miércoles, 29 de julio de 2020

Claustrofobia


Hacía 20 años que no iba a la ciudad de México, y era el mismo smog, las mismas prisas, el mismo peligro. La casa de mi primo tenía tres pisos; el primero era un taller de costura; el segundo una oficina. Nos hospedamos en el tercer piso. Ese día conocimos Tepito, Six Flags, y fuimos hasta Taxqueña, donde vivía mi cuñada; y sin haber sudado, miré mi cuello negro de mugre; esto no era lo único que iba en contra de la capital, también estaban los temblores.

Platicaba con mi primo al calor de un café hirviendo, que es así como lo disfruto, para irlo tomando lentamente y aspirando su aroma; cuando sentí que se movía mi silla. Levanté la vista hacia mi primo que tenía los ojos muy abiertos; aunque él ya estaba acostumbrado:

 —¡Está temblando! Seguimos sentados unos segundos, y se escuchó un tronido.

 —¡A la pared! —gritó mi primo al tiempo que una parte del techo caía donde había estado sentado. Corrí a la escalera para sentir cómo se hundía bajo mis pies; después lo vi todo negro. No sé cuánto tiempo pasaría hasta que tomé el control de lo que pasaba; mi pierna estaba estirada y no la sentía; la otra la tenía doblada, mi cabeza estaba inclinada sintiendo una placa de concreto, sonidos lejanos, y gritos apagados.

Grité sin sonido, hubiera preferido morir antes que sufrir ese tormento. Quise no pensar; comencé a arrancarme las pestañas, las cejas, y cuando acabé con ellas, los cabellos. El tiempo pasaba sin oír más que ruidos que llegaban a través de las paredes acumuladas una encima de otra; madera, muebles, y una gotera que caía en mis espaldas lograba humedecerme, escurriendo hasta mi cara, lo que mitigaba mi sed. Cuando mi desesperación llegaba al límite, grité con fuerza deseando morir. Sentí un zarandeo en mi hombro, era mi primo…

—Despierta, Ramón, despiértate. Quise terminar mi café, pero ya estaba frio.

 

® Félix Martínez (H. Matamoros, Tamps México)

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