domingo, 19 de junio de 2022

''Una flor carnivora'' ®Francois Villanueva Paravicino


 Al verla cubierta con las sábanas y la colcha, suponiéndola desnuda como siempre acostumbraba, aparte del cariño inconmensurable que sentía por Alisa, me atacaba una sensación de ansiedad y de misterio, como si estuviera delante de un jardín de flores carnívoras, por fuera las más hermosas, pero por dentro peligrosas como un mar de mandrágoras. Su bello rostro pálido como el alabastro y su cuello puro como la de una doncella eslava, se transformaban, a eso de las tres de la mañana, en las formas de un cuerpo inerte, sin vida, níveo pero mustio, casi cadavérico, como si el alma se hubiese fugado de ella.

Yo, a mitad de aquella hora diabólica, terminaba mis labores de oficina en el compartimiento contiguo al dormitorio y, como luego tenía que ser, cuando ingresaba para alistarme para dormir, vi aquel triste espectáculo de mi amada con el semblante desfallecido, como si se hubiese desmayado o, peor aún, se hubiera muerto.

Aquella noche, preocupado, dudé si podría dormir. Al verla bajo el resplandor mortecino de una madrugada, tuve la sensación de que ella ya no respiraba y que, tal vez, era un cadáver. Me asusté tanto que empecé a jalonearla y moverla con desesperación, con el fin de hallarla viva. Y así ocurrió. Se despertó asustadísima, lanzó fuertes suspiros, lloró con desconsuelo, e incluso me insultó y me acusó de ser un insensible por no dejarla dormir en paz. Tuve que disculparme besándola y acariciándola con suavidad.

—Lo siento, Alisa, tuve un ataque de demencia al creer que ya no respirabas —le dije con voz lacrimógena y con total arrepentimiento.

—Pero ¿qué te pasó? ¿Por qué creíste eso? —me dijo ella más tranquila, serenándose con prontitud.

—La verdad… Te contaré la verdad, porque eres el ser que más amo ahora —le respondí sujetando la situación por las riendas—. Los últimos días, cuando termino mis labores de oficina a las tres y media de la madrugada, al regresar a tu lado, tengo la sensación de que ya no eres la misma, que eres alguien diferente…

Guardé silencio para ver si contestaba con reproches o con alguna observación, pero ella se quedó ensimismada, como si reflexionara en mis palabras o, quizás, aceptase mis afirmaciones de manera inconsciente.

—Es como… como si un espíritu maligno te poseyera e intentara que me aleje de ti. Eso, lo que sea que fuera, me asusta, dándome pánico, atemorizándome. A veces aquello me saca de quicio y no me deja dormir las siguientes horas, y por eso amanezco con el genio de los mil diablos.

—¿Ya te diste cuenta? —dijo ella de pronto, luego de una pausa de varios segundos.

—¿Qué…? ¿Qué cosa? ¿De qué estás hablando? —contesté con la piel escarapelándome, con un temor que crecía de pies a cabeza.

—¿Ves aquel reloj de pared? —dijo y apuntó ese objeto susurrador.

Clavé la mirada en aquella dirección y vi, con un pánico tremendo, las 3:49 de la madrugada.

—¿Qué tiene que ver aquel reloj, Alisa? —pregunté con voz débil.

—A eso de estas horas yo empiezo a mutar…

Desencajé la mandíbula de mi rostro.

—Sí, tonto, yo soy una mutante.

Entonces, como si el desfallecimiento atacara mi conciencia, perdí la razón y todo se volvió oscuridad, y el mundo empezó a darme vueltas en la cabeza, me perdí en un remolino de fuego y, poco a poco, empecé a abrir los ojos difusamente. Al ver con claridad, me descubrí solo en la cama. El dormitorio yacía en tinieblas, pero desde el cuarto de estudio el foco se encendía y se apagaba, como si la luz eléctrica fallara ante una tormenta con lluvias y truenos. Me puse de pie y caminé a tientas entre el parpadeo de luz y la oscuridad, hasta llegar al cuarto de estudio.

Si no fuera que la cordura y la sensatez eran algunas de mis dotes intelectuales, hubiese dudado de lo que, horrorizado, miré con estupefacción. Aquella mujer que yo amaba con total entrega, tenía pétalos gigantes en vez de manos, una enredadera de raíces de gran tamaño en lugar de piernas, y aquel rostro rosáceo que adoraba tenía la forma de un estigma dentado que, créanme, parecía la de una fiera y horrorosa planta comehombres. Casi me desplomé del susto, pero traté de mantener la calma y la serenidad. No lo podía creer. Es como si estuviera atrapado en una pesadilla.

—Ahora serás para siempre mío, querido —dijo Alisa transformada en aquella mezcla de flor gigantesca, mujer deforme y monstruo carnívoro, como un ser bestial, un mutante producto de un accidente científico, un ser nacido del elixir del diablo y del hombre.

Traté de salir corriendo de aquella habitación tenebrosa, pero unas ramas grotescas que crecieron a velocidad impresionante me sujetaron del cuello, las manos y las piernas, y me arrastraron hacia aquella boca inhumana, de filudos dientes, de baba ácida y de aliento mortal. Luché por mi vida, y casi me desvanezco de horror, hasta que Alisa me habló con voz tétrica:

—Te he elegido porque me amas, pues contigo podré vivir una temporada más sin envejecer. Es parte de mi naturaleza, según mis creadores. La sangre de un hombre enamorado es la más pura, la más transparente y la más bondadosa…

—Nunca… nunca me amaste… —gruñí como pude, casi asfixiado.

—Me gustas, pero no amo a nadie desde hace cien años, allá por el dos mil veintiuno, cuando me crearon.

Empezó a contarme, con aquella voz espeluznante, que se enamoró con perdición de un joven bello, bueno y grandioso y, lo peor, reveló que él también la amó. Amaba sus formas amables, sus gracias, su afán con ella; y, aseguró, casi perdió la vida porque aquel le importaba demasiado. «Pero era él o yo», sentenció aquella criatura irreconocible. «Al final uno actúa según sus propios intereses», dijo. Y, finalizando, describió cómo asesinó a ese ser amado en su última cena de amor: le chupó toda la sangre, se tragó sus vísceras, y trituró sus carnes y sus huesos.

—Soy la vampira carnívora en forma de planta, uno de los primeros experimentos científicos de los laboratorios clandestinos de Lima en busca de la inmortalidad. Soy despiadada. Pues incluso tuve que deshacerme de mis creadores, quienes ya no me servían. Y ahora que ya te diste cuenta de todo, ya no me sirves, porque tarde o temprano intentarás huir. Solo ahora tu amor me merecerá.

Y, pese a que luchaba con todas mis fuerzas, perdí la razón.

 

® Francois Villanueva Paravicino (Perú)


0 comentarios:

Publicar un comentario