sábado, 1 de agosto de 2020

En el metro


Me dejé caer en el asiento del metro. Cansado, cerré los ojos y pensé en mi lugar favorito en invierno: mi sillón cerca de la chimenea. Me vi acurrucado con una taza de chocolate y un libro. Un rato más y ahí estaría. Abrí mis ojos y como en una epifanía, me encontré de frente con otros ojos, hermosos, de enormes pestañas, que me miraban y al verse descubiertos huyeron de los míos; ocasión que aproveché para contemplarla. Tenía un delicado perfil. Era bella. Mucho. Al mirar alrededor vi a otros hombres mirándola discretamente. Era elegante, glamorosa y sabiéndose observada desplegó toda su artillería de seducción, ofreciéndome todo un espectáculo: parpadeó varias veces, fingiendo un poco de timidez, con sus labios en forma de beso, sopló suave para quitar el flequillo que caía sobre sus ojos y con sus labios aun en esa postura me miro de nuevo por unos instantes mientras cruzaba las piernas; y pensé: ¡Me está coqueteando! Yo sonreí y miré alrededor para asegurarme que “mis rivales” hubieran visto que era a mí a quien ella miraba. Ella se desabrochó el abrigo y se quitó la bufanda, dejando su espectacular escote al descubierto y disimulando una sonrisa, volvió su mirada hacia mí, como para confirmar el efecto de sus tácticas de guerra, y al sorprenderme absorto mirándola, fui yo quien desvié la mirada y deseé no haberme ruborizado. Al verme nervioso y en jaque, ella sonrió abiertamente sintiéndose triunfadora de esa guerra de miradas. Y me distraje contemplando los hoyuelos de sus mejillas y sus dientes perfectos; cuando en una fracción de segundo, un hombre pasó de prisa arrancándole su bolsa. Y viendo al instante la oportunidad de volverme un héroe para ella, me levanté en su auxilio, qué mejor forma de conocerla, que ella me debiera un favor, y de tomar revancha, por haberme puesto nervioso; pero antes de que yo me pusiera de pie y para sorpresa de todos, ella ya tenía al delincuente en el suelo y con una bota en el cuello, muy cerca de mis pies.

-¡Dame mi bolsa imbécil, estúpido, hijo de…-Gritó ella con la voz más grave que oí en mi vida, y olvidando todo el glamour lo golpeaba salvajemente con sus enormes manos contra el piso, dejando inconsciente al pobre ladrón.

Todos nos quedamos en silencio absoluto. Ella levantó su bolsa, se arregló el cabello, y volteando a nosotros dijo desafiante ¿Qué? Nadie respondió nada. Las puertas del metro se abrieron y salió contoneándose. Mientras yo me escurría en mi asiento otra vez. Cruzamos miradas “mis rivales” y yo. Unos aún tenían la cara de asombro, otros disimulaban una sonrisa. No sé qué cara puse yo, solo cerré los ojos y pensé en esa taza de chocolate y ese sillón cerca de la chimenea.

 

 

® Matty Ortíz (CD. Valle Hermoso, Tamps. México)

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