La escritura quizá no
sea más arcaica que el arco, la coa, el tambor o la rueda; pero a lo mejor es el
invento que más tiempo tardó en sofisticarse, para influir directamente en la
vida social y personal de los seres humanos, sufriendo innumerables cambios a
través de las épocas, cambios a los que el idioma pareció adaptarse conforme,
según los puritanos de la lengua, los propios hablantes lo perjudicaban;
cambios acaecidos con los nuevos descubrimientos de la comunicación visual o
bien, mediante alteraciones inmediatas que olvidaban toda regla sintáctica u
ortográfica, paulatinamente, el lenguaje escrito asume sus propios cambios,
construyendo una cercana necesidad de habitar en el otro. Es sabido que no
existe palabra antes escrita, que jamás haya sido pronunciada con anterioridad.
Desde
sus orígenes, datados en el año 2,500 a.C., en la antigua Mesopotamia, con los
cantos (poemas líricos) labrados sobre tablillas de las sacerdotisas sumerias, dirigidos
a la numen lunar Innana, la palabra escrita ha representado un punto de
encuentro entre la divinidad y el espíritu, el pensamiento y lo concreto, este
esquema de cuatro constelaciones dio arranque al complejo desarrollo de la
memoria, que se encargaría de almacenar y evocar los signos necesarios para
transmitir más allá de mensajes, ideas colectivas. A pesar de ello, no todos
los seres humanos tenían acceso al conocimiento escrito, ejemplo: las órdenes
clericales de la Edad Media, se aseguraban de ocultar o revelar sólo aquellos
textos que creyeran pertinentes para el culto sucesivo. No fue sino hasta el
Iluminismo (s.XVIII), cuando la ciencia derribó al mito para mitificarse a sí
misma; al surgir la imprenta de Gutenberg, invento que cambió la apreciación cultural
del mundo hacia una industrialización del intelecto. Conocimiento y grafía, democratizados
por primera vez, llegaban a la clase burguesa en específico, después a los
sectores marginados, para que la educación se pluralizara. Durante el proceso
sucedáneo de las revoluciones industriales, obreras, campesinas, la escritura
fue fundamental para cumplir sus propósitos de acción militante, jugando un
importante rol en la organización política de masas; el saber leer se convirtió
en una necesidad de primera categoría, todas las escuelas públicas debían
enseñar a leer y escribir por derecho humano.
Así
es. La escritura representa el mayor grado de civilización que un pueblo puede
llegar a concebir, según los estándares degradados del raciocinio, en ella
están cifrados los elementos vitales de los que se sirve, mecanismos
idiosincráticos, culturales, que determinan las diferencias y similitudes entre
los pueblos. El emperador Adriano, durante el primer siglo después de Cristo,
diría algo semejante: “La palabra escrita me enseñó a escuchar la voz humana”.
Pero la grafía también fue cuestionada por su efectividad como parte funcional del
lenguaje, ya que, encasillar sentimientos, ideas abstractas, creencias
fehacientes o significaciones concisas en determinados símbolos lingüísticos y
formar con ellos una simulada proyección de realidad, pareciera como si
escucháramos con oídos sordos.
Después
de la imprenta de Gutenberg, se impulsó con ferviente aspiración, en casi todas
las naciones del mundo, la producción literaria, sobre todo en el género
moderno de la novela. Importaba en demasía la experiencia dada por un libro al
lector. Cada país, con su muy pronunciado y propio sentido nacional, apoyaba a los
mejores autores de su territorio, a los espíritus más brillantes del siglo, para
que escribieran densas novelas de entretenimiento, dirigidas a las masas,
mientras su reputación engrandecía (a la par de la obra escrita) y la nación
criaba escritores como chinches en una alfombra. Todo esto fue así, antes que
el comercio virara conforme a la degradación lectora del público, motivado más
a ver la televisión que a leer un libro; la palabra escrita fue sustituida por
la imagen en su totalidad; el encanto tecnicolor, la tercera dimensión, las
dinámicas de marketing, ayudaron a
establecerla. Sin argumentos válidos, fuera el género literario que fuese, donde
el escritor ofrecía sus servicios creativos, se enfrentaba a la estupidez del
consumidor, cada vez más perezoso o conformista. Contrario a lo supuesto, esto
llevó a un crecimiento desmedido de las líneas de producción editoriales, un
crecimiento que no se detendría hasta volverse obsoleto en sí mismo.
A
finales de la segunda década del siglo XXI, los libros habían saturado el
mercado, muchos de ellos se pudrían en las bodegas y almacenes de las
editoriales, debido a sus deficientes métodos de distribución, sus altos
costos, la crisis económica del lector promedio, mientras se ponderaba la idea de
que es más importante la ganancia económica que la lectura en sí misma y su reticencia
a promover sólo aquellos autores que catalogaban como buenos para sus
lineamientos editoriales. Esto hizo que los autores no leídos fueran en
aumento, engendrándose plataformas digitales de autoedición y con ello un nuevo
campo para la escritura fue inaugurado, aunque no resultara tan influenciable
al principio; sin necesidad de contratos hostiles, dependencias o regalías
mediocres, impuestas por cualquier casa editorial prestigiosa.
A
finales del siglo XXI, la escritura alcanzó otro estrado de su evolución,
contra las dependencias que tanto la hostigaran por siglos, alcanzó una
permanencia totalizante en el ser humano, con la primera máquina corpórea para
escribir sensorialmente, ideada en el instituto de lingüística avanzada de la
universidad (irónicamente) de Gutenberg y la empresa de tecnologías grafo-digitales
Writer Corps Inovation, cuyas instalaciones centrales están ubicadas en la
ciudad de Lucerna, desde el año 2011. Esta poderosa empresa con aires de
ingenio y democratización del sentido autoral, enemiga natural de los imperios
editoriales, ideó los primeros prototipos de una máquina proyectora de ensueños
creativos, traductora de imágenes sensibles en palabras; pero tanto lingüistas,
como programadores y científicos tardarían cerca de ocho años en vislumbrar los
verdaderos alcances del invento, hasta hacer efectiva la traducción de
pensamientos en palabras impresas, a la misma velocidad que una imagen es
proyectada desde subconsciente hacia la luz de la razón. La máquina en
resumidas cuentas, superaba la necesidad de usar bolígrafo, máquina de escribir
o computadora, desde el dispositivo de un celular se puede conectar con el
editor interfaz; quienes tuvieran el repentino arranque de escribir un libro,
con sólo pensarlo un instante, la máquina procesaba el grado de emoción
suscitada en el usuario.
La
primera prueba fue realizada con el escritor Iodeso Junaen, de origen
franco-libanés, ganador del premio nobel en el año 2087, por su inmensa obra
novelística y perfectamente elaborada, salvo, por un libro, que según el propio
autor, debido a su edad avanzada, presentía que no iba a poder escribir a
tiempo. Este libro, titulado Uróbolo o
sobre los placeres malignos, cabe resaltar, era esencial para completar una
de las mejores sagas imago-naturalista que hubiera leído el siglo XXI, titulada
“La transmutación elemental” y no hubiera sido posible de no haber colaborado
con Writer Corps Inovation.
La osadía
de Iodeso Junaen de someterse al experimento, inquietaron mucho, por otra
parte, a los críticos literarios, quienes siguieron con detenimiento y gran atención
la obra escrita por primera vez mentalmente, en una sola noche. Con el fallo a
favor (unánime) de que la obra Uróbolo
era circular y perfecta, dotada de elementos literarios hasta ahora no expuestos
en la práctica, lo que reincidió en el estudio de la desapropiación del texto. El
primer libro escrito sensorialmente fue como una confirmación de lo investigado
in extenso desde el deconstructivismo, con la teoría de muerte del autor
y la desautomatización del lector. Esta máquina de escritura sensorial era todo
un éxito, sin duda; pero dejaba a todos (tanto críticos, traductores, editores
y autores consagrados) un mal sabor de boca, pues con ella prácticamente todo
lector ducho podía escribir sus propios libros, siempre y cuando se tuviera la predisposición,
la paciencia, la imaginación suficiente para concebir un pensamiento abstracto
como algo significativo, real para la vida; en menos de una noche el lector (el
cliente) tendría frente a sus ojos el motivo de la obra, el punto de encaje, llámese
inquietud o premonición artística, aparecida en una pantalla sensorial; lector
frente a ese texto que siempre hubiera imaginado leer, su propio libro, con la
opción de imprimir en cuanto lo hubiera pensado. Esa fue la victoria más
importante del lector sobre el autor.
Desde
el año 2090, cuando Nashira Gliese, una de las lingüistas que trabajaba en el
proyecto a manos de Writer Corps Inovation, fue interrogada por los reporteros
sobre qué sería de la literatura ahora que cualquier lector podía escribir sus propios
libros, ésta respondió.
—Estamos
seguros que cambiará la percepción del arte en sí mismo, también nuestro trato
con las palabras, porque su elaboración no es tan directa como lo pudiera ser
la imagen; se necesita conocer cada signo, poner en practica su entonación, la
puntuación del pensamiento no dista mucho de la grafía, la gramática es
inseparable de la mente creativa. Por eso, la literatura quedará libre de la
figura autoral, ese es el objetivo. Pues literatura no es el autor, ni la obra,
sino el sentido de construcción, que alguien prevé.
Años
después de que Iodeso Junaen hubiera colaborado con Writer Corps Inovation,
falleció recostado en su cama, rodeado de la suntuosidad donde expiraban sus
días, después de haber tenido una juventud precaria y llena de altibajos. No lamentó
nada en su vida, excepto haber terminado su saga, “La transformación
elemental”, con una obra tan perfecta como la que alguna vez imaginó improbable
de escribir. La perfección de la materialidad, en ocasiones, representa una derrota
para ámbito de la imaginación, pues quizá no haya mejor mérito para un escritor
que el de mancharse las manos con sus errores.
® Ulises R. Luján
(Ciudad de México)