viernes, 16 de abril de 2021

''La Máscara'' ® Ale Montero


 Durante una madrugada llegué a mi habitación, apagué la luz, me acosté en mi cama y me arropé. Escuché unos tenues golpes en el suelo: parecía el sonido de suelas de zapatos. El temor me obligó a cubrirme con mi edredón.

Desperté. El sol refulgía y atravesaba las cortinas de la ventana. El rutilante brillo apuntaba al suelo, ahí encontré unas huellas diminutas.

La madrugada siguiente volví a llegar a mi habitación. Cuando apagué la luz y me acosté en mi cama escuché unos ligeros pasitos en el suelo. Fijé mi vista hacia la penetrante lobreguez. Noté una cosa blanca meneándose, dando tumbos. Abrí la ventana para que entrase el brillo lunar. Ahí estaba mi mochila, mis cuadernos, la pared, mis cajones, pero el indistinguible objeto había desaparecido.

Cuando desperté, el rutilante sol desprendía intensos rayos que parecían atravesar mis sábanas. Observé el suelo: había una máscara blanca. En medio de los orificios oculares de la máscara había una línea roja, no tenía orificio oral, el área nasal era pequeña y se elevaba ligeramente. No supe qué hacer con ese objeto. Pregunté a mi familia si la careta pertenecía a alguien. Coloqué el objeto en una repisa mientras decidía su destino.

La madrugada siguiente volví a entrar a mi dormitorio. Apagué la luz. Me acosté en mi cama con la precaución nacida de una profunda ansiedad. Se escucharon unos pasitos tenues: eran repetitivos, como si alguien estuviese corriendo con las puntas de los pies. Corrí la cortina de mi ventana para permitir entrar resplandor de luna. No asimilé por meses lo que vi por haber sido en extremo impresionante: un humanoide alto con máscara blanca meneaba el cuerpo en medio de mi dormitorio. El ente parecía estar parado en zancos. La cabeza del sujeto casi tocaba el techo y sus brazos eran largos. Los meneos de piernas, brazos, caderas y cabeza del humanoide parecían una danza folclórica. Luego de ver semejante monstruosidad me desmayé. Me despertó un quemante rayo solar que caía justo en mi párpado. Tanto el ente como la máscara que dejé en la repisa habían desaparecido.

Tiempo después mi casa estuvo sola. Raudales de agua corrían por las calles. Los relámpagos anunciaban ensordecedores truenos. Escuché unos pasitos acercándose ligeramente. Un relámpago nubló mi vista y cuando la recuperé se cortó mi respiración por lo vislumbrado: un insólito rostro se dejó ver frente a mí tras aquella careta. Ese rostro tan impresionante no se parecía nada a lo humanamente concebible. No tuve palabras para describir esa inenarrable fisonomía, sólo pudo haber sido expresada por medio del terror inmovilizando cada una de mis fibras musculares. Esas facciones tan indescriptibles ocasionaron un daño irreversible en mi sistema nervioso. Esa tarde me encontraron temblando en el suelo con una máscara en la mano. Mis familiares advirtieron mi incapacidad para articular palabras, mantener conversaciones y distinguir lo real de lo imaginario. Por las noches tuve espeluznantes ataques de pánico, así como terribles espasmos por varias semanas. Fue una mañana cuando mi madre encontró mi cadáver en mi cama: mi paralizado rostro era la representación del horror infinito.

 

® Ale Montero

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