domingo, 5 de diciembre de 2021

''El sorteo del millón'' ® Ian Armando López


El oscuro sobre llegó a las 9 de la mañana. Le fue entregado a Dagoberto por un hombre vestido de traje negro y zapatos lustrados: era alto, calvo y fornido. Además, llevaba unas brillantes gafas de espejo en las que se vio reflejado con pesar. El extraño hombre no dijo nada ni expresó articulación alguna, solo dio media vuelta y subió de nuevo al lujoso auto, donde otro sujeto de negro le esperaba en el asiento del copiloto.

Dagoberto sintió un escalofrío que le recorrió toda la espalda. Cuando sus dedos tocaron aquel sobre negro y acolchado; supo que tenía solo dos posibilidades: La primera, que dentro podía encontrarse el cheque firmado por La compañía del Sorteo de tu vida, con la cantidad de un millón de dólares escrito con números rojos, y la segunda, podría contener….

El solo pensar en ello, le causó un dolor en las entrañas, sacudió violentamente la cabeza y borró la idea de su mente. No eso no podía ocurrir, estaba completamente seguro que había respondido bien a todas las preguntas, además él era un profesor en el instituto de Santa fe y se consideraba un hombre culto y bien preparado, con la suficiente capacidad para ganar. Sin embargo, sabía muy bien que eso no le había servido de nada a antiguos participantes, nunca se podía saber con certeza qué ocurriría... En el sorteo del millón tu profesión no era garantía de nada.

En ese momento aún seguía de pie en el pórtico de su casa, con la carta entre sus palmas que empezaron a temblarle. No pudo más era demasiada presión. Así que entro a su hogar, cerró violentamente la puerta tras de sí, y dejó la misiva en la superficie de su mesa de centro. Corrió endemoniadamente al baño, donde terminó vomitando sobre las baldosas del suelo, pues no le dio tiempo abrir la taza del inodoro.

Ya una vez más relajado, se levantó y se acercó al lavabo. Detrás del espejo divisó varios pastilleros, desenroscó uno, tomó la cápsula, la introdujo en su boca y tragó en seco. Luego volvió a cerrar el espejo y se miró en su reflejo. Frente a él había un hombre muy envejecido, hacía una semana apenas parecía de su edad de 35 años. Pero ahora aquel sujeto ojeroso, pálido y avejentado era un hombre que aparentaba los 45.

Abrió la llave del grifo y un chorro de agua fría salió de la llave, tomó el agua entre sus manos y la roció en su rostro cansado. Fue un pequeño alivio el que sintió con esa frescura, pero no fue suficiente para calmarlo, ¡Nada ni nadie le ayudaría, ESTABA SOLO!

Un par de minutos después, un poco más tranquilo, regresó a donde seguía la circular, como un demonio en espera a ser liberado. Estaba en su sitio esperándolo, Dagoberto se sentó parsimoniosamente en uno de sus sillones que eran de color negro e imitación de cuero, los había cambiado hacía poco y le encantaban pues eran grandes y muy cómodos, no obstante, en aquel momento sentía que estaba sentado en una silla de clavos.

Le observó a lo lejos temeroso, como si viera frente a él a una serpiente peligrosa. Era ridículo temerle a un pequeño sobre de papel, pero en la ciudad de Como en Colima eso era lo mismo que tener un frasco de ántrax enfrente. Por un momento llegó a su mente el recuerdo de cuando su padre le contó de aquella época de sus abuelos. - Allá en el 2020 cuando tus abuelos eran unos niños, me contaron que los carteros solo te llevaban cartas o paquetes con cosas indefensas-. Muy diferente a hoy en día, que gracias a ese maldito sorteo, la gente espera nunca recibir nada.

Y hablando de su padre, recordó que también a él le había tocado participar en dicho sorteo. Podía recordarle con su rostro cansado y envejecido justo como ahora estaba el suyo.

- ¡Es una maldición familiar! - sentenció con tristeza. Y dejando atrás los recuerdos, respiró profundo y se armó de valor pues sabía bien que ya era tiempo de abrirlo, sin embargo, cuando ya iba a tomarlo de nuevo, la foto de su hija que colgaba de la pared le hizo parar en seco, un par de nuevas lagrimas cayeron de su rostro y como un niño pequeño comenzó a chillar.

Algunos años atrás, Ester la esposa de Dagoberto, falleció tras perder la batalla contra el cáncer de seno, desde ese momento fue madre y padre para Bebé, su pequeña que en aquel entonces tenía 6 añitos. Fue difícil llevar a cabo esa labor, pero Dagoberto hizo hasta lo imposible para darle a Bebé una vida feliz y plena. Y así fue al menos durante los siguientes 4 años, hasta que le hablaron por teléfono para felicitarle de ese concurso del mal.

-Felicidades señor Dagoberto Peláez, usted fue seleccionado para ser jugador en el Sorteo del millón.

Le había dicho la voz de una mujer que se escuchaba muy contenta mientras el oyente se desmoronaba y caía al suelo impotente. Tres semanas después llegaron por Bebé y se marcharon. Dos días más tardes se presentó a las oficinas y realizó el famoso test de la suerte, si lo pasaba sería el afortunado ganador de la exorbitante suma de un millón de dólares, si no, pasaría lo mismo que con su madre, ya conocía las reglas.

Había hecho todo lo humanamente posible, ahora solo le quedaba abrir el maldito sobre para saber si había ganado o perdido. Pero no podía, sus músculos no le respondían. Temía lo peor y se culpaba por ser tan cobarde. Se sentía como una gallina miedosa, por no confiar en sí mismo. -Ábrelo... NO, no lo abras. ¡SI ÁBRELO YA MALDITO IMBÉCIL! Su mente discutía consigo misma por tomar las riendas de una difícil situación.

Ya faltaba poco menos de 10 minutos para que dieran las 10 de la mañana y sabía que eso significaba que pronto por la televisión anunciarían si había perdido o ganado y eso sería mucho peor. Así que sin más remedio tomó la circular y la rompió de un solo tirón. Al abrirlo a sus manos cayó un pedazo de papel rectangular doblado a la mitad.

- ¡El cheque! - pensó y se sonrió. Al extenderlo en letras grandes leyó una frase que lo horrorizó y su mente pulverizó. Llegó de golpe el recuerdo del sorteo de su padre.

Él tenía solo 12 años cuando llegaron unos hombres a la casa, eran tres y estaban vestidos de negro. Sin saludar ni presentarse lo primero que dijeron fue:

- ¿A quién escoge, a su mujer o su hijo? - Su padre que era un hombre fuerte en ese momento se tiró al suelo y les suplico que no lo hicieran que no quería participar, pero fue inútil los hombres solo se limitaron a decirle que si no elegía lo harían ellos por él. Fue entonces cuando su madre que permanecía abrazada a Dagoberto, le dio un último beso.

-Cuídate mucho mi vida y recuerda que tu madre te quiso siempre. - fueron las últimas palabras de su madre, pues nunca regresó. Al igual que él, su padre años atrás recibió la notificación con la misma leyenda que ahora horrorizado leía.

¡Lo sentimos mucho, usted ha perdido el gran sorteo millonario, pero conserve esto como premio de consolación!

Al vaciar el sobre, cayó al suelo un pedazo de cuero cabelludo con un mechón ensangrentado. Años atrás había sido el de su madre, ahora en sus piernas tenía lo único que quedaba de su amada hija.

 

® Ian Armando López

 

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