miércoles, 24 de noviembre de 2021

''Espacios Vacíos'' ®Robinson Quintero


Había cosas que nadie sabía y tal vez era mejor así. La lluvia se mezclaba con las pocas luces encendidas en esta calle solitaria. Él observaba cómo transcurría la vida en silencio desde la ventana del segundo piso de esta casa. Hoy tampoco podía dormir, pensaba en lo difícil que había sido para él, vivir la mayor parte de sus veinte años encerrado aquí, oculto del mundo, con tanta tristeza e impotencia a bordo. Sabía que su mamá tampoco podía dormir y que aún lloraba por la partida de su papá. Pero lo peor de todo era que no tenía la menor intención de cambiar el rumbo de esta vida de mierda. Sólo se dejaba acompañar de unas cuantas frases y de las melodías que le brindaba esta guitarra que su mamá le había regalado hace más de tres años. A veces lograba sacarle un par de notas rotas que improvisaban algo real en este cuarto tan vacío.

   Recién cumplidos los doce años, su madre olvidó como se llamaba. Estaba enferma de la cabeza cuando su papá decidió abandonarlos. Luego era frecuente que se escapara de casa y se fuera por ahí, tomando cualquier rumbo. Muchas veces él tuvo que salir a buscarla. Algunos vecinos le ayudaban con ella y de esta manera podía hacerla volver a casa. Su papá siempre estaba ocupado para tenderle la mano. Ahora tenía un nuevo hogar, otros hijos y un trabajo que cuidar. A su tío Benjamín no le importaba en lo más mínimo la suerte de su hermana; sólo gastaba el tiempo tomando cerveza y viendo juegos de béisbol en la televisión.

   La mujer a veces llegaba hasta los predios de un viejo lote cerca de una de las fábricas de la ciudad. Allá él la encontraba contemplando el cielo o, lo que era más frecuente, preguntando por aquel hombre que había sido todo en su vida, le preguntaba a cada uno de los transeúntes, repitiendo el nombre de él con una insistencia desesperante, una y otra vez, a pesar que nadie le prestaba la más mínima atención.

   Nunca él sabía cómo iba reaccionar, así que se le acercaba lentamente, hablándole con una voz muy suave. “Sólo soy yo mamá”, le decía con la voz entrecortada por el miedo. “Soy yo mamá, Andrés, tu hijo”. Luego le colocaba su mano sobre el hombro y ella lo miraba directamente a los ojos con su mirada verde azulosa y que le embriagaba todos los sentidos con su tristeza. “Soy Andrés, mamá, tu hijo. Tranquila, ya no pasa nada”.

   En muchas ocasiones esta táctica no le funcionaba. A veces su mamá se ponía agresiva o salía corriendo para cualquier lado, y él se asustaba porque pensaba que un auto la iba a atropellar. Entonces Andrés tenía que pedir ayuda como otro desquiciado, lo cual no era divertido, pero él la quería con todas las fuerzas de su corazón maltrecho. A su papá lo odiaba por no haber sido un hombre valiente, por no haberse quedado a su lado y haber colocado la cara frente a tamaña situación. Realmente Andrés estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de ayudar a su mamá.

   Andrés conocía bien cada calle del barrio, cada lote baldío donde los perros callejeros escarbaban la basura en busca de huesos. Conocía bien cada esquina con sus absurdas historias. Era simplemente un personaje desconocido que gastaba el tiempo fumando colillas de cigarrillos que hallaba aún encendidas sobre el suelo de la carretera. Venía de un lugar precario donde se hacía necesario no creer en el amor. La vida pasaba a toda prisa y él continuaba aferrado a tantas cosas elementales. Pensaba mucho en su mamá, en la soledad que los volvía como astros lejanos en la profundidad del oscuro firmamento. Pero a él le tocaba ser una puñalada certera, la línea que mostraba los límites de un territorio peligroso, una canción rabiosa que cambiaba el sentido de todo aquello que giraba a su alrededor.

   La enfermedad de su madre no era común, era una extraña alteración que había dejado fuera de foco a muchos neurólogos y psiquiatras hasta el punto que llegaron a recomendar que era mejor recluirla en un lugar para enfermos mentales. Andrés no quiso. Y no era que él supiera qué hacer con ella o con su enfermedad, pero no quería verla interna en un sitio de aquellos. Aunque en los últimos años, gracias a los muchos medicamentos, su mamá se había convertido en una mujer inofensiva. Tiempo después murió su papá en un accidente automovilístico. Acababa de cumplir cuarenta y dos años de edad.

   Su tío Benjamín consiguió un mejor trabajo y la época de vacas flacas quedó en el pasado. Andrés pudo volver al colegio y entre los dos se encargaron de las cosas de la casa y de la enfermedad de su mamá. Ella no parecía estar afectada por la muerte de su marido. Andrés estaba triste, porque tal vez, era una condición natural en él, pero más que nada le preocupaba la salud de su mamá. El tío Benjamín y él tenían que darle los medicamentos a una hora señalada.

   En las noches, antes de subirla a su cuarto, Andrés se quedaba un rato con ella en la sala e improvisaba un corto concierto con su guitarra y sus canciones para ella. Su madre se sentaba en un viejo sofá de terciopelo marrón con las manos cruzadas sobre el regazo; mirando como a través de él. Tal vez, tratando de componer su quebrado trasegar por el mundo.

   - Madre - le dijo, - el tío Benjamín y yo te vamos a cuidar hasta que sea necesario. Nunca vamos a dejar que te encierren en un manicomio, ¿Está bien, mamá? ¿Entiendes lo que te digo?-

   -¿Quién diablos me habla? - preguntó mirando en dirección de la ventana principal de la sala.

   -Madre, soy yo. Soy Andrés, mamá, soy tu hijo - dijo.

   -Ah, sí, perdón - dijo con su voz cansada por tantos altibajos en la vida. Era demasiado evidente que no sabía quién carajos era Andrés.

   Él se disponía a llevarla hasta su habitación, cuando se levantó despacio del sofá y caminó hacia él. Sus dedos alargados con uñas disparejas se movían con torpeza. Ella quería alcanzar la guitarra. Se la entregó y la tomó con sus manos viejas y temblorosas. Andrés no supo que estaba tocando. El creía que simplemente le salía de la cabeza. Era una melodía lenta y triste, pero realmente la música más hermosa que jamás él había escuchado.

   Cuando su papá murió, Andrés estaba saliendo con Kelly; quién era una chica suave con el cabello largo, usaba anteojos y era adicta a la literatura de Ernest Hemingway. Kelly tenía los senos pequeños y la boca provocativa. Hace un par de días estaban hablando sobre las letras de las canciones de David Bowie. Ella era una chica interesante e inteligente, su madre había fallecido en el momento de su nacimiento. Andrés no podía decir que fue un golpe terrible, pero si se preguntó por qué el destino los había colocado en el mismo camino. Tal vez Dios le gustaba lanzar los dados con su mano izquierda.

   -Quisiera grabar un disco y tener una banda de garaje - le dijo a Kelly un día cualquiera. -  Probablemente escriba mis propias canciones -

   -Me parece una magnífica idea – respondió Kelly.

   -Algo sencillo para comenzar, una banda local para ganar algo de dinero, ya sabes- le comentó Andrés.

   -Andy, tú sabes que te apoyo en todo cariño, lo de la banda me parece una gran idea - le dijo mientras se arreglaba un poco el cabello.

   En casa, su mamá casi no hablaba con él. Ya no tenía aquella vieja costumbre de tomar junto Andrés una taza de café cada atardecer. Su mamá sólo le dirigía la palabra cuando se trataba de imponer alguna regla: “No debes de fumar  aquí dentro, ni traer ningún tipo de mascota, ni pasar tanto tiempo encerrado en el cuarto de baño y gastar todo el día con esa maldita guitarra”.

   Después del funeral de su papá, Andrés se sintió con ánimos para llevar a Kelly a casa. No le veía nada malo a aquella situación. Así que cierto día llegó con ella. A su tío Benjamín le dio igual. Él ahora tenía suficiente dinero para comprar cervezas, cigarrillos y comida.

   -Hey Andrés, hay unas cervezas en la nevera, por si quieres brindarle algo a tu amiga - le dijo y continuó sentado en el sofá viendo un partido de béisbol de los yanquis de Nueva York.

   Bajó a su mamá para presentarle a Kelly. Al principio estuvo en silencio, pero luego le preguntó por el paradero de su marido. Kelly no dijo nada, sólo lo miró.

   -Ella es Kelly, mamá. La chica con quien estoy saliendo - le dijo, - es muy buena chica. Sé que te va encantar -

   -Sí, claro, no lo dudo - dijo secamente mientras la observaba de pies a cabeza.

   Kelly tomó las cosas con calma. Se tomaron dos cervezas cada uno, luego fueron a dar una caminata por los alrededores.

   -Debe ser duro para ti y para tu tío, ¿no? le preguntó. Andrés no sabía qué decir. A veces el silencio era la mejor respuesta. Resultaba para él extraño vivir la vida de esta manera. No tanto por lo ocurrido con su papá. Lo de su mamá era realmente más preocupante.

   Andrés gastaba mucho tiempo en las reparaciones de la casa, especialmente el garaje donde iban a realizarse las audiciones para lo de la banda. Realmente el sitio estaba cayéndose a pedazos, como si hubiera resuelto abandonarse a su suerte, como su madre. Tardó mucho tiempo en esto, pero el garaje estuvo listo con todas las reparaciones pertinentes y el acondicionamiento de los circuitos eléctricos para las amplificaciones. Aprendió todo lo necesario con unos manuales que guardaba su tío Benjamín en su pequeña biblioteca.

   Había muchos chicos del sector merodeando por el garaje. Parecía fieles retratos de Andrés, y su tío pensaba que era el único desquiciado del mundo. Una amiga de Kelly, llamada Leonor se presentó como baterista en la audición. Era pésima, pero tenía un feeling extraño en la mirada.

   -¿Cómo te pareció Leonor? - preguntó Kelly, quien hoy lucía una trenza que le bajaba por toda la extensión de su espalda.

   -Hay que ver a los otros aspirantes - le contestó-

  -¿Quiénes más se presentan hoy, Andrés? -  volvió Kelly a preguntar.

  -Creo que un chico de dos cuadras abajo, un tal David - respondió sin mucha importancia Andrés.

  -Sé quién es. Es bueno, lo mismo su amigo Miguel - comentó Kelly con ese extraño fulgor premonitorio en sus ojos marrones.

  Al final de la jornada Andrés comprobó que Kelly tenía mucha razón. Los dos chicos eran buenos músicos y estaban bastante sintonizados con lo que Andrés quería mostrar a través de sus canciones y su forma de vivir. Kelly estaba contenta, pues sabía de antemano que la música para él era una puerta de fuga.

  -¿No tienes miedo, Andrés? le preguntó mientras estaban sentados en una banca del parque.

  -Me da más miedo vivir- le contestó mientras buscaba su cuaderno de anotaciones en su morral.

  -Andrés, te hablo en serio. He visto cómo te entregas a la música. Yo sí tengo miedo de perderte para siempre- nuevamente su voz fue premonitoria. Un viento helado los arropó y algunas hojas secas cayeron sobre el suelo desnudo.

  -Tranquila Kelly, nada peor puede ocurrir - le dijo. Luego el silencio se hizo denso con la noche.

  Durante un buen tiempo las cosas iban bien entre Kelly y Andrés. Las cosas con su mamá también habían mejorado bastante y con el grupo todo iba a pedir de boca. Había sido el mejor momento de su vida. Todos los días se levantaba temprano para hacer las cosas del hogar y luego poder dedicarle tiempo a los ensayos con la banda; pero siempre habrá piedras en el camino y lo mejor sería no arrastrar los pies como decía su mamá.

  Pasaron unos cuantos años. Todo marchaba bien. Había hecho una docena de buenas canciones y ya estaban preparados para grabar un demo casero y comenzar a tocar algunas puertas. Ya tenían reconocimiento local. Habían ganado un poco de dinero y con ello Andrés realizó algunas mejoras en la casa, pues había cosas deterioradas que ya necesitaban una mano de pintura o construcción. Su madre se alegró mucho cuando los obreros mejoraron el techo. Después de las reparaciones, la casa volvió a estar en completa calma. Volvieron a estar a solas con sus propias cavilaciones a cuestas.

  Tres semanas más tarde, Kelly lo encontró encerrado en el cuarto, tocando tristemente la guitarra. No tenía buen aspecto por la impresión del rostro de Kelly. Había venido a contarle que había logrado un contrato para la grabación del demo. Pero al verlo en aquella condición sólo pudo echarse a llorar.

  -¿Por qué Andrés, por qué? - preguntó en medio de los sollozos.

  -Duele vivir Kelly, tú igualmente lo sabes - respondió a manera de murmullo.

  -Leonor está aquí, quiere saludarte Andrés - dijo Kelly.

  -Lo siento mucho, no quiero ver a nadie hoy- dijo con la voz cortante y fría.

  -No hay problema Andrés, trato de entender cada cosa que ocurre a tu alrededor –dijo Kelly frunciendo el ceño.

  -Tranquila, más tarde nos vemos – dijo y ella lo entendió sin ningún reproche.

  Kelly nunca podrá imaginar toda esta tristeza que él llevaba por dentro. Tal vez las cosas eran mejor así. Luego Andrés fue a echarle un ojo a su mamá. Estaba hablando con su hermano Benjamín. Se le notaba un poco más despejada. El tío se percató de la presencia de Andrés y le habló con voz pausada:

  -Hey Andrés, eres un caso perdido viejo. Tal vez sea tanta música la que te tiene así - sus palabras resonaron en toda la sala.

  -Tienes toda la razón tío, soy un perdedor - dijo y se quedó mirando las colillas de cigarrillos en el maltrecho cenicero.

  -La verdad siento que te hayas peleado con Kelly. Creo que ella es una buena chica para ti - dijo el tío Benjamín.

  -Yo también lo siento – dijo Andrés y luego tomó un hondo respiro.

  Subió a su cuarto. Guardó la guitarra y recogió algunas cosas en un morral. Un cepillo de dientes. Una camiseta. Un par de discos compactos de Jimmy Hendrix. Luego bajó las escaleras y se fue a despedir de su tío y de su mamá. Le dio un beso en la mejilla, no pronunció una palabra. El tío Benjamín le abrió la puerta para que saliera.

  Cuando salió a la calle, se quedó petrificado por unos minutos. El frío era cortante como cuchillo de carnicero. Andrés se quedó allí hasta que estuvo convencido que su mamá y su tío iban a estar mejor sin él. Tal vez era lo que todos pensaban cuando dejaban abandonados sus sueños sobre el piso, pero verdaderamente estaba impulsado a conocer mejor el mundo más allá de estas cuatro paredes.

  Fue a casa de David y allí logró pasar la noche. Antes de acostarse organizó las pocas cosas que trajo consigo. Era un cuarto bastante pequeño, pero cualquier grieta en el mundo era su mejor guarida. Empezó a preguntarse por Kelly. Cómo iba a reaccionar cuando se enterara que arrojó todo por la borda. A fin de cuentas, era el vivo retrato de su padre. Un cobarde que escapaba cuando presentía el primer apretón que le iba a propinar la vida. Había en el cuarto un olor intenso a cigarrillos mojados, era sofocante. Pero se tranquilizó de inmediato. Se fue durmiendo poco a poco; estaba muerto del cansancio. Cerró los ojos para darse fuerzas. Luego apagó la luz y se cubrió el cuerpo con una sábana delgada. No supo en qué momentos comenzó a soñar con su papá. Estaban juntos en un viejo parque de la ciudad, reían como si nada malo hubiese ocurrido en el mundo. Hasta que de repente vieron un globo rojo elevándose por el cielo y luego sólo fue un punto indescifrable en el azul infinito de aquel firmamento lejano, bajo el cual sólo existían su padre y él como dos animales invisibles, llenos de temores por enfrentar un mundo que giraba veloz y sin respiro.

 

®Robinson Quintero

 

 

 

 

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