jueves, 12 de noviembre de 2020

''Ella'' ® Lázaro Mayorga


Antes de verla físicamente, adiviné su presencia por el fuerte olor a tabaco oscuro que desprendía de su cigarro. Abrí los ojos, y ahí estaba. Dándole una aspirada a su boquilla de plata donde al otro extremo, sujetaba un largo cigarrillo tipo americano.

No le hice caso y me voltee hacía la pared, por donde dormía mi esposa, y me acurruque sobre la espalda, dispuesto a seguir durmiendo. Escuche su risita aguda y burlona. Tampoco la tome en cuenta y me junte más a mi esposa. Un fuerte dolor en el estómago, me hizo lanzar un fuerte quejido, que mi hizo voltear hacia ella

Estaba sentada junto a mi cama. Vestía su acostumbrado vestido negro, abierto a media pierna. Y como las tenía cruzadas, bajaba ver parte de sus muslos blancos. Además de su vestido negro, calzaba unas zapatillas plateadas, y como capuchón, un manto color purpura que le llegaba hasta los hombros. Sus ojos verdes mi miraron y musito.

-Hola guapo! ¿Te desperté?

- ¿Qué quieres? Conteste entre fastidiado y dormido.

-Huy, ¡qué carácter! Vengo por ti

- ¿Otra vez? No te creo, le dije y me volví de nueva cuenta, hacia la pared.

Esta vez el dolor en estomago fue más agudo que me hizo gritar de dolor; y de un jalón sentarme en la cama. Asustado mire a mi esposa, temeroso de haberla despertado con mi quejido.

-No te apures, por más jaleo que armemos, tu mujer no despertara. Está en un sueño muy profundo.

-Pero yo … tengo que sufrir cada vez que me visitas? Soltó una vez más una risita burlona.

-Jijijiji! Es parte del proceso que tienes que pagar para pasar al más allá

-pero tantos! Ya hasta perdí la cuenta de las veces ‘’que has venido por mí’’. Y sin esperar su respuesta le enumere todas sus ‘’visitas’’. La primera fue hace como veinte años. Yo trabajaba en un importante medio de comunicación cuando sucedió ese accidente que nadie supo explicar. Ella, sin dejar de sonreír asintió con un ligero movimiento de cabeza, y con un leve gesto me invito a que continuara. Al querer levantarme de la silla, sentí como si una fuerza extraña me jalara, cayendo de espaldas sobre una enorme ventana de vidrio, y tan solo por un par de centímetros, mi cabeza no pego de lleno sobre ella, solo se estrelló en la base de concreto. Ahí fue donde contemple tu rostro por primera vez, cuando a bordo de una ambulancia me trasladaba a urgencias. Cerré mis ojos porque pensé que había llegado mi fin, pero solo me quedo una herida de varias pulgadas de esa primera visita tuya, de muchas más. Guarde silencio por un momento, por si ella tenía algo que comentar. Pero al ver que seguía con su sonrisa socarrona, continúe, casi sin respirar, recordándole una a una ¡las veces que vino por mí!

Hice una pausa para tomar aire, esperando su reacción. Pero lo único que hizo fue cambiar el cruzado de sus piernas, darle otra aspirada a su cigarro y aventarme el humo en la cara. Tosí un par de veces, y continúe- pero la peor fue la de aquel año cuando los médicos al no encontrar remedio a mis males me desahuciaron. Recuerdo que cuando llegaste, me acariciaste el cabello y tu fría mano me toco mi frente que ardía, producto e la fiebre que me consumía. En esos momentos mi esposa entro a verme y aproveche para despedirme de ella y pedirle que cuidara a nuestros hijos.

Nunca se me va a olvidar que con lágrimas en los ojos me pedía que escuchara un poco más, que aún me necesitaba. Ya no puede contestarle nada. Tus dedos presionaban mis labios para que ya no hablara, mientras mi mente se sumía en la inconsciencia. Su voz altanera contó mis recuerdos.

-Y que, ¿acaso te moriste?

-No, ¡te lo agradezco! Lo que no comprendo es ese afán tuyo de que, en cada visita tuya, me dejas más fregado físicamente.

-Y no lo vas a entender guapo, hasta que estés conmigo en el más allá. Una expresión de enojo se escapó de mis labios

-Pin…che flaca! Por primera vez, su rostro se endureció. Tomo la guadaña que tenía por un lado y dio un fuerte golpe en el piso. Mi dolor de estómago se hizo más agudo que de un brinco salte a la cama y corrí haca la sala.

Hasta ahí me siguió, se paró frente a mí y mirándome fijamente me dijo.

-Mira guapo! Yo te quiero mucho, pero esta vez sí me hiciste enojar. Así que necesito que llores, pujes o grites para calmarme un poco

Sentado, completamente encorvado y sujetándome el estómago con ambas manos hice varios movimientos negativos con la cabeza. Después la enderece un poco con un ligero movimiento le lance una maldición que mis labios solo alcanzaron a musitar.

-… ga tu madr..! enojada, levanto su inseparable guadaña y le dio otro fuerte golpe en el piso. El dolor en mi estómago se hizo más insoportable. Un sudor frio botaba de mi frente y espalada.

Y por fin, mis labios lanzaron un fuerte alarido.

-Muy bien guapo, muy bien! ¿ya vez, que te cuesta darme gusto? ¡Nos vemos pronto!

Y aquí estoy esperando…. Sé que, para la próxima, no abra diálogos, ni prorrogas. Simplemente llegará, me cubrirá con su negro manto, y juntos partiremos, ¡al más allá!

 

® Lázaro Mayorga (H. Matamoros, Tamps. México

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