domingo, 19 de diciembre de 2021

''Obsesión'' ®Jesús Antonio Gutiérrez Rodríguez


Pachito, en días pasados, había obtenido fortuitas y migajas ganancias con chances de una y dos cifras, cuyos valores recibidos, solo le servían para seguir jugando, no le alcanzaban ni siquiera para librar un tris el dinero gastado, pero a pesar de este impuesto económico, mental, personal, acostumbrado, seguía en la brega. Soñaba algún día ganarse el premio gordo, en contraste con su cuerpo flacucho, especialmente la lotería, aunque no compraba ni siquiera un quinto, pero decidió hacerlo diariamente, fervoroso por su ansiedad.

     Los amigos y la jovencita de cabello de trenzas, rostro coqueto, lo animaban, y ella le empezó a vender, no una fracción sino el billete entero; no dejó de hacer chance por la costumbre de tantos años, pues sería unos pesos de más, reforzaba la compra diciendo:

     —“Por eso es que los ricos ganan y amasan dinero a pesar del que tienen, porque no aspiran a poquito sino a lo grande, no importa el dinero que gasten, pues ellos lo tienen de sobra, uno si tiene que hacer sacrificios, pero vale la pena seguirle sus huellas, aunque sea a gatas”.

     Para que este intento de la lotería se sincronizara bien, pensó en fechas de defunciones familiares, copia de los mismos números que hacía con los chances. Canceló dígitos antiguos, direcciones de casas, placas de carros, teléfonos, números de cédulas, guarismos que llegaban a su materia gris sin avisarle, también lo que la vendedora le aconsejara o que escuchaba de labios de otros o el horóscopo le dijera, a veces copiaba el número a alguno que estuviera haciendo, como si estos personajes tuvieran la suerte suya e incluso, en el caso de la vendedora, no tenía necesidad de buscarla, pues ella se separaba un ratico de su escritorio de la suerte, visitaba su dominio hogareño, le tocaba la puerta, o lo visitaba en el café donde platicaba unas veces con sus monólogos analíticos numéricos o tomándose un tinto oscurito, echando labia a todo dar, envuelto en humos de cigarrillos, con un amigo o amigos que se reunían en ese sitio al final de los atardeceres, a veces iba donde un señor obeso, barba blanca, tupida, le caía hasta el coto, sonriente, que mantenía sentado  en un taburete rústico a la entrada de su negocio, vestido folclóricamente, parecido al dueño de algún  oráculo criollo, esperando que llegara algún cliente.

     Su oficio era adivinar los números ganadores, y por ahí derecho, si le daban papaya, pues recetaba remedios para curar males que la medicina no podía aliviar, también traía cariños que se habían ido con otros, y les encimaba gotas de queremes, no importando que el odio fuera un sentimiento crónico hasta la médula de su existencia.

     Bueno, lo insólito de este personaje es que vivía en un cuarto mísero pero limpio, regado por maticas de jazmines en sus cuatro puntos cardinales. No sé sabe si para aromatizar la suerte, la miseria o el artificio.

     La pobreza nunca la había solucionado con su propio oficio que era muy propicia para hacerlo; además, según algunas lenguas errantes, jamás se le había pasado por su mente hacer un chance, menos adquirir un quinto de lotería, aunque fuera disfrazado o falso, pero algunos de nosotros sabemos que en el fondo, esos papelitos de ilusiones, en un buen porcentaje, hace rato se extraviaron de la famosa cajita mítica.

     Dos personajes que siempre lo acompañan, rostros de acólitos de sus pronósticos, le salían al paso a comentarios mal intencionados de algunos clientes rabiosos por no acertar los números recomendados, y que atentaban contra el buen nombre del negocio.

     Aclaraban a través de adulaciones, los sinceros y siempre ricos servicios de su patrón, diciendo:  Él era un agorero bueno y caritativo, no se preocupaba tanto por el bienestar personal, ni el de su familia, sino por el de los demás. Y si se dedicara a predecir su propia suerte, pues les quitaba las ganas de ganar dinero a un noventa y cinco por ciento de sus apostadores.

     Esa era su misión, suministrar la suerte a los demás. Su condición de vida y manera de pensar, era un claro ejemplo para que la persona alcanzara lo que quería, poco a poco. Esta apreciación la aderezaba con sueños indicadores de riqueza. Además, estos agasajos verbales también eran recreados con paradigmas llamativos de recortes de entrevistas, reportajes, testimonios, crónicas, fotografías y letreros grandes de hechos inusuales de muchos usuarios obsesivos de la suerte. En cuanto a su propia publicidad, vaya a saber si había pagado a alguna litografía por sus impresiones o tenía su propia editorial casera.

     En algunos de ellos se narraba el caso insólito de un pescador artesanal que vio cerca de su barca, emerger majestuoso un tiburón, mostrando sus afilados dientes, y tuvo la lucidez por encima la sorpresa pavorosa, de observar cuatro números inscritos en una de sus aletas, soltó la chiva en la playa, esta se esparció en toda la región, miles de personas jugaron, y fue tantos los ganadores, que casi quiebran la casa de apuestas. Los apostadores crónicos decían que era un milagro, y todavía no se sabe de qué santo. Alguien malicioso pensaba:

     —“Vaya, que forma de ayudar al negocio, ¿no?”. 

     Estos cuadritos bastaban para convencer. Volvían de nuevo los clientes a consultar sus futuros, bañados en tapujos alentadores en cascadas de billetes. Y especialmente a nuestro personaje.

     Después de todos estos vericuetos ilusionados, que eran las cotidianas arepitas con queso, al amanecer siguiente buscaba el resultado en boca de un vecino o amigo, la radio, televisión o el periódico matutino, o cuando lo cogía un poquitín la mañana, iba donde su vendedora preferida, le preguntaba con expectativa su número ganador, el dato era el mismo de siempre, nada de las cifras ganadores de su preferencia, ni siquiera terminales.

     La vendedora le decía haciéndole ojitos, sobándole un ratito el hombro o una migaja de su espalda o acariciándole una mano, para que no perdiera el ánimo de meterse la mano a la popelina:

     “Pachito, hay que tener paciencia, ser muy positivo, hoy no pero mañana sí, míreme la espalda que está hecha para la suerte, se la he dado a muchos, no para toquecitos de manos morbosas”

     Y volteaba a mirar un cliente que estaba a su lado haciendo su respectivo chance o simulaba hacerlo, parecía más bien un compañero de barajas. Él decía que sí con el oportuno visaje de sus labios. La chancera la adulación la refrendaba:

     —“Qué chance y lotería vas a hacer hoy, Pachito. Acordate que si ganas, lo hacés bien redondito, doble, pues ya te vendí el billete de lotería”.

     Y Pachito por aquí y Pachito por allá con ojitos y sonrisitas. Él le devolvía la sonreía, respondía:

     —“Gracias, muchacha, hay que tener fe y paciencia, sé que algún día acariciaré ese premio jugoso porque para eso juego, el que no juega pues no tiene derecho a ganar.”

     Otra cosa, no tenía necesidad de buscar con afán sus dígitos, se lo tenían separado con mucha anticipación, hasta repintados con tinta china. Un amigo con visajes chistosos le decía:

     —“Fresco, amigo, los números te los tienen guardados desde la creación de la suerte, perdón, de la creación no sino del recordatorio porque la suerte es algo que nace con nosotros, jiji...”

     Él también pelaba los dientes

     Este nuevo itinerario por los caminos de la fortuna a gran escala, que no dejaba que alguno de su familia le preguntara porque decía que era salar la suerte, de ahí que el día que se ganara algo, ellos ni cuenta se darían. Lo inició, repetidamente, con la fecha de fallecimiento de su padre que hacía años había ocurrido. En memoria de él, con mucha esperanza, compró el billete completico, pero pasaron los años, su padre nunca le dio la mano, parecía que todavía estaba muy ocupado acabando de cuadrar sus cachivaches en algún espacio desconocido, luego vino la muerte de su abuela, menos con ella porque en vida, fuera de echar cantaleta a toda la estirpe, especialmente a él, era enemiga tenaz de estos eventos de azar, siempre le recalcaba:

     —“Estas vainas son trucos muy diplomáticas y burocráticas, si algunos ganaban eran puros consuelos de zonzos para que los apostadores se dieran cuenta que la empresa si repartía premios a diestra y siniestra, de esta forma engatusaban a todos los apostadores para que siguieran jugando, pero a la hora del té, los ganadores son otros, usted sabe cuáles, ¿no? Estos jueguitos casi me convencen en mis años de adolescencia porque la técnica era manual, ahora con el adelanto de la tecnología, ni hablar, pues las máquinas no caminan solas, las programan las manos humanas, y mira que las balotas son seductoras porque se mueven como los ombliguitos de las bailarinas árabes, mientras que los apostadores se cogen las orejas, se comen las uñas esperando que ellas den los números ganadores, ¡y qué obra de teatro!, ¿no? Y te encimo algo más, aparentemente el jueguito de lotería en mis años mozos, pudo ser más convincente que el de hoy, por las razones que he dicho, bueno no te sigo más con el sermón, poné cuidado lo que te digo, porque yo no te voy a durar mucho tiempo, mijo”.

     —“Vaya, vaya, abuela bella, usted si tiene bastante imaginación, ¿no?, lo suyo es algo parecido a la alfombra voladora del cuento”.

     Ella ahí mismo le respondía sin titubeos:

     —“Vea, mijo, nada de esa vaina  y sí de veracidad, pues la vida me lo ha enseñado, para que me sirven estas  arrugas que tengo,  no son teñidas, y deja de ser Cándido María porque me muero yo y todos los mortales, y vos te quedarás solo en este mundo apostando, ten la seguridad  que no te ganás ni un terminal de un quinto, mejor gastate ese plata en un litro de leche con un  par de cucas, y verás que fortalecés tu cuerpo, también endulzarás tu espíritu, no importa que los triglicéridos o amibas se te suban a la cabeza o si estas de malas, te vuelvas diabético.”

     Pachito decía que sí, sonreía, agachaba la cabeza, pero no había cantaleta que le valiera.

     Los años fueron caminando en su cuerpo y en su alma, pero sus ansias de ganarse la lotería seguían primaverales.

     De su familia quedaban pocos. Iba y visitaba sus cárcavas, les rogaba que se acordaran de él, así como los veneraba rezándoles, pagándoles misas y llevándoles rosas y claveles. Parecía que ellos no le ponían cuidado a sus peticiones. A rato se le venía a su materia gris la cantaleta de su abuelo. Pero al ratico olvidaba, pensando:

     —“Fue pura fantasía embolatadora. Ella me decía eso para que yo invirtiera el dinero en otra cosa, pero bueno hay que ser muy positivo, y a partir de aquí en adelante no dejar pasar un día, la suerte es impredecible, es un hechizo, ambiciosa, también hay que acosarla pacientemente, serle fiel…”

     Por primera vez pensó que había sido un gran error su estrategia de usar fechas envueltas en losas, claveles y lirios blancos, pensó cambiarlas por las fechas de nacimiento. Esta idea para ahora si era un renacer de su sueño. Se prometió darle cuerda a esa vitrola de la suerte a partir del día siguiente.

     Una mañana de rutina, fue al sitio favorito a comprar el respectivo billete de lotería y a hacer el respectivo chance, no con la vendedora que lo había atendido durante muchos años sino con una de sus tantas herederas.

     Sorpresivamente cambio sus números favoritos, solicitó la fecha del día de hoy, sumó los números, de ahí saco la serie. La muchacha le dijo que no lo tenía, que fuera al expendio del centro. Allí tendría a su disposición todos los números que quisiera. Cosa especial, también se le olvidó hacer el chance con este sorpresivo número, tampoco la vendedora le refresco la apuesta, ella que le rogaba mil veces que lo hiciera.

     Caminó muchas horas por el centro de la ciudad, charló con sus amigos de siempre mientras hacía fuerza viendo rodar las bolas de billar, un interludio breve por la fuerza que hacía por ganar los premios de la suerte, luego se dirigió al expendio mayoritario de venta de loterías, pero antes de llegar sintió un leve dolor en el pecho como introito de falta de aire, lo calmó acariciándolo con su mano, respirando profundamente varias veces.

     Canceló por ese instante la compra del billete.  Regresó a casa, en el bus, sentado en el puesto de los músicos, pensaba:

     —“Dentro de un ratico vuelvo y lo compró, el corazón me avisó con un dolorcillo que tendré una buena noticia”.

     Parte de la tarde la pasó relajado, sentado en el sofá de la sala, escuchó la melodía salsera Pena me da, cantada por Henry Fiol, le llamó la atención el verso:

     Espera que salga, tu numerito

     Apenas terminó la canción, repitió el verso varias veces cambiando la letra a su estilo:

     —“Mañana saldrá mi numerito y eso será bendito”.

     Minutos después platicó con su hermana por varios minutos. Los otros dos hermanos y sobrino no habían llegado. Vio televisión hasta las diez de la noche. Estos interludios, cierto cansancio agobiante le hicieron olvidar por completo su encargo de la suerte. Además, era demasiado tarde, el comercio en general estaría cerrado. Se acostó a las once de la noche pensando con nostalgia la falla de su omisión, pero con el ánimo de que mañana continuaría la rutina de lucha de su objetivo. Después de las doce se durmió. En el trascurrir de las horas oníricas, saltó la cuerda varias veces de alegría al darse cuenta que por fin había salido sus números, por los que tanto se había obsesionado. Luego todo borroso. Se despertó inquieto, gritando varias veces en sus adentros:

     —“Sueño del carajo!”

     Se bañó, se vistió avivadamente. Fue a la oficina donde acostumbraba a jugar su suerte. Le preguntó a la niña que atendía en esa mañana, cual había sido el número ganador de la lotería, el mismo para el chance ya que este lo jugaba con las cifras de la lotería. Su sorpresa fue elevada al cuadrado cuando la niña, escuetamente, le respondió:

     —“Estas fueron los cuatros cifras ganadoras y la serie en la lotería”.

     —“Vaya, que bonito número”, exclamó mirándolos y arrugando su semblante.

     La niña arrugó el chicoleo:

     —“Oiga amigo, Pachito, quiere adquirir la lotería y le hago el chance. Hoy puede ser su premio”.

     —“Sí, sí, hágame los dígitos ganadores en la noche anterior en el chance y si tiene los mismos en la lotería B, me los vende”.

     —“Sí, por coincidencia, tengo dos quintos, vaya, son las mismas cifras ganadores de anoche y con la misma serie, y dígame, los cogió usted, si es así, pues lo felicito”.

     —“No”, mintió referente a los números que no había hecho, aunque no lo dijo de boca, y añadió con nostalgia: “Es que tengo la manía de repetir los números ganadores de la noche anterior, de pronto repiten”.

     —“Vaya, que hobby raro, pero bueno, pueda que tenga suerte. Cosas se han visto en esta vida, y sobre todo referente a la suerte”.

     —Sí”, respondió sin mucho ánimo.

     Se fue rascándose la cocorota, haciendo visajes de madrazos silenciosos en sus labios, breves lágrimas bajaron por sus mejillas, sus zapatos aplanaban aún más el asfalto, recriminándose su paupérrima suerte.

     En ese caminar atolondrado, tensionado, ojos de transeúntes que brevemente se detenían en su figura, pero seguían su camino, se dijo varias veces, jurando:

     —“No volveré a hacer chance, menos comprar lotería, nada de juegos de azar, mi bolsillo no engordará más sus capitales, mientras el mío se desgasta en forma material y espiritual, ya me he dado cuenta que la suerte no va conmigo”.

     Pero era más el pegante por sus numeritos que olvidó su tozuda pero frágil determinación, y siguió comprándolos, siempre aferrado a la esperanza, pero sin conseguir ganarse un centavo, no le importó que un amigo le dijera:

     —“Los juegos de azar eran una quimera, se mercantilizan para hacer fortuna, no para que la persona la ganen, la lotería es un gravamen para los ignaros o es que estás comprando la ilusión, en vano también los trucos y nigromancias, la suerte no se compra con estas astucias”.

     Pero para pachito era un espacio abierto a la oportunidad, y a pesar de oídos sordos y su comportamiento “insensato”, no lo detuvo ni siquiera la estación de los cabellos blancos, apoyados por el báculo.

     La suerte no estaba con él (“no tenés buena espalda”, le decía un amigo); los números que jugaba era un sueño no más, pero él, testaduro, seguía jugando y esperando...

 

®Jesús Antonio Gutiérrez Rodríguez

 

Palabras de uso coloquial

 

Dar papaya:  dar oportunidad, descuidarse, distraerse.

Popelinas: Tela con que se hacen los bolsillos de los pantalones.

Cándido María: persona ingenua, inocente.

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