miércoles, 26 de agosto de 2020

Tarneco


 ¿Cómo es qué llegué aquí?»  Astrid se recarga en mi hombro y sujeta mi mano. Debo mantener la compostura por ella. «¡Saldremos de aquí!, ¡saldremos de aquí!

Lo primero que recuerdo es despertar en aquella habitación pintada de azul, mirando el techo que por unos momentos me pareció semejante al mar. La cama de metal con una delgada colchoneta encima. Me levanté e intenté recordar, pero no había nada. Mi último recuerdo es irme a dormir en mi cama, junto a mi esposa. «Kassandra, espero estés con vida. Espero volver a verte». Salí de aquella habitación y me encontré con un payaso. Era un hombre gordo, usaba una peluca de cabello chino a tres colores, naranja, amarillo y cyan, todos fosforescentes. Tenía la cara pintada de blanco, excepto por la nariz, la cual había pintado de rojo. Y vestía una especie de mono a dos colores, amarillo y azul.

—Disculpe, ¿usted me podría decir dónde estamos? —su voz era gruesa y seria, me tomó por sorpresa por unos momentos —¿y bien?

—No lo sé. He despertado aquí.

—Igual yo.

—Hola, ¿hay alguien? —una joven vestida de bailarina apareció por el corredor.

El lugar donde estábamos era un largo corredor con acceso a cuartos, todos pintados de azul, con una cama de metal en ellos.

—Una bailarina, un payaso y un policía entran en un bar…—dijo el payaso.

Fue en ese momento que reparé que vestía mi uniforme. Alguien me había cambiado. Palpé mis bolsillos, pero no estaba mi pistola.

—¿Es esto una especie de broma? —preguntó la chica.

—Al parecer sí —respondió el payaso, cuya voz comenzaba a sonarme más graciosa —hablando de bromas: Érase una señora que fue al hospital a preguntar por su marido, quien había sufrido un accidente en el trabajo. Pero resulta que el doctor era gangoso. “¿Famidiades ded paciente Idving Damos?”, “Aquí, dígame doctor, ¿cómo está mi esposo?”, “Damento infodmadle que su esposo se mudió”, “¡No me joda!”, “No, no mejoda ni mejodadá, se mudió”.

El chiste nos tranquilizó un poco. La bailarina incluso le pidió otro.

—Oh no, regla de los payasos, uno a la vez. Nunca cuentes todo.

—¿Qué es este lugar? —pregunto la chica, desvaneciendo su sonrisa. Tenía el cabello castaño y largo, y por su apariencia tenía menos de veinte años.

—Lo último que recuerdo es irme a dormir y despertar con mi disfraz y la cara pintada.

—Alguien también me vistió a mí —ella vestía un leotardo color rosa y zapatillas de ballet.

—Igual yo —les aseguré.

 Alguien más se acercaba. Era una mujer de anteojos y bata blanca quien traía a de la mano a una niña pequeña vestida de princesa.

—Debo estar soñando —dijo la mujer.

—Eso pensé hace quince minutos —le dije —Soy Luis Camacho, oficial de policía —le tendí la mano.

—Sandra García, médico cirujano —respondió tras estrechar mi mano.

—¿Quién es la niña? —preguntó la bailarina. La pequeña debía tener siete u ocho años.

—No lo sé. No habla.

—¿Y cuál es su nombre? —insistió la chica.

—¿Acaso eres idiota? Te estoy diciendo que no…

—Aquí tiene un relicario —dijo la bailarina y tiró de la cadena en el cuello de la niña —Astrid. ¿Te llamas Astrid?

La pequeña asintió.

Un sonido como de sirena comenzó a sonar y las luces del lugar empezaron a parpadear en tonos de rojo. La pequeña se abrazó a la bailarina.

—¿Qué sucede?

La pared de metal se descubrió como una enorme ventana. Afuera se encontraba la inmensidad del espacio. Sólo negrura y estrellas.

—Creo que no estamos en la Tierra.

Un grito. Cuando volteé la doctora estaba en el suelo, partida en dos. Frente a nosotros estaba un monstruo. Era una especie de centauro, pero la parte superior no era humana, su cabeza ovalada no tenía ojos, pero si una segunda boca con colmillos arriba de la nariz que eran dos agujeros. Uno de sus brazos era un tentáculo, como de pulpo; el otros, una pinza, como la de un escorpión manchada de sangre. Su cuerpo era de varios tonos de gris, desde el claro hasta el oscuro. Estiró su tentáculo y sujetó al payaso. De pronto la luz roja se tornó azul y comenzaron a salir relámpagos del brazo de aquel ser. Cargué a la niña y corrimos, la bailarina iba tras nosotros. El pobre payaso seguramente murió electrocutado, no me regresé a corroborarlo. Corrimos hasta estar exhaustos.

La luz había vuelto a ser normal.

—¿Qué fue esa cosa? —preguntó la chica.

—Tar-ne-co —dijo la niña.

—¿Puedes hablar? —la tomé de los hombros —Astrid, ¿puedes hablar?

—Tar-ne-co —dijo antes de comenzar a sollozar —Tarneco, ¡tarneco!

—¡Déjala en paz! —la bailarina me hizo a un lado y abrazó a la pequeña niña.

Levanté la cabeza y descubrí un mensaje pintado con rojo, sobre la pared de metal.

“Esto es un círculo”.

—¿Qué significa? —preguntó mi compañera.

—Ojalá lo supiera.

 

Las luces han vuelto a cambiar. La ventana se abre de nuevo. Astrid se recarga en mi hombro y sujeta mi mano. Debo mantener la compostura por ella. «¡Saldremos de aquí!, ¡saldremos de aquí! » La cargo y comenzamos la huida. «Estamos en una nave espacial. Esa cosa es un alien que nos quiere matar. Y… esto es un círculo, ¡la maldita nave es un círculo! Ósea que…»

La bailarina, quien nos adelantaba unos metros se detiene en seco. Aquel ser monstruoso está de espaldas devorando a una persona vestida de militar. Gira la cabeza. Olfatea el aire. Y de un rápido movimiento estira la tenaza partiendo a la chica en dos.

Con Astrid en brazos corro hacia la dirección contraria, pero ahí está otro de esos seres. ¿O será el primero que vimos?

—Tar-ne-co.

 

II

La niña se acerca al cuerpo desmembrado del oficial. Se agacha y moja su mano en el charco de sangre.  Luego va hacia la pared y escribe: Hay más de uno.

 

® J. R. Spinoza (H. Matamoros, Tamps. México)

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