domingo, 21 de noviembre de 2021

''Carta de Ruth a un incidente llamado Ivan'' ®Alberto Isaac Gutiérrez


 Iván, me he visto en la necesidad de escribirte esta carta, documento que nunca recibirás y que me recuerda un poco a cuando escribía en los comienzos de mi vida amorosa, cuando solía jugar con la poesía, algo que más que un acto creativo de niña, considero que era una forma incipiente, quizá inocente y cargada de ternura, de querer sacar todo el amor que llevaba adentro, porque cuando las emociones empiezan a brotar son indescriptibles, no pueden ser delimitadas, ni pensadas, ni gobernadas, mucho menos a la corta edad de 13 años. Ya han pasado cuatro semanas de tu llegada a esta residencia estudiantil de la calle Seis, y llevamos cinco encuentros sexuales, que si bien, yo los considero dentro del marco de lo casual una práctica que es parte de mi vida adulta conformada por treinta y cuatro primaveras y con una autoestima lo suficientemente fuerte como para no ser afectada por dicha cifra, sé que, para ti, a tus veintiún años, será una experiencia profunda, que te pondrá a prueba en las siguientes semanas. Puedo decirte con plena certeza que te acercaste a mí, no porque creyeras que soy frágil como suele pensar la gente ante las curvas de una mujer sola después de las tres de la tarde, sino porque estabas lleno de miedo, aquejado por fantasmas del pasado, inseguridades y cabos sueltos, necesitado de un punto de apoyo, un anclaje. 

  

Los hombres creen que pueden esconder por mucho tiempo un corazón herido, una lesión abierta o no sanada, y eso rara vez ocurre, la realidad está entrelíneas pues solo el diez por ciento de lo que se dice pertenece al dominio de lo diurno, de lo consciente, a lo que yo te preguntaría ¿tienes idea de cuánto puede decirse en el porcentaje restante?, ¿de cuántas emociones, maquinaciones y basura transpiran por nuestras bocas? Importa y a la vez no, con todo mi pesar la razón siempre demora demasiado, pero aun así he sido capaz de ver más allá de lo evidente. Durante estas convivencias minúsculas, algunas con ropa y otras sin ella, he podido darme cuenta de que no tuviste mucho éxito con las mujeres en tus años mozos, muy probablemente por la pequeña desproporción que existe en tus mejillas; de que tu ex sigue teniendo una habitación en algún lugar de tus costillas y que basta una referencia diminuta o imperceptible para que vuelva la tristeza, la decepción y el rencor; y en último lugar, que la aventura académica en esta nueva ciudad no ha hecho más que hacerte tambalear, aniquilar de un zarpazo tus comodidades, tus certezas, sacarte de tu zona de confort. Sé que has venido a mí en busca de refugio, en busca de una cavidad, de una pequeña cueva, una guarida, tratando de hacerte con los mimos maternos de este simulacro de madre que solitaria insistió en aquella noche, cuando comenzó lo que sería tu calvario, que no siguieras, que no me besaras, que no te movieras, que no me embistieras hasta que fue demasiado tarde. La verdad es que la tentación pudo más que mi cabeza, el orden dobló las manos ante el caos, y también por haber andado mucho tiempo sola en el desierto del amor, cual Moisés en femenino en busca del corazón y el cuerpo prometidos.  

 

No puedo negarte que al día siguiente de nuestro encuentro sentí una culpa tremenda, gigantesca, recuerdo que en cuanto salí de tu cuarto, procedí a encerrarme en el mío pensando en lo que habíamos hecho, para después repasar experiencias previas y conversaciones con personas que habían pasado por situaciones similares, pláticas que me decían que te ibas a aferrar a mí, cuál mono en el lomo de su madre, movido por el instinto, que de cierta manera se trata de un miedo fijo, atemporal e intergeneracional. Me recosté en la cama, un lecho que nunca será completamente tuyo, cerré los ojos imaginando que quizá se trataría de algo pasajero, ya sabes, cosa de un anochecer y ya está, directo al carrito de los libros de la biblioteca para después ser colocado en su sitio en la estantería de la vida, pero en cuanto escuché el celular y vi tu mensaje preguntando si ya estaba levantada, que si ya había desayunado, supe que era demasiado tarde para ti, que la pelota que yace en tu tórax había despertado y había empezado a rodar colina abajo. Hay cosas que simplemente no pueden detenerse y no tuve más remedio que llevarme las manos a los ojos, buscando robustecer o engrosar mis párpados de manera artificial, para después decirme a mis adentros que eso no podía estarme pasando a mí, que eras un chico, un jovenzuelo, mientras que yo era una mujer de treinta y cuatro años, una señora tratando de terminar su doctorado. 

 

Juro que traté de tomar distancia en los días que siguieron a esa noche, a ese incidente que mis amigas y yo llamamos Iván, pero seguí cayendo en tus brazos, pues he de reconocer que soy un ser de deseos, no una roca como el tiempo suele hacernos creer, y también porque a mi edad el mercado de los afectos de repente se tira a la mierda, se va en picada, y la oferta de hombres no es ni de cerca la más sana o la mejor, al componerse por retazos, así como de infancias y adolescencias postergadas, resultado de familias disfuncionales, y también por culpa de los publicistas que se han empeñado en destruir la madurez para sostener uno de sus tantos planes macabros. Es bastante probable que a pesar de tener consciencia de todo esto, yo no estoy exenta de caer en actitudes pueriles o de niña, como mover los pies cuando estamos en la cama antes de dormir, recordando los arrullos del pasado, pero creo que esta carta será testimonio y prueba fehaciente de que sé lo que está pasando, de que continuaré un rato contigo, sabiendo que algún día todo se volverá extraño, y todo para regalarte una lección de vida, el hecho de que desconocer las reglas del afecto puede ser letal para cualquiera, y que, de ser devorada a devorar, prefiero siempre lo segundo por experiencia y amor propio.  

 

Mis amigos más cercanos, y sobre todo yo, sabemos perfectamente cómo terminará esta historia, que ya tiene una fecha de caducidad fijada en el almanaque, y más porque no tengo interés en salir del régimen de lo casual, pues la soledad y la practicidad le sientan bien a mi espíritu, a la par de que no le tengo miedo al reloj biológico al haber heredado el temple de mi abuela, aunque no descarto algo serio en un futuro, que, si se da, más que perfecto, y si no, al menos sé que una de mis tantas "yos" de realidades alternas tendrá a alguien con quien ser feliz. Si tuviera que describir la mecánica de cómo marcharán las cosas para nosotros, al comienzo todo irá de maravilla como hasta ahora, habrá compañía, no habrá frío, ni sed, pero poco a poco iré dando muestras de deslinde, de desinterés, para después darte las primeras estocadas, siendo la causa detrás de tus micro-infartos que me confirmarán que el corazón, que más que un músculo palpitante se trata de un hueso trepidante, que al fracturarse no vuelve nunca a ser el mismo y que la rotura llevará irremediablemente las iniciales de quien la hizo hasta el final de sus días, como parte de una memoria o maldición ósea. Creo que la herida más difícil para ti, será cuando te enteres que me he metido con alguien o que un chico ha visitado mis aposentos, una tensión que se incrementará notablemente cuando me visite Andrieu Durian, mi amado canadiense, un capricho que conocí en una estancia en el extranjero durante la maestría, ante el que no tienes nada que hacer, pues de antemano te aviso que te ha derrotado. Y será así que esta aventura acabará, tal como comenzó, fugazmente y todo por un error de cálculo.  

 

Es altamente probable que cuando se acerque el desenlace, me preguntarás los motivos por los cuales decidí dar rienda suelta a esto, a pesar de que todos los vientos estaban en tu contra, a lo que podría responderte sin problema que en gran medida fue por egoísmo, pero también porque sé que, de todas formas, ante tus ojos yo seré la maldita, la villana, pues si te dejo ahora o el día de mañana, no me libraré de las recriminaciones, de ser la encarnación misma de todo lo que está mal en este mundo, a pesar de que tú mismo has insistido en asegurarte un sitio en mi cuerpo, pasando de los labios carnosos a la boca del lobo para dormitar bajo mis colmillos. En mi defensa, puedo decir que mi mejor coartada es precisamente esa, que tú has llegado a mí como un corderito al matadero, a pesar de las bengalas de advertencia que decoraban el cielo, de las señales de peligro que había sobre mis pechos. Hiciste caso omiso a las palabras que te dije aquella noche cuando te expliqué lo que vendría después, para recibir un "no me importa" y que tu serías un hombre diferente, un caso extraordinario, una excepción a la regla, como todos suelen decir hasta que les pasa, para luego caer desmayados, víctimas de un infarto que ya estaba previsto. No tengo nada más que escribirte, solo me gustaría acabar esta carta diciéndote que es probable que tal vez la vida te haya traído a mí porque has venido a aprender algo y yo seré quien te lo enseñe, yo seré la que te alistará para la crueldad del mundo, la que te susurrará en cada gemido que AMOR al revés es ROMA. Así que no dudes en venir a mí, ven a mecerte a mis brazos, tantea los pliegues de mi cuerpo para que puedas encontrar una lección de vida y quién mejor que yo para que te la muestre, para que pruebes el sabor de lo insorteable… el sabor de mis treinta y cuatro primaveras. 

 

®Alberto Isaac Gutiérrez

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