martes, 28 de julio de 2020

El Cadillac del frustrado


Llegué al parque alrededor de las diez de la mañana, rompiendo con mi rutina normal. Quedarme en casa no me había resultado bien en los últimos días, el fantasma del bloqueo mental rondaba por ahí. Por eso decidí salir, y así fue como llegué al famoso parque de la ciudad, llamado “el laguito”. Me acomodé en una mesa de madera tipo picnic y dispuse sobre ella todo mi equipo, hojas de papel, plumas, lápices, etc. Sería un día rústico, sin internet ni aparatos electrónicos. Me quedé absorto observando el ambiente. Había gente que hacía deporte a la orilla del estero, parejitas de enamorados que se daban arrumacos y personal médico de alguno de los hospitales que flanqueaban al laguito. De pronto, un estruendo rompió la armonía del lugar, sobresaltándonos a todos. Fue un ruido potente y seco de indefinida procedencia. Lo siguieron cuatro más, cada uno más fuerte que el anterior. En ese punto, varios comenzamos a identificar, que los sonidos provenían de la solitaria nube sobre el laguito. Era una nube muy pequeña, que cambiaba de forma y tonalidad de manera anormal. A los sonidos, se les unió un juego de luces, eran rayos que relampagueaban al interior de la nube. El espectáculo era tal, que las inmediaciones del laguito comenzaron a aglomerarse de un cierto número de observadores. Yo estaba muy concentrado en escribirlo todo sin perder detalle. Los rayos que hasta el momento habían permanecido solo dentro de la nube, comenzaron a relampaguear hacia afuera de ésta.

-¡Es un ovni! –gritó un chavo de secundaria.

El resto de sus compañeros asintieron, entusiasmados y asustados.

-No. ¡Es Dios! –dijo la señora que atendía el puesto de elotes, cerca del grupo de chavos.

Por mi parte, y para ser franco, no le encontraba forma de ninguna de las dos cosas, muy contrario a eso, yo le veía cierta semejanza a una albóndiga. Ya para entonces, la aglomeración de gente era más grande, y no dejaban de llegar más y más. Sin previo aviso, un destello blanco cegó por segundos a todos los presentes, seguido de un estrépito y un vendaval pasajero. Y entonces la nube se abrió, y de ella comenzó a descender, muy lento, un Cadillac El Dorado del ´68. ¡Ohhhh! se escuchó por todo el parque al unísono.  El reluciente auto bajaba flotando con suavidad, era descapotable, de color blanco y vistas cromadas. Impecable. Nadie entendíamos qué estaba sucediendo, ¿truco de magia?, ¿en realidad era un ovni?, ¿Dios? La situación era muy confusa. El descenso del auto clásico era tan lento, que los alrededores del parque, en su totalidad, se retacaron de gente. Incluso alcanzaron a llegar, haciendo aullar sus sirenas, un par de vehículos de emergencia y otro par de fuerzas militares antes de que el Cadillac terminara de bajar. Yo no paraba de escribir, sentí que necesitaba dos manos más para poder abarcar todo el evento. El hacinamiento era tanto, que tuve que pararme sobre la mesa de picnic, porque ya no cabíamos. Entre la muchedumbre, una mujer gritó apuntando al auto flotador.

-¡Miren!, ¡hay alguien adentro!

Y un nuevo ¡Ohhhh!, se escuchó. Los asientos de conductor y acompañante, se encontraban ocupados por una pareja de joviales ancianos. Con sus canas ondeando al viento, ambos saludaban con sus manos y hacían sonar el claxon, como si de un desfile se tratara. Estábamos tan perplejos que todo se quedó en tensa calma, pues el auto ya se encontraba cerca de tocar el agua. El silencio era sepulcral, la adrenalina que se sentía en el ambiente era impresionante, ¿flotaría?, ¿se hundiría?...

Tantas preguntas y yo sin más hojas en blanco. Debí haber traído mi tablet. Leí lo que acababa de escribir.

-¡Qué mierda! –dije en voz alta, asustando a un par de enfermeras y un grupo se chavos de secundaria que se encontraban cerca.

Arrugué las hojas escritas y las boté en la basura. Me fui de ahí tan frustrado como llegué.  


     

® Daniel Barrera Blake

 

 

 

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