lunes, 7 de febrero de 2022

''Angie'' ®Ronnie Camacho Barrón


 Una vez más voy en camino a la casa de Angie, mi amada novia y la mujer más maravillosa que conozco, no hay persona ni viva ni muerta que pueda compararle, es una flor en el desierto y justo ahí, fue donde la vi por primera vez.

Nuestra historia comenzó cuando tenía dieciocho años, toda la vida fui visto como el bicho raro en mi pequeña ciudad, rara vez pude congeniar con alguien y cuando lo hacía, rápidamente se alejaba al saber de mi don.

Hastiado de aquello, decidí realizar una de mis habituales escapadas a los páramos desérticos de las afueras, solo conduciendo a través de ellos, podía encontrar la paz que ni la ciudad ni la gente podía darme.

Tras un día excepcionalmente malo pisé el pedal a fondo y sin darme cuenta, pasé sobre una pequeña nopalera que reventó una de mis llantas.

Al instante perdí el control del auto y aunque logré salir ileso, quedé varado, sin ningún repuesto y lejos de cualquier otra forma de vida en más de tres kilómetros a la redonda.

Vagué por lo que parecieron ser horas y antes de desfallecer por el cansancio, encontré mi salvación, una pequeña y decrepita chocita en medio de la nada.

Sus paredes de ladrillo lucían los descarapelados dibujos de flores de colores, de todas las ventanas colgaban atrapasueños y una oxidada furgoneta yacía estacionada afuera.

El auto no era más que una chatarra y parecía que nadie había vivido ahí en mucho tiempo, así que decidí entrar para salvaguardar mi vida.

Apenas puse un pie dentro, me tumbé sobre un viejo sillón que había en la sala y cedí ante la fatiga.

Desperté tiempo después, con un trapo mojado sobre la frente, rodeado por un centenar de velas que iluminaban toda la casa y con mis pulmones invadidos por el aroma del incienso.

Me incorporé de un sobresalto, ¿Quién pudo haber hecho todo eso mientras dormía?, si se suponía que yo estaba solo.

Sin querer conocer la respuesta decidí marcharme, pero antes de que pudiera salir por la puerta, una voz me detuvo.

—Por favor, no te vayas —suplicó una mujer de edad madura antes de salir de las sombras.

Al verla quede pasmado, aunque parecía estar atrapada en la onda hippie de los sesenta, era muy hermosa, llevaba un floreado paliacate anudado alrededor de su lacio cabello gris y negro, sus marrones ojos rasgados se encontraban resguardado por unas redondas gafas de sol amarillas y estaba imbuida un colorido vestido que, aunque disimulaba su figura, contrastaba de manera perfecta con su piel canela.

Aquella hermosa mujer que de un segundo a otro me robó el corazón y sacudido mi paz, era mi Angie.

 —Hace tiempo que no hablo con nadie, por favor quédate —insistió.

—¿qui….quién eres?.

Me llamo Angela, pero mis amigos me dicen Angie, ¿tú cómo te llamas? —preguntó con una sonrisa tan cálida que aún al día hoy, cuarenta años después, todavía me derrite el corazón.

—Raúl —respondí taciturno.

—Gusto en conocerte Raúl, ¿Crees que puedas quedarte, aunque sea un rato?, hace décadas que nadie me visita…solo quiero hablar —.

No sabía que decir, por un lado, ya era de noche, tenía que haber vuelto a casa hace horas y por el otro, ella solo era un alma solitaria que no podría causarme ningún otro daño más allá de un simple susto.

Sin más, accedí a su petición y durante nuestra platica me contó todo sobre ella, iniciando cuando abandonó su casa a los dieciséis para seguir el movimiento hippie, cómo fue que decidió vivir en el desierto lejos de las contaminadas ciudades y sus treinta años viviendo ahí sola.

Sus historias eran magnificas y muy interesantes, más no acabo de enamorarme hasta que ambos revelamos nuestros gustos musicales y literarios, en ese punto nos dimos cuenta de que los dos compartíamos muchas similitudes.

Nos gustaban las viejas baladas románticas y libros de terror que a la mayoría de las personas les parecían muy melosas o espeluznantes, desde los boleros de Los Panchos, hasta los terrores cósmicos de Lovecraft.  

Nuestra conversación se prolongó hasta el amanecer y después de agradecerme por haberme quedado, me dejó marcharme, no sin antes, darme precisas indicaciones de como volver a la ciudad antes de que oscureciera.

Debo admitir que al salir de su casa me sentí acongojado, todavía quería quedarme, pero tenía que regresar, para ese punto, era más que seguro que mis padres ya hasta me habían reportado como desaparecido.

Estaba decidido a irme, hasta que vi el triste semblante de Angie, yo había sido su único visitante en décadas y ahora, me marchaba sin más para continuar con mi vida.

Me sentí fatal y aunque sabía que era apresurado, le juré que pronto regresaría y que la próxima vez, traería conmigo unos cuantos libros nuevos para que se entretuviera.

Cuando regresé casa recibí la regañada de mi vida, no solo por no haber quedado varado en medio del desierto, sino también, por haber dejado el auto atrás.

Realmente, no me importó en lo más mínimo todo lo que mis padres me dijeron, al fin había encontrado a la chica de mis sueños y lo único que tenía en mente, era en cuando la volvería a ver.

Después de dos meses de castigo, cumplí con mi promesa y regresé a la casa de Angie con decenas de libros que quizás podrían gustarle.

Una vez más charlamos por horas y cuando llegó la hora de despedirse, nuevamente le juré que volvería.

Hice eso con cada una de mis visitas, hasta el punto de que, con el tiempo, los nada alentadores “adiós” se fueron convirtiendo en confiables, “Nos vemos luego, Angie”.

De igual forma, nuestra relación progresó tanto que antes de que nos pudiéramos dar cuenta, ya no era una simple amistad lo que nos unía, sino el inconfundible y cálido sentimiento del amor verdadero.

Aunque los dos sentíamos lo mismo, al principio ella no quiso corresponderme, decía que perdía mi tiempo, que me buscara otra mujer, una que al menos pudiera tocar.

Yo me negué, si había nacido con la capacidad para verla, era porque estábamos destinados a estar juntos, no me importó que nunca pudiéramos formar una familia, besarla o tomarle la mano siquiera.

Yo era para ella y ella para mí.

Hoy ya tengo más de setenta años, el cansancio me pesa y aunque se me dificulta manejar, mientras me quede vida, no dejaré de venir a la casa de mi bella fantasma.

 

® Ronnie Camacho Barrón (H. Matamoros, Tamps. México)

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