sábado, 31 de octubre de 2020

''Deuda saldada'' ® Zacarías Zurita Sepúlveda


 Tal como había ocurrido los días anteriores, la carnicería estaba llena. Era algo poco habitual teniendo en cuenta la personalidad de su dueño, pero desde la llegada de Esteban, el nuevo ayudante, parecía que la gente necesitaba ir allí. Algunos lo hacían por la necesidad de abastecerse de carne, mientras otros daban la impresión que solo querían escuchar las historias y bromas del forastero. 

El miércoles, Domitila, la mujer más anciana de Colbún, preguntó por Don Pedro, el dueño del sucucho. Aun cuando era odiado por todos dada la forma tosca y bruta que tenía para tratar a la clientela, generalmente no se ausentaba por más de tres días sin informar. Lo echaban en falta desde el mismo lunes en que no se presentó, pero hasta cierto punto, poco les importaba. En efecto deseaban ser atendidos por Esteban, quien siempre tenía alguna respuesta graciosa. Se comenzaban a acostumbrar a sus intervenciones.

—¿Y su patrón que no está?

—No he sabido nada de él esta semana. Usted sabe que no se le puede preguntar nada o se molesta. ¿A quién toca atender? —dijo mirando atentamente a la clientela

—A mí

—Bueno mi caballero. Usted me dirá que necesita.

—¿De que es ese osobuco? Necesito cinco cortes—carraspeo apuntándolos con su raquítico índice.

—Mire, prefiero serle sincero y avisarle de antemano. Este osobuco que usted ve aquí, sólo va a servirle para caldo. —Dijo mientras colocaba en la vieja y desvencijada balanza los cortes que le habían solicitado. —Aunque no lo crea, es de la pierna izquierda de ese viejo condenado. Nunca había escuchado a alguien chillar tanto por una pierna. Pero si te queda otra, para que armar tanto problema le dije. Y como es porfiado, no me quiso escuchar y siguió chillando.

Todos en la carnicería, estallaron en risa.

—¿De qué se ríen? —prosiguió, mirando seriamente a sus comensales.

—Esteban, todos conocemos a Don Pedro y lo malo que es el mentado fulano ese, pero también sabemos que hay que tener agallas para matar a un hombre y venderlo trozado en su propia carnicería. Ahora menos bla bla y dame el bendito osobuco. Y si tarda mucho en cocinarse probablemente te crea. Imagino que, además de dura, su carne debe ser amarga.

Todos volvieron a reír.

El día jueves, tal y como había sucedido los días anteriores, la carnicería estaba llena. Nuevamente no se había presentado el controvertido dueño.

—La carne de esta semana no es la de Don Pedro—Dijo Rogelio aquella mañana mientras esperaba su turno para ser atendido.

—¿y por qué pone en duda lo que le digo?

—Es que la que compré ayer, no estaba ni amarga ni dura—Todos los compradores rieron incluyéndole a él—Ese viejo debe tener las patas duras y con callos, ni parecido a lo que nos vendió. —Todos rieron nuevamente.

—Es de él. Se los prometo. Además, tal como ya se los he dicho durante toda esta semana, —dio un golpe con un machete a un trozo de carne para partirlo en dos—de no llegar don Pedro, mañana será el último día que funcione el local; yo me iré. No tengo nada que hacer aquí.

—Esteban—intervino Doña Amalia, sentada en un sillón a la entrada del local abanicándose con un periódico—usted ha sido el mejor de los vendedores que ha tenido este señor. Además, si no vuelve, ¿por qué no se queda con la carnicería? Él no tiene hijos, al menos eso es lo que ha dicho, y hay muchos que lo buscan para saldar cuentas, así que es probable que no regrese. Incluso, ¿Sabía que se rumoreó un tiempo que vendía carne humana que compraba en la morgue de Linares? —la anciana se persigno con los ojos cerrados—por suerte eso no era cierto.

—No se comprobó—dijo Dolores—que es muy distinto. El comisario hizo una inspección, pero fue imposible corroborarlo.

—Pero como iba a encontrar algo si le había pagado por su silencio—Habló desde un rincón Don Enrique, dueño de la taberna del pueblo. —Al menos eso era lo que comentaban los policías que trabajaron en la investigación cuando se les pasaba la mano con el vino. Estando borrachos, contaban la historia completita. Por ejemplo, ¿Se acuerdan cuando descuartizaron...

—Bueno, bueno… ¡Suficiente! —Interrumpió enérgicamente Esteban—debo terminar de vender lo que me queda hoy y preparar lo que tendremos mañana. Y tal como les he dicho, de no volver Don Pedro, mañana será el último día y se cerrará el negocio para siempre.

—Esteban, no haga tal de irse. De seguro no volverá. Ya lo hizo en Longaví. Allí debía dinero y, para no ir a la cárcel, se vino para acá con otro nombre… Al menos eso dicen por allá. Además, como tiene sobornada a la policía no le pasa nada… usted sabe, pueblo chico…—espetó Olegario gesticulando un par de muecas.

—Creo que lo meditaré hoy con la almohada. —Volvió a dar otro machetazo a un trozo de carne que luego envolvió en diario antes de colocarlo en la balanza,

Cuando el reloj marcaba las 14:21 hrs, Esteban bajó la cortina del local, y se fue silbando una cumbia ranchera directo al cuarto donde se despostaban los animales. Dejó los cuchillos y el machete en el lavadero donde procedió a lavarse sus ensangrentadas manos.

—Le haré caso a la gente Don Pedro. La deuda que tiene conmigo quedará saldada con este local.

 —Dijo el muchacho mirando al hombre que estaba tirado y tapado con sacos en un rincón del cuarto.

El viejo era solo un tronco sin piernas ni brazos. Además, Esteban le había arrancado la lengua y la mandíbula con el machete ese mismo día en la mañana. El mutilado y amorfo hombre solo emitía sonidos guturales desde un charco de sus propias fecas y orina.

Esteban, tranquilamente, lo subió al mesón de cortar sin dejar de silbar su melodía, sacó el cuchillo más grande del lavadero y, sin siquiera limpiarlo, lo afiló con una gran piedra que cogió de un estante. Cuando acabó, luego de observar el filo, miró a los ojos llorosos del viejo quien parecía conocer anticipadamente su final y, sin mayor remordimiento, deslizó el cuchillo suave pero profundamente sobre la garganta del hombre, cortándola con la facilidad que se corta un pollo cocido. Mientras lo hacía, acercó su oído para escuchar el leve sonido que se producía al tajar la carne. Entre los casi imperceptibles ruidos del respirar y el burbujeo de la sangre en la tráquea que estaba completamente abierta, lo miró como se le escurría la vida lentamente.

—Sabe—le dijo al agónico hombre—finalmente no somos tan diferentes. Lo que la gente llama remordimiento es un término inexistente para ambos. Lo que se hereda no se hurta dijo mi madre cuando me habló de usted. Al menos pudimos conocernos al final de su vida, en su agonía, pero aun así me niego a llamarlo papá, ya que es algo que le queda muy grande.

Encendió un tabaco que había preparado mientras veía a su padre agonizar, y le sonrió asintiendo con la cabeza en señal de un adiós que sólo él comprendió.

Al cabo de 2 horas, no había rastro de Pedro.

Esteban se limpió la sudada frente con un paño ensangrentado y se dirigió al mesón de atención, cogió papel y lápiz y escribió con letra clara: Mañana huesos para caldo y carne molida.

Salió hacia la calle y pegó el papel en la puerta con una cinta que había encontrado en el cajón de la máquina registradora.

—¿Eso quiere decir que no te irás? —Le preguntó Olegario desde enfrente, quien descansaba en la entrada de su casa en una silla mecedora portando un sombrero de ala ancha.

—La verdad es que no.—Respondió, e inmediatamente quitó el cartel que decía: viernes último día de atención.

—Tienes sangre en la frente—dijo el hombre apuntándole

—Es de Don Pedro. —respondió Esteban sin siquiera hacer el más mínimo esfuerzo por limpiarse.

Dicho esto, entró al local dejando atrás las explosivas y espontáneas risotadas del anciano quien encendía un cigarrillo con su último cerillo.

 

® Zacarías Zurita Sepúlveda (Valparaíso, Chile)

1 comentario:

  1. Seguidor de stephen king?, Me encantó ya que no me esperaba su confesión al final 👍☺️

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