miércoles, 29 de julio de 2020

Deseo, alcohol y aventura


Lo sabía, de hecho, hasta podría decirse que intuía el momento en que todo pasaría.

Guarde cautela para disfrutar al máximo esa noche de locura. Ya las había visto, aunque jamás habíamos cruzado palabra, pero siempre que nos encontrábamos, la sonrisa cómplice nos hacía imaginarnos muchas cosas. Ese par llevaba la depravación por dentro.

La historia no era tan excepcional como podría pensarse, incluso cuando pienso en ello voy al grano inmediatamente y disfruto en mi mente cada detalle de esa noche. La cosa es que, sólo nos topamos en la misma reunión de amigos y casualmente mi departamento estaba del otro lado de la calle, por lo que subir a mi piso y seguir bebiendo cerveza, no tuvo más que una invitación coqueta. Eran las 5 de la madrugada, el alcohol estaba a punto de transpirarse por los poros de la piel, cuando sin percatarme de las cosas, ellas comenzaron a besarse delante de mí tan apasionadamente que no pude apartar la mirada. Las veía desde mi asiento comerse la boca y ese roce de lenguas que me hacía dudar sobre quedarme quieta o pararme para ir con ellas y unirme al beso. No sé cuánto tiempo pasó, pero ese beso ya se había convertido en algo más y yo solo era una espectadora deseosa de lo que pudiera ocurrir y de lo que suplicaba internamente ocurriera. La chica que conducía la moto (porque andaban en una YAMAHA MT-09), en medio de esos besos apasionados, abrió los ojos y clavó su mirada en mí. Esa mirada tan caliente y lasciva me hizo una invitación que no pude resistir, por lo que, dejando mi bebida en el suelo, me uní a ellas para envolverme de su fuego y fundirme en ese par de labios que no sabían otra cosa más que excitar mi mente y desnudar mis secretos. Al sentirlas, controlar el deseo de viajar por sus cuerpos fue imposible. La más baja de las tres, de cuerpo esbelto, piel pálida, ojos y cabello negro, y manos pequeñas, tomó la iniciativa y nos condujo hacia el sillón más cercado de la sala, al sentarnos, ella se subió en las piernas de su chica y poco a poco fue quitando las prendas de ropa que aquella noche fría, resguardaban la temperatura corporal. Por mi parte, observaba la delicada pero desesperada acción por dejar al descubierto ese cuerpo idóneo para dibujar con mi lengua caliente, paisajes rojizos parecidos al naranja amanecer que pronto nos observaría. Cuando finalmente quedó desnuda, comenzó a poseerla llamándome a su lado para hacer de su labor un pecado más intenso. Mientras ella besaba su cuello, yo besaba sus labios. Mientras ella iba por delante lamiendo sus pechos, yo iba por la espalda mordiendo cada centímetro de su piel. Mientras ella llegaba a sus muslos y los succionaba con fuerza, yendo directo hacia su vulva y jugar con su nariz los labios mayores en búsqueda del pequeño botón del placer, yo tomaba de su cabello y la hacía besarme intensamente. Si, sus labios sabían a infierno. Se nos fueron las horas disfrutando de ese cuerpo blanco y esa mirada cristalina en tomos esmeralda, que son un solo parpadeo, tenía a dos personas hincadas delante de sí, probando lo que nadie más había deleitado en la intimidad. Eran ellas, ese par de mujeres que hacían falta en mi vida. Las que sin pensarlo llevaron al límite las fantasías que se habían guardado en mi mente por mucho tiempo. Una chica de ojos esmeralda, otra de pelo negro lacio y suave, con mirada negra y encendida. Y yo, alguien que pretendía guardar en su memoria cada fragmento de esta aventura sexual. Y si, por si no lo habían entendido, hubo beso de tres. 

 

® Amiie Aguirre (Reynosa, Tamps México)

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