miércoles, 29 de julio de 2020

La rosa de plástico


Invite a cenar a mi novia al restaurante más lujoso que mis ahorros podían pagar.

Quedamos de vernos en el lugar, lo cual me dio tiempo de preparar su sorpresa. Le pedí al pianista de fondo que tocara nuestra canción cuando la viera llegar a mi mesa. Pague un costo extra para reservar el lugar que está cerca de la ventana, en una mesa para dos. Ayer rente un traje solo para esta ocasión. Escribí en una carta todas las cosas que siempre he querido decirle. Compre un ramo de rosas blancas con una roja en medio. La cual escogí que fuera de plástico, para profesarle amor eterno. Le pedí que llegara a las ocho y los arreglos que tenía que hacer los acabe veinte minutos antes de la hora de su llegada. Mientras aguardo a su espera, comienzo a recordar aquel día en que la conocí. Fuimos a presentar examen de admisión a la universidad. Ella se inclinó por contaduría y yo por enfermería. Llevaba una blusa amarilla, una chaqueta de mezclilla y un pantalón. Su cabello estaba sujetado con una cola de cabello, el cual era negro y lacio. Sus ojos negros. Su piel dorada y su sonrisa sin igual. Desde aquel día comenzamos a hablar y nos volvimos inseparables. La apoye en todo lo que podía, algunas veces le llevaba lonche, pues siempre vivía estresada. Recuerdo con cariño y emoción aquellos días, pues desde hace mucho que planeaba pedirle que fuera mi esposa. Me nacía desde el interior el deseo por apoyarla en todo lo que necesite, cuidarla, mimarla, abrazarla y darle lo mejor de mí. Sin importar que mis amigos se burlen de mi tachándome de "mandilón". Lo compartimos todo y las alegrías que ha traído a mi vida son innumerables. Hace un par de semanas me contó que un viejo amigo suyo de la secundaria vendría a la ciudad. Ya se retrasó cinco minutos. Sin saber por qué la angustia se apodera de mí. Mis piernas tiemblan y comienzo a sudar. Por alguna razón temo que no venga. Me aterra pensar que algo le pudo ocurrir en su trayecto hacia acá. Respiro profundo intentando tranquilizarme, no he intentado llamarle pues me da miedo que responda a mi llamado mientras conduce y que pueda chocar. No me queda otra opción más que esperar. Camino hacia la entrada para mirar el momento en que llegue, me regreso a mi asiento y me parece que de pronto han apagado el aire acondicionado, hace demasiado calor y no dejo de sudar. Decido bajarme hacia afuera para esperar. Desesperado comienzo a llamar sin obtener respuesta. En un principio su celular sonaba, luego dejo de hacerlo. Mande múltiples mensajes que no fueron respondidos. El tiempo pasó y se hizo tarde. Me regreso a mi lugar y el mesero se acerca a mí.

— Ya vamos a cerrar señor — Asiento con mi cabeza desilusionado. Temo que algo le haya ocurrido al amor de mi vida. Me marcho directo a su casa, en búsqueda de ella. Sus padres me comentan que la vieron salir de casa arreglada a las siete en punto. Mi temor se vuelve real, incluso palpable, algo tuvo que haberle sucedido. Desesperado salgo en su búsqueda por toda la ciudad, siento un nudo en la garganta y unas inmensas ganas de llorar me anegan. Se dice mucho que los hombres no deben llorar, pero ¿cómo no hacerlo? si presiento que he perdido al amor de mi vida. Sus padres se angustiaron y me prometieron llamar a todos sus familiares, amigos y conocidos para saber si estaba con ella, todo mientras esperan en casa por si llega. Pronto se hacen las diez de la noche y siento como quisiera dividirme para buscarla en cualquier rincón de la ciudad.

Resignado me detengo a un lado de un parque, necesito pensar con claridad. Mi teléfono suena, son sus padres, me dicen que no está con ninguno de sus familiares, amigos o conocidos. Me quiebro en llanto. Mi corazón duele por dentro. Me arrepiento una y mil veces de haberla citado en aquel lugar. De pronto, levanto mi mirada y la veo salir "escurridiza" de un motel, cuidando que nadie la vea. Mi corazón estaba tan roto hasta ese punto que me quede paralizado ante dicha escena. Por un lado, me alegraba saber que estaba bien y por el otro, habría preferido no encontrarla, no en esas circunstancias. Ahora siento que una parte de mi ha muerto.

  

 

® Astrid Resendiz (H. Matamoros, Tamps. México)

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