miércoles, 28 de mayo de 2025

''La reina de las moscas'' ® Cristian Guevara


¡Maldigo esta maldita maldición…! no solo por el dolor intenso, sino por su eternidad infecta…

Siento como las larvas de las moscas me carcomen, dejando mis huesos despojados y rasguñados. Las malnacidas se dan un festín con mi carne, con mis vísceras…

Y no maldigo la maldición de ser devorado por las larvas de moscas, porque al final de cuentas, si pudiera morir todo quedaría ahí… maldigo es la maldición de ser inmortal… y al final de ser devorado, regenerarme para empezar a ser devorado de nuevo…

Todo esto como resultado de una confrontación de proporciones cósmicas entre entidades que algunos llamarían… “divinas”: Irr'khezel “El latido de la muerte que no muere”, que con su colosal apariencia sombría me abrumó y maldijo, y terminó convirtiendo en un ser que supera las fronteras de la muerte, condenado a renacer eternamente; y Thaz’khoraal “La reina del enjambre eterno”.

Puedo verla… como se acerca… Thaz’khoraal, la reina, inmunda, impía, profana… No camina. No vuela… su horrido cuerpo esférico no respeta los principios de la aerodinámica, parece flotar por repulsión a la realidad misma. Sus alas son membranas de carne muerta, y cada pliegue, al batirse, vomita enjambres de moscas con fauces sangrantes, moscas que ponen larvas que consumen lo vivo, moscas que se enfocaron en mí. Tiene ojos, muchos ojos, propios y todos los que ha recogido de mis cadáveres. Extraídos. Reutilizados. Me mira desde su frente bulbosa. Mueve sus patas largas, elongadas, tentaculares. Menea el centro de su abultado abdomen, donde se abren pústulas de púas pútridas.

Cada vez que renazco, las larvas no esperan y reptan hacia mi nuevo cuerpo y empiezan a masticar el futuro cadáver. No hay final. Hay repetición. No hay redención. Hay un ciclo. Y en el centro de ese ciclo… sonríe la reina. Ríe con mi voz, con mis propias cuerdas vocales que ha tomado de mis anteriores cadáveres.

Y ahora, otra vez… muero…

Para volverme a levantar de nuevo…

 

® Cristian Guevara (Colombia)

domingo, 25 de mayo de 2025

''LA HERIDA DE QUIRÓN'' ® Stefany Herra


Todo empezó aquella noche en que su cuerpo invocó un beso prohibido. Su fijación por las criaturas mágicas y su oficio de poetisa le hizo llegar a mí. Su rutina era bastante peculiar para una joven de su edad y época, cumplía con sus deberes universitarios y por las noches comenzaba la magia, miraba al cielo y en medio de una orquesta de chicharras y luciérnagas, siempre encontraba inspiración para un nuevo escrito.

Había empezado por poesía romántica en sus tiempos de adolescencia, pero al ingresar a la universidad se empapó de criticidad y ahondó en el realismo, los estudios culturales, la sociocrítica y finalmente el existencialismo. Terminó encontrando una fascinación especial por buscarle un sentido a su vida, pero ya no desde su condición humana sino desde la libertad plena a la que solo podía acceder a través de la mente y fue allí cuando empezó a escribirle a sus sentidos, sus percepciones, sus fantasías, su sexualidad.

Amaba la mitología griega y se aferraba a creer que alguna vez existieron e incluso, que aún existían todos aquellos dioses y entes que más que monstruosos le parecían fascinantes: sátiros, minotauros, centauros… Lo que empezó como un pasatiempo se convirtió en un vicio del que se prometió a sí misma nunca más salir. Jamás se sintió tan mujer, tan viva, tan poderosa.

La veía perfecta en su habitación, con sus labios rosa susurrando cada verso previo a su escritura y sus ojos negros que de tanto en tanto se cerraban despacio para ubicarse en su nueva realidad, la que solo era perceptible a su tacto y oído, esa de la que yo tomé posesión. Infundí en ella todas las señales para convertirme en objeto de su inspiración, me ayudaron los libros de mitología, los podcasts de su orador favorito y la astrología; también su afición a los caballos, su deseo de recorrer el mundo cabalgando un caballo alado y su instinto agresivo e impulsivo. Empezó así a escribirle a ese híbrido cuadrúpedo que aun sin alas podía llevarla a recorrer el orbe en una sola caricia.

Yo lo tenía todo, la admiración de los dioses, el reconocimiento de mi hazaña, el sosiego de mi alma y un puesto especial en el universo, pero al verla y aún más, al sentir de ella la pasión de su letra, la herida se abrió nuevamente. Esta vez no hubo flecha envenenada que atormentara más que su boca modulando suaves susurros y aún más, su desplome de femineidad perfecta al entregarse a sus deseos a ojos cerrados.  

No pude resistir la tentación de arrojarla a la locura de la que yo fui preso cuando la vi, así que en sueños la fui obsesionando hasta anularle toda partícula de razón. En sus momentos de escritura no pensaba, solo sentía, y, sutilmente sus dedos dejaron de pulsar teclas y empezaron a emprender aventuras por su cuerpo. Era imposible resistirse a sus mejillas ruborizadas y sus piernas inquietas moviendo las sábanas. Ningún dios podría juzgarme si mi lugar fuera el suyo.

Desee ante esto nunca haber renunciado a la inmortalidad pues lo que antes significó el alivio de mi mal hoy era el impedimento para materializar las caricias prohibidas que laceraban poco a poco mi herida. ¡Herida! Esta que me une a ella, pues soy un hombre al ver su cabellera suelta extendida en la cama, que desde ese día es el tártaro al que me aferro.

Llegó por fin el momento, invocó mi nombre antes de dormir y suplicante de un encuentro sumergió sus manos en un cuenco de agua, agitándolas con rapidez hasta formar una leve espuma en sus orillas y con esta se humedeció el rostro con sutileza. Fue este un pequeño tributo a la diosa Afrodita, para financiar los besos ardientes que segura estaba de recibir de mí, un adelanto por la gloria de cabalgar sobre mi lomo y entregar su delicadeza a mi bestialidad. Mientras tanto, yo ya había preparado todo para ese momento, mi cuerpo palpitaba a través de su irracionalidad así que mientras se hallara en ese estado no habría nada que le hiciera dudar de mi existencia.

Marcó el reloj las doce y media noche, llegué hasta su alcoba y la primera impresión que tuve de ella apaciguó mi espíritu animal. Sus piernas extendidas revelaban el suave lienzo claro de su piel, que contrastaba con el estampado de rosas de su lencería de encaje. Aquella pequeña pieza abrazaba perfectamente los contornos de sus caderas, resaltando la voluptuosidad de sus muslos suculentos. Sus senos como leves montañas dibujaban dos pezones erectos ocultos en finos tejidos y sus brazos abiertos a su líbido inquieto se extendían y encogían guiados por sus delicadas manos, que traviesas hacían recorridos por debajo de las prendas.

Como un cachorro arrojado a los lobos, temblaba al tenerla de frente. Fueron tantas las noches de espera que ahora resultaba imposible verlo realizado. Frío en mi piel, fuego en el interior de mi ser, pasión al borde de los labios que entibiaban mi dulce deseo de besarla. Inspiraba en mí ternura y horror ¿qué había hecho de mí? ¿quién era yo ahora? ¿quién era ella? ¿acaso podía herirme? Me detuve ante el impulso de arrojarme a sus brazos y despacio me acerqué a observarla a detalle, dudé nuevamente de si se trataba de una caja de Pandora o un caballo de Troya, pero me negué a creerlo ¿cómo podía ella atacarme si se mordía los labios y sus uñas rasgaban las sábanas al sentirme? ¿cómo podía herirme si los poros de su cuerpo se abrieron al tacto de mi mano en su rostro? No podía ser un error y de serlo supe que valdría la pena el castigo impuesto por tener el placer de hacerla mía.

Allí moría la espera y despertaba la victoria. Allí, en un cuarto oscuro se reinventaban sueños y florecía un torbellino abrasador entre dos cuerpos unificados. La función había empezado, las caricias brotaban desde todo sitio, el placer resecaba los labios abiertos a degustar cada forma, los muslos resbalaban por las piernas del amante que con fuerza empujaba sus ganas eternas, ya dentro de ella, invadiendo sus miedos, viéndola morir o quizás renacer.

Fue el tormento que derramó la gota de este vino, fue el néctar de mi sexo que ella con su arte podía degustar. Sus muslos entreabiertos a mis fantasías escritas en movimientos, su piel sedienta de besos ante la magia de un cuerpo espectral, sus facciones de múltiples gestos, su fragilidad recorrida entre métricas profanas…Toda una fantasía conjugada en un plano surrealista. Así, descubrí las virtudes de lo humano, la relatividad de la vida y el juego de la realidad. Así, con ella, nunca hubo hidra de Lerna ni arrepentimiento de Hércules, jamás hubo herida y mucho menos desespero; no había conocido hasta entonces, el poco dominio de mis emociones y la debilidad de mi naturaleza. La herida real es el dolor de no tenerla hoy, este que me unifica a lo humano, que sangra al pensarla, que me lleva al desespero de no poder regresar a ella y que absurdamente, entre tanta desgracia, no quiero sanar. 

-Estas fueron las palabras que emitió el día de su juicio. De ese modo el centauro se volvió por un instante humano entre los dioses que hoy le condenan. Fue omnipotente en sus designios sin pensar en los agravios causados a su nombre y su título de sabio sanador quedó al borde de aquella épica cuyos empujes ensordecían todo ruido gestado en la lluvia de sentimientos.

-Y bien, ¿qué pasó con la musa que desencadenó ese esclavo del pensamiento?

-Ella continúa escribiendo.

 

® Stefany Herra

 

jueves, 22 de mayo de 2025

''El Pedregal'' (Haikus) ®Alejandro Zapata


El vallenato

se expande por la loma.

Bajan canastas.

 

Riega el jardín

un amigo del cole.

Un buen padrastro.

 

Sol ennubado.

La humedad de la noche

infla las caras.

 

El Pedregal, abril 6 de 2025

 

Otro verano...

Los gladiolos no esperan

a fallecidos.

 

Las margaritas

en el zaguán de Adela

son para Carlos.

 

La margarita

robada a Leonor

monta tu oreja.

 

El Pedregal, abril 22 de 2025

 

Crece una palma,

a solas, en el monte.

Que no la vean.

 

Por la ventana

los intrusos alados

me dan alcance.

 

El abejorro

choca contra las ramas.

Muevo una: libre...

 

El Pedregal, mayo 9 de 2025

 

®Alejandro Zapata

AUTOPLACER ®Fernanda Cedomio


Con un tapete de yoga bajo el brazo, toco el timbre de un condominio con aire familiar; árboles podados en formas de casita, bicicletas ancladas sobre el pasillo principal y, desde el interior de algunos departamentos, se fugan ladridos de perro. Junto a mí ya hay algunas posibles compañeras esperando el mismo destino. Por ochocientos pesos prometen alterar la percepción que tengo de mis propios alcances eróticos, pero sigo con cierto escepticismo sobre la enseñanza de manual que pudiera existir sobre el placer y la eficacia de ser autodidacta.

Nos dan acceso por medio del interfón. Todas caminamos en dirección al mismo departamento; B 301. La puerta está emparejada, formamos fila y pasamos una por una, no sin antes sacudirnos los pies en el tapete con la leyenda Hello sunshine!.  Adentro, nos recibe la que parece la asistente de la coach; una veinteañera vestida de overol, sandalias blancas de plástico y un piercing en el septum. Da un saludo escueto y revisa que tengamos nuestro material completo, de no ser así,  insiste en que compremos un lubricante por el triple de su precio comercial, luego, nos encamina por el pasillo que dirige a las habitaciones. En el cuarto donde se llevará a cabo el taller ya hay otras mujeres más; no somos muchas, el cupo es de máximo ocho. Cada una está sentada sobre su tapetito de yoga o toalla, lo que era un requisito indispensable para marcar el espacio personal. Levantando la vista para husmear sus rostros y sin tardar demasiado, concluyo, que no son el tipo de mujeres que yo pensaría encontrarme en un taller práctico de masturbación. No puedo imaginarme a la que trae flats de godín decir la palabra vulva, y mucho menos sentir interés por “estimular su clítoris”, como mencionan en la promoción de Instagram, o a la de lentes con chongo relamido, sentir un gran ánimo por ubicar con exactitud sus diferentes orificios.

Nunca he tenido un orgasmo. Es una frustración que ha atravesado toda mi vida sexual. Empecé a coger a los 15, y en aquel primer acontecimiento me quedé esperando una sensación que jamás llegó. Con el poco acceso que tenía a internet en aquellos años, logre buscar “no siento nada cuando tengo relaciones sexuales” en el navegador; los resultados saltaron enseguida y entré al primer foro de la búsqueda. La mayoría de las respuestas decían lo que cualquiera le diría a una adolescente frustrada e inexperta, “con el tiempo podrás”, “conócete” y demás frases genéricas que solo me desanimaban más.

Enrollada en lo que parece una suerte de vestido o sábana floreada entra la encargada de darnos los conocimientos para el orgasmo perfecto. Con la ceja derecha ligeramente elevada, lo que le da un aire de superioridad, nos pide que nos desvistamos: es optativo quitarnos la parte de arriba, pero los calzones son irrenunciables, ahí está la materia de trabajo, las vulvas. El cuerpo que rodea a esos pliegues, orificios y labios, son un estorbo para la desvergonzada exploración que estamos por realizar.

Comenzamos con un poco de teoría y nos proyecta unas diapositivas sobre la anatomía de la vulva y sus varias partes, fue para sorpresa de muchas el escuchar que tenemos unos orificios por ahí que no se nombran, unas pequeñas glándulas lubricantes que han sido invisibilizadas por la historia médica.

Después, la experta camina entre nosotras y nos regala un pequeño espejo redondo y una balita vibradora china. Armadas con esas pequeñas herramientas comenzamos la clase. La primera lección era vernos, identificarnos entre esas capas de carnes. La indicación es; una vez sentadas sobre nuestros glúteos tomar entre ambos pies el diminuto espejo y aproximarlo a nosotras. Los ojos de sorpresa, las risas y ese primer vistazo fue el mismo que se percibía cuando en la secundaria cuando nos hacían poner la capa de una cebolla bajo el microscopio: un descubrimiento morfológico sorprendente.

Comienza a recorrernos una por una para señalarnos nuestros labios, la entrada de la vagina y el clítoris. Sin dejar pasar la oportunidad de darnos una palmadita por la pérdida permanente de pudor que estamos experimentando. Nos echa algún piropo como “muy simétrica”, “sanita” y equivalentes.

Ya rebasado el escrutinio y habiendo reconocido que contamos con lo físicamente necesario para un orgasmo llegamos a la etapa práctica. Ansiosas sacamos la balita vibradora de su empaque, nos embadurnamos de lubricante olor a fresa, y ahora, tumbadas boca arriba con las piernas flexionadas dimos inicio a la masturbación. Una experiencia de la que siempre me he sentido púdicamente excluida ahora se desdoblaba con naturalidad en todo el ambiente del salón.

El olor del incienso rebota en cada una de nosotras al igual que la voz de la instructora dándonos indicaciones “Pongan la bala sobre el clítoris unos segundos y después paséenla por sus labios, con la otra mano pueden dar ligeros masajes por los huesitos de su pelvis o introducir sus dedos a la vagina”, “suave, con ritmo”, “sientan también la música, como palpita con su cuerpo”. Todo se conjuga; los olores, los sonidos y el deseo preciso, creando oleadas constantes de calor sobre mí.

Dejo que la atmósfera conduzca a mi cuerpo, esperando que el aire espeso saturado de excitación tome mis manos y las guíe de forma automática por las partes correctas, como las polillas que llegan a los focos de luz sin tener conciencia de ello, solo guiándose por un instinto incandescente y necesario.

Tímidos gemidos comienzan a escucharse de un tapete a otro, los ruidos húmedos y pegajosos alimentan la atmósfera de placer, y parece que mi cuerpo responde a la excitación grupal; empiezo a entumirme, los dedos de los pies me cosquillean, el clítoris se hincha como esponja, y por fin, un espasmo repleto de contracciones acuosas asciende por todo mi cuerpo hasta calentarme la frente. Todas estamos compartiendo ese punto culminante, un abandono colectivo y delicioso que dio por terminada la práctica de autoplacer.

Poco a poco nos incorporamos sobre nuestros tapetes. Pudimos vernos las caras, ya no somos desconocidas, la mujer de los flats está sonrojada, la del chongo relamido sonríe mostrando los dientes con frenillos; todas nos regresamos miradas y risas de aprobación; lo logramos. Ahí, en ese cuarto nos convertimos en partícipes de una experiencia capaz de suspender, temporalmente, la urgencia de nuestras necesidades. La instructora nos da las gracias y hace un comercial sobre su próximo taller de squirt.

Mientras se apaga la música y el incienso queda en su último centímetro de vida, todas nos despedimos compartiendo el mismo beso sonrojado en las mejillas.

 

 

®Fernanda Cedomio

martes, 20 de mayo de 2025

''Carpintero'' ® Andrea N. Trejo


 Sobre la mesita de la sala descansa un pan olvidado. Su superficie, antes dorada y crujiente, se ha tornado verdosa, cubierta de un manto irregular de moho que avanza como raíces diminutas. Un olor agrio y rancio impregna el aire, mezclándose con el perfume viejo de la sala. La esponjosidad de la miga ha cedido ante la humedad, dejando una textura rugosa, casi quebradiza. Ese pan llegó para la señora Ramírez, pero sigue ahí, intocado, como si esperara un hambre que nunca llega.

“No llegará”, la voz en su cabeza la torturó incesante durante días. Su hija Diana entró un lunes en la guardería, pero nunca salió (no con vida). Hizo la demanda, por supuesto. La ira le sirvió para retrasar el dolor. Pero después de toda aquella papelería regresó a su casa, a enfrentar la enorme soledad y esa voz en su cabeza, como taladro: “No llegará”.

Lola Ramírez peina a la muñeca que tiene en las manos. Ha pasado las horas peinándola, en un trance que la aparta del dolor. “La muñeca huele como ella”, pensó al recibirla. Solo por eso la aceptó. Su vecino, que era carpintero, dejó una caja en su puerta; no había nada fuera de lo común en ella, era gris, olía a aserrín y estaba atada con un moño de mecate barato. Adentro había una muñequita, tenía el cabello marrón cual tierra y estaba vestida con un traje azul, casi igual a Diana. Los ojos parecían pintados a mano con un meticuloso cuidado y la madera de la que estaba hecha era suave al tacto. Dentro de la caja había una tarjeta en la que estaba escrito en tinta roja: “Para que no la extrañes tanto, Lola”.

—Ay, Lola, ya no hay nada que nosotros podamos hacer. Esto es algo muy común que le puede pasar a los infantes, no hay razón, solo sucede. Casi le pasa a mi criatura también, gracias a Dios no pasó a mayores —dijo Leonora, con la voz temblorosa.

¿Qué se puede hacer cuando pierdes algo importante para ti? ¿Aceptas que se fue o lo reemplazas lo más pronto posible? ¿Qué tanto estás dispuesto a pagar para obtener lo que deseas? Leonora era la vecina de Dolores. Lo que le había pasado a la niña solo la hacía preocuparse por su propia hija. Se aseguraba de que la ventana que estaba cerca de su cuna siempre estuviera cerrada si ella no estaba cerca. Dejó una herradura de caballo arriba del marco de la puerta, para tener protección extra.

—¿De verdad esto puede funcionar? —había preguntado en voz baja, cuando nadie más podía escucharla.

Podía escuchar pasos alrededor de mí. Trataba de llamar a mi mamá, pero ni siquiera un grito ahogado salía. El sonido de las pisadas se volvía cada vez más fuerte. Entre la oscuridad podía ver la silueta de un señor. El ambiente se enfrió, como si siempre hubiera estado así. Él empezó a acercarse rápidamente. Luego solo hubo un silencio sepulcral y yo ya no me podía mover.

Mamá me llevaba con ella a todos lados. Me hablaba, pero yo no podía contestar ni moverme, a menos que ella lo hiciera. Las sábanas de mi cama estaban manchadas y olían horrible. “Mamá, mamá, mamá”. No importaba qué tan alto lo intentara decir, mi boca no se movía ni un centímetro. No sé quién era ese hombre y menos sé lo que me hizo, pero sí recuerdo el inconfundible olor a madera que tenía… Don Carlos huele así siempre que se pone a tallar cunas.

La muñeca tenía ese aire de inquietud, de algo humano, pero que aún no lo es o lo dejó de ser. Sus ojos tenían ese brillo de vida de un recién nacido y tal vez alguna vez lo fue. ¿Es correcto preservar lo que ya no está vivo para que no nos deje nunca, o hay que dejarlo ir? ¿Un padre podría incluso sacrificar una vida por la de su hijo? Para Don Carlos, esto no es una pregunta, es una realidad y una necesidad. Y para Leonora, fue una oportunidad.

Pudo ser peor. Pudo no haberle devuelto lo que quedaba de su hija a la señora Ramírez.

 

® Andrea N. Trejo (Tamaulipas, México)

lunes, 19 de mayo de 2025

''UN REGALO NADAQUEVERIENTO'' ® BALTAZAR


Adela consulto el calendario, se acercaba la fecha del 60 aniversario de su boda con Claudio y pensó en festejarse con una fiesta donde estuvieran todos sus amigos y familiares más cercanos que llevarían regalos y parabienes además de ofrecerles un buen rato de camaradería en un ambiente formal.

Tomo papel y pluma y empezó a hacer la lista de los presuntos invitados. Prácticamente eran los mismos que invito a su aniversario de oro,  pensaba en los regalos que pudieran llevarles o en el dinero en efectivo que le ofrecerían quienes tuvieran duda de los gustos de ellos los festejados.

Una vez que termino la lista empezó a analizar y adivinar el tipo de presentes que cada persona de  la lista pudiera llevar

La comadre Fela era la más tacaña de todas, en sus reuniones de damas siempre ofrecía llevar los hielos, no le gustaba cocinar ni gastar en grandes regalos.

La vecina Dona Lupita siempre llevaba regalos muy inapropiados, como un juego de vasos de vidrio fuera quien fuera el festejado y por lo general, no tenía ni idea del buen gusto, y a estas alturas de su matrimonio para que necesitaba un juego de vasos si estaba ya deshaciéndose de todos los que había acumulado en su vida matrimonial.

El primo Jeremías nunca llevaba nada, se hacía el disimulado y   solo iba a los festejos para comer y beber hasta hartarse, pero no soltaba un peso para agasajar al festejado

La comadre Lucia estaba peor, siempre llevaba regalos reciclados, algo que le habían regalado previamente y no le había gustado o no le había quedado, no le gustaba gastar en regalos nuevos

Rubén, el jubilado compañero de trabajo de su marido siempre llevaba una botella de vino, sabiendo de antemano que el festejado era abstemio.

Al pariente de la colonia México ni que decir, siempre llegaba con sus siete hijas menores, desde el bebe recién nacido hasta el adolescente que iba a la prepa, y ahí se consumían la mitad del presupuesto del banquete que se preparaba y además al despedirse siempre pedían un plato o dos para llevar

A los sobrinos del rancho no les gustaban la música regional tradicional que siempre amenizaba y siempre pedían que pusieran corridos tumbados o reguetón

A Pepe, el primo mexicoamericano pensó mucho en incluirlo porque a todos lados llegaba en short y playera, no sabía nada de formalidad.

Otro que no respetaba la vestimenta era el cuñado Jesús, siempre llegaba a los eventos formales con sombrero, vestido de vaquero, desarmonizando con los vestidos coctel y el traje de los demás varones

La prima Juliana que llevaba siempre dos o tres invitados a las reuniones a pesar de haberles especificado solamente dos personas en la invitación.

Y en general el resto de los invitados que a pesar de haberles solicitado un regalo en efectivo disimulado con un sobre, como era la última tendencia,  o el signo de pesos en la tarjeta, siempre llegaban con una bolsa de la tienda del dólar o de Waldos con cualquier cosa nadaqueverienta respecto al festejado.

Una vez analizado cada uno de los posibles presentes que sus amistades y familiares le podrían llevar a su pariente, Adela su quedo pensativa.

¿Eso era lo que quería para festejar un evento tan importante en su matrimonio?

¿Valdría la pena invertir una buena suma de sus ahorros para el festejo?

Sus hijos le habían ofrecido apoyarles en lo económico, pero siempre a la mera hora, como ocurrió durante el festejo de sus bodas de oro ellos eran los que finalmente completaban los pagos de todos los detalles

Con que los acompañaran al evento dejando a un lado los compromisos que cada uno tenía con su familia ella estaría contenta al igual que su marido.

No estaba segura de la estima real que a la mayoría de los invitados les tenían a ellos como pareja.

¿Realmente se pondría feliz su marido con los abrazos y saludos poco sinceros de algunos de los incluidos en la lista?

Y empezó a borrar de la lista recién preparada uno a uno de los cuales tenía duda.

Al terminar lo pensó mejor, invitaría solamente a sus dos hermanos más queridos que vivián en la ciudad y que en las buenas y en las malas siempre estaban con ellos, conocían bien sus gustos, incluso la talla de ropa así que  lo que le llevaran serian de su total agrado.

De igual manera sus compadres, padrinos de bautizo de sus hijos que conocían desde hace mucho tiempo, también conocían muy bien a la familia y se sentían parte de ella.

El resto de la familia directa, que estaban en la lista lo formaban cuatro personas más.

De manera que, de la lista original, solamente quedaron menos de veinte personas, si quería una fiesta formal, de buen gusto y con gente que los apreciaran bien, la fiesta se haría solamente con esos invitados.

Llamo a un buen restaurante de la ciudad e hizo la reservación, con la debida anticipación, estaba segura que su marido estaría feliz, recibirían los regalos a su gusto y con las personas que le desearían los mejores parabienes sin falsedades al frente.

Y sin necesidad de un gran presupuesto.

Cuando llego el día, todo transcurrió tal y como lo pensó después de modificar la lista de los invitados,

-Gracias mi amor- le contesto el marido una vez que estuvieron en casa

-Todo salió perfecto, gracias por ser tan detallista

-Hacía mucho tiempo que no me la pasaba tan bien, con tan poquita gente, la comida estuvo super, la compañía super selecta y los regalos justo lo que necesitábamos o deseábamos y una buena cantidad de efectivo que venían en cada uno de los sobrecitos que nos dejaron en el buzón.

En el pasado quedarían de ahora en adelante, las reuniones de festejo inútiles, con invitados que no le aportaban mucho a su estado festivo o que tuvieran que invitarles por compromiso, ya no estaban en edad de hipocresías.

Festejaría, en lo sucesivo y los años que les quedaban de vida con la gente que realmente sentía que lo apreciaban,

Los amigos de verdad dicen que se cuentan con los dedos de las manos y eran lo que necesitaba en su vida, además de sus familiares más cercanos.

El resto de sus conocidos y compañeros y parientes lejanos eran parte importante de sus vidas, no lo podían negar, a muchos de ellos los apreciaba bien, los vería en las ocasiones pertinentes, convivir en su día a día. eran parte de su entorno con los que tenía que compartir su tiempo, pero no en los días más importantes para su familia,

Mucho menos para recibir un presente nadaqueveriento que no usaría, no disfrutaría y tuviera que desecharle poco tiempo después, y el cual le hubiesen entregado solo por compromiso. 

 

® BALTAZAR