jueves, 27 de agosto de 2020

La máquina de coser


Algunas veces la vi mirando al vacío como si nada le importara quizás era suficiente para ella con tener una familia; ser parte de un todo. Y la vez poder ser escenario para mil historias sin fin. Una tarde la vi cortar un trozo de tela. Hilvano uno a uno los trazos, el ruido de la máquina me había sacado de mis juegos. Era maravilloso verla ahí sentada y ver como se movía el pedal y esa gran rueda de metal. La aguja zigzagueante llevaba los trozos de hilo de un lado a otro, el mueble de la maquina tenía dos hileras de cajoncitos a cada lado. ¡Ahí guardaba de todo!

Desde un pequeño botón hasta los más deliciosos dulces. Algunas veces sin que ella me viera me introduje hasta ahí y a escondidas tomaba algunos de esos tesoros. Aún recuerdo los botones negros que le pondría al abrigo que confeccionó un frío inverno y como tuvo sin más remedio que forrar cada botón con la misma tela y la tarde entera que tuve que pasar enhebrando la aguja. Eso sí mi mochila lucia radiante con esos bolsillos extra. Fueron tantas tardes a su lado.

En ese pequeño recinto, el cual daba jardín en ese ranchito, junto a ella y su gran tesoro. Pensé en decirle que esa fuera mi herencia; pero había mucha gente que también se la merecía sobre todo mi tía Clara que también le tenía cierto gusto a la costura.

Los años pasaron mis abuelos se mudaron a la ciudad ahí todo era distinto había varias casas de moda algunas te confeccionaban la ropa igual que las revistas de alta costura francesa. Además, todos mis tíos habían crecido incluso yo y la vieja máquina ocupó un lugar especial en la nueva casa, mi abuela no la volvería a usar o al menos ya no lo recuerdo o seria que ya no volví a estar a su lado tanto tiempo como en el rancho ni robaría a hurtadillas ningún botón más. Sobre la máquina ahora lucían un par de elefantes, unas carpetas tejidas y ese portarretratos de mi boda. Algunas veces suelo mirar al vacío, igual que mi abuela, mientras afuera de casa escucho algunas risas traviesas, hasta he perdido un par de botones que mágicamente se han convertido en un par de ojos para el osito que duerme junto a ti mi querida Rebeca.

 

® Rocio Prieto Valdivia (H. Matamoros, Tamps. México)

0 comentarios:

Publicar un comentario