miércoles, 17 de noviembre de 2021

''Altura de una Llave'' ®Eduardo Antonio López


 El sobre que recibiera Sebastián Bermúdez, el reconocido astrónomo platense, capturó su atención en principio por dos motivos: su peso y la falta de remitente.

Instalado en su escritorio, dentro del observatorio, la curiosidad le temblaba en los dedos. Valiéndose de un cortaplumas gastado, descargó el contenido del envío anónimo. No se trataba de una carta, comprobó, si por carta entendemos un mensaje de familia, una invitación a tal o cual evento, un aviso de tono legal, no, no. Sobre el tapiz que cubría su puesto de trabajo, vieron la luz un pergamino, algo que aparentaba ser una alhaja y una breve nota.

Sebastián no había recibido el don de la paciencia por parte de un Dios en el que nunca creyera. Se dedicó al pergamino amarronado con pulcritud de relojero. Saltaban a la vista la rúbrica, el fechado, el lacre. Alessandro Cagliostro, Forte San Leo, Italia, 25 agosto 1795. Nuestro astrónomo no podía creer lo que tenía ante sus ojos a pesar de ser materialmente palpable. Tomó una lupa para verificar que su sistema óptico funcionaba perfectamente, dioptría más, dioptría menos. Lo que leyó, con apuro innecesario, ampliado y nítido, le produjo, cráneo adentro un chisporroteo de axones y dendritas, afuera la incipiente calvicie se le perlaba de estupefacción.

Abandonando por un rato al objeto de su martirio, se levantó para pedirle a su asistente que fuera a comprarle dos, no uno, dos atados de cigarrillos.

-Como no, doctor.

Era nueva. Desde que la Secretaría de Cultura de la Nación recuperara su status de Ministerio y por eso aumentara su presupuesto, le permitió a nuestro personaje volver a tener asistente. En este caso… asistente, la palabra asistenta o no existe o suena mal. Mariángeles Chiarante, estudiante del último año de física cuántica.

-¿Es muy importante lo que estás haciendo, Mari?

-No, doctor, en realidad es trabajo administrativo.

-¿Administrativo?

-Sí, hacer la planilla de inventario a diciembre de 2019. Puedo interrumpirlo, no me falta casi nada para terminar.

-Me imagino, el resultado debería dar cero.

-Cero no, pero le pasa raspando.

-¿Me ayudás con un temita, entonces?

-Por supuesto, doctor.

Sabiendo que un pergamino se confeccionaba partiendo de la piel de un animal para después procesarla con cal y piedra pómes y que podían conservarse hasta más o menos unos ochocientos años, nuestros investigadores lo dieron por válido.

-Que el pergamino no sea falso no quiere decir que haya sido escrito por Cagliostro, doctor.

-Mirá, Mariángeles, por lo que sé, este sujeto era flor de zorro. Con decirte que se paseó por media Europa engatusando a la nobleza.

-Por pura curiosidad, alguna vez busqué sobre él en internet. Es o era, como usted dice, un verdadero truhan que se hacía pasar por mago, alquimista, médico…

-Según lo que dictaran las circunstancias, sí. Les hizo creer lo de la piedra filosofal, que según él y otros delirantes por el estilo, con ella se lograba el elixir de la inmortalidad o se convertía en oro, plata…

-Y eso que no eran ningunos tontos los europeos. Ya eran el primer mundo, doctor.

-El primer mundo y el más viejo, así nos fue, “el diablo sabe por diablo pero más sabe por viejo”. Pero nos estamos yendo de tema, disculpá, Mari.

-Nada que disculpar, doctor. Es un placer escucharlo.

-Dejá de tratarme de doctor o de usted, que me hacés sentir más viejo.

-Así que había resultado coqueto el astrónomo.

-¿Coqueto? Ja, ustedes las mujeres son como una bolsa llena de secretos. Este… fíjate si encontrás algún dato más en la compu, por favor.

-Como no, Sebastián

-¿Querés que te traiga algo de la maquinita? ¿café, capuchino?

-No, compañero, acá tengo agua mineral.

-¡Compañero! La pucha que me gusta ese trato. Y, pensándolo mejor, café no, más nervioso no quiero estar.

-Café no, pero cigarrillo sí ¿le calma los nervios esa porquería además de viciar el aire?

Mariángeles encontró una parva de información sobre este Cagliostro, que no se llamaba así sino Giuseppe Balsamo. Dato que demostraba otra de sus bajezas.

Aquella semana, aunque la febril curiosidad le consumía los pulmones y el cerebro, Sebastián se tuvo que aguantar las ganas de dedicarse a la carta o lo que fuera, tareas más importantes los requerían a él y a su asistente. La puesta en órbita del Arsat 9, por ejemplo.

-Tengo un amigo en el Conicet que nos puede dar una mano en esto de verificar si es real o no el pergamino éste.

-¿No era que lo dábamos por válido?

-Quien te dice, por ahí es un fraude, una broma estúpida o algo así.

-Como hacía Cagliostro.

-Exacto, además este muchacho que te digo puede verificar si la firma es real, si el texto es traducible y tuti le fioqui.

-Los dos textos, el del pergamino y el de la nota.

-Obvio, compañera.

-¿Qué está esperando para ir a ver a su amigo?

-Ai jav e problem…

-¿Qué te pasa ahora?

-Vive en Córdoba.- Sebastián no pasó por alto el te en vez de le.

-Ja, te buscás cerca los amigos, eh.

-Tal cual, vos sos mi amiga, te tengo cerquita.

-Bue…

Informado que fue el bambino Rendo, apodo que desde los años de la UBA cargara con estoica bonhomía, Rodolfo Rendo, master en una extensa lista de ciencias, recibió con alegría la visita de su ex compañero.

-¿Qué decís? Viejo lobo de mar.

-Acá andamos, mejorando.

-¿Mejorando? ¿de qué?

-Es un decir bambino. Mejorando el país, mejorando en amores, mejorando en el laburo…

-Lo del país y el laburo te lo acepto, es más lo comparto. ¿qué es eso de “mejorando en amores”? hermano. No me dejes afuera.

-Eso, que estoy acercándomele a una joven compañera de laburo. Buena piba, linda, soltera, y sin nadie que quiera picotear por ahí, que yo sepa. Tanto tiempo dedicado a la ciencia… con los únicos que me veo, de vez en cuando, son mi hermano y familia. Te acordás de Gerardo ¿no? es hora de que piense más en mí, yo, eh, no él.

-Como no me voy a acordar, salamín. Siquiatra es ¿no? debe tener laburo a patadas.

-Tal cual, el mundo está loco, loco, loco y Buenos Aires peor.

-Je, así que le estás arrimando el bochín a una pendeja, le estás arrastrando el ala, eh.

-Ja, ja… el bambino de siempre, el más jodón, ¿arrastrarle el ala? Qué ¿saliste de una película de Sandrini?

-Ahora que decís Sandrini ¿te acordás de…?

Ese “te acordás” les llevó horas de recuerdos que la espiral de la memoria se encargó de resucitar.

-Esta noche te quedás a dormir acá, no vas a andar pagando hoteles que te sacan un ojo de la cara, nene.

-Bueno, bambi, tu jermu ¿no se enojará?

-¡Qué se va a enojar Alicia! Si en más buena que un pan. Mañana, tempranito, al laboratorio.

Así fue. Caminaron unas cuantas cuadras en subida por la avenida Edén hasta llegar al basto Centro de Investigaciones, instalado a todo trapo en las que fueran las instalaciones del imponente hotel homónimo. Que según cuenta una leyenda un tanto macabra, fuera utilizado por nazis llegados secretamente al país días antes de culminar la segunda gran guerra. Esa es otra historia que merece mejor tratamiento en otras páginas.

Con la ayuda de varios compañeros y con Sebastián en calidad de testigo presencial, el ingeniero Rendo no sólo estudió el pergamino, también la alhaja y la nota, utilizando diversos métodos que no creo necesario enumerar. Las conclusiones fueron:

         El pergamino era un documento veraz.

         La firma de Cagliostro, aunque fuera un seudónimo, era auténtica.

         La aparente alhaja encajaba justo con la historia, también verificada, de lo que se llamó “El escándalo del collar”, episodio que involucrara a Luis XVI, a María Antonieta y al propio “alquimista”. Acusado de fraude, primeramente estuvo encarcelado en la Bastilla y posteriormente desterrado de Francia.

         La fecha del pergamino también se corroboró junto al lugar donde fuera escrito. Habiendo pasado por Roma este gran embustero, el arlequín de esta comedia, pagó en vida sus andanzas espúreas. La Inquisición lo encerró en el Castel Sant’Angelo, para luego, intento de escape mediante, trasladarlo al Forte San Leo, donde murió el 26 de agosto de 1795.

         Se tradujo lo vertido en el pergamino resultando ser un poema de amor del italiano Guido Cavalcanti, contemporáneo del Dante. Otro embuste y van… La poesía en sí no demostraba tener ningún mensaje encriptado.

         Lo relevante fue el contenido de la nota. Escrita en latín, dejó a los investigadores en la más completa oscuridad.

Vuelto a la ciudad de las diagonales, Sebastián le narró a su más que asistente, sin agregar un punto ni quitar una coma, sus avances en la investigación.

-¿Qué dice la nota?

-A grandes rasgos, aumenta el misterio. Habla de que ahora soy el poseedor de la llave de un mandala.

-¿Qué mandala?

-Andá a saber, Mari. Todo este asunto ya me hincha las que no tenés…

-No me digas que vas a bajar los brazos, compañero.

-¡Claudicar nunca! Por dónde voy a empezar, no sé, mientras le voy a dedicar más tiempo al observatorio.

-Cualquier cosa, me decís.

No tardó mucho nuestro personaje en recuperar la fiebre. Consultó a un sacerdote del que sólo obtuvo información que ya tenía. Pensó en consultar a un espiritista, él, hombre de ciencias ¿meterse con eso? Lo descartó ni bien lo pensó.

Releyendo la nota aumentó su oscuridad.

En un impasse, en la cafetería, Sebastián volvió a la carga. A la carga con Mariángeles y las incógnitas.

-Amiga, no sé para donde disparar, la verdad. De cabo a rabo, como quien dice, le doy vueltas al asunto y no le veo solución alguna.

-A no aflojar, compañero. ¿Consultó con Dios?

-No, nena, sabés que soy ateo. Fui a consultarle a un cura, eso sí. Pero no me sirvió de nada.

-A ver… si creés y practicás la ciencia ¿por qué no seguís apuntando para ese lado?

-La ciencia ya me demostró lo que tenía que demostrarme, parece.

-Sí, la ciencia conocida hasta hoy, ánimo, reinvéntela.

-¿Lo decís en serio? Menudo bolonqui me planteás.

-Para nada, che dotor, ja, lo debés tener delante de los ojos y no lo vés.

-Y vos ¿qué ves?

-Veo a un tipo maduro que me quiere conquistar y que además necesita que lo ayude a descifrar este intríngulis.

-Y a vos ¿qué te parece?

-¿El intríngulis?

-No, Mari, lo otro.

-¿Lo otro? Querrás decir lo nuestro.- para demostrarlo le aplicó un soberano pico, así nomás.

Mariángeles se tomó la licencia que le debían del año anterior. De las dos semanas que le tocaban, una se la pasó en el pequeño departamento de su jefe. ¿Para qué agregar más? la brisa juvenil de un cuerpito esbelto dueño de una inteligencia relevante, conjugaron la más bella poesía que Bermúdez conociera.

Eso de reinventar la ciencia le quedó picando el alma. Le aportó luminosidad. Alguna vez alguien dijo que “todo proyecto patea la muerte”. Creía en eso como si fuera un dogma astral.

Se abocó a no romperse la cabeza. A dejar fluir pensamientos automáticos, como un poeta surrealista.

Combinó las horas de trabajo obligatorio, por decirles de alguna manera, con las dedicadas placenteramente a “su” investigación.

-¡Eureka, Mari!

-¿Qué decís?

-Que tenías razón. Lo tenía delante de mío y no lo veía.

-¿Qué cosa?

-El mandala, Mari, el mandala. La Vía Lactea es el Mandala, con mayúscula. Vení, fíjate la perfección que tienen los círculos de estrellas concéntricos. Sin temor a equivocarme, para mí son la representación exacta del eterno retorno de los ciclos naturales.

Un poco aturdida por el bombardeo místico científico que su pareja le tiraba de una, Mariángeles se tomó un momento para contestarle.

-¡Qué buena argumentación! Esta teoría la tenés que dar a conocer.

-No te embalés, corazón. Falta lo de la llave.

-Pero ¿Quién mejor que un astrónomo, en este caso vos, para ser el tenedor de la llave famosa?

-Ponéle que sí, pero ¿por qué me manda,  justo a mí, la nota junto con la llave un desconocido, un verdadero anónimo? Al final, todo este asunto de Cagliostro y la p… fue puro bluff.

-No, amor, pensalo bien, el anónimo consiguió lo que buscaba, enchufarte la obsesión por la llave y el Mandala. Olvidáte del anónimo, puede ser cualquiera que te conozca un poco, o sea, cualquiera. ¿Para qué te vas a hacer mala sangre? Haceme caso, sacátelo de la cabeza y ocúpate de lo que falta.

Tenés razón, chiquita, para desenchufarme me voy a tomar la semana que a mí también me deben. Un poco de descanso no me va a venir nada mal.

Sebastián se embarcó en un descanso muy relativo. Leyó por internet “el libro de los augurios”, las “profecías de Nostradamus”, las “enseñanzas de don Juan”, el “Apocalípsis”, aunque presintió acercarse a la verdad, cuando arremetió con el cuento de Cortázar “el otro cielo”. ¿Por qué no? un pasaje tempo espacial, más acá o más allá de la ficción o la fantasía.

-Mariángeles Chiarante, fan de Cortázar, celebró el hallazgo con una cena especial y una sobremesa con magníficas ulterioridades.

-La alhaja derivada a llave, a la que poca atención le habían prestado, más allá de lo teorizado, investigado y descubierto, reposaba solitaria en una pequeña canasta. Al despertarla de su sueño centenario, Sebastián notó su peso escaso, su exquisita orfebrería medieval. Sin siquiera tocarla, Mariángeles percibió su destino, el de la llave y el de ellos mismos. Notó que cambiaba de color en la aséptica fluorescencia del observatorio. Cuando la sopesó experimentó la bella levedad del aguamarina.

La musicalidad del silencio les alegró las lágrimas.

Como si de una visión de Elena de White (1) se tratara, Mariángeles de madrugada, supo el sitio exacto donde emplear la llave. Con la aurora, caminaron las calles despobladas hasta llegar al lugar preciso, la hermosa Catedral. En el tercer banco de la izquierda según se dirige uno hacia el altar, debajo del cuarto himnario, una ranura.

La atmósfera sacra conmovía a Sebastián, se escuchaba el grave órgano de tubos en el que ningún músico, a esa hora, tecleaba. Mariángeles y él, tomados de la mano, se miraron hasta traspasarse. Introdujeron la llave en la ranura, desapareciendo de la vista del ojo humano.

La inconmensurable inmensidad de la galaxia los recibió con los soles abiertos. Ángeles, sirenas, marionetas estelares les dieron la bienvenida en la no Tierra. Les hablaron en el melodioso idioma universal. Les contaron historias para hacer aún más placentera su volátil estadía cósmica.

Historias que quizás nos cuenten cuando quieran regresar o no.

 

Fin

 

®Eduardo Antonio López

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