miércoles, 16 de febrero de 2022

''Buen viaje Mr. Brown'' ®Barón Azul


 ―Abran su libro de literatura a la página ocho, por favor. Vamos a leer Hamlet de William Shakespeare― dijo mi maestro de secundaria, Mr. Brown.

Él era un viejito gordito y bonachón que siempre nos recibía todas las mañanas en la puerta del aula de literatura inglesa. Usaba lentes y su cabeza estaba cubierta totalmente de canas. Era de tez blanca, ojos azules y nos platicó que su padre fue inglés y su madre holandesa.

Al principio pensamos que su clase sería aburrida ya que no nos gustaba leer libros a mis compañeros de clase ni a mí. Yo apenas estaba aprendiendo inglés y se me hacía difícil entenderlo. Tenía poco de haberme mudado de México a un pueblo que está en la frontera de los Estados Unidos. Se notaba que los demás alumnos tampoco le entendían a pesar de que ellos sí dominaban muy bien el idioma. Una vez Ninfa, mi compañera de al lado, me preguntó de qué se trataba la historia que estábamos leyendo porque el inglés británico y las analogías de Shakespeare apenas se podían entender. Yo la verdad le dije que no tenía idea. Solíamos quedarnos sin palabras cuando el profesor nos preguntaba de qué se había tratado el texto que acabábamos de leer; sobre todo esa vez que leímos la historia de Romeo y Julieta.

Por suerte, el maestro supo que su clase no era de nuestro agrado. Tal vez nos vio la cara de hastío. Creo que por eso decidió hablarnos de lo que fue su vida en Inglaterra. En su juventud, según nos contó, tuvo a una novia mexicana que conoció en el pueblo de Bristol, que está cerca de una bahía. Fueron juntos a la universidad UWE (University of the West of England) y aunque él no hablaba español, ella sí dominaba muy bien el inglés, es por eso que se entendieron muy bien. Leyendo libros acerca de México y su cultura, descubrió que a las mujeres mexicanas les gusta que les lleven serenata. Así que decidió aprender a tocar guitarra para cantarle al pie de su ventana. Cuando lo hizo, utilizó un sombrero que pretendía ser de charro, pero era de granjero inglés y con tenis porque no tenía botas. Dijo que tuvo que cantar la canción I Want to Hold Your Hand de Los Beatles porque no se sabía ninguna en español, pero que ella quedó muy contenta y hasta flores recibió. Así que le pedimos que al día siguiente trajera su guitarra a la escuela y nos cantara esa canción lo cual hizo y le salió muy bien. Fue dueño de unos merecidos aplausos por nuestra parte. Al terminar de cantarla no pudo contener unas lágrimas de tristeza y todos nos quedamos helados pues, al menos yo, nunca había visto a un maestro llorar. Nos platicó que días después de su serenata ella falleció en un accidente automovilístico cuando viajaba rumbo a Cantabria, España para visitar a sus familiares.

Pasaron los días y siempre estuvo en la puerta de entrada con una gran sonrisa recibiéndonos en su salón y su maletín sobre el escritorio. Para entonces ya hablaba más inglés y comprendía cada vez más sus historias tan interesantes y hasta chuscas que hacían que nuestros días fueran más agradables. Su clase nos parecía tan cortita que sentíamos que el reloj avanzaba mucho más rápido en ese momento. Una ocasión nos platicó que se fue de parranda con sus amigos. Llegaron a un bar llamado Salón Frontera, que estaba cerca del Río Grande el cual divide a México de Estados Unidos. Bebieron hasta más no poder. Ni él ni sus amigos recordaron cómo fue que cruzaron rumbo a México y amanecieron en un hotel con unas prostitutas. ―Estaba horrible la señora ―decía Mr. Brown― apenas me desperté en la mañana, me puse mi ropa, le hablé a mis amigos para que nos fuéramos, porque seguían dormidos, y cruzamos el puente de regreso a casa. Esa fue la primera y última vez que voy a México― Se reía y su cara blanca se tornaba rosa. A nosotros también nos causaba mucha risa.

Fue un viernes, casi al terminar el ciclo escolar, cuando dieron las ocho de la mañana para iniciar la clase de literatura. Con mis libros bajo el brazo iba por el pasillo de la escuela pensando qué nueva historia nos iría a contar Mr. Brown en esta ocasión. Sin embargo, esta vez no estuvo parado junto a la puerta del salón para recibirnos. Tampoco vi su maletín sobre el escritorio; en su lugar solo había un pequeño florero de cristal transparente con una rosa roja. Fui de los primeros en llegar así que no supe qué estaba pasando. Pasaron varios minutos y todos los alumnos nos quedamos esperando que apareciera por esa puerta para darnos clases. Fue entonces que por el intercomunicador del salón el director nos dio la mala noticia del deceso de Mr. Brown. Sentí que se me hacía un nudo en la garganta y un vacío en el corazón. Volteé a mi derecha y vi que Ninfa estaba llorando. ―Buen viaje, Mr. Brown. Espero que siga teniendo historias fantásticas donde quiera que se encuentre― dije pensando en él cuando nos pidieron que nos pusiéramos de pie y guardáramos un minuto de silencio.

El lunes, al volver a clase, nos recibió una maestra a la que nunca habíamos visto. Tomamos asiento y se presentó ante nosotros. Nos pidió que abriéramos nuestro libro a la página cincuenta y dos para leer el poema de Annabel Lee de Edgar Allan Poe.

 

®Barón Azul (H. Matamoros, Tamps.)

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