jueves, 22 de mayo de 2025

AUTOPLACER ®Fernanda Cedomio


Con un tapete de yoga bajo el brazo, toco el timbre de un condominio con aire familiar; árboles podados en formas de casita, bicicletas ancladas sobre el pasillo principal y, desde el interior de algunos departamentos, se fugan ladridos de perro. Junto a mí ya hay algunas posibles compañeras esperando el mismo destino. Por ochocientos pesos prometen alterar la percepción que tengo de mis propios alcances eróticos, pero sigo con cierto escepticismo sobre la enseñanza de manual que pudiera existir sobre el placer y la eficacia de ser autodidacta.

Nos dan acceso por medio del interfón. Todas caminamos en dirección al mismo departamento; B 301. La puerta está emparejada, formamos fila y pasamos una por una, no sin antes sacudirnos los pies en el tapete con la leyenda Hello sunshine!.  Adentro, nos recibe la que parece la asistente de la coach; una veinteañera vestida de overol, sandalias blancas de plástico y un piercing en el septum. Da un saludo escueto y revisa que tengamos nuestro material completo, de no ser así,  insiste en que compremos un lubricante por el triple de su precio comercial, luego, nos encamina por el pasillo que dirige a las habitaciones. En el cuarto donde se llevará a cabo el taller ya hay otras mujeres más; no somos muchas, el cupo es de máximo ocho. Cada una está sentada sobre su tapetito de yoga o toalla, lo que era un requisito indispensable para marcar el espacio personal. Levantando la vista para husmear sus rostros y sin tardar demasiado, concluyo, que no son el tipo de mujeres que yo pensaría encontrarme en un taller práctico de masturbación. No puedo imaginarme a la que trae flats de godín decir la palabra vulva, y mucho menos sentir interés por “estimular su clítoris”, como mencionan en la promoción de Instagram, o a la de lentes con chongo relamido, sentir un gran ánimo por ubicar con exactitud sus diferentes orificios.

Nunca he tenido un orgasmo. Es una frustración que ha atravesado toda mi vida sexual. Empecé a coger a los 15, y en aquel primer acontecimiento me quedé esperando una sensación que jamás llegó. Con el poco acceso que tenía a internet en aquellos años, logre buscar “no siento nada cuando tengo relaciones sexuales” en el navegador; los resultados saltaron enseguida y entré al primer foro de la búsqueda. La mayoría de las respuestas decían lo que cualquiera le diría a una adolescente frustrada e inexperta, “con el tiempo podrás”, “conócete” y demás frases genéricas que solo me desanimaban más.

Enrollada en lo que parece una suerte de vestido o sábana floreada entra la encargada de darnos los conocimientos para el orgasmo perfecto. Con la ceja derecha ligeramente elevada, lo que le da un aire de superioridad, nos pide que nos desvistamos: es optativo quitarnos la parte de arriba, pero los calzones son irrenunciables, ahí está la materia de trabajo, las vulvas. El cuerpo que rodea a esos pliegues, orificios y labios, son un estorbo para la desvergonzada exploración que estamos por realizar.

Comenzamos con un poco de teoría y nos proyecta unas diapositivas sobre la anatomía de la vulva y sus varias partes, fue para sorpresa de muchas el escuchar que tenemos unos orificios por ahí que no se nombran, unas pequeñas glándulas lubricantes que han sido invisibilizadas por la historia médica.

Después, la experta camina entre nosotras y nos regala un pequeño espejo redondo y una balita vibradora china. Armadas con esas pequeñas herramientas comenzamos la clase. La primera lección era vernos, identificarnos entre esas capas de carnes. La indicación es; una vez sentadas sobre nuestros glúteos tomar entre ambos pies el diminuto espejo y aproximarlo a nosotras. Los ojos de sorpresa, las risas y ese primer vistazo fue el mismo que se percibía cuando en la secundaria cuando nos hacían poner la capa de una cebolla bajo el microscopio: un descubrimiento morfológico sorprendente.

Comienza a recorrernos una por una para señalarnos nuestros labios, la entrada de la vagina y el clítoris. Sin dejar pasar la oportunidad de darnos una palmadita por la pérdida permanente de pudor que estamos experimentando. Nos echa algún piropo como “muy simétrica”, “sanita” y equivalentes.

Ya rebasado el escrutinio y habiendo reconocido que contamos con lo físicamente necesario para un orgasmo llegamos a la etapa práctica. Ansiosas sacamos la balita vibradora de su empaque, nos embadurnamos de lubricante olor a fresa, y ahora, tumbadas boca arriba con las piernas flexionadas dimos inicio a la masturbación. Una experiencia de la que siempre me he sentido púdicamente excluida ahora se desdoblaba con naturalidad en todo el ambiente del salón.

El olor del incienso rebota en cada una de nosotras al igual que la voz de la instructora dándonos indicaciones “Pongan la bala sobre el clítoris unos segundos y después paséenla por sus labios, con la otra mano pueden dar ligeros masajes por los huesitos de su pelvis o introducir sus dedos a la vagina”, “suave, con ritmo”, “sientan también la música, como palpita con su cuerpo”. Todo se conjuga; los olores, los sonidos y el deseo preciso, creando oleadas constantes de calor sobre mí.

Dejo que la atmósfera conduzca a mi cuerpo, esperando que el aire espeso saturado de excitación tome mis manos y las guíe de forma automática por las partes correctas, como las polillas que llegan a los focos de luz sin tener conciencia de ello, solo guiándose por un instinto incandescente y necesario.

Tímidos gemidos comienzan a escucharse de un tapete a otro, los ruidos húmedos y pegajosos alimentan la atmósfera de placer, y parece que mi cuerpo responde a la excitación grupal; empiezo a entumirme, los dedos de los pies me cosquillean, el clítoris se hincha como esponja, y por fin, un espasmo repleto de contracciones acuosas asciende por todo mi cuerpo hasta calentarme la frente. Todas estamos compartiendo ese punto culminante, un abandono colectivo y delicioso que dio por terminada la práctica de autoplacer.

Poco a poco nos incorporamos sobre nuestros tapetes. Pudimos vernos las caras, ya no somos desconocidas, la mujer de los flats está sonrojada, la del chongo relamido sonríe mostrando los dientes con frenillos; todas nos regresamos miradas y risas de aprobación; lo logramos. Ahí, en ese cuarto nos convertimos en partícipes de una experiencia capaz de suspender, temporalmente, la urgencia de nuestras necesidades. La instructora nos da las gracias y hace un comercial sobre su próximo taller de squirt.

Mientras se apaga la música y el incienso queda en su último centímetro de vida, todas nos despedimos compartiendo el mismo beso sonrojado en las mejillas.

 

 

®Fernanda Cedomio

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