daniel García


*A dónde vas, a dónde vas

Conejo Blas

¿No ves a tus hijos llorando detrás?*

 

La voz entrecortada de un señor al que llamamos tío  me dice que llega en un par de horas, eso fue hace bastante. Mis piernas tiemblan, todo me arde, los ojos pesan, tengo arena en las pestañas y hay un rastro de sed no saciada en mi garganta. El viento arrecia y la roca en la que estamos sentados parece endurecerse más de acuerdo con el clima.  Enfrente de mí los árboles se transforman en bultos verdes que se asemejan a un arbusto gigante. La luz, el claro, rebota en las coronas del paisaje y apenas atina un burdo aterrizaje sobre el paso de carretera; mis ojos se reservan un dejo del brillo que comparto con la mirada extraviada de mi padre. Lentamente, silenciosa e irremediablemente, anochece. 

-          ¿Cuánto te cobraron?

-          Cincuenta pesos.

-          No Koko, no. ¿Cómo crees?

-          Te lo juro.

-          ¿Y el cambio?

-          Me compré unos Chetos.

-          Bueno, bueno. Así son aquí, cobran todo. No le digas a tu mamá.

-          No.

Su voz huele, las palabras me marean, la caña debería ser dulce o así la recuerdo siendo un niño. Pero papá la bebió, como agua. El olor pica. Mira atento la luna, aprovecho y guardo los ochenta pesos que sobraron luego de decirle a la señora de la tienda que estaba perdido. ¿Cincuenta pesos por una llamada? No chingue, apá, o está mu pedo, o muy de buenas, en todo caso ambas.

-          Ya conociste a los señores del pueblo. ¿Ya viste Koko? Así debes ganarte a la gente. Trabaja sus herramientas, bebe de sus licores, come en su mesa. Eso es hacer negocios, lo demás son niñerías.

-          Tenía miedo.

Mi comentario es estúpido, acaso sincero, pero sumamente estúpido. No debía tener miedo, debía huir de ese lugar horas antes.

-          Miedo morirse, o chingarse uno algo. No les tengas miedo, así es aquí. Si tienes miedo, ya perdiste. Cuando crezcas me vas a entender.

A ratos el viejo se acurruca en la falda del cerro al que usamos como asiento. A ratos se recarga en mi cuerpo que tiembla y arde. Pienso en mamá, en mis hermanos. Pienso en que pude morir junto a mi padre esa tarde. Los hombres, los que le dieron a beber la caña. Señores de pantalones sucios y manos ásperas; empistolados, todos. A mi apá nadie lo esperaba ahí. Mejor sería no estar en ese lugar.

Durante la plática de adultos uno de ellos sugirió meterlo a la cárcel, a mi papá. Casi todos asintieron, fue entonces cuando llovieron litros de caña y agua de horchata con alcohol, pulque le llaman. Mi padre me pedía dinero cada que terminaba una ronda y yo, como bendecido por los hados sacaba de mi bolsa sin fondos monedas y billetes. Cuando todos se hallaban con las barbas hartas de sudor y licores nos dijeron que nos fuéramos; justo ahí me di cuenta de que sobraban únicamente cien pesos, estuvimos a una ronda de fundirnos a la tierra que tanto peleaba mi padre.

-          Nos van a dar los terrenos de tu abuelo, ya verás.

-          ¿Y qué le vamos a hacer?

-           Nada. Ahí que se quede. Cuando seas viejo te vienes a vivir allí.

-          No quiero que te maten.

-          No me van a matar. Yo no me voy a morir nunca. Soy como Julk.

-          Papá, estás borracho.

-          Pero tú estás aquí conmigo Koko. Tú me cuidas. No me dejes morir como se murió tu abuelo.

Papá no lo sabía, o no quería saberlo. Pero la muerte del abuelo era algo para lo que nunca estuvo realmente listo. Al lobo mayor lo conocí una vez, y de ahí, nunca. Ni en fotos. Papá lo conocía tanto como me conocía a mí; casi nada. En sus adentros, para sí mismo, lloraba.

-          Pero Hulk no es de verdad, tú sí. NO quiero que te maten.

-          Bueno, soy el Pokémon ese que ves, el de pelos amarillos.    

-          Góku se muere, varias veces. No quiero que te maten varias veces.

-          Ay, Koko. Yo soy fuerte. Nos van a dar esas tierras, nos las van a dar a la siguiente que vengamos.

-          Pero hoy no quisieron hablar de eso. Se las van a quedar pá.

-          Bueno, bueno. ¿Y el tío?

-          No sé, ya mero llega. 

Durante la siguiente hora mi padre se dormía por ratos. Lo despertaban los faros de cualquier carro que pasara a esas horas por ahí. En cada uno èl pensaba que al fin era mi tío. En cada uno yo pensaba que era uno de los sombrerudos de antes. En mi mente se detenía el automóvil y nos hacia falta carne para quedar acribillados contra el cerro. En todo caso, a ninguno de los dos se le cumplía el escenario que llenaba su imaginación.

Las tierras que peleaba mi padre fueron vendidas por mi abuelo poco a poco mientras vivió sus últimos años en ese pueblo. Paso de tener un bosque, a quedarse únicamente una triste meseta casi desértica en comparación a sus antiguas posesiones. El viejo, además, tenía otra familia, una que permaneció a su lado hasta que ya no sirvieron sus riñones. Èl también  hacía amistades bebiendo jugo de árbol. Todos esos terrenos ya tenían otro apellido pero mi padre no lo aceptaba. Yo entendería siendo adulto, que ese capricho suyo era más por conservar algo de su padre, o por despedirse de algo que hubiera sido tan suyo como su sangre. Ya era demasiado tarde, la naturaleza nos escupía como bocados descompuestos. No éramos bienvenidos ahí, hasta el aire nos pedía largarnos. El cuerpo ardía más conforme mi tío avanzaba en sepa Dios que kilómetro.

-          Ya llegó, mira. Ahí, ese carrito azul. Es el taxi de tu tío.

-          Sí, ya viene. 

 

A la distancia un par de faros amarillentos rompía la neblina y se alzaba ostentoso por en medio de los árboles.

El taxi llegó. Mi tío ayudó a mi papá a subir a la parte de atrás. Yo me senté a su lado. La madrugada nos mal miraba por seguir ahí, despiertos, haciendo ruido.

-          Llegando te invito unos tacos. O mañana, pues. Pero no le digas a tu mamá ni a tus hermanos.

-          No pá, ya duérmete.

El tío hizo una mueca de preocupación y manejó cautelosamente de regreso a casa. Mi padre, de manera casi religiosa, hundió sus manos en su pecho y volteó la cabeza para ver los árboles desvanecerse a ochenta kilómetros por hora. Podría jurar que su llanto era el sereno que humedecía las hojas verdes que dejábamos atrás. Pero èl, un hombre a la antigua, no pudo sino decir adiós a su padre sin pronunciar una sola palabra.

-          Ya duérmete, Koko.

-          Sí pá.

 

Me hundo en el asiento, acomodo mis manos entre las piernas y el queso mancha mi pantalón, la costra se desmorona sobre el forro. Saco de nuevo el cambio, lo guardo en el fondo de mi chamarra, si mamá los ve, sería como decirle todo lo que no debía decirle. Cierro los ojos despacio, pero atino a dar una última mirada al hombre que viene junto a mí.

Bajo las uñas de sus dedos se guarda tierra, tierra café y sucia, trabajada. Su mano oscura, mas bien tostada se agrieta como un llano sin flora. Su piel ceniza es la tierra que yo pelearé cuando èl no esté más conmigo. Suspiro, Dios nos mira, respiro. Duermo, la casa aún nos espera.

 

®Daniel García (Puebla, México)

martes, 30 de mayo de 2023

''Visita onírica extratemporal'' ® J. Azeem Amezcua


 Diario de la cuarentena. Lo he escrito en diversas ocasiones, ya no se trata de una cuarentena este encierro, va más allá. Por eso, creo justificar adecuadamente mi pasatiempo: las proyecciones astrales. O algo similar, ya que a diferencia de lo que se conoce, no aparece mi alma como un fantasma en otra parte del mapa.

Desde pequeño, me intrigó mucho el universo onírico, aunque soy capaz de muchas cosas mientras estoy dormido, mi investigación y constante entrenamiento me han llevado a otro nivel. Por ejemplo, a mis viajes favoritos, esos en los que soy capaz de transportar mi mente hasta mi propio cuerpo, pero de otro tiempo. Ya sea que visite unas horas al niño de diez años que fui, o que lo haga con el anciano de un tiempo en el que no he estado, solo para ver maravillas de la siguiente modernidad.

Antes, había omitido esta información en mi bitácora de cuarentena, es cierto que hay demasiados apartados donde coloqué “siesta”. Van desde treinta minutos hasta horas. Por el estado psicológico que me han diagnosticado es normal dormir tanto, así que nadie lo puede cuestionar. Pero, en realidad, ha sido mi ventana de escape. Sin embargo, cada vez he tardado más en volver, se van prolongando más las horas que paso lejos, que mi cuerpo se queda inerte en una cama o un sillón. Temo, que alguna vez ocurra algo malo, o peor aún, que sea incapaz de volver. Pueden ser coincidencias, pero casi podría jurar que mi cuerpo se ha movido en un estado de sonambulismo. Y en la última transición, ya no pude despertar cuando lo quise.

He reflexionado al respecto, disfruto demasiado volver a vivir algunas etapas de mi vida. Aunque pareciera que soy capaz de cambiar los hechos, porque siento plena conciencia, no lo hago. Me aterra hacer estallar un efecto mariposa que arruine mi verdadero presente. Pero no hace falta, porque no tendría esta habilidad si las cosas no hubieran sido así, por lo tanto, revivo constantemente los buenos momentos. Así mismo, un vistazo al futuro que puedo construir, el tiempo que he pasado en el mañana, me da orientación para confirmar que eso es lo que quiero. Pero por mucho que me gusté viajar, no había dejado de pensar cuánto me estoy perdiendo del hoy, lo que podría generar no construir esos cimientos del mañana.

Ahora, más que nunca, necesito dominar lo mayor posible mi mente, controlar cada pensamiento, sobre todo, controlar mis horas de sueño. El último suceso, coincidencia o advertencia, es el indicador de cómo me voy perdiendo. Mi propio cuerpo empieza a dejar de responder. Como si ya no me perteneciera.

Tengo la teoría de que puede ser una afirmación real. Entonces, la última vez que me fui, mi cuerpo ya no me perteneció. El viaje que hice fue al futuro. Normalmente no me quedó mucho tiempo en el mañana para no arriesgarme a un disgusto y cambiar esa línea de tiempo. Entonces, después de una caminata, alguna lectura, o un rápido recorrido en los videos de la tecnología, pensaba en el mantra necesario, palabra a palabra repitiendo en mi mente para despertar. Pero ya no funcionó. Lo logré después de una gran cantidad de desesperados intentos, después de veinticuatro horas. Tuve que tratar con extraños y conmigo mismo, a pesar de parecer un cuerpo ajeno.

Cuando desperté en mi cuerpo actual, todo parecía normal, como si el tiempo no hubiera pasado, una siesta en mi cama. Fueron las notificaciones excedentes de mi teléfono las que delataron el verdadero tiempo que estuve fuera. No tengo forma de comprobarlo, pero creo que fue mi yo del futuro quien estuvo jugando con mi cuerpo. Antes, no había pensado en eso, pero, así como yo le he quitado la conciencia a otros yo, de otra época, en esta ocasión, la mía fue arrebatada.

Quisiera quedarme despierto para siempre. Para alejarme de la posibilidad del apoderamiento de mi mente. Sin embargo, no sé cómo. Tantos años estudiando la psique, el cerebro, principalmente el universo onírico, todo ha sido insuficiente. Creía tener un dominio mayor sobre esta clase de poderes, pero al igual que el infinito de la galaxia, hay mucho por descubrir. Me enfoqué demasiado en ir lejos, que jamás pensé en una protección para el cascarón vació en mis partidas. Tengo bastantes métodos para sumergirme en fase REM, pero ninguno para regresar al instante de ella, al menos no sin ayuda externa.

El mayor terror, es que, aunque así fuera, aunque lograra conseguir una fórmula química que me mantenga despierto, o que sea capaz de despertar mi conciencia del sueño profundo, es completamente inútil. Si descargo estas palabras en mi bitácora es porque así puedo suponer que mis personalidades del futuro han tomado más de una vez mi cuerpo. Casi siempre lo han hecho mientras yo no estoy, mientras estoy usurpando mi cuerpo de otro tiempo. Sin embargo, el misterioso desmayo que deje reportado hace un par de meses, ahora tiene sentido.

Estaba solo, trabajando desde mi hogar como la mayoría de gente en la pandemia, era casi el mediodía y cuando desperté empezaba a anochecer. No tuve ninguna llamada, mensaje, ni urgente que resolver. Así que no pude comprobar con nadie que mi cuerpo quedó estático en la silla frente a la computadora. Pero por más simple que pueda parecer, al momento de despertar, no tenía hambre, de hecho, me sentía demasiado satisfecho, para haber pasado ocho horas desmayado.

 

® J. Azeem Amezcua

lunes, 29 de mayo de 2023

''Víctima'' ® Kamila Castillo


La alborada relucía en tonalidades cálidas adornada con dispersas nubes esponjosas en la inmensidad del cielo, así como el sutil canto de las aves diurnas, hacían que esa fuera la única razón para amar los días lunes. Al ser exactamente las siete de la noche, el cielo se pintaba de hermosos colores cálidos asombrosos al ojo humano.

No parecía ser una noche fuera de lo habitual.

El inicio de semana en un instituto de educación superior, era el peor, los estudiantes iban y venían a través de los pasillos, detrás de algún maestro para revisar actividades pendientes de alguna complicada asignatura, en mi caso, era de la materia de bioquímica. Después, los encontrabas descaradamente somnolientos en sus pupitres sin prestar atención a clase y por último continuaban su día con el peor de los humores existentes, hasta que llegaban a su hogar directamente a dormir. Afortunadamente esa tortura había culminado.

—Puedes dejarme aquí, no tengo problema al caminar unas cuantas cuadras.

 —comentó. Su meliflua voz acarició mis oídos. Ella era sencilla, clásica, femenina, de cuerpo curvilíneo, alta, pelo largo y siempre con una sonrisa pintada en sus labios carmín. Elisa era mi compañera de trabajo, a diferencia de mí, impartía la materia de farmacología a los jóvenes estudiantes del área de salud.

A este punto era costumbre llevarla todos los días a su departamento, no era una molestia para mí porque vivíamos relativamente cerca dentro de la misma colonia, meramente lo hacía sin recibir nada a cambio, pero nunca me entendí la razón de por qué siempre me pedía que la dejara al menos unas dos cuadras alejadas de su departamento y tampoco me tomé el tiempo de averiguarlo.

—Bien. —contesté sin refutar, pisando el freno del auto.

Sin embargo, algo en ella llamó mi atención: un pequeño hilo rojo descendió desde la comisura de su labio hasta el mentón. Quise preguntarle si estaba bien, pero ninguna palabra salió de mi boca y cuando debí hacerlo, ella terminó yéndose sin siquiera despedirse a una velocidad sobrenatural que me dejó abatido.

Y creo que mi mayor error fue retener esa duda en vez de disiparla.

Los días continuaron monótonos, que casi podía memorizar la sucesión de eventos, pero el día viernes fue un caos mental para mí donde estaba encerrado en una habitación de confusión y las paredes se comprimían a una velocidad vertiginosa hasta aplastarme por completo. No vi a Elisa. La busqué por todo el campus, pero pareció no haber ningún rastro de ella, le llamé a su celular, pero tampoco contestó y mi último recurso fue ir a dirección para pedir informes.

—¿La maestra Elisa no se presentó a laborar hoy? —inquirí disimulando mi preocupación.

—¿Maestra Elisa? En el instituto no hay ninguna maestra registrada con ese nombre.

Cabía la posibilidad de que, si hubiera insistido un poco más, esa oscura noche, todo fuera distinto, para que yo no terminara con la abrumadora confusión que me azotaba como las salvajes olas lo hacen con el mar, que la curiosidad no hubiera despertado de una manera incontrolablemente inverosímil, que mi mente estuviera en paz sin estar dando vueltas en el mismo bucle de pensamientos.

Porque cuando me estacioné fuera del departamento de Elisa todo estaba desierto, mi único testigo era la radiante luna llena y la fría brisa anunciando la temporada otoñal que despeinó mis cabellos mientras el miedo se apoderó de mí lánguido cuerpo. Me negué a mirar atrás. La profunda oscuridad no fue impedimento para distinguir una sombra que poco a poco se acercaba a la mía.

—¿Me estás buscando? —fue apenas un susurro tan bajo que necesité tiempo para comprenderlo.

No pude responder ni tampoco reaccionar.

Solo sentí la forma brusca en la que encajó sus filosos dientes en mi hombro, después atacó mi vena yugular con desespero y cada vez mis signos vitales descendían. Mi vista se tornó borrosa, mis piernas flaquearon, mi cuerpo dejó de responder ante las órdenes que yo le daba.

Yo había sido su víctima, una víctima que ella necesitaba para fortalecer sus vínculos con el más allá.

 

® Kamila Castillo (H. Matamoros, Tamps. México)  

sábado, 27 de mayo de 2023

''Verde'' ® Omar Rosas


Los padres del novio de mi hija son personas circunspectas, enchapados a la antigua, vienen a pedir su mano. La niña esta muy tensa, ellos no saben que tengo un nieto de dos años. Mi chica me hizo hasta un guión de lo que debo decir.

 Ya es domingo, llegarán en la tarde.

Y así fue, tocaron a la puerta, abrí, no entendí porque dijeron estar equivocados de casa.

— Papá, ¿Quién tocó?—preguntó mi hija desde el cuarto.

— Un viejo con traje, parecía un personaje de novela y una vieja calva con peluca.

— ¡Pero papi, son ellos, llámalos!—se asustó ella y salió corriendo del cuarto hacia la puerta, deteniéndose bruscamente en el medio de la sala con una cara de asombro, cayo desplomada en una silla.

Esa tarde, dormía en el piso. Mientras mi nieto, jugaba con mi cabeza, uso su acuarela verde.

 

® Omar Rosas

viernes, 26 de mayo de 2023

''Te amo'' ®Victoria Martínez


Recuerdo el día que te conocí, tu mirada inocente me decía que eras la indicada. Ganarme tu confianza no fue difícil, te compré flores, decía te amo” vacíos y cumplidos que llenaban tu corazón, aunque tu nunca te percataste de toda esta farsa, claro, solo eras una ingenua que cree en todo lo que le digo.  

 

Cada día despertamos juntos, tu rizado y rubio cabello sobre mi cara, mi mano alrededor de tu cintura, gestos de cariño” que demostraba para poder tener control sobre ti, me encanta poder hacerte sentir insuficiente, para que así vengas corriendo a mis brazos, caminando en un círculo vicioso que jamás termina, pero no cambies. Así sigue, bonita. Has que tu vida gire en torno a mí.  

 

Otra vez tomé la misma rutina de víctima cuando tú llegaste llorando, exclamabas que debía de cambiar, dándote una respuesta clara de que lo haría, sin embargo, ambos sabíamos que mi conducta iba a ser la misma, aun así tu nunca te marchaste, buena niña, siempre supiste que me perteneces. Siempre creíste en mí y sinceramente te lo agradezco, pude demostrar que manipularte fue muy fácil.  

 

Algunas veces me preguntaste que si había buscado ayuda, claro que he ido al psicólogo, múltiples veces, solo para darme cuenta que esos incompetentes no podrán jamás comprender el sentimiento que surge cada vez que te veo mostrar lo capaz que eres de abandonar todo lo que alguna vez has tenido, alimentando el amor propio que siento a través de ti.  

 

Aunque todo cambio la tarde que regresaste de la escuela, me explicabas que comenzaste a ver a una psicóloga, no me preocupé, tú eras demasiado tonta para darte cuenta de la realidad en la que estabas, el amor que sentía por ti era suficiente para no ver que detrás de él solo había engaños y desilusiones. Después de todo, ya no tienes voz propia, lo que a mí me gusta a ti te encanta, jamás sospecharías de mí.  

 

A pesar de lo que yo creía, todo cambio. No podía soportar que tu veneración ya no era toda para mi, la doctora quería que abrieras los ojos, aquellos que tanto me esforcé por mantenerlos cerrados, volviendo cada día una pelea recurrente por pequeños problemas que terminaban lastimándote únicamente a ti, ¿no lo entiendes?, yo solo quiero ver el fracaso en tu cara, ese que me mantiene a tu lado. Llenando tus expectativas para mantenerte conmigo, pues son cosas que tú nunca conseguirás. 

 

Esa noche fue mi perdición, había tomado mucho, tu irresponsabilidad sobre mi tuvo sus consecuencias, tuvimos nuestra pelea diaria, yo sabía que ya no eras feliz a mi lado, y yo ya no podía sentir el mismo respeto que antes me mostrabas. No pude percatarme de cuando llegamos a la cocina, nuestra pelea nos cautivó tanto que para cuando tomé noción del tiempo, todo era ya muy tarde, jamás pensé que yo era capaz de hacer tal atrocidad, dejé caer el objeto que ocasionó todo, ¿esto es mi culpa?, fue lo único que pude pensar, pues a mi mente solo venían recuerdos de cómo me descuidaste. 

 

Me apresuré al ver lo que había hecho, no puedo creer que después de todo, el miedo que sentías por mi, aquel que fue cegado por la forma en la que me amabas, dio frutos. Han pasado pocos días desde que me mostré con los ojos llorosos frente a la puerta de tus padre preguntando por ti, sabiendo muy bien donde estabas, todos confiaron en mi, de la forma en la que tú lo hacías. 

 

Engañar a tus papás fue fácil, más aún fue mostrar falsas grabaciones de las cámaras de seguridad que había por toda la casa a policías, ellos nunca sabrán que estas eran para saber donde estabas en cada momento del día. Tus amigas si que fueron problema, nada que yo no pueda resolver, terminaron cayendo en mis mentiras al verme llorar de forma tan desgarradora. 

 

Ahora viendo cómo tu cuerpo es cubierto por tierra, me recuerdo que siempre te amé, amé la forma en la que te controlaba, como hacías todo para complacerme cuando yo solo te hacía sentir insuficiente, logrando así mi cometido, y cumpliendo tu promesa, solo amarme a mí. Dejando a los árboles del bosque en el que te encuentras como único testigo de lo que sucedió, puedo decirte: Te amo. 

 

 ®Victoria Martínez

jueves, 25 de mayo de 2023

''Otro día'' ®Amiie Aguirre


Siete de la mañana, vamos de nuevo, como si fuera poco el ayer, otra vez, otra vez.

El sol se asoma como de costumbre, sus rayos se cuelan por las cortinas floreadas que mi madre hace un año colocó. Recuerdo ese día, entró mientras yo estaba en la escuela y cuando llegué a casa, me llevé una tremenda sorpresa. Odio el rosa y las flores. Odio los colores.

Tuve una noche pesada, los ruidos en las calles se hicieron insoportables, primero los coches intentando llegar a donde sea que vayan, con sus cláxones sonando a cada segundo, maldita desesperación, no le veo el beneficio. Sí, todos quieren llegar, pero oye, están atrapados por igual.

Los gatos pelearon hasta altas horas de la madrugada, no sé quién de todos ganó el derecho de preñar a la hembra de la cuadra, me pregunto: ¿Sabrán que está esterilizada?

Los vecinos decidieron reunirse, con la música a todo volumen reafirmaron su gusto por la Banda, los corridos y el reguetón. Odio esos géneros musicales.

Por si fuera poco, mi hermanita tuvo un ataque de llanto que duró horas, tantas horas que mis ojos no pudieron pegarse, quise levantarme para cargarla y arrullarla, pero preferí quedarme en cama. Mamá dice que yo solo la embracilo, no sé qué eso, pero no suena bien.

Solo pude dormir dos horas. Dos malditas horas que provocan ojeras oscuras e hinchazón. Pero me levanto, hago mis cosas y bajo a desayunar. Mamá dice algo. Papá dice algo. Antes me parecía que hablaban en chino, hoy, solo observo sus labios moverse. Se desesperan, a veces lloran, manotean, dibujan garabatos y analizo sus trazos, todos torpes por supuesto. Me acercan las diminutas pilas redondas y yo solo muevo la cabeza, ahí van de nuevo, la misma cantaleta.

Prefiero ir a mi cuarto a soportar todos los ruidos, que aceptar que hace un mes, en ese accidente, donde murió mi hermana menor, yo quede vivo.

Vivo… y sordo.

 

®Amiie Aguirre (Reynosa, Tamps. México)

miércoles, 24 de mayo de 2023

''La Fruta de Dios'' ® J. R. Spinoza


La frase “vamos a echar una cascarita” se entiende en cualquier lugar de Latinoamérica, incluso me atrevería a decir que en cualquier sitio donde hablen español. El fútbol (a diferencia del polo, el golf y la esgrima), es un deporte que no tiene miramientos en el origen humilde de sus practicantes. Hasta el más pobre puede disfrutarlo, y así ha sido desde su invención, que a falta de pelota se ha jugado con cocos, melones y naranjas. Siendo estás últimas las predilectas por su escaso valor comercial. Para evitar que se mancharan de jugo al patear la fruta, los muchachos del barrio (de cualquier barrio), le hacían un hoyito y con un popote sorbían el líquido. Dejando poco más que la cáscara. De ahí viene el término: “cascarita”.

 

Mi historia con Diego, comenzó también con una naranja. Mi padre me había dejado a cargo del puesto por unos minutos mientras él discutía con su proveedor. No recuerdo el día, pero sé que recién había cumplido los siete. Como hijo de comerciante, los números nunca fueron problema para mí. Sumaba desde los cuatro y para los seis ya sabía multiplicar y dividir. Conocía los precios de cada fruta exhibida en el mostrador y sabía dar el vuelto de billetes grandes. Un hombre vino a comprar un kilo de plátanos y se quedó admirado de que un chico de mi edad supiera usar la balanza. Yo me sentí grande. Pensaba que en unos años sería yo quien hablase con el proveedor y en lo orgulloso que estaría mi padre.

—¡Te roban! —el grito de la tiendera vecina me sacó de mis ensoñaciones. Un muchacho de algunos catorce (después supe que tenía en realidad trece) había cogido una naranja y comenzó a caminar haciendo dominadas con ella. Se paseaba el esférico de los pies a la cabeza y después a la rodilla, al pecho y los hombros.  La fruta nunca tocó el suelo.

Yo corrí tras él y cuando lo llamé ladrón, se giró sin dejar caer la naranja y continúo dominándola mientras me respondía.

 

—No soy ningún ladrón, pibe. He tomado prestada la naranja, cuando gane la copa, pagaré a vos una docena.

 

Esa noche, antes de dormir, me reproché el no habérsela quitado. Hoy cuarenta y siete años después, pienso que es uno de los recuerdos más valiosos de mi vida.

Otro de ellos fue poco después del Mundial de México, en 1986. Para aquel entonces Diego se había convertido en una especie de dios para mis paisanos al levantar La Copa del Mundo. Yo había contado la historia de la naranja hasta la extenuación, pero pocos la creían. Era 30 de julio y la selección volvía al país. Muchos fuimos al aeropuerto de Ezeiza a ver volver a nuestros campeones. El lugar estaba  lleno, pero los policías les crearon un perímetro a los jugadores, de modo que pudiesen caminar con libertad. Algunos saludaban, otros lanzaban besos, pero no Diego. El llevaba un balón en los pies y al igual que el día que lo conocí, no permitió que tocase el suelo. Algo me dijo, creo que no se me hubiese ocurrido a mí sólo, qué le gritase algo, cualquier cosa.

 

—¡Me debes una naranja! —grité, y por un momento temí que se perdiese entre tanto ruido.

De alguna forma consiguió filtrarse. El campeón del mundo detuvo la pelota. Miro a la derecha, después a la izquierda y lo juro por mis padres. Me sonrió.

Un par de semanas después recibí paquetería no esperada. Una docena de naranjas, un balón y una nota.

 

Con esta pelota ganamos la final. Copa del Mundo de 1986.

Mi deuda está saldada.

Diego Armando Maradona.

 

El balón estaba autografiado.

 

® J. R. Spinoza (H. Matamoros, Tamps. México)