''Los vientos torcidos'' ® Ronnie Camacho Barrón
El polvo en el aire se ha vuelto tan denso que ya ni siquiera puedo respirar bien, aun así, no debo rendirme, tengo que encontrar otra alternativa, ya han muerto muchos de mis seres queridos y no estoy dispuesto a perder ni uno más; Esta pesadilla comenzó hace un par de meses, desde que era niño sentí una gran fascinación por los pueblos prehispánicos y su folclore mitológico, mi pasión me fue heredada por mi abuelito Rogelio, un arqueólogo retirado reconocido por haber sido uno de los hombres que descubrió el templo dedicado al dios del viento, Ehécatl.
Motivado por seguir sus pasos, decidí dedicarme también a la arqueología, esa fue la mejor decisión de mi vida, pues además de permitirme conocer de primera mano todos los sitios de los que alguna vez me contó mi abuelito, me brindó la dicha de conocer a una mujer que compartía mi pasión y con la que formé una bella familia.
Pensaba que mi vida ya era perfecta, hasta que un día, tras muchos años deseándolo, se me permitió estudiar los objetos hallados en el templo de Ehécatl; Me sentí extasiado con solo pensar que por fin podría investigar aquello que había provocado tanta felicidad en mi abuelito, incluso busqué sus viejos diarios para darme una idea de lo que me esperaba, pero cuando me estaba preparado para dirigirme hacia el museo donde las piezas se encontraban, mi esposa me dijo que tendría que llevar a nuestros hijos conmigo, había ocurrido una emergencia en un sitio que ella estaba investigando y debía ir de inmediato, así que sin más opción, subí a los niños al auto y emprendimos el viaje.
Cuando llegamos al lugar, les ofrecí explorarlo en lo que yo trabajaba, ninguno aceptó, Toño, mi hijo mayor, prefirió ponerse sus audífonos y pasar el tiempo sentado en una banca, mientras que Rodrigo, mi chiquito, quiso acompañarme.
Entre los muchos objetos que mi abuelito y sus colegas encontraron en su tiempo, el que más resaltaba era una efigie de piedra que representaba Ehécatl a la perfección, con su cuerpo casi desnudo, salvo por un taparrabos sobre su sexo, sandalias y una máscara con forma de pico de ave y afilados colmillos en las esquinas, un rasgo que representaba su naturaleza como dios del clima; Maravillado comencé a estudiarla de pies a cabeza y antes de empezar con mis anotaciones, primero revisé las de mi abuelito, me centré tanto en mi investigación que no me di cuenta de que Rodrigo se había acercado a la estatua hasta que fue muy tarde.
Un golpe seco interrumpió mi concentración y al ver lo ocurrido me quedé helado, la antiquísima escultura ahora se hallaba hecha añicos sobre el suelo; Lo que pasó después ocurrió tan rápido que para cuando pude reaccionar, ya habíamos sido expulsados del museo, con el permiso para estudiar las piezas retirado y en espera de acciones legales por haber destruido patrimonio cultural de la nación, pero por muy aterradora que parecieran, las represalias jamás llegaron.
Pues tan solo un día después de lo acontecido, una densa nube de polvo rojo se apropió del cielo de todo el país, sus efectos no se hicieron esperar y pronto miles de personas comenzaron a morir por enfermedades broncopulmonares.
Nadie entendía que ocurría y no fue hasta que surgieron reportes de pequeños torbellinos de polvo persiguiendo personas que intentaban llegar a su trabajo, que recordé una de las historias que me había contado mi abuelito sobre los Cachinipas, perversos espíritus del viento que producían malestares en enfermos, ancianos y padres de familia, ellos eran los responsables de esto, nos estaban matando como castigo por haber destruido la estatua de Ehécatl.
Por fortuna, mi abuelito también me había dicho cómo deshacerse de ellos, así que de nueva cuenta me sumergí en sus diarios en busca de la respuesta, pero encontrarla más que darme esperanza, me derrumbó, pues la única forma de apaciguar la ira de los espíritus, es sacrificar al hijo menor de la familia.
Llevo días tratando de encontrar otra solución, pero nada y el tiempo está en mi contra, hace poco mi esposa cayó enferma, apenas si puede respirar, no sé si sobrevivirá la noche, de lo único que estoy seguro es que no soportaré vivir sin ella.
Me temo que muy pronto tendré que tomar una decisión, una por la que Antonio y su madre jamás podrán perdonarme.
® Ronnie
Camacho Barrón (H. Matamoros, Tamaulipas, México)
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