domingo, 26 de julio de 2020

Un ángel


     


Recorrer el rancho familiar en el verano provoca emociones contrastantes, lo disfrutas y no, pero después de varias horas de trayecto en automóvil solo quieres llegar y pisar el suelo, estirarte y caminar tanto como lo permita tu condición física citadina, así como el temor de encontrar animales ponzoñosos en cada paso… Y estoy en eso, entre las veredas de un monte alto, con arbustos ralos y matorrales espinosos, acompañada de los hombres de la casa, quienes armados con dos rifles y una resortera buscan demostrar superioridad, apuntando y tirando a matar insectos, iguanas y aves.  Sin éxito, ellos apuntan y fallan. Apuntan y fallan. ¡Ese juego afanoso de extinguir la vida de un animal me hace sufrir! ¡No lo padeceré más!

-Es suficiente, paren, no se obsesionen, mañana lo vuelven a intentar, regresemos a comer y descansar. –mi voz intenta convencer, hablando despacio y con claridad, controlada,  evitando mostrar turbación,  de no ser así lograría lo contrario  y continuaría el suplicio.

En respuesta, al instante escuché la temida frase de inclusión:

–Tú no has tirado hermana, antes de regresar te corresponde hacer el último disparo ¡Toma mi rifle,  anda, hazlo! –era de esperarse, siempre buscando que actúe como ellos, no lo pueden evitar, es parte del juego de la hermandad, “chinchar y chinchar”.

Con el rifle sobre mi hombro apunto entre las ramas más altas de los  árboles, busco como objetivo un punto “sin vida”, y en el  lapso entre escoger y  alinear con la mira, enfoco a… ¡un ángel!,  pequeño, grisáceo, suspendido en el aire por alas con movimientos cortos y rápidos, ¡de un lado a otro, de delante a atrás, de atrás hacia delante!, ¡es increíble su aleteo!, genera un susurro apenas audible. Aparece y desaparece a la vista. Es hermoso ¿Solo a mis ojos?...

-¡Tira, tira! –la orden impulsiva de mi hermano llega a mi cerebro,  reaccionó cambiando el enfoque del tiro, alineo a la mira una flor amarilla y disparo. Ya  cumplí, siento alivio, solo espero las consecuentes frases machacando la imprecisión de mi tiro “fallaste, te falta puntería, ya lo tenías y otras” ¡todas serán bienvenidas!…  pero mis espectadores están callados, como ¿en pausa?... fue breve, han emprendido veloz carrera  para detenerse bajo un arbusto.

-¡Le diste, le diste!  –perpleja reacciono lentamente al júbilo del trío de cazadores, avanzo, y junto a ellos observo sobre el suelo a mi víctima: diminuto, de ocho o diez centímetros,  sus alas están rotas por la caída, y su pecho al aire muestra el impacto de la bala. Estoy en duelo, mi conciencia con su pequeña voz me desaprueba, reprocha, recrimina y censura el error de elegir una flor como un punto “sin vida”, su color vivo y pétalos sedosos atrajo al “ángel”, un colibrí  cuya existencia  debió transcurrir yendo de flor en flor, obteniendo con su largo y curveado pico dulces néctares que aseguraban su ágil y protector vuelo, y que irónicamente lo situó en el trayecto de una bala, ¡mi bala! ¿Fui su verdugo? No, el destino.

 

® Trinity G. (H. Matamoros, Tamps. México)

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