jueves, 27 de agosto de 2020

El último paciente


 El sonido de la puerta al ser golpeada me distrae un poco de la pantalla de computadora, le digo que pase, sin darle importancia, al abrir la puerta del consultorio veo a alguien alto, pálido, con respiración lenta y con dificultad. Inmediatamente el paciente toma asiento, con cierta rigidez en sus movimientos. Me pongo de pie y le extiendo mi mano dándole las buenas noches. El apretón de manos más incomodo de vida fue con él. Su mano tenía una sensación pegajosa y fría, como si se tratara de un cadáver, quería limpiarme la mano, pero no podía, tenia que guardar un poco de compostura que comenzaba a derrumbarse.

Comencé con presentarme sin mas reparo en su aspecto, las preguntas de rutina, le mencioné que pasara a la camilla de exploración para revisar su dolor, que refería que tenía apenas el día de hoy con él, en su abdomen. La exploración física fue cuando comencé a llevarme mas sorpresas de lo que estaba por venir. El termómetro digital parecía que no detectaba la temperatura, supuse que se le habían terminado las baterías, intenté con otro de mercurio que tenia a la mano, sucedió lo mismo. Qué raro pensé. Sin importancia tome su presión con lo debido, pero, estaba comenzando a dudar de la realidad. Nada se había encontrado. Sin más preámbulo inventé cifras y se las hice saber con seguridad al decirlas, mientras el paciente estaba sentado escuchando o al menos eso me hacía creer viéndome con su mirada fija. No lo había notado hasta ese momento de tensión estando ahí frente a él, un aroma nauseabundo despedía su cuerpo, creí que seria un vago de por la zona. De los que suelen venir al consultorio y los atiendo sin cobrarles nada.

Le pedí que se quitara su camisa y se colocara la bata que se encontraba colgada en el pertrecho, me coloque detrás de un biombo para respetar la privacidad del paciente. Con cierto nerviosismo y el ambiente enrarecido, esperaba con ansias que alguien estuviese en la sala de espera, al menos para sentirme seguro. Camine hacia la puerta con esa falsa seguridad de encontrarme con alguien, y mire a través de la mirilla, y, efectivamente, la secretaria se había retirado mientras que los asientos se encontraban vacíos. El sudor frio comenzó a recorrer mi espalda, comencé a dudar de lo que estaba haciendo, por inercia vi mi reloj, solo marcaba las once en punto con el segundero estático. Me maldije por haber respondido a la puerta y haberme quedado tan tarde. El esfuerzo por pasar saliva era cada vez más difícil.

Aprecie desde donde me encontraba, que el aroma a podredumbre ya invadía el consultorio, del otro lado del biombo dijo con voz monótona: listo doctor; y me acerque. Ahí fue donde me dio un vuelco al corazón la impresión de ver los movimientos erráticos que tenia sus intestinos, estaba tan delgado que la piel se encontraba adosada a cada uno de sus órganos, una delgada película de líquido viscoso se lograba ver sobre su piel. Decidí colocarme guantes, ya solo quería terminar con esto. Podía sentir mis manos húmedas por mi sudor dentro del guante, pero eso era mejor que tocar ese maldito abdomen. Al pasar mis dedos sentía como sus intestinos se movían como pequeñas lombrices, me disculpe de mis gestos que no fueron los adecuados, pero el olor, la viscosidad y las lombrices me atemorizaban. Tenía frías ya mis manos, ya no pensaba en lo que estaba sintiendo solo quería terminar ya. Me cambie de guantes y tome mi estetoscopio, sentía su mirada siguiéndome en cada paso que realizaba, no lo veía directamente a los ojos, solo llevaba en mi mente que parecían sobrepuestos en ese cráneo cadavérico al entrar al consultorio. Me coloque las olivas, tome el diafragma del estetoscopio en mis manos para calentarlo, ya me sentía inseguro de la situación tan escalofriante, que ya las manos no respondían como tal, cuando menos lo pensé se me desliza el diafragma entre mis dedos y lo golpea en el abdomen. De inmediato hizo un quejido un poco prolongado que con solo escucharlo me comencé a alterar, vi que en su abdomen se hizo una pequeña herida, ya no podía detenerme, toque con mi guante el rasguño, era imposible que una herida apareciera con un objeto pequeño. Coloque mi dedo en la pequeña abertura, no había dolor, era extraño, sentía movimiento en la yema del dedo. Lo introduje mas esperando un quejido doloroso, y todo era negativo. La herida llamo un poco mi valentía y mi curiosidad lejos de causarme miedo. Con mis dedos en cada extremo de la herida, tire un poco de ella y la piel se fue abriendo paso, como mi sorpresa iba en aumento, puesto en otras palabras se desprendía tan fácil. Hasta que termine por exponer el abdomen, la valentía que antes tenia se esfumo por completo me quede paralizado ante la imagen de ver expuesto sus órganos ahí, en la cama de exploración colgando por los lados, lombrices reptando, cucarachas huyendo de la luz, algunos insectos que no me atrevo a nombrar alimentándose de ellos, camine unos pasos hacia atrás sin quitar la vista al espectáculo grotesco al que era participe. El paciente con su mirada hacia mi cambio de objetivo, el cuello con dificultad lo llevo hasta el centro de su cuerpo y dirigió su mirada hacia la cavidad expuesta, su mano rígida toco el contenido, como quien recién descubre algo.

-Venga doctor- me dijo susurrando. Por algún motivo su voz hacia que mis pies avanzaran sin preguntarme. –escúcheme- dijo sin presentar el dolor en su voz. A cerque mi rostro, el olor ya era insoportable, pero ahí estaba, acerque mi oído a su boca para lograr escuchar su mensaje. Y lo único que recuerdo fue ese pellizco intenso en mi cabeza, y después en mi cuello, la sangre brotaba sin poderse detener, como pude ambas manos me las coloqué en el cuello y vi la hora, las once con once y funcionaba sin problema, era mi hora de muerte, ya no podía gritar pidiendo ayuda, y si lo hacía, nadie escucharía que estoy aquí muriendo. Era ya muy tarde. Comencé a sentirme cansado, sin aire, sentí como mi alma abandonaba mi cuerpo y era llamado.

La sala de espera, con un reloj en la pared que marcaba las nueve treinta de la mañana, se encuentra con todos los asientos llenos, niños jugando en la pequeña mesa central de la sala, mientras las madres hablan de los chismes de la ciudad, la secretaria sentada con celular en mano platicando con su novio listo para esperarla para cenar. Entonces la puerta abre repentinamente, y el doctor con una voz sombría y un aspecto pálido grita: Siguiente paciente por favor.

 

® Irving Mora Álvarez (H. Matamoros, Tamps. México)

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