sábado, 26 de septiembre de 2020

''El loco'' ® Solaris Colt


 La recepción de la biblioteca estaba repleta de estudiantes esperando recibir la llave de los casilleros para dejar segura sus pertenencias. Lo bueno de hacer fila es que el aire acondicionado soplaba fuerte y mientras se esperaba uno podía refrescarse después de pasar horas en las aulas calientes de una universidad de Managua. Omar había recibido una llave del casillero B55, y afanado por iniciar su lectura, guardó su mochila y abrió la puerta principal para buscar asiento cerca del aire acondicionado. Observó que su lugar preferido estaba ocupado, sin embargo, había un lugar disponible adelante. Colocó sus libros y lapiceros en la mesa, suspiró y se percató que todo estuviera en su lugar. Su momento de lectura era sagrado, nada podía interrumpirlo porque debía avanzar en sus libros.

Omar era un ávido lector y asiduo visitador de la biblioteca de la universidad, todos los días después de terminar sus clases de finanzas se dirigía a su lugar preferido para leer novelas como Warlock de Oakley Hall que llevaba días sumergido en la lectura. Sin embargo, había individuos con minuciosas molestias como cambiar las páginas de un libro de manera estruendosa, y eso molestaba a Omar. Cada cambio de página que provocara el mínimo ruido ahí estaba Omar para fijarse y escuchar cómo se doblaban las páginas. Su párpado izquierdo comenzaba a moverse, hasta que la molestia de la bulla terminaba.

Esta vez, un joven estudiante de derecho pretencioso como lo son todos los que estudian esa carrera, movía las páginas de su Código Civil y eso provocó en Omar la sensación de molestia, tuvo que levantarse y tocarle el hombro al muchacho y pedirle que guardara silencio porque era molesto lo que hacía. El joven se quedó perplejo ante la solicitud de Omar y le dio cero importancias.

Luego, otro joven escuchaba música con sus audífonos a un volumen moderado. Omar se hacía preguntas como «¿Qué tipo de imbécil entra a una biblioteca a escuchar música?». Y, apretaba los puños colmando su paciencia. Otra vez volvió a incorporarse y dirigirse para exigirle al joven que dejara de escuchar música en medio de la biblioteca. El muchacho se quedó confundido ante la presencia del estricto lector que empezaba a hastiarse de la vulgaridad del ruido que provocaban los supuestos estudiantes. «Estos no son lectores, son unos imbéciles que vienen a perder el tiempo» decía para sus adentros. Siguió con su lectura, pero podía escuchar el zumbido de una mosca que sobrevolaba sobre su nariz, trató de aplastarla varias veces, hasta creyó escuchar la risa de la mosca burlándose de su momento sagrado. Omar pensó que el mundo estaba en su contra, nunca lo dejaban en paz, a pesar de eso, cada momento que se metía en la lectura avanzaba y el deleite de las palabras lo llenaban de encanto.

La mosca desapareció, el estudiante de derecho salió por un momento, y el otro joven que escuchaba música tenía al mínimo el volumen. Todo parecía transcurrir en tranquilidad. Pero a veces, los nuevos estudiantes, los de primer año, entraban por la puerta charlando como si fuera un concierto, y le tocaba a Omar callarlos con el dedo en los labios hasta expulsar algunas gotas de saliva. Los muchachos sorprendidos por esta actitud continuaban su camino en silencio y daban por lunático al ávido lector. Esto sucedía a diario, y no solo a Omar le molestaba, había otras personas que estaban concentradas en sus tareas o simplemente leían novelas como Omar. La entrada principal parecía algo incómodo porque desde un inicio estaban las mesas de estudio y cualquier ruido podía ser insoportable tratándose de un estudiante de primer año que nunca antes a visitado una biblioteca.

Omar volvió a su lectura, estaba ensimismado con la trama, y pronto levantó la mirada para suspirar, fue en ese momento que observó a la muchacha de siempre. Se sentaba en las mesas cercanas a los estantes de literatura universal, y también al igual que muchos se colocaba audífonos para escuchar música a un volumen moderado. Omar era incapaz de soltar la mirada, veía el cabello largo y castaño de la muchacha, su piel morena y tersa, todo en ella parecía perfecto, a excepción de la calamidad ruidosa que provocaba al escuchar música en la biblioteca, dejar caer los lápices, o mover las páginas de los libros de forma agresiva.

Era la tercera vez que Omar veía a esta joven, y las bibliotecarias chismeaban al respecto. Estaban a la expectativa, conocían a Omar, sabían de su obsesión por el silencio para el momento de su lectura, y habían notado que se contenía las ganas cuando esta joven aparecía.

Omar guardó su libro porque la belleza que irradiaba la joven le impedía continuar con la lectura, y solo quedaba sonreír como un tonto enamorado sin oportunidad alguna para acercarse a la muchacha. El escándalo que provocaba la joven era tanto que las bibliotecarias notaron que interrumpía a otros estudiantes y se acercaron a prohibirle los audífonos. Omar se conmovió y pensó que debían dejarle usar sus audífonos, deseó en ese momento ser el jefe de las bibliotecarias y enviarlas a otro lugar para que la muchacha escuchara su música. Después de unos minutos, Omar observó que debía ir a la siguiente clase de su carrera aburrida, y se levantó observando sin apartar la mirada de la muchacha.

Estuvo a punto de caerse, luego se golpeó con una mesa e hizo ruido, los demás observaron lo excéntrico que era, salió de la biblioteca, extrajo las llaves y abrió el casillero para tomar su mochila e irse. Todavía podía ver desde el otro lado la cabellera de la joven. Omar sabía que no tenía oportunidad, solo era un amor que perduraría en sus noches de locura e imaginación mientras leía o estaba a punto de dormir. Sin embargo, consideraba que ese tipo de amor valía la pena, un amor imperecedero, que se siembra en el cielo, no como los que había tenido y lo habían hecho sufrir. Salió de la biblioteca con su libro en la mano, mientras unos jóvenes decían entre ellos «ahí va el loco».

 

® Solaris Colt (Nicaragua)

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