jueves, 30 de julio de 2020

La noche de Abraxas


La luz es como el agua -le contesté: uno abre el grifo, y sale.

“La luz es como el agua”

Gabriel García Márquez

 

Las haría añicos – pensaba cada vez que amanecía. Daysi permanecía inmóvil bajo las sábanas, al menos, eso intentaba cada vez que el sol asomaba sus rayos, invadiendo sus adormiladas pupilas. Le tomó una serie de argumentaciones interiores para decidir asomarse al vaivén de ese veraniego día. Tras medio sujetar su azabache cabello, buscó su mochila, un termo para café y salió al encuentro de Ale y Regina, que la esperaban en la cafetería de siempre. El sol no tenía misericordia, se decía, apenas las nueve horas y por más ligera y vaporosa que fuera su vestimenta, el escozor sobre su piel molestaba. Entró buscando libre la mesa de siempre, no que ella y sus amigas fueran quisquillosas pero entre más lejos de los comensales mejor: “las miradas curiosas siempre se llevan algo de uno”. Ale aludía: “se llevan una chispita de mí”, Regina simplemente sonreía, sin discutir los argumentos de sus amigas, en realidad le daba igual la mesa, el lugar, siempre y cuando sus conversaciones se mantuvieran aisladas de oídos curiosos, por eso ella optaba por modular el volumen de su voz. Bien, al parecer he sido la primera expresó Daysi con esa voz entre chillona y melosa que la distinguía, sin importarle que la escuchara el pianista que amenizaba todas las mañanas aquel sitio. Se sentó, mientras esperaba pidió un café, una melodía comenzó a escucharse, el pianista traía nuevo repertorio. Le molestaba la impuntualidad de sus amigas, por más que ella les recalcara su falta de respeto en cuanto a ello, les valía tres maníes. Ensimismada, siguió la lectura de su libro en turno, disfrutaba la trama. Violeta estaba por descubrir la sensación de la noche, saborear las vigilias, contemplar el fulgor de las estrellas, el trayecto de un cometa, soñaba con trazar  la constelación de Abraxas. La emoción la hizo perder la noción del tiempo, el sonido del piano se convirtió en un susurro indiferente. ¡No aguanto más! –exclamó Violeta contrariada. Las haría añicos si pudiera. Caía la tarde, pero esta vez sería diferente. El sol se eclipsó. Ella no entendía tal fenómeno, su deseo de hacer trizas el sol se estaba consumando. La incertidumbre le produjo una euforia incapaz de contener, ¿qué importaba lo que viniera después? La oscuridad era un mito en ese lugar, la luz solar, una eternidad heredada. Los rayos solares se hicieron pedazos, respiró la oscuridad total, de pronto, solo vio chispas titilando en el firmamento. Elevó sus manos tratando de tocar aquellas luces. Abraxas la amaba, asintió. El pianista paró de tocar, la noche había caído, así como su recital, ignorado como siempre. Violeta se le acercó curiosa, las últimas piezas resonaban aún en su cabeza. “Muy bellas melodías”, le dijo. El hombre la miró enmudecido y salió.  Ella contempló en su derredor, respiró profundo, se acomodó su pelo azabache, tomó la mochila y el termo de café. A cierta distancia, Regina y Ale la observaron con recelo. Llegaron tarde a la cita con Daysi, el apagón en la ciudad les había retardado, la ciudad era un caos. Y una extraña se hallaba ocupando su mesa de siempre, alejada de los comensales, hablando para sí, con aquel libro entre sus manos, junto al aburrido pianista. Cuando pasó junto a ellas, una descarga eléctrica las petrificó. Violeta susurró divertida: por fin, las hice añicos. Sin duda, el que quiere nacer tiene que romper un mundo.



© Ruth Martínez Meráz (H. Matamoros, Tamps. México)

 

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