martes, 4 de agosto de 2020

Déjame ir




La mañana de aquel lunes me asignaron el segundo cubículo dónde clasificamos a los pacientes con enfermedad renal. Me presenté con cada uno de ellos y les dije que yo sería su enfermera. Para mí suerte la mayoría no tenían pendientes, solo una señora de la cama 616 tenía la necesidad de instalarle un catéter para comenzar con su diálisis peritoneal.

Empecé haciendo sus hojas de diario, le tome sus signos vitales, les proporcione su dieta y les administré sus medicamentos conforme a la hora que tenían indicada.

En el hospital siempre se aconseja que este un familiar acompañando al enfermo, para que nos comunique si tiene alguna necesidad o simplemente para que lo acompañe al baño porque dependiendo el tipo de paciente se puede sentir apenado con la enfermera

Ese día me percate que la señora que tenía pendiente la instalación de catéter era siempre acompañada por el mismo hombre. Un señor delgado, aperlado con bigote, que vestía camisa de cuadros, cachucha y un pantalón de mezclilla desgastado.

Me acerqué para comunicarle que debía conseguir el catéter en una farmacia de especialidad para que el nefrólogo se lo pudiera instalar. Al escuchar esto me pidió mi recomendación de dónde comprarlo. Le expliqué.

Al terminar él se despidió de la paciente con un beso diciéndole que no tardaba.

Yo quedé admirada por que el señor no tardó ni treinta minutos y ya tenía todo el material que se le había pedido. Cada cosa que ella necesitaba él estaba ahí, atento, sin importar el costo él lo conseguía.

Todos en el equipo de salud veíamos el sacrificio que hacía, debido a que él era una persona muy humilde y de pocos recursos. Cerca de las once de la mañana paso el doctor y le instalo el catéter, de inmediato comenzamos la diálisis.

El médico hablo con el señor y le comento que el estado de salud de su familiar era delicado, que esperarían favoreciera en unos días con la diálisis pero que no podía prometerle nada.

Para esto mi paciente de la 616 era una mujer robusta, con edema generalizado, dificultad para respirar y un fallo en el corazón. Aun así ella estaba alerta y hablaba un poco.

Ya se aproximaba mi hora de salida, verifique que a mis demás pacientes no les faltara nada y entregué mi turno a la enfermera de la tarde.

Al día siguiente que regresé a trabajar me asignaron los mismos pacientes, antes de irse mi compañero del turno anterior me comentó que la paciente de la cama 616 tuvo un paro cardio-respiratorio durante la noche, que la habían logrado estabilizar pero que estaba inconsciente. Que el marido ya estaba enterado que su estado era crítico.

Y ahí estaba él con la misma ropa del día anterior se notaba que no había dormido ni comido muy bien, estaba cansado y recargaba su cara a la cama de su esposa buscando descansar pero sin alejarse de ella.

Lo primero que uno se pregunta es ¿por qué solo él la acompaña?, ¿dónde están sus hijos?  Siendo una pareja mayor es normal que sus hijos se acerquen en estas condiciones, buscando ayudar o por lo menos aparentar preocupación.

Me acerqué a la pareja y le regale al señor una dieta que había sobrado, le pregunté si no lo habían podido relevar, que lo veía cansado. Y el empezó a contarme algo cabizbajo:

—Ella es mi esposa, señorita, es todo lo que tengo. Nunca pudimos tener hijos y no somos de esta ciudad. Ella me dice que ya no gaste más en medicinas quiere que me la llevé a la casa, bueno eso me dijo anoche antes de que se pusiera más "mala".

Por un momento me puse en su lugar, yo sentí su tristeza y sus ganas de no rendirse.

Le dije que si en algo podía ayudarlo aquí estaría, el respondió con un: gracias es usted muy amable.

Continué con los demás pacientes.

Pasaron varias horas

Cuando la paciente de la cama 616 despertó, su esposo había salido para dejar que una hermana de ella la visitara.

Es muy raro que un paciente que ha está inconsciente despierte de esa manera, dice la gente que cuando lo hacen solo es para despedirse, y francamente varios enfermeros creemos que tienen razón.

Yo estaba atendiendo al paciente de enseguida cuando sentí que me sujetaron la mano con fuerza era ella y me dijo:

—Mija, diles que ya no me hagan nada yo me quiero ir a mi casa.

Su hermana estaba llorando por verla en ese estado. Se acabó el tiempo de visita, su hermana se retiró y su esposo volvió con ella.

La paciente de la cama 616 dormía y despertaba para con dificultad decirle a su esposo que ella quería irse a su casa, que quería estar en su cama y ver a sus sobrinos.

—Fuiste muy buen esposo conmigo, perdón por no poder darte un hijo —le dijo, mientras el señor lloraba.

—Te pondrás bien y te irás conmigo—le respondió entre lágrimas. Lo último que escuché fue amor ya no gastes dinero en mí ya no hay nada que hacer. Me tuve que retirar para no llorar frente a ellos.

Ya casi terminaba mi turno.

Cuando el esposo de mi paciente de la cama 616 se acercó al médico pidiéndole una alta voluntaria. Le comentó que había comprado un tanque de oxígeno para llevarla a casa y que ya sabía hacer la diálisis porque yo le había enseñado.

El médico le respondió que ella necesitaba una gran cantidad de oxígeno para mantenerse con vida. Que un tanque no le sería suficiente ni para terminar el día, que lo mejor era seguir tratándola en el hospital. Que sería muy costoso mantenerla en casa.

A lo que el esposo replicó que no importaba lo que tuviera que gastar para ver a su mujer bien. Que de ser necesario vendería su casa, pero que ella se iba a recuperar.

El turno continuaba, mientras él seguía buscando la manera de llevar a su esposa a casa.

Ya eran cerca de las tres y me tocaba entregar mis pacientes al siguiente turno, le comenté a mi compañero el nombre de cada paciente y su patología, y que cosas habían quedado pendientes.

Ya había salido del hospital pero todo el día estuve pensando en ellos.

Al día siguiente desperté, me bañé y me puse mi uniforme para volver al trabajo.

Conduje al hospital. Me volvieron a dar el mismo cubículo, lo cual pasa por qué conoces mejor a tus pacientes si te quedas con ellos toda la semana.

Busqué a mi compañero de la noche para que me entregara a los pacientes, caminé por el pasillo hasta que entré al segundo cubículo. Una cama estaba vacía.

 

® Guadalupe Arvizu (H. Matamoros, Tamps. México)

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