jueves, 19 de noviembre de 2020

''Tarántula'' ® Ale Montero


 Se acercó la enigmática tarántula; parecía conocerme. Me fue imposible huir. Permanecí inmóvil ante su ineludible presencia. En mis ojos sentía su fulgurante hemofilia y una suerte de nexo recorriéndonos.

Fue en aquel funesto oscurecer, lóbrego crepúsculo del extinto ocaso, cuando sobre mi lecho inmerso en vehementes tinieblas un silencio acuciante atizó mi incertidumbre, asestó en mi cabeza un golpe de rumores: adversidades del turbado incendio de los fúnebres bullicios de mis recónditos designios.  

En la plácida oscuridad reparé en el viento irrumpiendo por la ventana, zarandeando las cortinas con su fresco movimiento ondulatorio, enfriando mis más sepultados arrebatos en el rumor lúgubre del tiempo. El fulgor del astro nocturno se vertió sobre mi cama: romántica refulgencia incidiendo en mis encubiertos delirios.

Fue en aquella fría luminosidad cuando de la orilla de mi lecho ascendió caminando con ingentes patas una monumental tarántula de elegante corporeidad; se aproximaba estoica ante mi penumbrosa forma de sombreados contornos sumergidos entre sábanas que se dibujaban informes. El terrorífico arácnido quedaba inerte en mi monocromático aposento; transformaba su tétrica presencia en umbría de mi lecho. El terafósido le hacía honor a su nombre: bestial y agreste arácnido. A pesar de su siniestra negrura le refulgía su distinguida esencia, y de sus ojos se escapaba el centelleo de su introspectivo significado.

El astronómico arácnido, de patas colosales y sombrías, se comunicaba conmigo al escrutarme. Da manera insospechada comencé a plañir inconsolable, no importándome si aquella alimaña sobre mi lecho pudiera acometer. La bien trazada figura del animal empezó a deformarse entre sombras indistinguibles. Atisbé la forma de un humanoide negruzco, sin rostro; me escudriñaba en la orilla de mi cama. Entre más lo observaba, más me estremecía. Sin temer a posibles injurias me subyugué a su permanencia.

La sombra antropomorfa compuesta por tinieblas grabadas en su anatomía se acercó y me abrazó. Mis sollozos se impregnaron en el dormitorio. Tuve la sensación de liberar una terrible agonía. Luego de un rato me calmé. Me senté. Ya no había un humanoide oscuro sino una tarántula caminando en la orilla de mi cama, perdiéndose al descender. Con mis sentidos aturdidos me aproximé para observarla. Escudriñé el suelo sin éxito por la opacidad imperante. Prendí una vela. No encontré al refinado animal por ningún lado. Me senté cerca de la ventana. Reparé en la fulgurosa luna. Solté un suspiro. Contemplé el fuego de la vela.

—Todo está mejor ahora —susurré.

 

® Ale Montero (Acapulco, México)

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