lunes, 1 de mayo de 2023

''Chica de Negro'' ® Estrella Gracia


Nos conocimos al final de la calle, en una desértica noche de canícula, bajo los suspiros agonizantes de una amarillenta luz de sodio. Mi vestimenta negra despertó en él un incontenible deseo y sin importar el costo, me subió a su camioneta dirigiéndonos al tierno vientre de la oscuridad.

Manejó un par de kilómetros y detuvo la marcha en una licorería donde se abasteció de ánimos, prometiendo una gran noche. Al llegar a su casa observé que ceniceros de incertidumbre, un fregadero desbordado de indiferencia y la soledad, eran su compañía. Destapó la botella, no hubo necesidad de copa cuando se puede beber directamente del pico y lo que más urge es ambientar con buena música. Inició con The Doors; encendió un cigarrillo y comenzó a bailar frente a mí envuelto en el humo que exhalaba, mientras cantaba Light my fire; cuando en el repertorio apareció The Hollies no dudó en invitarme a la pista. Rozó en mí su mejilla en una evidente necesidad de amor, y entre fermentadas palabras decía que yo era su chica de negro. Desde esa noche la complicidad nos unió; decidió mantenerme alejada de todos, no quiso que nadie me viera, porque para él yo era a pieza fundamental que armó su rompecabezas.

Él pasaba por un tiempo difícil. No hubo día en que no llorara inconsolable; y me veía fijo mientras decía: ¡Deseo que suene el teléfono, pero…, sé que lo haré! No era mi momento de responder, aunque sintiera el temblor en sus manos y el calor de su ira perdiéndose lenta, en esos segundos en los que el pensamiento llega a la pared incolora de la nada. Después él volvía en sí, prendiendo el estéreo a todo volumen para iniciar de nuevo la danza macabra, y para que los vecinos escucharan su aparente felicidad. Así transcurrían los atardeceres a diario, entre música, baile y licor, para después, agotado tirarse en la cama a mi lado, hasta quedar dormido.

La alarma sonaba justo diez minutos antes de las seis de la mañana, inmediatamente encendía el televisor y se duchaba tarareando el himno nacional mexicano. En cuanto iniciaban las noticias, se sentaba al borde de la cama con la manía de enrollar el vértice de la toalla entre sus dedos, despotricando contra los delincuentes y los políticos, refiriéndose a ellos como escorias y mal nacidos, mientras se desayunaba entre el enfado, un cigarrillo y un café negro frente al peinador, aprovechando el tiempo para arreglarse y salir de casa. Yo como siempre, permanecía resguardada dentro de esas cuatro paredes en espera de que el ocaso lo regresara a mi lado, hundido por la tristeza. Siempre igual, todos los días era lo mismo; malcomía y con música acompañaba la soledad. Bailábamos hasta que terminaba agotado y así, cada mañana, a pesar de enojarse por las malas noticias, él amanecía con los ánimos de continuar.

Una tarde no llegó, me mantuve a la espera; pasé varios días sin su llanto, sin preguntas ni quejas, hasta que una noche volvió azotando la puerta de la casa, y corriendo a toda prisa hasta encontrarse conmigo. Su cara se miraba amoratada, los labios reventados y ensangrentados; junto a ese aliento que era una neblina de alcohol, me mostraban que los problemas se habían acrecentado.

        Lloraba atormentado, consumiéndose lenta y dolorosamente. Me abrazó a su pecho e inclinó la cabeza hacia atrás como agradeciendo al cielo por estar conmigo, mientras decía que ahora si… ya todo era diferente. ¡No aguantaba más!, porque por más intentos por vivir, su alma había muerto desde el secuestro de su familia y la esperanza había sido inútil.

¡Te necesito!, dijo dolorosamente decidido, sus ojos ahogados me miraban a través del espejo y de pronto gritó con furia… Yo, estaba a su lado, siempre lista para cuando él más me necesitara. Me empuñó, y yo le besé directo en la sien.

 

®Estrella Gracia (H. Matamoros, Tamps. México)

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