viernes, 19 de febrero de 2021

''Arañita, arañita'' ®Vicente Herrera


Que no te gusta platicar con tu papá porque siempre termina hablando de sí mismo, que a Osvaldo no lo consideras un amigo verdadero porque sólo está cuando él tiene un problema, y cuando tú lo necesitas, te manda por un tubo. Con Betsy pasa lo mismo: sólo quiere hablar de sus problemas y cuando le hablas de los tuyos, te juzga, es muy severa, te dice cosas muy malas; no te gusta que te digan tus verdades; sólo utiliza lo que sabe de ti en forma de ataque. Te reprocha las cosas que hiciste, lo que le confiaste, pero, ¿qué tanto hiciste?, ¿en verdad te merecías esa llamada de atención para que dejes de hacer lo mismo de siempre? Ojalá supieras cuántas veces me pregunté si esas mismas quejas no las tenías sobre mí. Para escuchar, hay que callar. Las voces de la cabeza también deben estar en silencio. Qué caso tiene que la gente acuda a ti para sentirse escuchados si en tu mente todo el tiempo estás deseando que se callen para que, por fin, comiencen a hablar sobre ti, porque eres tú el único tema que deben de tratar, ¿no?

Que no disfrutas tu cumpleaños porque tu mamá cumple unos días después y siempre te roba el protagonismo. Que no te gustaría tener un trío porque quieres toda la atención para ti misma, inclusive si se trata de dos hombres y una mujer “qué tal que entre ellos se hacen de cosas y a mí me dejan sola”. Que por más mal que te traten las personas, no las puedes dejar ir, que te gusta conservar a tus amistades, pero ¿de qué amistades hablas?, ¿qué tiene de amistoso forzar a la gente a que se quede a tu lado? Si todo el tiempo piensas en tener el protagonismo, ¿qué lugar tienen los que te rodean? ¿Por qué deberían tener lugares o competir por el protagonismo? No tiene, eso no se hace, pero tú así lo deseas.

Por eso siempre me venían a mí esos reproches: “ya tienes nuevas amigas, nos dejas abajo, nos abandonas, nos traicionas”. No podía saludar a otra compañera porque ya me esperaba esas quejas tan infantiles, tan minúsculas a primera vista: el cuchillito de palo no corta, pero cómo jode. No siento lo duro, sino lo tupido. Miles de veces escuché esas palabras taladrándome la cabeza que en algún momento debía estallar. DEBÍA, sí, en mayúscula porque era (fue) necesario. Por eso te molestaba que Betsy tuviera nuevas amigas, porque no la tenías comiendo de tu mano. ¿Qué beneficios tenía ella contigo? Analiza bien su situación. Sí, la de ella, no la tuya. Deja ya de pensar nada más en ti, por favor. Contigo nunca hizo nada. No se atrevió a nada. No dibujó nada, no escribió nada, no participó en nada, no bailó nada, no conoció a nadie más. En cambio, con sus nuevas -y mejores- amigas comenzó no sólo a escribir sus poemas, sino a participar en eventos, a publicar y a leer frente al público su obra. Tú la conoces, sabes lo tímida que es. Ella se pone colorada cuando le piden la participación en clase: se queda muda. Pienso que todo aquello que realizó fue un gran avance. Creo que se siente más segura y orgullosa de sí misma, y por eso deberías estar contenta, por los logros de aquellos que llamas “amigos”, pero no. Estás siempre enojada, celosa, llena de envidia. Necesitas que te necesiten; si no te juntas con nosotras, ¿quién te va a aguantar!; y para ello haces hasta lo que no para que la gente piense que “debe” estar contigo. Haces lo necesario para que los demás nos sintamos mal por nuestra autonomía e independencia. No somos tus órganos, apéndices tuyos encargados de absorber todas las toxinas que generas. Somos individuos muy ajenos a ti, eso grábatelo muy bien.

¿Te acuerdas cuando Dana y tú comenzaron a trabajar juntas? Me mandaste un What’sApp. Estabas llorando de rabia, de impotencia, enteramente frustrada. Ella te gritó y quién sabe qué tantas cosas más te dijo: te trató mal. “Estamos a finales de semestre, todos estamos muy estresados. No te tomes muy a pecho lo que dice, pronto se nos pasará a todos”, te dije para que entendieras a tu amiga, para que no terminen peleadas. ¿Qué fue lo que pasó? Cegada por tu rabia, me reprochaste que para qué me contabas las cosas a mí si yo soy igual, que cuando me enojo le saco sus verdades a la gente y les tiro toda su mierda, que ataco sin pensar en las consecuencias. Y yo sólo pensaba en ponerte un espejo para que vieras y entendieras lo que estabas haciendo justo en ese momento. “Todo lo que tú me reprochas, también lo haces”. Me cansé de repetirte eso, pero nunca quisiste entender. ¿Qué debía hacer entonces? Si me quedaba con ustedes cuando me sentía mal; nosotras también tenemos problemas y no andamos ahí llorando como tú; me reprochaban, si yo me alejaba de ustedes; ¿cuál es tu pinche problema? siempre tenemos que estar aguantando tus actitudes, a que cambies de humor, a que estés de buenas; también me reprochaban. Por si fuera poco, yo debía, según tú, entender todos esos reclamos como si de un cumplido se tratasen, debía considerar todas esas mentadas de madre como “apoyo”. ¿Cuántas veces tus palabras me reconfortaron? Nunca. Todo el tiempo empeorabas mi situación y como yo me di cuenta de eso, decidí alejarme de ustedes; no importa qué tan mal me traten, yo no puedo alejarme de las personas que quiero; precisamente para evitar más conflictos, pero no me dejabas. No querías dejarme ir. No aceptaste mi libertad, no pensaste en el mal que me causaban, en lo mal que estuve y me sentía a su lado. Como tú no te puedes alejar de las personas, te aferrabas a mí.

Por eso la gente se aleja de ti, por tus actitudes de mierda; Yo no soporté nada de eso y me alejé. Establecí límites, te puse un hasta aquí. Corté de raíz los problemas y te paré en seco antes de que continuaras con tus agresiones. Eso no te gustó para nada. Todavía tenías veneno, y mucho, y no querías irte a dormir con toda esa ponzoña espumeando de tus fauces; no me gusta dejar las cosas a medias cuando discutimos porque luego no puedo dormir; Pues lo siento, pero yo sí quiero y puedo dormir. Lo necesito. Necesito más dormir que tus reproches y discusiones. Hasta la vista, nos vemos -desgraciadamente- mañana en la escuela; ¿cómo estás? ¿cómo te sientes?; “Bien”, así, seco y en automático, maquinal, sólo para que dejes de molestar ;es que no sé lo que pasa por tu cabeza y me empiezo a imaginar cosas; Yo sé que no te preocupo. No me preguntas porque en realidad desees mi bienestar, no. Preguntas porque luego le das rienda suelta a tu imaginación y después no la puedes detener. Te aterran tus pensamientos y crees que me voy a suicidar, que algo malo voy a hacer, que voy a matar, qué sé yo lo que tú te imaginas. Tanto revoloteo y yo ahí bien a gusto en mi casa, leyendo, viendo una película o un video en YouTube, jugando un videojuego, pero a la señorita se le ocurrió que era buena idea irrumpir mi tranquilidad para masacrarme con sus ideas suicidas sobre mí. Yo no tengo tus traumas y no me puedes culpar ni responsabilizar por no tenerlos. No me puedes reprochar “falta de empatía” porque “no te entiendo”. Comprendo la manera tan descabellada en la que demuestras tus emociones, pero no los porqués de las mismas. Una cosita como que una mujer no se haya delineado perfectamente los ojos, ya te causa conflicto y no dejas de pensar en ello. Algo tan insignificante como un hilito fuera de lugar ya es para ti un detonante para tu ansiedad, pero para mí no lo es y no tengo la culpa de ello.

Ignoré tus mensajes, eliminé mi WhatsApp, te bloquee de Messenger, te borré de Facebook, me cambié de lugar en el salón, en los recesos me iba solo, lejos de ustedes. Te dije que necesitaba a personas más positivas a mi lado, que quería estar bien conmigo mismo, estúpidamente lo dije para poder estar bien con ustedes. Es de sabios cambiar de opinión. Ya no pienso eso, no lo hago para estar bien con ustedes, lo hago por mí, porque me lo merezco, porque hice un gran esfuerzo por quedar bien con ustedes y nunca nada fue suficiente: me cansé. No entendiste las señales, así que no tienes derecho a reprocharme nada; ahí vas otra vez con tus dramas; No, nada de eso. El mensaje es muy claro: no te quiero en mi vida y tampoco te necesito.

Tu estrategia la tienes perfeccionada. La armadura de la Eterna víctima es tu favorita; mi papá me dice que no soy su hija… mi mamá siempre me compara con mis hermanas, que a ellas se les ve sexy la ropa, pero que a mí se me ve lindo, nada más… mi ex solamente quería escuchar cantar a mi hermana, pero a mí nunca… mi tío me dice que no heredé las piernotas de mi mamá… ¿por qué siempre me pasa lo mismo?;... Así comienza el juego. Tienes que darles en el lado emocional. Cualquier persona con el mínimo de empatía se va a solidarizar contigo. Por eso funciona, porque todo el mundo te ve como la víctima perfecta, te ven así porque así te muestras, y una vez que se comprometen moralmente a ser tus cuidadores, es cuando ya están en tus redes. Una vez atrapados, ya no hay ni cómo defenderse porque siempre te hacen daño, todo el mundo te maltrata, nadie se apiada de ti, nadie te quiere, nadie te apoya. Y en ese ínter, lanzas tu aguijonazo. El veneno paraliza a tus víctimas. No se alejan de ti porque ya se sienten mal por preocuparse de sí mismos. Están siendo manipulados psicológicamente. No se mueven de tu lugar porque piensan que es su obligación defenderte a toda costa. Después de la parálisis, el veneno vuelve, líquidas las energías de tus víctimas: ahora sí puedes introducir tus colmillos y succionar todo lo que haya adentro. Pocos somos los sobrevivientes. Pocos pudimos resistir ese veneno y logramos escapar de esa red.

 

® Vicente Herrera (Tijuana, Baja California)

 

 


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