jueves, 30 de julio de 2020

El Gato, la pipa y un perro rosado





Cuando el gato llegó hasta mí, yo fumaba tranquilo en la azotea. Me relajaba viendo la intensa luna en esa noche oscura y disfrutaba el tacto de mi pipa de bambú en los labios, cuando en medio de una larga calada el susodicho gato me dijo: «tu perro ha muerto…», me lo dijo con ese egoísmo de gato, con ese aire de “me vale madres si te lo digo con tanta frialdad”. Llegó, se sentó en sus nalgas de gato justo frente a mí, y mirándome a los ojos me lo soltó así, de golpe, “tu perro ha muerto…” después ha desviado su mirada al piso, luego al cielo y de regreso a mí, dejando en el aire esa sensación incomoda de falta de información, que solo me es posible plasmar escribiéndole tres puntitos suspensivos al final de la frase. Yo me quedé sentado en la pequeña bardita sin saber que decir, reflejado en sus pupilas expandidas que analizaban mi reacción con curiosidad; me quedé ganchado a esos tres puntitos incomodos, que me sacaban de quicio, que me torturaban dándome comezón en la mente, restándole importancia a mi pipa, o al hecho de que no tenía perro o incluso a que mi gato me hablara. «El pobre ha muerto…» agregó, dejando de nueva cuenta esos tres puntitos de suspenso colgados del aire, que me caían como suelas lodosas sobre piso recién trapeado, como dedos feroces a mis pies cosquilludos. Por fin solté el humo en medio de toses secas que me aguaron los ojos. Para cuando me reincorporé, el gato ya no estaba. Me encontraba de nueva cuenta solo en medio de la noche, sentado en la bardita de la azotea, aun saboreando con desagrado la impertinente falta de información acerca de la muerte del perro que no tenía. Me acomodé la pequeña pipa y accioné el encendedor para darle otra larga calada, aspiré, aspiré, aspiré y justo cuando bajé la pipa de mi rostro, un perro rosado apareció frente a mí; meneaba la cola, mostraba toda su lengua goteante de babas. Me dijo, «tu gato ya no será un problema… », a diferencia del gato, el perro era una verborrea viviente que no paraba de darme información acerca del por qué el gato ya no sería un problema, explicación larguísima que aguanté sosteniendo el humo en los pulmones hasta que ya no pude más y lo expulsé en medio de un nuevo acceso de tos seca que me hizo doblarme. Cuando me reincorporé, el perro ya no estaba… miré el fondo de mi pipa para observar la hierba chamuscada; musité, «que buena está esta mierda».



® Daniel B. Blake (H. Matamoros, Tamps. México)

 





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