domingo, 23 de abril de 2023

''El Sacerdote'' ®Peter Blum


Hace unas horas murió una mujer. Que Dios la tenga en su santa gloria.

Mi hermano menor parece dormir en el asiento de enfrente, pero ambos sabemos que solo evade hablar sobre lo que lo atormenta; los hombres odian dialogar del dolor, y eso es una mala combinación de emociones. Pero más como su hermano que como el sacerdote de la familia, lo entiendo.

En el lugar donde crecimos, siempre se muere la gente, sucede algo extraño con ese tema desde que tengo memoria; hay tiempos de muerte y tiempos de vida, por lo que en largas temporadas parece que ni los animales son candidatos para el entierro; pero hay lapsos en los que incluso, el que acaba de nacer puede ser visitado por el ángel de las sombras y el descanso.

José – mi hermano – teme por su vida y la de su familia desde que supimos que el número de muertes era mayor a ocasiones pasadas. Siendo un lugar de pocos habitantes, era normal que muchos quisieran salir de ahí, sin embargo; los ancianos siempre decían que no importa si estabas lejos o cerca de casa, porque haber nacido en nuestras tierras, implicaba estar en la lista de candidatos a descansar cuando fuera tiempo de hacerlo. De nada servía viajar a otro lugar, el final no conoce de fronteras ni distancias; si eras de los nuestros, morirías en temporada, así estuvieras en el rincón menos conocido de la tierra.

A pesar de eso cumplí el capricho de mi hermano, lo llevaría un par de días a un lugar que no supiera de él ni su nombre.

- No quiero morir en casa – decía –.

Creía que si uno muere cerca de la familia se queda pegado a ellos y los atormenta por el resto de sus días. Amaba a sus hijos y a su mujer, y aunque le dolía la idea de que alguno muriera antes de que terminara la ola de despedidas; no dejaría de lado sus creencias para estar con ellos en esos momentos. Yo consideraba a toda la comunidad mi familia, después de todo, los veía en misa todos los domingos. Pero mi sangre era mi sangre, y José era el único que quedaba de ella después de que mis padres murieran. Los demás podían esperar.

- ¿Crees que nuestros padres hayan muerto debido a esto? – Me preguntó mientras se acomodaba en su asiento.

- Creí que dormías – le respondí.

- No, el hombre que va pegado a aquella ventana – dijo señalando a un individuo que, al parecer, viajaba sólo –. Ha llorado desde que el tren partió de la estación, no me deja dormir, si cierro los ojos seguro compartiré sus pesadillas.

A pesar de que yo no escuchaba ninguna especie de llanto, mi hermano afirmaba el hecho de oírlo lamentarse. Cualquiera en este contexto pensaría mal de esa suposición, probablemente especularía que acompañó a un hombre que ha perdido el juicio. Sin embargo, puedo asegurarles que no es así. José era una persona especial, en nuestra comunidad nacían muchos como él… y a eso se debían algunas de las “misteriosas” muertes que se daban por temporadas.

- Parece que sigues “escuchando” cosas que los demás pasamos por alto, mi querido José.

- Nunca dejé de hacerlo, pero dejé de contarlo luego de que nuestros padres murieran, sobre todo a ti, no quería preocuparte con ese tipo de cosas. 

- Mi profesión me ha hecho escuchar sobre cosas similares la mayor parte de mi vida, hermano. Y si no le negué la atención a quienes no son de nuestra familia ¿Por qué habría de negártela a ti? – Pregunté con un poco de melancolía en la voz –.

- No tenía miedo de que me negaras tu atención, al contrario, tenía miedo de contarte todo lo que he oído, eso te hubiera llevado a estar más cerca de mí. No habría tenido la vida que tuve si te contaba lo que me decían nuestros padres, o los demás extraños que habían muerto en nuestra comunidad.

Hubo un silencio corto, pero pesado después de las palabras de mi hermano, y algo dentro de mí me hacía pensar que un torbellino se desataba entre nosotros a una velocidad incluso mayor a la del tren en el que viajábamos. No quería tener esa conversación con mi hermano, a pesar de todo era mi sangre, no era igual a todos los demás que cuidaba en aquella pequeña villa. Su muerte me dolería, igual que la de mis padres en su momento, no era un monstruo… sólo era un ciervo de Dios cumpliendo con su papel.

- No entiendo lo que intentas decir. – Le dije confundido –.

- Yo tampoco lo entiendo, Padre – me dijo, refiriéndose a mí por medio de mi profesión – pero hace unos meses llegó al pueblo un hombre extraño, habló conmigo sobre lo que yo creía incomprensible. Me dio algunas indicaciones, y dijo que las siguiera al pie de la letra en cuanto empezara a morir la gente de nuevo. Y bueno… aquí estamos hermano. Sólo te pido que no te precipites, sé que todo esto es muy repentino, pero entiendo mi posición y no quiero perder ni un segundo de los pocos que me quedan.

Lo miré fijamente, no estaba titubeando, él de verdad sabía todo. No me dejaría despedirlo en paz, sería diferente a la manera en la que despedí a mis padres hace algunos años. En este punto ya no había retorno, ya íbamos en marcha; pero después de analizarlo un poco, entendí que el destino lo había elegido él, yo era la presa ahí.

- Ese hombre – me dijo –. El de la ventana. ¿Notas algo extraño en él?

Vi al hombre de la ventana y efectivamente, algo extraño se miraba en él.

- Su traje se ve distinto a los nuestros, pero no considero eso algo sumamente extraño para prestarle atención, José.

- Creí que los demonios conocían el mundo sin importar el tiempo desde donde lo vieran, querido sacerdote. Te lo diré para que tengas una pequeña idea de nuestro destino.

José se acomodó en su asiento y lo vi sacar de su saco un pequeño revolver para sostenerlo a la altura de su barriga, apuntaba directo a mí, sonreía con seguridad. Pero incluso con todo eso podía ver su mano temblar en medio de la oscuridad, si José de verdad sabía todo, entonces también sabía que cargar esa arma consigo era inútil.

- No sé cómo se llama – Siguió hablando –, ni siquiera de qué lugar o tiempo viene, pero me dijeron que lo reconocería por su vestimenta. También me hablaron de la mujer y los niños, incluso de la que viene en la esquina. Pero el que debe preocuparte es el sujeto de la ventana. Te lo diré de manera fácil; de todos nosotros él es el único que no pertenece a nuestra época. Él abordó un tren el 29 de Marzo del año 1945, sin embargo, él no salió de su departamento en el año de 1945. Y la mujer que murió, a la que va a ver, no murió en 1945, porque en ese año ella ni siquiera había nacido. Ella nació el 24 de Diciembre del año 2000, y murió el 29 de Marzo del 2020. El hombre de la ventana y ella compartieron un breve tiempo casi al final de esos 20 años. Créeme, hermano, la historia que envuelve a esos dos es sumamente interesante, pero no es de relevancia para nosotros, lo que sí es importante es la condición de ese sujeto en este mundo.

Comencé a sudar… creo que entendía a dónde quería llegar mi hermano, alguien le facilitó la información sobre el sujeto de la ventana. Y si era lo que yo creía que era, entonces yo jamás bajaría de ese tren en el año correcto.

- No sé su lugar de nacimiento, hermano. Pero sí sé las condiciones de su crecimiento posteriores al hecho. Desde niño sufre una peculiar situación, lo curioso es que no es capaz de notarlo. Es, lo que muchos de tu tipo conocen como un “caminante”. Cada que es sometido a situaciones extremas de estrés puede deformar el tiempo y espacio a su gusto, es como un mecanismo de defensa que viene en su organismo, supongo que lo desarrollaron para escapar de personas como tú, hermano.

- Para – Le dije –. No es necesario que sigamos con esto, no hay nada que puedas hacer para cambiar el destino. Y yo no quiero lastimarte, solamente soy tu compañía en estos momentos finales.

Mi hermano sudaba tanto como yo, y temblaba un poco más que al principio. A pesar de ello se aferraba a su arma.

- En eso te equivocas, hay demasiado por hacer. Como te decía, nuestro joven amigo es capaz de saltar en el tiempo si se encuentra en una situación que lo tiene muy estresado, esa habilidad ha hecho que pase su vida brincando de un lugar a otro, de un año  a otro. Y todo esto sin que lo recuerde, o lo note siquiera. Él piensa que va en el tren correcto, al lugar correcto, en la época correcta. Cuando baje del vagón se dará cuenta de que no es así, entrará en pánico y seguramente va a aparecer en el lugar que quería visitar desde un principio. Y tú, querido hermano, vas a bajar con él, así te alejaré de nuestro pueblo para que dejes de llevarte gente inocente. Ya no morirá nadie sin motivo aparente, no si hago que desaparezcas de aquí.

- Mandarán a otro – Respondí fríamente –.

- Entonces alguien más se hará cargo. El hombre que fue a verme tiene la documentación necesaria para que alguien tome el caso de nuestra comunidad. No importa si mandan a más como tú. Tarde o temprano Dios se va a quedar sin ciervos que puedan llenarlo de ofrendas, porque al final… ¿Todo es por Él no? Todo es para Dios.

- Dios es sabio en su razonamiento. Sabe que la gente como ustedes son un cáncer para este mundo. No debería haber hombres superiores a otros.

- ¿Por qué? ¿Tiene miedo de qué uno de esos hombres se acerque demasiado a él?

- Ni siquiera los hombres como tú podrían acercarse a él, José. Porque cualquier hombre que sea capaz de acercarse a Dios, tarde o temprano querría ser igual a Él.

- El hombre está evolucionando, hermano. La prueba es ese tipo en la ventana, en nuestra época ustedes pueden cazarnos fácilmente. Pero míralo bien… casi cien años en el futuro nacen hombres capaces de escapar de personas como tú. ¿Qué crees que pase en cien años más?

- No lo sé – Contesté un poco enojado –.

- Yo sí. Nacerán hombres capaces de enfrentar a Dios y a sus demonios. Y aunque ya no estaré aquí para ver eso, me aseguraré de que mi pueblo y su sangre sean capaces de verlo en el futuro.

- Ya hay hombres y mujeres capaces de enfrentarnos, hermano – Le dije mirándolo a los ojos –. Creí que te lo habían dicho. El hombre que te visitó debe ser uno de ellos, pero sabiendo lo miserable que eras y el destino que te esperaba, probablemente prefirió usarte para que te encargaras de mí. Así no tendría que ensuciarse las manos con mi sangre, y no era necesario si conseguía convencer a mi propio hermano de ensuciarse las suyas. ¿Al menos te dijo su nombre? No quisiera ir por ahí sin saber a qué persona debo buscar.

- Te lo diré, no importa que lo sepas, tú no vas a bajar de este vagón el mismo año que yo, así que tampoco estarás en el mismo año que él. Era un forajido, una especie de mensajero.

- ¿Un forajido? – Dije sorprendido –. ¿Un vaquero?

- Algo de ambos, no vi sus rostro, pero parecía alguien fuerte. Max, sí. Me dijo que se llamaba Max. 

Sonreí luego de escuchar el nombre. Después de tanto tiempo ese forajido me había encontrado.

- Entonces agradezco que fueras tú el encargado de acabar conmigo – le dije tranquilo –.

- No te preocupes, no creo necesario dispararle a mi propio hermano.

- ¿Entonces por qué traes el arma contigo?

-  No era para ti.

Mi hermano me regaló una última sonrisa. Hizo sonar la campana que teníamos en la mesa del centro y de inmediato un joven mozo entró al vagón en el que íbamos. Los demás pasajeros salieron de su letargo para prestarnos atención, ya que nadie había necesitado servicio desde que salimos de la estación.

- No lo hagas – Le dije desesperado a mi hermano –. No entiendes lo que hacemos ni lo que pasaría si termino en otro lugar.

- Esto es en nombre de toda la gente que mataron en nuestro Pueblo.

El mozo se colocó junto a nuestra pequeña cabina con una sonrisa en el rostro.

- ¿En qué puedo ayudarlos, caballeros?

José levantó el arma y disparó al hombro del mozo. El joven cayó enseguida de espaldas contra la cabina de enfrente. Los demás pasajeros se alarmaron rápidamente y mi hermano volvió a disparar contra el joven, en esta ocasión a su pierna. Su objetivo era claro, no quería matarlo, sólo herirlo para que alguien más lo auxiliara.

- ¡Ayuda por favor! – Gritó con fuerza –.

Sabía que sólo un hombre acudiría rápido a ayudarnos, y ese era el tipo de la ventana. Y así fue, lo vi levantarse de su asiento y acercarse a nosotros rápidamente.

- No moriré en tus manos, hermano – Me dijo decidido antes de apuntar el arma contra su abdomen –.

Cuando el joven de la ventana estaba a punto de detenerse junto a nosotros, mi hermano se disparó en la boca del estómago. Esa última acción terminó por dibujar en nuestro acompañante una mueca de desesperación, su frente comenzó a sudar  y pude ver sus manos temblando. Pero antes de que pudiéramos hacer algo, ya era demasiado tarde.

- Señor, ayude a mi hermano, sufre del corazón – Dijo José mientras me señalaba –.

- Los llevaré a un hospital, acabamos de llegar a una de las estaciones intermedias, ayúdeme a bajar por su cuenta, por favor – Respondió el hombre un tanto nervioso –.

- No se preocupe por mí, saque a mi hermano de aquí. Yo me llevaré al mozo conmigo.

- Padre, venga conmigo – Me dijo el hombre luego de sujetarme del brazo –.

José sabía que no podía arriesgarme en ese vagón, si revelaba mi identidad para defenderme algo malo pasaría, podía presentirlo. Me levanté del asiento y comencé a caminar a la salida del vagón. Era increíble que el hombre que iba conmigo cambiara todo de manera inconsciente tan rápido. Originalmente no había paradas intermedias en el destino al que íbamos, pero ese joven hizo que una estación emergiera de la nada, mezclaba los tiempos y deformaba el espacio a su voluntad sin siquiera notarlo. Seguramente bajaríamos unos años adelante, o muchos más años adelante. Eso era lo de menos…

Al pasar junto a la muchacha que iba con los niños la vi abrazarlos, raramente estos no lloraban a pesar de lo sucedido. Pero lo extraño, lo noté al pasar junto a la señora que estaba de un costado a la salida del vagón. Había demasiada carga en su mirada, y podría jurar que escondía un arma debajo de las mangas de su abrigo. Ella parecía imperturbable, como si nada de lo ocurrido la sorprendiera. Algo no estaba bien en ese vagón…

- En el hospital los van a atender bien, Padre – Me dijo el joven a mi lado –.

- ¿Cuál hospital? – Pregunté –.

Cruzamos las cortinas que debían dar al pequeño pasillo en donde se encontraba la puerta de salida. Pero en lugar de ver el pasillo del tren, vi con pavor un pasillo de urgencias repleto de luces blancas… Repentinamente me vi rodeado de doctores y pacientes, el suelo blanco reflejaba la luz de las lámparas. Había mucho ruido, al parecer nadie notaba que aparentemente habíamos emergido de la nada, todo ahí era un completo desastre auditivo.

- Aquí estará bien, Padre – La voz del chico me hizo reaccionar –.

Seguimos caminando en medio de toda esa gente. Vi las paredes del lugar, de ellas colgaban artefactos extraños que reproducían imágenes de personas en miniatura, había personas en los pasillos hablando mediante pequeños aparatos chirriantes. Mi cabeza comenzó a doler. El joven desapareció y estuve a punto de caer al suelo cuando unas manos suaves me sujetaron del brazo.

- ¿No te intriga saber cómo termina la historia de tu hermano en ese vagón?

Una voz femenina me hizo sentir escalofríos. Era la voz de alguien que ninguno de los míos quiere escuchar mientras vive… La voz del diablo. O al menos así se le conocía a esa pequeña mujer.

- ¿Señorita James? – Pregunté titubeando –.

- Puede llamarme Meredith, Padre – Respondió mientras me jalaba a un cuarto al final del pasillo.

Abrió la puerta y me arrojó al interior. Caí de espaldas sobre sábanas blancas y artefactos de limpieza.

- ¿Qué hace usted aquí? – Pregunté –.

- No estoy de humor para platicar contigo. No sé si lo notes, pero hay un desastre ahí afuera, yo ni siquiera debería estar aquí. Pero en fin… Nos vemos en el infierno, Padre.

Quise hacer algo para defenderme, pero antes de darme cuenta una bala de acero angelical me perforó justo en la frente. Mientras sentía el peso del infierno arrastrándome de regreso, pude ver a través de los ojos de mi hermano. No entendía lo que acababa de pasar. Pero me imagino que el creador detrás de todo esto sabe cómo justificar sus acciones, después de todo, yo sólo era una pieza pequeña en un juego cósmico.

Al final… antes de cerrar mis ojos y sumirme en el fuego eterno, pude ver a mi hermano caminar. Se dirigía a la misma salida del vagón por la que salimos el joven y yo. Noté a la señora de la esquina mirarlo muy detenidamente. Mi hermano se tambaleó al estar frente a la cortina negra de la salida, la señora se puso de pie y lo ayudó a incorporarse para que pudiera seguir. Pero algo salió mal…

- Él no era el único objetivo en este vagón – Dijo la voz fría y áspera de aquella señora –.

La vi sacar de su manga un afilado cuchillo, y sin vacilar lo hundió por encima de la herida que ya tenía mi hermano. El pobre cayó sentado al suelo, sus ojos estaban perdidos en el horizonte que se divisaba por las ventanas del vagón. Aquella señora volvió a su asiento y tanto mi hermano como yo regresamos a donde pertenecíamos, con la pequeña diferencia de que, al principio, él no tenía ni la menor idea de que íbamos al mismo lugar.

 

®Peter Blum

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