sábado, 5 de septiembre de 2020

Malamen (Una historia de Aitor)


 Durante toda mi vida fui criado de una manera diferente. Siempre les preguntaba a mis padres las razones por las cuales mis amigos no usaban una Kipá, pero sólo me contestaban con otras preguntas como: ¿Si me avergonzaba de usarla? Ó ¿qué tenía de malo usarla?, al final terminaba sintiéndome mal y me marchaba a mi habitación. Veía jugar a los niños con la pelota desde mi ventana, recargado, sin entender por qué debía ser diferente para mí, si yo sólo quería ser normal. Después de unos minutos mi padre me recordaba que tenía que estudiar ‘’La Torá’’. Toda mi tarde se iba en mis lecturas, aunque también me gustaba escribir historias, tenía semanas planeando la novela de un chico que, a través de regresiones, descubrió que en su vida pasada conocía a Ana, logró un ligero enamoramiento con ella, hasta la encontró en el campo de concentración minutos antes de que falleciera. Cuando Tata me contó esa parte de la historia no pude evitar enamorarme una vez más de ella. La amaba tanto y estoy orgulloso de ser quien soy. Hasta entonces comprendí quién soy, lo que representamos en el mundo. Nadie me dijo que este camino, que esta vida sería tan difícil, pero sin duda la volvería a tomar. Quería aprenderlo todo, aunque sintiera que estaba sacrificando mi infancia para lograrlo. A mis doce años, jugamos, estamos con amigos, pero yo no, yo estudiaba. Mi padre Juan Carlos Barcelotiz, es Gran Maestro del ‘’El Club de los Elefantes Rosas’’ y debo responder como tal, para asumir esta herencia familiar.

Después de varios días de aprendizaje, me saltó una duda sobre un tema que me llamo mucho la atención, a pesar de que era en un punto budista, quería intentarlo. Cuando era pequeño, tuve un amigo imaginario del cual podría jurar que era de verdad, pero nadie lograba verlo. Jugábamos, me ayudaba a estudiar La Torá, incluso le gustaba escuchar ‘’Hava Nagila’’, me enseñó a danzarla. Pasábamos horas en la habitación divirtiéndonos, pero con el paso del tiempo se marchó. A veces llegaba en las mañanas o me visitaba en las madrugadas. Recuerdo que la última vez que lo vi, me dijo que tenía que marcharse, que debía ayudar a ‘’Peter’’, si lo lograban, volvería, pero sino, jamás lo volvería a ver. Creo que está de más mencionar que nunca volvió. Ahora reflexiono que sólo fue un Tulpa creada en mi niñez. Cuando le pregunte a Tata sobre ellos, se disgustó, pero me contesto. Son seres creados a través de la meditación en la religión budista, pero para las demás personas, se crea a través de necesidades, nadie más puede saber de ellos, sólo los que los crean. Supongo que así fue el mío, acompañándome todo el tiempo posible hasta que pudiera llevarme.

Recuerdo en una ocasión un sueño, en la cual, me encontraba en otro país, hablaba otro idioma, porque estaba seguro que no lo comprendía, pero sabía lo que la gente decía. Sus palabras articulaban un idioma, pero en mi mente era español. El lugar tenía forma de caracol, los chicos y chicas de mi edad estaban ahí, era como una escuela, había computadoras, libros, tiendas para comprar bocadillos. Cuando me senté dos chicos acompañada de una chica, me preguntaron por Marisol, no tengo idea de quién sea ella, pero debió ser alguien importante, porque cuando la encontraron, uno de ellos la abrazo como si tuviera años de no verse. Unos minutos después me desperté o eso creí.

Escuche dos personas conversando afuera de mi habitación. Cuando salí era mi papá hablando con uno de sus amigos. Estaba muy preocupado, cuando se volteó, no lo reconocí, no físicamente, sabía que era mi padre, pero en otro cuerpo. Me dijo que pusiera ropa en una mochila y que me vistiera con la mayor cantidad de prendas posibles. Regresé a mi habitación, pero era diferente. Descubrí que aún no regresaba a mi tiempo actual, me encontraba atrapado, quizá para siempre. Me veo en el espejo, no sé quién soy en realidad, no me reconozco, no sé en qué tiempo debería estar, ni siquiera supe como llegué aquí.

 

® Luis G. Álvarez (H. Matamoros, Tamps. México)

 

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