miércoles, 29 de julio de 2020

El Sueño infinito


Salió de su casa en San Juan para dirigirse a San Fernando, a cuarenta y cinco minutos hacia el sur del estado, un pueblo desolado hasta las lágrimas por los problemas sociológicos como consecuencia de la violencia. Jorge Aura subió a su vieja camioneta y la encendió. Estaba convencido de que su destino daría un giro benéfico para mejorar la situación económica que lo mantenía en estado patético de ansiedad. Era, mejor dicho, un presentimiento, de esas veces en que uno tiene la certeza de que las cosas tomarán un rumbo más lineal, más concreto. No le comunicó los planes a su esposa; no tenía caso alarmarla ni llenarla de inquietud por el hecho de salir a la carretera. Pensó que era una idea más generosa sorprenderla con buenas noticias a su regreso. 

Cuando llegó a San Fernando se dirigió a la casa abandonada a la orilla del Río San Fernando, el cual cruzaba la ciudad y venía desde la Sierra Madre; no sabía por qué se le llamaba río si apenas un hilo de agua parecía estar estancada al centro del cauce. Tenía la certeza de que en la casa encontraría una cuantiosa fortuna en dólares, tal vez olvidada allí por los sicarios que tenían controlada la zona. Bueno, olvidada era sólo un decir. Entró a la casa, sin temores, con la seguridad de que no se encontraría con nadie dentro de ella. En efecto. No había nadie, ni adentro ni afuera, ni siquiera los ojos indiscretos de vecinos que hubieran presenciado su llegada a la casa. No le fue difícil realizar la búsqueda ya que no había mobiliario ni nada que se lo impidiera. Jorge Aura no encontró dinero en pesos, mucho menos en dólares. Se cansó de buscar en todos los rincones, en los armarios vacíos, en las alacenas también vacías, cubiertas de polvo, tatuadas con viejas telarañas. El cansancio lo obligó a sentarse en el suelo, junto a la escalera que daba a la planta alta. Una repentina pesadez en los párpados empezó a invadirlo como gota de tinta que se derrama sobre una hoja blanca. Pronto se sintió vencido y entró al laberinto de los sueños.

En el sueño vio que el dinero que había buscado en la casa de San Fernando, en realidad, no estaba ahí sino enterrado en una caja metálica, oculta en el lado norte de la pileta en el rancho “El Potrillo Desalmado”, propiedad de su amigo de muchos años en San Antonio, a cuarenta minutos al oeste de San Fernando. Se vio salir de la casa junto al río con la prisa de quien va a recibir como herencia una cuantiosa fortuna, subió a la camioneta que había estacionado frente a la entrada principal y condujo hacia el rancho.

Al llegar sonó el claxon de su vehículo en repetidas ocasiones para notificarle la llegada a su amigo. Nadie salió de la casa, ni siquiera el Cobby, el viejo pastor alemán que cuidaba el rancho. Le pareció extraño que el lugar se viera deshabitado, sólo unas cuantas gallinas dispersas debajo de los árboles, señal de que alguien habitaba la casa. A lo lejos se alzaba la pileta, la que vio momentos antes en el sueño. Bajó de la camioneta y entró a la propiedad por encima del portón, el cual estaba asegurado con una cadena de gruesos eslabones y tres candados. Luego de varias zancadas, Jorge Aura llegó al lado norte del depósito de agua para los animales y empezó a excavar con una pala que había tomado del cuarto de las herramientas del rancho. Tenía la certeza de que allí encontraría la caja metálica llena de dólares; no podía equivocarse esta ocasión. Excavó durante más de una hora, sin tomar descanso, hasta lograr un pozo de dos por dos metros y una profundidad de metro y medio. Estaba exhausto. Y, lo peor, es que no aparecía ninguna caja metálica, ni de ningún otro material, con el dinero de cuya existencia estaba más que convencido. Cansado, sudoroso, con su ropa manchada de polvo, Jorge Aura realizó un enorme esfuerzo para salir del pozo que había excavado. Después de salir, se recargó en un nogal cercano para recuperarse del enorme esfuerzo realizado. El sueño lo sorprendió una vez más, sin anunciarse. El esfuerzo para cavar el pozo lo había dejado exhausto, sin la posibilidad para desplazarse hacia la camioneta.

Soñó que había cometido dos errores graves, dos errores que aún podían solucionarse al tomar decisiones con calma, despojándose del impulso y de la ansiedad. El primero era haber pensado que el dinero se encontraba en la casa abandonada en San Fernando, a la orilla del hilo de agua. El segundo, haber presentido a causa del sueño que el dinero estuviera enterrado en el lado norte de la pileta en el rancho “El Potrillo Desalmado”, propiedad de su amigo en San Antonio, como si viviera en la época de los piratas. Dedujo que los sueños podían, como muchos seres humanos, tener mala intención y conducir a las telarañas del equívoco. Los sueños pueden ocultar su rostro con la falsedad atractiva de las máscaras.

Como en una revelación, de ésas que se les autorizan a las personas privilegiadas por el aprecio divino, Jorge Aura pudo comprobar en el sueño que el dinero había estado todo este tiempo descansando en el altillo de su casa en San Juan, dentro de una caja metálica. Debió haberlo imaginado desde el primer momento para evitarse el consumo innecesario de gasolina. Se levantó con la convicción de que las cosas tomarían un rumbo definitivo, adolorido hasta los huesos por haber dormido en el suelo. Se dirigió hacia el portón a la entrada del rancho, sin dejar de sorprenderse al no encontrarse con su amigo. Le hubiera gustado saludarlo, ya que andaba por esos rumbos y con la obsesión de los dólares clavada como aguja en la frente.

Subió a la camioneta y emprendió el regreso a San Juan. El trayecto duró poco menos de dos horas; al término de este tiempo se vio frente a su casa. Entró, y lo primero que hizo fue subir al altillo. Tenía mucho tiempo de no entrar en ese espacio de la casa, por lo que encontró el lugar cubierto de polvo, invadido por telarañas y algunos bichos que corrieron espantados por el susto al ver la invasión de su espacio. La búsqueda no se prolongó mucho porq el lugar estaba semivacío. Ningún rastro de la caja metálica con el dinero. Fue tanta su frustración y tanta la debilidad que se dejó caer en el suelo cubierto de polvo, sin importarle la presencia de los bichos que estaban ocultos en los rincones y en las hendiduras del piso y las paredes. La sensación de fracaso le concedió un desgano poco frecuente. Sintió que su cuerpo empezó a caer en pedazos al suelo como si se estuviera fragmentando en partículas de piedra. Había sido mucho el esfuerzo para andar de un lado a otro con la finalidad de hallar la solución a sus problemas económicos.

No tardó mucho tiempo en caer en las redes laberínticas del sueño, como en las ocasiones anteriores. Entonces vio con claridad que la caja metálica con los dólares se encontraba oculta en una casa abandonada en San Fernando, cerca del río que pasaba por la ciudad y cuyas aguas venían desde la Sierra Madre. Jorge Aura se levantó del suelo con su cuerpo adolorido, pero con entusiasmo para lograr su propósito. Salió de la casa sin despedirse de su esposa porque quería sorprenderla con buenas noticias. Subió a la vieja camioneta, la encendió y salió hacia el sur del estado.

 

 

® Ramiro Rodríguez (Brownsville, Texas E.U.A.)

0 comentarios:

Publicar un comentario