sábado, 12 de septiembre de 2020

''Final del Cuerpo'' ® Daniel Barrera Blake


El día en que su cuerpo falló, el hombre delgado y canoso, entró al nosocomio caminando un tanto encorvado, intentaba aparentar tranquilidad. Sentía un dolor agudo, como mil agujas clavándosele en el corazón. Llegó con años de preocupaciones, con años de descuido que le presionaban el pecho hasta sofocarlo; envuelto en un papel ilusorio que decía con letras brillantes, que mañana dejaría los malos hábitos y comenzaría a cuidarse; pero la flaqueza se impuso y ese mañana se postergó por años, se postergó por desidia. Un sudor frío y pastoso le brotaba de todo el cuerpo. Lo sentaron en una silla de ruedas, pero no lo atendieron de inmediato, la sala de urgencias estaba a reventar ese día y no había camas disponibles. Sentía ambos brazos adormecidos, un hormigueo le subía cosquilleando hasta la quijada. La respiración se le comenzó a entrecortar, intentó gritar que lo atendieran, pero no logró alzar la voz. El personal estaba rebasado, corrían de manera caótica vociferando códigos y nombres complicados de medicamentos. Se apretó el pecho con su mano izquierda, como último intento por detener el inevitable desenlace. Alcanzó a ver, que a bordo de una camilla de ambulancia, llegaba una joven en trabajo de parto. No habiendo más espacio, acomodaron la camilla a un lado de donde se encontraba sentado. El hombre sonrió con ironía, la vida le jugaba la última broma, presentándole a esta joven mujer en la flor de su juventud, gritando improperios, gesticulando con dolor, trayendo luz; como para recordarle que  no era más que un hombre apagado y marchito, sin fuerzas ya ni para hablar.  El último castigo por desperdiciar su vida en el mundo. Fue inevitable sentir remordimiento por tanto tiempo perdido. Había tirado a la basura el talento, enterrando con él los sueños de vida fraguados en la juventud; había tirado tanto amor en los lugares equivocados, y dejado tan poco a quién se lo había ganado. Mientras más pensaba en todo aquello, más opresión sentía sobre su pecho y más agujas atormentaban a su corazón, llevándolo al límite. Taquicardico e hiperventilando, comenzó a rogarle al universo por una oportunidad más, prometiendo enmendar las cosas, deshacerse de los venenos que le diezmaron el físico y ocupar su tiempo en reponer lo tirado al caño; pero era demasiado tarde, el corazón comenzaba a fibrilar. Lo último que vio de este mundo, entre desesperación y apagones, fue a una enfermera robusta y alta, de pelo rojo muy rizado que gritaba: “dilatación, diez centímetros”. Después de eso nada, solo oscuridad. Una nada que lo abarcaba todo. Vinieron unas explosiones de colores que rompían con lo monótono del negro reinante, le recordaron un juego de tintineantes lucecitas navideñas, vistas a través de un ventanal mojado por la lluvia invernal. Se sentía flotando, era extraño, no sentía su cuerpo, pero de alguna manera percibía lo que sucedía a su alrededor. Fueron apareciendo más luces y otros cuerpos extraños, y de pronto, una gran nube cósmica, multicolor, de dimensiones insospechadas. Las lucecitas fueron cambiando, se convirtieron en estrellas que viajaban hacía esa nube estelar; comprendió que era una estrella más, que viajaba directo a la nube cósmica, atraído por un magnetismo que lo envolvía. Al entrar a la nube, la oscuridad regreso de súbito, de nuevo la nada.  Hasta que apareció un destello pequeño y lejano. No supo precisar si pasó un segundo o un siglo, antes de que apareciera. Era solo consciencia. Era su espíritu, pero sin carne, sin materia; flotando en vacío acuoso. El pequeño destello de luz se ensanchaba de a poco, lo que daba la sensación de estar avanzando. Notó un fugaz flujo líquido y supo que se movía hacia la luz. El destello crecía abarcando cada vez más su visión. Unas estructuras aparecieron a su alrededor, formaban luces y sombras como en bajo relieve. No supo que eran hasta que se acercó lo suficiente al destello, y entonces entendió que se trataba de una especie de túnel, de paredes irregulares y húmedas. Un túnel que por momentos se contraía, dándole la sensación de apretujarlo. Las contracciones de aquel túnel, tomaron un ritmo como de respiración agitada, después la abertura fue total, las propias paredes del túnel lo expulsaron con firmeza. Y sin esperárselo, entró de lleno a la luz. Incandescencia cegadora. Sonidos arremolinándose impacientes en los oídos. Un leve viento acariciaba sin pedir permiso. Poco a poco los ojos se acostumbraron a la luz. La incandescencia se fue convirtiendo en un amasijo de formas pañosas. Alguien lo levantó en vilo, y pudo distinguir una sala de urgencias en pleno frenesí. Alcanzó a ver, el cuerpo delgado de un hombre canoso sentado en una silla de ruedas, con la mano izquierda apretada contra su pecho. Se reconoció apenas, para luego comenzar a olvidarse, a olvidarlo todo. Vio la cara tosca de una mujer de pelo apiñonado y rojo, que le tocaba todo el cuerpo mientras gritaba: “es niña”. Después, el hombre canoso con la mano al pecho, apareció de nuevo en su campo visual. ¿Quién era? Ya no lograba retener nada en la memoria. No comprendía la situación. El miedo se le metía al cuerpo, mientras la mente se le vaciaba; se convirtió en un diario que se borraba en retroceso y terminaba con sus hojas blancas, vacías. ¿Quién era? Ya no lo sabía. Ya no importaba. Escuchó que alguien decía con voz temblorosa: “hola pequeña, soy mamá”. Y todo estuvo bien.  

 

® Daniel Barrera Blake (H. Matamoros, Tamps. México)

 

 

1 comentario:

  1. Muy interesante la Inspiracion, esa trascendencia de la cual aun no sabemos ni imaginamos, pero aqui, narrada de forma que incluso hasta me sorprendio, Felicidades, atrapaste al lector,.!

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