miércoles, 4 de noviembre de 2020

''Último encuentro'' ® Edgar Adán de Arroyo


 Entró al hospital por la ventana del séptimo piso. Le dijeron que no le quedaba mucho tiempo y fue allá de inmediato. Había dos camas en la habitación, una de ellas estaba vacía y en la otra, dormía Harold Heisenberg, su antiguo archienemigo. No estaba seguro que podría hablar con él siquiera, permanecía conectado a una máquina que lo mantenía sedado la mayor parte del tiempo. Harold había perdido la cabellera rubia que en su juventud tanto le enorgullecía, la infructuosa quimioterapia lo dejó calvo años atrás y nunca recuperó ni las canas. La piel se le hundía en las cuencas de los ojos y todo su cuerpo era un lienzo de manchas y arrugas. De la afamada musculatura que gozó en su juventud no quedaba nada, no pesaba más de 45 kilos, calculó. Acercó con cuidado una silla, acomodó su capa amarilla por detrás y se sentó en silencio junto a él. No pasó ni un minuto cuando el enfermo despertó.

¿Quién está ahí? preguntó con voz afligida ¿Eres tú, Supernova?

Soy yo Harold. Dijiste que querías verme.

Sí. Necesitaba verte una última vez.

Giro la cabeza con dificultad para verlo mejor,

Estoy muriendo, creo, estoy más muerto que vivo ya. Mírame, doy lástima, doy asco.

No, no digas eso.

Tú te mantienes joven, no has envejecido ni un día, desde la primera vez que nos enfrentamos. Hizo una pausa para tomar aire y continuó Puedo ver en tus ojos azules, detrás de esa máscara, que me ves igual que siempre. Para ti siempre he sido poco más que un insecto, uno entre billones.

Te equivocas, no los veo como insectos y tampoco eres como el resto. Siempre has sido un ser humano excepcional, tan solo errado en el camino.

Cursi y condescendiente, en verdad no has cambiado nada.

Harold hizo un esfuerzo para sentarse pero sus brazos no se lo permitieron, Supernova se hizo de él y lo acomodó como si se tratara de un almohadón de plumas, Harold le señalo los controles de la cama y la llevaron a una posición más cómoda. Supernova tomó su asiento nuevamente.

¿Quieres que te traiga un poco de agua, llamo a la enfermera?

No Harold contestó con un ademán y balbuceó —Solo tú y yo.

Una ráfaga de viento sopló al interior de la recámara. Supernova abría una botella de agua a la altura de la estrella azul en su pecho mientras las cortinas revoloteaban detrás de él. Harold tomó la botella, se retiró la mascarilla de oxígeno y dio un sorbo.

—Gracias —Atinó a decir con voz baja. —Debe ser muy difícil no envejecer. ¿Qué es lo que haces, vas de ciudad en ciudad, mudándote por unos años y cambiando de identidad?

—Sí, más o menos.

En aquél entonces te hacías llamar Aaron, trabajabas como fotógrafo de un diario local. ¿Qué es lo que haces ahora? Te perdí la pista cuando me diagnosticaron.

Supernova se echó para atrás en la silla y cruzó los brazos.

¿De verdad te sorprende? Siempre lo supe.

¿Sí lo sabías cómo es que no lo usaste en mi contra?

Era más divertido así. Me fascinaba tu actuación, haciéndote el débil e inseguro. Una mala broma si me lo preguntas, pero una broma a fin de cuentas.

—Pues… —Se quitó la máscara que cubría la cabeza y el rostro hasta la nariz, y se pasó los dedos entre el cabello castaño tratando de acomodarlo un poco— gracias, por no decirle a nadie.

Tú pusiste las reglas, nunca te metiste con mi vida pública o mi familia, hubiera sido muy bajo, hasta para mí, haber actuado de otra manera, en contra de tu identidad secreta.

Una tos repentina se apoderó de él y se llevó una mano al pecho adolorido, recostó la cabeza hacia atrás, cansado de mantener la postura erguida y colocó la mascarilla de oxígeno sobre el rostro por unos segundos, luego continuó.

—Lamento lo de tu esposa, en verdad. No te merecía. Ninguno de nosotros.

Supernova se inclinó al frente, frotando las palmas de sus manos.

Está bien, ya todo está perdonado. Ella solo buscaba su felicidad. Ahora tiene dos nietos.

—Al menos a ti no te quitaron nada en el divorcio, tú podrías haberla demandado, pero eres demasiado bueno para eso. Yo vi mi fortuna partirse a la mitad cuatro veces. No es que me importe realmente, el dinero es un misterio muy fácil de dilucidar, en cambio la mujer…

—La mujer es un misterio indescifrable. ¿Te ríes?

—Tienes que aceptar, es algo gracioso; sí eso le depara al hombre perfecto, que nos queda a los demás. ¿Recuerdas la vez que nos disputamos el Amazonas?

—Fue durante el carnaval de Río, tú te la pasabas de lo lindo mientras yo apagaba incendios que mandaste hacer para poder comprarle las tierras al gobierno. Te encontré en uno de los hoteles con una lugareña.

—Jaja, sí. Entraste volando por balcón con tu pose de niño bonito, la muchacha pegó un saltó y se enredó entre las sábanas. No recuerdo su nombre, pero sí sus caderas. Ese fue mi segundo divorcio —Los ojos de Harold divagaron unos momentos, perdidos en los recuerdos—. Habría sido una buena inversión, hoteles bellísimos.

—Unas fábricas se instalaron hace algunos años, contaminaron las aguas. Enfrentan uno de las peores crisis ambientales de las que se tenga memoria. —Dijo Supernova con pesar.

—La pasamos bien en aquellos años, ¿no es así? Estaba en la cúspide de mi vida, me enfrenté a dioses y superhumanos. ¿Qué hay de tus amigos vigilantes, sigues visitándolos?

La mayoría falleció ya. Lechuza vive, en un asilo… con demencia senil. No me reconoce, normalmente no recuerda ni quién es él y, en los momentos de lucidez nadie le cree una palabra. Sus hijos y nietos malgastan su fortuna por el país, el único que parecía tener genuino interés en mantener su legado era Jasón, pero…

Un tiro por la espalda, lo sé. Merecía algo mejor. Mi muchacho se graduó de la universidad de Artes, ¿puedes creerlo? ¡Arte! Tuve que vender la compañía, pero al menos él vive. Suerte que tú no tuviste que lidiar con ese tipo de decepciones.

—¿Qué hay de ese estúpido club de villanos que formaste? El… sindicato de malhechores…

Sindicato de Malignos. Sí, una tontería. Jaja. Amaba mi armadura. Al menos nosotros no andábamos por ahí en pijamas sin aprender a usar la ropa interior.

Creo que sí estás bastante mal, te está fallando la memoria.

El Pulpo Magenta era un aliado ocasional, él no cuenta.

Jaja. ¿Qué pasó con él? Desapareció de repente.

Nada de eso. Murió hace como 10 años. Un admirador le disparó al salir de un bar, lo catalogaron como crimen pasional en los diarios. Iba por todas partes alardeando de su identidad de villano, me sorprende que no ocurriera antes. —Dio unas bocanadas de aire con la mascarilla—Somos lo que queda, un par de reliquias solamente.

El silencio se hizo de la habitación de forma suntuosa, solo el murmullo tenue de las máquinas se escuchó, hundiendo los recuerdos en un abismo fantasmal.

—Te pedí que vinieras por una razón —Retomó Harold—. Quiero que me cumplas una última voluntad. Que me des… un final digno.

—No te entiendo.

—Yo creo que sí. Sabes exactamente lo que quiero decir. Quiero que sea tu puño el que me aparte de la vida, no esta maldición.

Sabes que no puedo hacer eso.

Tu estúpida regla. Claro que puedes. Por favor, solo esta vez.

—No Harold.

—Un último encuentro, hazme creer que valgo.

—Eso ni siquiera sería una batalla, lo que me pides es asesinato.

—Misericordia es lo que te pido.

Hice una promesa, a mi padre.

Palabras al viento. Ninguno de ellos vive, ni el hombre ni el alienígena, qué más da. Es por piedad maldita sea, mírame.

Supernova lo miraba atento, quieto, sin pronunciar ni una palabra.

No soy ni el cascajo de lo que alguna vez fui, una piltrafa de camino al basurero. De cualquier forma voy a morir, ¿no puedes cumplirle un último deseo a este viejo?

Harold, no puedo. Lo siento.

Se puso de pie, dio la media vuelta y salió volando por la ventana. Harold Heisenberg no tuvo la fuerza para gritarle nada pero lo maldijo para sus adentros, con toda su alma lo maldijo.

Horas más tarde se publicó la noticia de su muerte. Supernova no necesitó leer los diarios o ver los noticieros, escuchaba el latir de su corazón sobrevolando desde la atmósfera y lo supo en el instante en que ocurrió. Contempló la tierra bajo sus pies, con la capa flotando libremente fuera de los lazos gravitatorios. Miró las montañas de los Alpes y los mares balcánicos debajo de las nubes de polución. Escuchó las comunidades envueltas en guerrilla, a los enfermos, un mundo ajeno, lleno de desconocidos. Apartó la vista y voló hacia las estrellas.

 

® Edgar Adán de Arroyo (H. Matamoros, Tamps. México)

 

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