domingo, 20 de septiembre de 2020

La barca


Había una luz al final del túnel. Me encontraba sentado a la orilla de un bote. El barquero que me transportaba llevaba una túnica andrajosa de color gris que cubría todo su cuerpo, incluyendo su rostro. su respiración era profunda y prolongada y sostenía un báculo con el que remaba.

Intenté hablar, pero por alguna razón solo emitía un quejido. La criatura que estaba a mi lado emitió un sonido como si se tratara de una exhalación.

El túnel por el que navegábamos parecía interminable, a los lados había pequeños destellos de diferentes colores que adornaban la densa oscuridad que nos rodeaba. Me recargué a un costado y pude notar que el agua lucía como una sustancia gelatinosa.

De las profundidades se asomó una calavera con colgajos de carne o al menos, los vestigios de lo que alguna vez fue. Brinqué hacia atrás, intenté gritar, pero solo se escuchó un quejido apagado.

El resto del trayecto me quede recostado, admirando la extraña belleza de aquel túnel.

Después de un rato mis pensamientos comenzaron a tomar un poco de claridad y sumergido en ellos fue como el largo trayecto se volvió mas llevadero. Imágenes comenzaron a aparecer en mis pensamientos. Me veía cargando a una dulce niña de cabello rizado de color café oscuro, la acercaba a mi para besar sus mejillas, en mis pensamientos resonaba la dulce y melodiosa voz de una mujer que me llamaba, decía “José, amado mío, la cena esta lista”.

Algo sacudió con violencia y me expulsó de mis pensamientos. Me asomé y vi que eran cientos de manos huesudas, cada una se columpiaba intentando subir. El esperpento que me acompañaba las golpeaba con su báculo.

Luego de pasar lo que parecía una eternidad, me sorprendió notar que el túnel no parecía tener final.

La barca se mecía de un lado a otro con tanta suavidad que parecía estar danzando sobre las aguas, todo me daba vueltas y cada una de las luces que adornaban el panorama se fueron apagando una a una.

Los parpados me parecían cada vez más pesados y aunque lo intentaba, no podía mantenerlos abiertos. A lo lejos se escuchaban quejidos y lamentos. Por un breve momento caí en un sueño profundo.

La mujer que había visto un poco antes me llamaba por mi nombre, entre sollozos, sentía como se aferraba a mi mano, incluso como la besaba. La voz de un hombre decía “lo siento mucho, es hora de proceder …” En la habitación se escuchaba la voz de una niña que rogaba a su madre que no lo hicieran y poco a poco sus voces se fueron apartando de mí.

De pronto, me vi caminando acompañado del barquero. Después, hubo un silencio profundo y una densa oscuridad me rodeo. En mi mente resonaban las preguntas ¿Quién soy yo? ¿Cuál es mi nombre? Y ¿En dónde estoy?

Abrí mis ojos con total lentitud, poco a poco mi entorno se volvió más claro, cerca de mí se escuchaba el sonar de un riachuelo y pajarillos cantando.

 

® Astrid Resendiz (H. Matamoros, Tamps. México)

 

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