sábado, 26 de septiembre de 2020

''Las torres del reloj'' ® Antonio Garza Mejí


—¡Basta! deja de contármela, Saúl, tengo intención de verla hoy por la noche.

—¿Estás segura Gina?, te conozco y sé que te dan miedo las cintas de ese tipo. Esta embrujada, la prohibieron en Reino Unido, dicen que una señora falleció en la sala cuando se estrenó. —el chico, entrecerró sus ojos y esbozo una suave sonrisa en tono burlón. La chica asintió, agito la cabeza y parpadeo con los ojos en blanco, haciendo un ademan para solicitar su silencio.

Llevaban más de treinta minutos sentados bajo un árbol del patio, eran los últimos días del ciclo escolar y la mayoría de sus asignaturas ya habían terminado el programa.   Pasaban las horas conversando sobre películas. De hablar de comedias románticas llegaron hasta el género que muchos prefieren pasar por alto, mas aquellos con problemas cardiacos: el terror.

Saúl y Georgina no solo eran compañeros de aula, habían sido mejores amigos desde niños, porque además eran vecinos y sus padres mantenían una buena amistad también. A sus quince años, la pelirroja con todo y su dulce mirada cerúlea, pecas y cabello rizado, era también dueña de un carácter pesado que a veces, evocaba a una abuela amargada. Además, se caracterizaba por ser escéptica hasta de la religión a pesar de estar bautizada. Saúl por su parte era un chico hiperactivo, deportista y muy atractivo, de piel pálida, con una cabellera lacia que siempre entraba en conflicto con peines y fijadores. Si algo le encantaba lograr, de mil formas, era el enojo de Gina.

—¿Acaso piensas que me da miedo algo que ni siquiera existe, tonto?

—¡Oye! Tranquila, Gina. Mira aquí dice: “Las torres del reloj” está basada en una historia real. —simuló que tragaba saliva e hizo un ademan de susto, serpenteando con intermitencia todos sus dedos—yo no dudaría de su veracidad. No creo que la veas, y menos si dices que tus padres saldrán tarde.

—Tonterías. ¿Me entregas el DVD de una vez?

Solo te digo, a mí no me paso nada porque tenía mi biblia en mano.

Saúl hizo una seña como advirtiendo: “tú sabes lo que haces”. Le entrego la caja con la película. Tenía una portada simple que no transmitía en absoluto, el título arriba, debajo el perfil de tres actores perdiéndose entre una bruma al reverso, como fondo de la sinopsis, un enorme cuchillo con manchas de sangre. Según palabras de Saúl, él y su hermano encontraron el DVD en una venta de garaje por menos de lo que cuesta un café, así que lo tomaron junto con otros títulos que si eran de renombre. Eran actores desconocidos, jamás los había visto en otra producción y de hecho no se encontraban reseñas de esta cinta en internet.

Siguieron la charla por unos minutos más y cuando dio la hora de salida se retiraron a sus casas.

Mañana te hare preguntas entonces.

Caminaron juntos por algunos minutos hasta llegar al umbral de la casa de Gina. Se despidieron y quedaron de comunicarse más tarde.

Pasaron las horas y la chica pronto se quedaría sola, sus padres habían separado boletos para la ópera y tenían que estar en el teatro minutos antes. Cuando los señores ya se iban, Saúl, quien vivía en la casa de enfrente, se encontraba afuera ayudando a su padre a limpiar el coche, el señor se había fracturado un brazo semanas atrás. El joven alzo una mano para saludar a Gina, quien estaba asomándose por la ventana.

—¡La vigilas Saúl! —el padre de Gina se detuvo en la calle y bajo un poco el oscuro vidrio su coche, dejando ver solamente sus ojos y cabello lleno de canas. Saco una mano y la agito mientras se alejaba.

Una vez adentro Gina recibió la llamada de Saúl. Este intentaba asustarla con cosas de fantasmas y apariciones, la retaba a ver la película sola y con las luces apagadas. La chica aceptó su desafío, encendió los aparatos y pronto apareció el título de la película con un fondo negro y música tétrica. Poco después comenzaron a aparecer los actores principales adentro de un auto deportivo: una chica alta, rubia y un joven musculoso con gorra llamados Becca y Glen respectivamente.

Gina quería comprobar esa experiencia inversiva que Saúl tanto elogiaba, sentirse en la piel de los personajes, así que corrió las cortinas, cerró las puertas con candado y dejo encendida la iluminación afuera de la casa. Finalmente, se desplomo en un sofá frente a la televisión.

En la historia, los dos protagonistas comenzaban un viaje a la ciudad donde había fallecido la abuela de Glen. Se dirigían a una vieja mansión, un cliché de las películas de Hollywood, ahí le darían el último adiós a la matriarca de la familia, pero como suele suceder, las cosas no iban a salir del todo bien. Glen estacionaba su coche al mismo tiempo que Becca clavaba su mirada en una ventana del segundo piso, una que parecía incomodarle y que de hecho lo manifestaba en su rostro. La toma de cámara era sublime, un close-up que alternaba entre el rostro de Becca y la ventana, que iba aumentando el enfoque hasta mostrar como una mano negra y peluda emergía desde una esquina detrás del cristal. Gina se había concentrado tanto en la escena que tuvo su primer sobresalto, volviéndose a las ventanas de alrededor y le pareció escuchar como si hubiesen dado un par de golpecitos en el vidrio de una. Quiso levantarse para asomarse, pero solo sonrió al recordar que ella no creía en fantasmas y volvió a llevar su atención a la pantalla.

Una vez adentro de la mansión, el objetivo de los protagonistas era permanecer dos días hasta que toda la familia estuviese reunida y le dieran sepultura a la abuela en el cementerio, el cual se situaba cerca de unas torres con un gran reloj en lo alto. En pesadillas, Becca se veía a sí misma en una especie de claustro monacal donde se le aparecía una sombra humanoide, que de lejos la iba guiando hasta un arco oscuro. Parecía ser el dueño de la mano en aquella escena.

Fuera de la pantalla, a Gina se le erizo la piel cuando la sombra movía sus dedos, dando indicaciones a Becca y en un momento de tanta tensión algo horrible sucedió. En la ventana de la pared izquierda estaba la sombra de una mano grande y esquelética que golpeo el cristal solo para desaparecer un par de segundos después.

La chica pego un grito y rápido encendió todas las luces, abrió la cortina y no había absolutamente nada afuera. Su teléfono sonó y le provoco otro susto; se acercó lentamente y contesto.

—…—un extraño silencio se escuchaba del otro lado, el corazón de Gina se arrugo y comenzó a respirar agitada. Nadie respondía, así que Gina prefirió colgar.

—No pasa nada, esas cosas no existen, solo lo imaginaste. Tranquila …— musito.

Se cuestionó si quería continuar viendo o prefería abortar, pero su orgullo por completar el reto la obligaba a terminar la película.

Apago todo de nuevo y se apoltrono, intentando olvidar lo ocurrido.

Pasaron algunos minutos de tranquilidad, y la escena que aparecía en pantalla ahora se enfocaba en Glen, quien se adentraba en una especie de iglesia, la cual Gina supuso era una de las torres del reloj. De entre una bruma surgía un niño semidesnudo de piel mortecina y ojos blancos, con un cuchillo de dos metros que sujetaba en ambas manos como si se tratara de un mandoble. Era horrible ver cómo le pisaba los talones a Glen por todo un pasillo, hasta que lo acorralo y termino con su vida. Gina, sorprendida llevo ambas manos a su boca, y cuando menos lo esperaba se escuchó un susurro en la misma ventana.

—Gina… Gina…—una corriente eléctrica le atravesó toda la espalda hasta llegar al cuello—ve a la iglesia Gina…

Al mismo tiempo la chica pensó que se trataba de una broma de Saúl, así que corrió hacia la puerta, salió y rodeo, pero no se encontró con nadie afuera, por lo visto su amigo había terminado de lavar el coche pues el vehículo ni siquiera estaba ahí estacionado. Se apresuró a tomar el teléfono y marcó, pero Saúl ni su familia contestaron.

Cuando aún sujetaba el teléfono entre su hombro y su oreja, se volvió hacia la puerta al escucho un sonido extraño: alguien intentaba girar la chapa de la puerta por fuera. Gina, a pesar de ser tan incrédula con esa clase de fenómenos, comenzaba a inquietarse y sentir escalofríos.

¡Saúl, si esta es otra de tus malditas bromas vas a pagarlo caro mañana!

Quien sea que intentaba abrir la puerta, dejo de hacerlo. Al girarse al televisor, su respiración se cortó, el tiempo parecía haberse detenido y presencio la imagen más horrible que haya visto en su vida: el infante del cuchillo estaba mirando desde una esquina de la pantalla. Gina palideció y retrocedió, dándose de trompicones con una mesa hasta caer al piso.

Una vez que estaba ahí, todas las luces de la casa se apagaron de un golpe, excepto la pantalla de la televisión que duro un par de segundos con ese esperpento de imagen congelada. Gina grito fuerte, estaba asustada y enojada.

¡Vete al diablo, Saúl!

La energía se reestableció, pero Gina seguía en el suelo. Se levantó apresurada, extrajo el disco del reproductor y lo guardo en la caja, solo para arrojarlo dentro de su mochila. Salió agitada por la puerta y por coincidencia sus padres venían llegando. La vieron ahí parada con la respiración entrecortada y sus manos empuñadas.

¿Sucede algo cariño?Su madre, de aspecto cálido y cabello corto rojizo, se bajó rápido del coche y le paso una mano acariciando su rostro¿Quién te hizo enfadar?

Gina se calmó, inhalo profundo y cerro sus ojos. Se sintió segura con sus padres en casa, pero le costaba admitir que había experimentado una mezcla de ira y temor a raíz de temas en los que jamás ha creído. Su orgullo era más grande.

—Nadie mamá. Se estaba cortando la electricidad a cada minuto, ¡me ha dado tremendo coraje! —su madre le beso la frente y le rodeo la cabeza con sus brazos, mientras ella mantenía el ceño fruncido y su mirada fija en la casa de Saúl.

A la mañana siguiente Gina despertó y vio algunas cosas regadas en su alcoba, cosas que quizá se cayeron cuando dio algunos tropezones al entrar con la mochila la noche anterior. Las ordeno, se alisto y se quedó en la banqueta esperando a que Saúl saliera, el coche de su padre ahora si estaba ahí. El chico salió, con su sonrisa de siempre.

—¡Hola Gina…! —la chica lo interrumpió con un fuerte golpe a puño cerrado en el hombro—¡Oye! ¿eso a que viene?

—¿Te parece poco que tu maldita película casi me provoca un infarto? —El chico se encogió de hombros y volvió a sonreír—¿Vas a contarme el final tú, o qué?

—¿Acaso no te lo advertí?... ¿No terminaste de verla?

—¡Sí quería!, pero todo lo de tu maldita broma de ir a tocar la ventana y apagarme las luces no estaba en el plan…

—Oye… ¿De qué hablas?

—Tu sabes de lo que te hablo, anoche fuiste a la casa e hiciste todo eso…además parece que editaste la cinta en una escena para asustarme.

Tras esto, el padre de Saúl salió a la puerta y levanto la mano para saludarlos. Los chicos le devolvieron el saludo, pero Gina vio algo extraño en el señor: ya no llevaba el recubrimiento de yeso en el brazo.

—Saúl, tu papa…

—Gina… anoche mama y yo acompañamos a papa. Fuimos al médico para que retirara el yeso, y después fuimos por unas hamburguesas.

La chica se mantuvo en silencio, con la mirada desorbitada, mirando hacia su casa, enfocándose en específico en la esquina de una ventana.

 

® Antonio Garza Mejía (H. Matamoros, Tamps. México)

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