domingo, 20 de octubre de 2024

''Plata oscura'' ® Gonzalo Vega León


Estoy en la sala de mi casa, sentado en el sofá frente a una mesita de centro. Limpio nuevamente mi dije de plata; apenas ayer lo limpié, pasados tres días desde su última pulida, y la anterior a esta fue hace una semana. Mi tarareo, aunado a los leves chirridos que causaba el viejo trapo con que hacía fricción en el metal, me comenzaban a tranquilizar. Trato, en cada frote, de encontrar la paz que hace tiempo me falta.

Unos pasos resonaron en el pasillo que da al portón y se detuvieron justo en la puerta de entrada; sentí una mirada fija en mi nuca, como si alguna de mis vértebras cervicales fuese un objetivo a abatir; era Evelyn. Mi otrora amada Evelyn ha vuelto. En este momento estoy rogando por no verla nunca más y por fin ser feliz.

El escalofrío que me recorrió la nuca hasta el meñique del pie me llevó a romper el silencio:

   Vete. — dije con voz fría y amenazante; alargando la última sílaba a medida que mi voz se hacía más fuerte y paraba en seco.

Continué mi pulido. No nació en mí la cortesía de darle una mirada hasta que tuve la certeza que ya no estaba ahí; para entonces, mi labor estaba hecha. Miré con orgullo mi pequeña cruz de plata, reluciente, mientras levantaba con ambas manos la cadena de la cual pendía. Mi madre me había contado innumerables ocasiones que la plata absorbe las malas energías, así uno se mantiene protegido; desde que me regaló la cruz que siempre cuelga de mi cuello, repito como mantra aquella afirmación. 

   ¡Lista para librarme de las malas energías! — dije, con un tono esperanzado, al tiempo que aseguraba la cadena a mi cuello.

   ¿Esta vez sí durará? — Preguntó Evelyn con un tono agudo e infantil que casi me pareció una burla, mirándome desde el sitio en el que estuvo hace un rato.

   ¡Vete!

Lancé hacia la puerta una mirada de resentimiento, pero ya no estaba ahí. Volví la vista hacia mi mano abierta, sosteniendo el dije a la altura del pecho; ya comenzaba a perder brillo. “¡Maldita!” vociferé. Retomé el pulido, esperando que los suaves chirridos de fricción me distrajeran un poco.

   ¡Listo, reluciente! — Me lo cuelgo. —Aléjala de mí, por favor…

Otra vez pasos, sentir esa presencia se llega a hacer insoportable. Me pregunto cómo puedo conseguir un poco de paz mientras tapo mis ojos, tomándome las sienes con la mano. Suspiro en un intento de serenarme. La radio se ha encendido en la cocina, la voz áspera del locutor me revienta. “¿Por qué lo hace?”  me pregunto. Lanzó un prolongado gruñido de frustración. Volteo, ya no está. Golpeo tres veces la mesita de centro, el último puñetazo logra cuartear el cristal; me levanto a apagar la radio. Resuena un botonazo.

   ¿¡Por qué carajos sigues aquí!? — Pregunto gritando al aire.  — ¿¡No te había dicho que te largues!? ¡Lárgate de una vez!

Hasta hace poco la amaba; ahora ya no. Nunca creí llegar al punto de estar incómodo con su presencia y desear con fervor no verla más; creí que, ignorándola, tarde o temprano se iría; pero, por el contrario, poco a poco me vuelve más irascible. Este dije de plata que, en su presencia, se mantenía puro y radiante, tarda cada vez menos tiempo con brillo.

   ¡Está oscura otra vez! ¡Tanta mala energía! — digo con decepción.

En cólera, retomo una vez más el pulido. Mi cruz de plata se está oscureciendo gradualmente; cambio a un paño limpio. Poco a poco el paño se va impregnando de la oscuridad, pero ya no se nota un cambio. El dije está completamente negro. ¡Es ella, su presencia no permitirá que mi dije brille! Estoy convencido que mientras Evelyn siga aquí, esas malas energías que la plata no puede absorber me afectarán a directamente.

Determinado a ponerle fin de una vez por todas, me dirijo a la cocina y tomo un cuchillo. Entro al cuarto de huéspedes, lugar en que Evelyn duerme desde hace unas semanas, no está. Abro la puerta de mi habitación, no hay otro lugar a donde pueda ir. Evelyn se encuentra sobre nuestra cama, apacible, mirando nuestro álbum de fotos. ¿Cómo puede estar tan tranquila mientras yo me consumo en rabia?

Sostengo con fuerza mi dije y doy un corte certero al cuello. Evelyn voltea la vista hacia mí y grita aterrada mientras le caigo encima. Una fuente de sangre salpica toda la habitación; ahí, esperando a que el último suspiro escape, abro la mano para mirar cómo mi dije, bañado en sangre, escurría en la oscuridad y me permitía vislumbrar su brillo habitual.

   Todo este tiempo fui yo — Suspiro, en paz, mientras el frío se apodera de mí.

 

® Gonzalo Vega León

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